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Gravedad
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Libro electrónico335 páginas4 horas

Gravedad

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Gravedad no es la típica historia de amor de amigos de la infancia que se convierten en amantes. Recorre más de veinte años de una historia real y cruda que se cuestiona si las almas gemelas realmente existen. 


Lily

A los ocho años, el chico de al lado cambió mi vida. Él era la fuerza que me atraía hacia él a pesar de nuestras diferencias. Fue como magia.

Nos entendimos, nos apoyamos y, en el proceso, nos convertimos en todo. Pero al perseguir el sueño de Trevin, me perdí en el camino.

Trevin

A través de un tremendo dolor de corazón, ella estaba allí. A través de la fama y la fortuna, ella estuvo allí. Amar a Lily fue lo único que hice bien.

Eclipsándola en mi sombra, tomé de ella hasta que estuvo vacía. Ahora debo hacer cualquier cosa para demostrar que puedo ser el hombre que ella quiere, no, el hombre que se merece.

IdiomaEspañol
EditorialLauren Runow
Fecha de lanzamiento27 ene 2021
ISBN9781071585443
Gravedad

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    Gravedad - Lauren Runow

    Gravedad

    Por Lauren Runow

    ––––––––

    Capítulo 1

    Me empuja hacia abajo, siento su peso.

    Vivo sin saber si habrá un destino.

    Mi propia cordura es un infierno.

    Ella es mi gravedad y guía mi camino.

    Trevin Allen

    Lily, 12 años.

    —¡Vamos, Trev, tenemos que ir a casa ahora! —me volteé a gritarle pedaleando colina arriba, mientras el sol se escondía lentamente en el horizonte.

    Él sabía que nos habíamos alejado demasiado con nuestras bicicletas por las colinas, y sin importar cuántas veces le dijera que debíamos volver, él me ignoraba. Ahora faltaban al menos dos kilómetros para llegar a casa y estaba cada vez más oscuro.

    —Voy tan rápido como puedo, pero no es tan fácil pedalear con una rueda pinchada —se quejó él.

    —Pues bien, ¿de quién es la culpa? Te dije que no hicieras ese salto —le grité sobre mi hombro.

    Este chico está loco. Quiere hacer volar su bici desde donde sea. Pasamos una piedra empinada. Yo la rodeé, pero él pasó sobre ella torciendo la rueda y destrozando la llanta en el proceso.

    Gruñidos frustrados retumbaban a mis espaldas cuando frené y giré en su dirección. Era claro que estaba irritado cuando se bajó e intentó levantar su bicicleta desde otro ángulo, con la esperanza de que así fuese más fácil de llevar. Al verlo en problemas me bajé de mi bici y caminé con ella hasta donde estaba él.

    —Vamos —le acerqué el manubrio—. Tú pedalea y yo voy entre tus piernas. Dejaremos la tuya aquí y vendremos a buscarla mañana. Nadie la va a encontrar aquí, tan lejos.

    Sin dudarlo un segundo, Trev abandonó su bicicleta y sujetó la mía sonriendo.

    —Buena idea. Súbete.

    Crucé una pierna por encima de la barra de metal, rodeando sus antebrazos con mis dedos y apoyando las nalgas y piernas en la barra del medio. La posición era terriblemente incómoda y comencé a arrepentirme de mi propia idea.

    Mientras partíamos juntos de regreso, me invadieron recuerdos de cuando nos conocimos a los 8 años.

    —Hola, soy Trevin. ¿Cómo te llamas? —Un niño atravesó la cerca hacia donde yo intentaba ocultarme.

    —Lily —le digo con timidez, sin atreverme a mirarlo a los ojos.

    —Lily, ¿como un lily pad[1]?

    —¿Disculpa? —levanté rápidamente la mirada.

    —Ya sabes, como las plantas donde saltan las ranas en los estanques.

    Mi mirada penetrante lo hizo reír antes de continuar.

    —Entonces, Lily Pad, ¿acabas de mudarte aquí?

    —Mi nombre no es Lily Pad, es Lily... Y, si, me mudé ayer.

    —Bueno, puedo llamarte de otra forma si quieres, ¿qué tal tortuga? Parecías una tortuga cuando asomaste la cabeza por la cerca.

