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Miscelánea "El Deseo": Ensayos y confesiones
Miscelánea "El Deseo": Ensayos y confesiones
Miscelánea "El Deseo": Ensayos y confesiones
Libro electrónico136 páginas1 hora

Miscelánea "El Deseo": Ensayos y confesiones

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Un eclipse, una partida de ajedrez, un juego entre luz y sombra es Miscelánea “El Deseo”. Los opuestos se contraponen; sin embargo, al hallarse frente al otro, el reflejo anula su independencia y los acerca cada vez más hasta que son uno mismo.
Al igual que la luz a través del prisma, el “deseo" se fragmenta y despliega en cada capítulo de la primera parte del libro, Ensayos. Es la esencia de la reflexión. Atto lo desmenuza e indaga desde múltiples perspectivas. Luis Buñuel, Albert Camus, Octavio Paz, Umberto Eco, Oscar Wilde y Kurt Cobain, entre otros, acompañan al autor en la travesía.
Por otro lado, Recuentos y confesiones, segunda parte, destruye el irrevocable muro que separa al lector del escritor. Éste renuncia al disfraz y se muestra por completo al hacer notar la virtud redentora del Arte. En este apartado, Atto sugiere una poética honda y franca que culmina en la clave de Miscelánea: la pregunta y el equilibrio.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 feb 2016
ISBN9786078409181
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    Miscelánea "El Deseo" - Atto Attie

    MISCELÁNEA EL DESEO

    (ensayos y confesiones)

    Colección Lumía

    Miscelánea El Deseo

    Colección Lumía

    Serie Narrativa

    D.R. © Abraham Attie Askenazi, 2015.

    D.R. © Diseño de portada: Ricardo Velmor, 2015.

    D.R. © Textofilia S.C., 2015.

    D.R. © 2015, Textofilia Ediciones

    Paseo Lomas Verdes No. 151,

    Col. Lomas Verdes 4a sección,

    Naucalpan, Estado de México.

    C.P. 53125

    Tel. 55 75 89 64

    editorial@textofilia.mx

    www.textofilia.mx

    ISBN: 978–607–8409–07–5

    Primera edición.

    Queda rigurosamente prohibido, bajo las sanciones establecidas por la ley, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin la autorización por escrito de los editores.

    [ MISCELÁNEA EL DESEO ]

    Atto Attie

    [ Índice ]

    ENSAYOS

    Buñuel y el deseo: símbolos perfectos

    de cocteau a cobain

    Crash

    Enigma

    CONFESIONES Y RECUENTOS

    Ese brujo sanador

    El fin

    Bibliografía

    Traducciones

    Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido

    la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída,

    sólo éste ha vivido de verdad.

    Stefan Zweig

    [ ENSAYOS ]

    What do you want a meaning for?

    Life is a desire, not a meaning.

    Desire is the theme of all life.

    Calvero

    [ BUÑUEL Y EL DESEO: SÍMBOLOS PERFECTOS ]

    El mito de Sísifo de Albert Camus es sin duda una de las obras literarias más fascinantes que jamás he leído. En ella se expresan y analizan ideas que constantemente dan justo en el clavo a inquietudes, cuestiones y temas de la más severa importancia y relevancia, tanto personal como universal, las cuales son primordiales en todas las facetas de nuestra trayectoria humana.

    En uno de sus pasajes, en donde aborda la esperanza y el absurdo en la obra de Franz Kafka, Camus hace una interesante anotación referente a los símbolos: Un símbolo siempre trasciende a aquél que lo utiliza y lo hace en realidad decir más de lo que se da cuenta que está expresando.(1) Esta reflexión llama la atención, ya que sugiere que los papeles de alguna manera se pueden llegar a invertir y que el símbolo –cobrando vida propia, convirtiéndose en un ente autónomo– es quien puede lograr actuar sobre el sujeto que lo aplica: rebasa o devalúa la intención original de la imagen, idea, pensamiento o propuesta estética.

