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Carta viviente
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Libro electrónico112 páginas33 minutos

Carta viviente

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La exploración y catalogación del archivo de Jaime García Terrés reveló la existencia de varias decenas de poemas inéditos, que se examinaron con cuidado para componer Carta viviente<>, testamento lírico de uno de los principales autores de la literatura mexicana contemporánea. El autor fue poeta, ensayista y traductor, y director del Fondo de Cultura Económica e impulsor de instituciones culturales.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2014
ISBN9786071624741
Carta viviente

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    Carta viviente - Jaime García Terrés

    poemas

    CARTA VIVIENTE

    ESCRIBO —lo que siempre quise—

    una carta viviente

    con ojos y cabello

    en el color de mis recuerdos y marcada

    por la voracidad perpleja del abismo.

    Mira cómo se mueve resumiéndome

    sobre la núbil hoja de papel renovando

    todo cuanto soy:

    la primera persona del singular ficticio

    que nació con mi nombre y cuyas manos

    describen signos incesantes para cortar un mundo

    a mi propia medida pero lleno

    de ti, de nadie,

    miserere nobis.

    Observa sus catálogos de luces

    y sombras y matices;

    va reviviendo lo pensado

    por debajo y encima del cerebro,

    lo leído entre líneas;

    la mudanza que sufren los sentidos

    al velar a sus muertos,

    los puntos supensivos y las exclamaciones

    carentes de contexto; rescatando

    podridos comentarios que a su hora

    retuve porque iban a causar desazón

    (un sí, tres no, muchísimos no sé

    y escándalos mayores, manotazos, ah

    se te llena la boca de alimañas),

    cargados aún hoy de amor difuso,

    y cierta contumacia trashumante

    que no suele caber en semejantes moldes;

    ni siquiera soñarse,

    muy menos desnudarse.

    Frases. Las dejaré hablar por mí.

    Fatigado, la vida me doblega.

    Como tallo vencido por la espiga

    nací para dejar caer mi testamento.

    Aquí yace mi cuerpo,

    allá mis resonancias.

    • AVATARES DE MELUSINA •

    Apenas bautizada la serpiente

    la coloreó el misterio

    y así nos aparece:

    descrita por Milton,

    y en el esbozo de Paul Valéry

    (emplumada, mejor, entre nosotros,

    bajo el nombre fugaz de Quetzalcóatl).

    En un momento dado mordió su propia cola,

    obvio presagio y luz del infinito,

    y en Bizancio verán los estudiosos

    imágenes del águila que la

    devora,

    similares al pregonado símbolo

    (ignoro yo si fue veraz o apócrifo)

    de la remota fundación de México.

    No divaguemos;

    nos hallamos al centro del Edén;

    al margen del Milenio sobreviven

    el Bosco y su jardín, y más allá

    dispersos rituales de réprobos ofitas.

    Ah, por supuesto, apenas

    de soslayo miremos a la feligresía:

    nada puede aclararnos

    a pesar de tan buenas intenciones,

    si luego de insistentes

    viajes al centro de ceremonias

    adereza un arrullo monocorde,

    mal adobado con austeras

    discrepancias del mito primigenio.

    Pero los trovadores de aquel mítico signo,

    que sí lo evocan o adivinan,

    niéganse por su parte a definir

    a Melusina, La Serpente

    de Lusignan (¿ fue ella

    sirena —di, Nerval— o femenina sierpe?

    ¿y cuál es la distancia rigurosa

    entre las unas y otras?

    ¿cola tuvo los sábados de pez o de reptil?)

    Dejemos todo ello dormir sobre el pasado,

    cabe el celo feroz de sus guardianes

    y clasificaciones,

    en esa estela sobrenatural

    de cualesquiera historias arcaizantes.

    Muy al principio floreció Lilith,

    diabólica según dice,

    y aun quizá la misma serpiente del árbol edénico;

    y súcubo seductor de Adán y su consorte, Eva,

    gran impulsora ésta de linajes

    con cierto aire familiar.

    Duerman los tres o más con la Medusa ambigua

    de las fatalidades y cabellos,

    y engañen su dormir

    la Lorelei de Heine y Lamia la de Keats.

    Acaso puedan saber juntos

    —y acaso en tal nocturna febrícula divulguen—

    los secretos mortales que guarece

    discreta la raíz del mundo,

    allá donde la tierra nuestra

    desnuda poco a poco sus orígenes

    sólo

    ante pupilas aptas para recuperarlos.

    NOX ANIMÆ

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