    —No, solo llámame Lily.

    —Bueno, Lilyyyy... —exageró mi nombre en tono burlón—. Vamos, toma tu bici, iremos de paseo.

    —No tengo bicicleta... —dije casi susurrando. Me avergonzaba no tener una, pero incluso si la hubiera tenido, no sabía andar.

    —¿No tienes bici? —se sorprendió ante mi confesión.

    —Antes vivía en San Francisco. Allá no podemos andar en bici por la calle.

    —¡Qué locura! Bueno, súbete entonces, puedes usar la mía, o si quieres puedes usar mi scooter.

    —Bueno, es que... —titubeé, sin saber qué decir.

    —No importa si no sabes andar, yo te enseñaré.

    —Eh, bueno, supongo que está bien.

    Conmigo sentada en la bicicleta, él sostuvo el asiento y corrió por la calle junto a mí mientras yo intentaba no caerme. Las ruedas se tambaleaban y casi pierdo el control un par de veces, pero él me sostenía antes de que cayera. Mi corazón galopaba de adrenalina, bombeando a toda velocidad por mis venas, la emoción de pedalear superando el miedo a la caída.

    —Vamos, Lily Pad, intenta mantenerte recta.

    Volteé a mirarlo sobre mi hombro. Él rió, me dio otro empujón y me dijo que pedalee más rápido. Yo seguí sus instrucciones. Mis pequeños pies hacían todo lo que podían para intentar tomar velocidad.

    Estaba tan enfocada en mantener el equilibrio y respirar al mismo tiempo que no me di cuenta de que lo estaba haciendo sola. Sólo me di cuenta de que él ya no estaba a mi lado cuando lo escuché gritar detrás de mí, celebrando mi victoria.

    Me distraje al verlo tan lejos y el miedo volvió a apoderarse de mi. La bicicleta comenzó a oscilar de lado a lado y yo entré en pánico. Levanté los pies de los pedales y los arrastré por el suelo para disminuir la velocidad. Finalmente levanté la mirada y vi una gran pared de arbustos. En un abrir y cerrar de ojos, me había estrellado contra ellos, raspando cada parte de mi cuerpo cuando las ramas me obligaron a frenar por completo.

    —¡Lily! —oí a Trevin gritar mientras corría en mi dirección.

    Intenté contener con todas mis fuerzas las lágrimas que amenazaban con caer, no quería que él me viera llorar.

    —¿Estás bien? —me preguntó, apartando las ramas y dándome la mano para ayudarme a levantarme.

    —S...sí —titubeé.

    —¡Genial, porque eso fue increíble! —celebró él, levantando las manos en el aire y saltando una y otra vez—. Ojalá tuviera la cámara de mis padres, ¡tendrías que haber visto cómo caíste en esos arbustos!

    Recordé su emoción por mi caída años atrás, y sabiendo lo intrépido que se siente en su propia bici, no pude evitar preocuparme por lo que podía llegar a hacer conmigo ahí. El miedo de caerme y romperme un hueso me golpeó el pecho. No podía permitir que algo así pasara, tenía un recital de danza pronto y no me lo podía perder.

    —Ven, siéntate en mis piernas, así podré cuidarte y estarás más cómoda que sentada en la barra de metal.

    —Pero te aplastaré —me quejé, sin mirarlo.

    —¿En serio? Eres la cosa más pequeña del mundo. Además, ¿me has visto últimamente? Soy el más grande de la clase. No hay manera de que me aplastes.

    Volteé a ver su rostro lleno de orgullo. Aunque dijera que no le importan esas cosas, por dentro adoraba el hecho de que era el chico cool de la clase. Su cabello siempre estaba a la moda, con un copete al frente y bien corto atrás, el corte que los demás chicos querían pero sus madres no les dejaban lucir. Era el único chico que conocía al que le importaba vestirse bien. Trevin solo usaba camisas abotonadas o camisetas de skater con jeans y calzado de moda. También era el único en la clase que sabía andar en skateboard y que incluso sabía hacer trucos. Los demás intentaban, pero para él era algo natural.

