Carta viviente
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Carta viviente - Jaime García Terrés
poemas
CARTA VIVIENTE
•
ESCRIBO —lo que siempre quise—
una carta viviente
con ojos y cabello
en el color de mis recuerdos y marcada
por la voracidad perpleja del abismo.
Mira cómo se mueve resumiéndome
sobre la núbil hoja de papel renovando
todo cuanto soy:
la primera persona del singular ficticio
que nació con mi nombre y cuyas manos
describen signos incesantes para cortar un mundo
a mi propia medida pero lleno
de ti, de nadie,
miserere nobis.
Observa sus catálogos de luces
y sombras y matices;
va reviviendo lo pensado
por debajo y encima del cerebro,
lo leído entre líneas;
la mudanza que sufren los sentidos
al velar a sus muertos,
los puntos supensivos y las exclamaciones
carentes de contexto; rescatando
podridos comentarios que a su hora
retuve porque iban a causar desazón
(un sí, tres no, muchísimos no sé
y escándalos mayores, manotazos, ah
se te llena la boca de alimañas),
cargados aún hoy de amor difuso,
y cierta contumacia trashumante
que no suele caber en semejantes moldes;
ni siquiera soñarse,
muy menos desnudarse.
Frases. Las dejaré hablar por mí.
Fatigado, la vida me doblega.
Como tallo vencido por la espiga
nací para dejar caer mi testamento.
Aquí yace mi cuerpo,
allá mis resonancias.
• AVATARES DE MELUSINA •
Apenas bautizada la serpiente
la coloreó el misterio
y así nos aparece:
descrita por Milton,
y en el esbozo de Paul Valéry
(emplumada, mejor, entre nosotros,
bajo el nombre fugaz de Quetzalcóatl).
En un momento dado mordió su propia cola,
obvio presagio y luz del infinito,
y en Bizancio verán los estudiosos
imágenes del águila que la
devora,
similares al pregonado símbolo
(ignoro yo si fue veraz o apócrifo)
de la remota fundación de México.
No divaguemos;
nos hallamos al centro del Edén;
al margen del Milenio
sobreviven
el Bosco y su jardín, y más allá
dispersos rituales de réprobos ofitas.
Ah, por supuesto, apenas
de soslayo miremos a la feligresía:
nada puede aclararnos
a pesar de tan buenas intenciones,
si luego de insistentes
viajes al centro de ceremonias
adereza un arrullo monocorde,
mal adobado con austeras
discrepancias del mito primigenio.
Pero los trovadores de aquel mítico signo,
que sí lo evocan o adivinan,
niéganse por su parte a definir
a Melusina, La Serpente
de Lusignan (¿ fue ella
sirena —di, Nerval— o femenina sierpe?
¿y cuál es la distancia rigurosa
entre las unas y otras?
¿cola tuvo los sábados de pez o de reptil?)
Dejemos todo ello dormir sobre el pasado,
cabe el celo feroz de sus guardianes
y clasificaciones,
en esa estela sobrenatural
de cualesquiera historias arcaizantes.
Muy al principio floreció Lilith,
diabólica según dice,
y aun quizá la misma serpiente del árbol edénico;
y súcubo seductor de Adán y su consorte, Eva,
gran impulsora ésta de linajes
con cierto aire familiar.
Duerman los tres o más con la Medusa ambigua
de las fatalidades y cabellos,
y engañen su dormir
la Lorelei de Heine y Lamia la de Keats.
Acaso puedan saber juntos
—y acaso en tal nocturna febrícula divulguen—
los secretos mortales que guarece
discreta la raíz del mundo,
allá donde la tierra nuestra
desnuda poco a poco sus orígenes
sólo
ante pupilas aptas para recuperarlos.
• NOX ANIMÆ