    La mayoría de las chicas de la clase estaban celosas de que fuéramos tan unidos, pero yo no era como las demás chicas enfrente de él. A ellas les encantaba hablar de las mariposas en el estómago y de cómo sus mejillas se ruborizaban al verlo. No era solo Trev para ellas. No, ellas le decían Treeeviiiiin, exagerado, y con un tono soñador.

    Sentada en su regazo, me apoyé contra su pecho y ajusté mis piernas en una posición más segura.

    —¿Está bien así? —le pregunté.

    Él se rió.

    —Si. Ahora sujétate.

    Me volteé y por un momento nuestros ojos se encontraron, mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios. Estaban tan cerca de mi rostro que podía sentir el calor de su respiración en mi piel e instantáneamente tensé el pecho.

    Miré hacia adelante y me sostuve firmemente de sus brazos, sin saber qué estaba pasando en mi pecho. Respiré hondo para intentar calmar el miedo que me oprimía las costillas. Debía ser el miedo de caerme, pensé. He visto a este chico saltar de acantilados y heme aquí, confiando en él para andar en mi bicicleta conmigo en ella.

    Sí, debía ser eso. Miedo.

    Por suerte, Trev mantuvo un ritmo normal y luego de unos cuantos metros, la presión en mi pecho cedió y fue reemplazada por un sentimiento que no puedo describir. La fresca brisa de una noche veraniega me relajaba mientras me envolvía su calor. Sin darme cuenta, hundí la cabeza en él y el viaje se volvió aún más placentero.

    Su respiración se aceleró, pude oír el temblor repentino en mis oídos y sentir su corazón galopar en mi espalda. No estaba pedaleando rápido, pero supongo que hacer suficiente fuerza para llevarnos a los dos debía de ser cansador. Cuando más avanzábamos, las palpitaciones se volvían más fuertes y bruscas.

    Llegamos a casa justo cuando la oscuridad de la noche terminó de cubrir el cielo. Levanté la cabeza de su pecho y él se detuvo justo enfrente de la entrada de mi casa. Al frenar, me bajé de la bicicleta y volteé hacia él. El poste de luz lo alumbraba por detrás y proyectaba una sombra en su rostro, pero pude ver sus ojos cuando se levantó la gorra, y entonces... las sentí.

    Las mariposas de las que hablaban las otras chicas.

    El miedo a lo desconocido se apoderó de mi cuerpo y yo corrí la mirada hacia la calle.

    Había un silencio punzante en el aire y el zumbido del poste de luz comenzó a irritarme. Se produjo una situación incómoda. Yo esperaba que él se moviera, o que dijera algo, pero ninguno de los dos hizo nada. Pasmada, sin saber qué hacer, quise convertirme en una bola y rodar lejos de allí. Así no éramos nosotros, no nos quedábamos en silencio sin interactuar, en especial Trevin. Él siempre hacía algún comentario ingenioso, tenía una naturalidad que me sorprendió desde el primer momento en que lo conocí.

    El sonido de mis padres saliendo de la casa interrumpió mis pensamientos.

    —Lily, estás en problemas, jovencita. ¿Sabes qué hora es? —mi padre me regañó.

    Miré a Trevin, nuestras miradas se encontraron por un momento antes de voltearme a pedir disculpas para salvar mi vida.

    —Perd...

    —Señor Pace, lo siento tanto —Trev me interrumpió—. Fue mi culpa. Mi bicicleta se averió y tuvimos que abandonarla en las colinas para no llegar incluso más tarde, por eso estoy usando la de Lily —se bajó de la bicicleta y la llevó hasta la cochera, en dirección a mis padres.

    Mis padres querían confirmar la historia. Primero me miraron a mí y luego de nuevo a Trevin.

    —Lo sentimos, pero no tuvimos alternativa. Tenemos que ir a buscar su bicicleta por la mañana. Trev me trajo en... —hice una pausa y sentí mis mejillas ruborizarse de pronto, avergonzada y sin poder mirar a ninguno de mis padres a los ojos—. Me... me trajo sentada en el manubrio.

    Sentí la necesidad de mirar a Trevin y cuando volteé, nuestras miradas conectaron nuevamente, pero él giró rápido hacia mis padres.

    —Está bien, Trevin, siento mucho lo de tu bicicleta. Me alegra que hayan podido volver a casa sanos y salvos. Tu madre está muy preocupada, así que ve a casa. Buenas noches.

    Mi padre tomó mi bici y la entró en la cochera. Trevin me miró, de nuevo sentí las mariposas remontando vuelo en mi estómago. Nuestras miradas se cruzaron una vez más en un segundo eterno antes de que él volteara y se fuera a su casa.

    La suave risa de mi madre rodeándome con los brazos me quitó de mi estado de trance inducido por las mariposas.

    —Bueno, bueno, ya era tiempo de que ustedes dos se fijaran el uno en el otro —me dijo en tono burlón.

    Negué con la cabeza.

    —¿Qué? ¿De qué hablas? —me encogí de hombros apartándome de ella, molesta con su comentario.

    —Ajá... —rió al alejarse, volviendo hacia adentro—. Me alegra que hayas vuelto sana y salva a casa, Lily —me dijo sobre su hombro, dejándome sentada en la oscuridad de la cochera, sola con mis mariposas, sin poder pensar en otra cosa que en estar apoyada en el pecho de Trevin.

    Luego de prepararme para ir a dormir, me arrastré entre las cobijas y oí el pitido de mi walkie-talkie.

    —Oye, Lily Pad, ¿estás ahí?

    Nuestras habitaciones estaban enfrentadas, pero había unos buenos doce metros entre nuestras casas. Unos años atrás, su madre le había regalado walkie-talkies para navidad, y él lo primero que hizo fue correr hacia mi casa para darme uno. Lo había tenido conmigo desde entonces.

    Lo tomé de la repisa y abrí las cortinas para verlo mientras hablábamos.

    —Sí, aquí estoy. A punto de irme a dormir. ¿Qué pasa? —le dije mientras nos mirábamos, ensombrecidos por la luz de la habitación a nuestras espaldas.

    —Hola —sonrió, inclinando simpáticamente la cabeza hacia un lado.

    —Hola —respondí, sintiendo las mariposas de nuevo. Malditas mariposas.

    —¿Estás en problemas?

    —No, gracias por contarle a mis padres lo de tu bicicleta.

    —No te preocupes. No quería que tuvieras problemas.

    —¿Qué hay de ti? ¿Se enojó tu padre?

    Su padre jamás había sido un tipo muy simpático que digamos, pero en ese último tiempo había notado que las cosas no andaban muy bien en su casa. Su padre actuaba distinto, más distante de lo que había sido en el pasado. Cada vez que le preguntaba a Trevin sobre él, cambiaba de tema. Por otro lado, a su madre la adoraba. Era la mujer más dulce del mundo, siempre nos ofrecía algo para comer y nos llevaba a donde quisiéramos ir. Incluso había ido a algunas de mis clases de danza y se había ofrecido como instructora.

    Le oí suspirar antes de responder.

    —Aún no ha llegado a casa —se limitó a decir. Miré el reloj y me pregunté dónde podía estar su padre luego de las 10 de la noche.

    Extraño...

    Nos sentamos en silencio, aunque nuestras conversaciones normalmente fueran eternas. No había mucho para decir esa noche, y los nervios en mi estómago me dificultaban incluso respirar.

    —Entonces... ¿Quieres ir por tu bici mañana? —se me ocurrió preguntar.

    Antes de que pudiera responder, unas luces iluminaron su casa, era su padre estacionando en la entrada.

    —Eh, me tengo que ir. Que descanses.

    Trevin dejó caer abruptamente el walkie-talkie y corrió a apagar la luz de su habitación.

    No podía evitar preguntarme qué había ocurrido. Respondí que descanses, más para mí misma que para él, ya que había perdido su atención por completo. Me levanté a apagar la luz de mi habitación y meterme en la cama, acurrucándome bajo las sábanas y acomodando la almohada. 

    Justo cuando mis ojos se cerraban, me despertaron unas voces sordas. Intenté descubrir su procedencia y me di cuenta de que venían del walkie-talkie que se había caído entre mi cama y la pared.

    Lo tomé firmemente y bajé rápido el volumen porque las voces se habían convertido en fuertes gritos. Me asomé por la ventana intentando ver qué ocurría. En el apuro de meterse en la cama, Trevin debió haber intentado ocultar el walkie-talkie de manera tal que el botón para hablar se mantuvo oprimido contra algo.

    Las luces se prendieron y vi una silueta alargada en la puerta. La voz en el walkie-talkie había delatado a su padre antes de que pudiera verlo.

    —¿Qué demonios hiciste?

    Su voz era tan intensa que se quebraba por su propia fuerza.

    Trevin se incorporó en su cama, pegándose a la pared tanto como le fue posible para poner una distancia entre él y su padre.

    —Fue un accidente, lo juro.

    Con impotencia, vi a mi amigo agacharse en un rincón, con la voz temblorosa de miedo mientras se protegía a sí mismo de la embestida de palabras que su padre le estaba arrojando.

    —¿Qué fue lo que te dije? —le respondió a los gritos—. No existen los accidentes. Si no fueras un inútil o un completo fracasado, esta mierda no hubiera ocurrido.

    —Papá, lo siento. No fue mi intención —Trevin se cubrió el rostro con las manos, intentando defender sus acciones.

    —¿Qué tal si vendo tu maldito guante de béisbol para pagar por una rueda nueva? Parece ser lo único que te importa de todos modos.

    —No, papá, por favor no lo hagas. Pagaré por ella, lo juro. Cortaré el pasto a los vecinos por dinero, lo prometo, por favor no me quites el guante.

    Su padre atravesó la habitación y mis ojos lo siguieron, aterrorizados por las consecuencias que estaba por afrontar Trevin. Ni en mis peores pesadillas hubiera imaginado a su padre levantando el puño y golpeándolo, seguramente en el rostro.

    La voz de ese hombre era diabólica, como si lo hubiera poseído el diablo.

    —Sí, claro que lo harás.

    Mi estómago se contrajo y mi pecho rogaba un poco del aire que mi cuerpo le negaba. No podía creer lo que estaba viendo. Era imposible que eso estuviera ocurriendo. No a mi mejor amigo.

    Finalmente, su padre se dio la vuelta y abandonó la habitación, dejando a Trevin solo. Lo oí llorar contra la almohada a través del walkie-talkie.

    Inmóvil, paralizada de miedo, me quedé mirando hacia su habitación, sabiendo que nada volvería a ser lo mismo entre nosotros, o en su familia.

    Luego de unos minutos, su madre entró en la habitación y cerró despacio la puerta detrás suyo. Ni bien trabó el pestillo, corrió hacia la cama para consolar a Trevin.

    —Oh, cariño, ¿estás bien?

    El walkie-talkie me permitió oír el grito sofocado cuando vio el rostro de su hijo. Lo sujetó enseguida, presionándolo contra su pecho y balanceándose hacia adelante y hacia atrás en un abrazo protector, como haría cualquier madre cuyo bebé está herido.

    —Lo siento tanto, mi cielo. Sabes que no es su intención. está pasando por un mal momento. Te prometo que esto nunca volverá a suceder. A ver, déjame verte.

    Lo apartó de su pecho lo suficiente como para inspeccionar su rostro y acarició suavemente sus mejillas. Su interacción era reconfortante, incluso para mí, pero nada de esto estaba bien.

    Mi corazón estaba roto.

    * * *

    La imagen de Trevin escabulléndose de lo que sabía que se le aproximaba me hizo dar vueltas en la cama toda la noche. El sonido del puño de su padre al golpearlo, el impacto que resonó en el walkie-talkie, se reproducía una y otra vez en mi mente. No podía evitarlo por más que intentara. Una vez de día, continuaba teniendo un nudo en el estómago y no tenía idea de qué hacer,

    Recostada en mi cama, viendo una repetición de Los años maravillosos, escuché el walkie-talkie encenderse.

    —Oye, Lily Pad, ¿estás despierta?

    Las mariposas remontaron vuelo en mi estómago cuando su voz comenzó a bailar alrededor de mi habitación. No era la primera vez que me hablaba al despertarse y definitivamente no era la primera vez que me llamaba Lily Pad, pero por algún motivo esta vez era diferente. Mis sentimientos por él, nuestra amistad, su familia... todo era diferente. Había solo una cosa que no podía negar y que anulaba todas mis incertidumbres: su voz me erizaba la piel y hacía que las mariposas batieran las alas a toda velocidad. No sabía si sonreír o vomitar de los nervios que me invadían.

    Me tragué los sentimientos y llené de aire mis pulmones, elegí fingir que todo seguía igual.

    —Solo si dejas de llamarme Lily Pad —bromeé, mirando al techo, tomando una buena bocanada de aire.

    Su risa se escabulló por el walkie-talkie.

    —Eso jamás. Vamos por mi bici.

    Sacudí la cabeza, incapaz de borrar esa sonrisa molesta de mi rostro. Este estúpido apodo sigue presente desde el primer día.

    —Bien, dame quince minutos y te veo abajo.

    —Genial, nos vemos.

    Pasé diez de los siguientes quince minutos mirándome al espejo, perdida en mis pensamientos. Un cosquilleo corría ardiente por mis venas y mi pecho se comprimía al recordar cómo lo había tratado su padre anoche. Finalmente, junté el coraje y bajé a encontrarme con mi mejor amigo.

    Mi mamá estaba en la cocina tomando su café.

    —¿Mamá?

    —Sí, mi cielo —levantó la mirada hacia mí.

    Hasta ese momento nunca me había dado cuenta de lo afortunada que era de tener los padres que tenía. Tanto mi madre como mi padre hubieran hecho lo que sea por mí. Diablos, habían cambiado toda su vida para alejarse de la ciudad y poder darme una infancia normal.

    Consideré hablar con mi madre sobre lo que había atestiguado, pero honestamente no sabía si había algo que ella pudiera hacer al respecto. Solo estaba segura de una cosa: no quería que vieran a Trevin o a Julie de manera diferente, así que decidí mantener el secreto a salvo conmigo.

    —Saldré con Trevin a buscar su bici —le dije, habiendo cambiado completamente de opinión.

    Ella sabía que yo ocultaba algo, me conocía demasiado. Me enfrentó, me vio a los ojos, sintió la duda en mi rostro, ella lo sabía.

    —¿Todo en orden?

    —Sí, solo quería pedirte disculpas por lo de anoche —solté una mentirilla. Es decir, de verdad lo sentía, pero no era realmente lo que quería decirle.

    —Está bien. Entendemos que estas cosas ocurren a veces. Solo me alegra que estén bien. Debo admitir que saber que estabas con Trevin me calmó un poco. Sé que él te quiere mucho.

    Sonreí, sabiendo lo importante que es mi mejor amigo para mí. Sabía que él hubiera hecho lo que sea para protegerme. Ahora solo necesitaba averiguar qué podía hacer yo para protegerlo a él.

    —Gracias, mamá —la abracé más fuerte de lo normal y salí por la puerta principal.

    Al salir encontré a Trevin con su gorra de béisbol, sentado en los escalones dándome la espalda. El solo verlo hacía que una gran sonrisa se dibujara en mi rostro y que las mariposas remontaran vuelo a toda velocidad.

    Sin decir una palabra, me senté a su lado, cerca pero casi sin tocarlo, mirando hacia la calle enfrente nuestro.

    —¿Qué hay de nuevo? —lo saludé.

    —No mucho —golpeó su pierna contra la mía.

    Me volví hacia él y mi corazón se hundió al ver su ojo morado. Tenía un pequeño corte justo arriba del hematoma que intentaba ocultar con la gorra. Tomó aire y su pecho se infló pero no dijo ni una palabra al soltarlo. Estaba tratando desesperadamente de disimular que estaba temblando.

    Me incliné, levanté su gorra apenas, sin decir una palabra, besé suavemente su ojo y apoyé mi mano en la suya sobre su rodilla. Nos sentamos en silencio, diciendo todo lo que había por decir con ese simple gesto y luego se paró y me ayudó a levantarme para que fuéramos por su bicicleta.

    Capítulo 2

    La música está viva,

    corre por mis venas.

    Me nutre, alimenta.

    Le da sentido a mi vida.

    Trevin Allen

    Lily, 13 años.

    —Mis padres me obligan a aprender a tocar un instrumento —me quejé con Trevin mientras volvíamos juntos de la escuela.

    —¿De qué te quejas? Ya quisiera yo saber tocar la guitarra pero mi padre jamás me lo permitiría. Ni siquiera me atrevería a preguntar. Ya me ha amenazado demasiadas

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