    Así éste funciona de ambas formas, en pro y en contra de quien saca provecho de él. Es decir: en pro para ayudar a articular de manera más fina, por su virtud mágica de ser justamente un símbolo, lo que el autor se proponía expresar inicialmente; de esta forma, ya sea por azar o designio, aumenta y embellece aún más la idea original. De igual modo puede funcionar en contra –seguramente de manera no intencional– expresando o sugiriendo, es decir simbolizando algo distinto y menos valioso de lo que el autor se proponía decir originalmente.

    A pesar de que la razón poco puede hacer para ayudarnos a determinar de manera inmediata la precisión, a medir la finura, la destreza estética o el valor de un símbolo –especialmente cuando se trata de símbolos artísticos–, en ocasiones es inevitable sentir, a través de lo generalmente atinado y generoso de nuestra intuición, que existen símbolos perfectos. Estos nos explican de una manera tenue, pero a su vez escandalosa –aunque parezca contradictorio–, objetos e intenciones que están incrustados en nuestra psique, los cuales insisten en ser expresados, revelados, pero que nos resultan inalcanzables.

    Apunta al respecto Gershom Scholem en su libro La Cábala y su simbolismo: De acuerdo con su propia naturaleza, los símbolos expresan algo inefable en el mundo de lo formal.(2) Es decir: el símbolo no cabe, no puede estar contenido en la envoltura del lenguaje propio; el símbolo es vapor en tanto que las palabras son concreto; una cosa y la otra expresan realidades de naturalezas distintas.

    A su vez, Mircea Eliade comenta en su Tratado de historia de las religiones: Uno de los rasgos característicos del símbolo es la simultaneidad de los sentidos que revela.(3) En los símbolos existe plasticidad y contenido –es decir, justamente, simultaneidad–.

    El símbolo es una imagen, una idea disfrazada, la cual hace alusión al cuerpo concreto que se esconde debajo de sus faldas –contenido–; sin embargo la fachada del símbolo es distinta a la fachada del contenido; es diferente justamente por la virtud de ese vestido que lleva puesto encima. El contenido dice y el símbolo propone. El contenido es aserción y el símbolo posibilidad inagotable. El contenido es ropa mientras que el símbolo es disfraz.

    Un símbolo de medio pelo es una cuenta de vidrio, es la decoración kitsch de una idea, una proyección mal maquillada; el símbolo perfecto es el disfraz que se atina de manera idéntica a la entidad que encubre –contenido– pero sin dejar de ser en sí el velo de una estética hermosa: en otras palabras, el contenido convertido en plasticidad; la forma artística como emisora de significado.

    Un ejemplo de semejante hallazgo estético, que por atino de sus virtudes plásticas logra cobrar dicho sentido de perfección, es decir, proyectar significado a través de una imagen, es el de la navaja rebanando por la mitad al ojo en Un perro andaluz (1929) de Luis Buñuel.

    En mi interpretación simbólica, que seguramente no será compartida por muchos, y probablemente menos por Buñuel, la petición es clara; nos pide, a través de esa imagen–símbolo, simbólicamente, que nos cortemos los ojos para así poder tenerlos verdaderamente abiertos; con un gesto más expresionista que surrealista, nos pide que rasguemos nuestra mirada, que veamos más allá de las apariencias, que nos adelantemos –o atrasemos– a la percepción y observación ortodoxa de las cosas, que juzguemos con otra mirada, que nos rebanemos los ojos para poder ver que todo no es lo que parece.

    Semejante símbolo hace que la propuesta intelectual quede bien expuesta sin tener que sacrificar ni un ápice de valor artístico, de imaginación estética. La navaja en el ojo es una idea concreta, un ensayo intelectual expresado por una plasticidad maravillosa; la petición de Buñuel es tan evidente, pero tan escandalosa a su vez: Abran los ojos, que no logramos entenderla ni interpretarla inmediatamente.

    La perfección siempre exige una aguda atención; cuesta trabajo admirarla. Lo claro del símbolo del ojo y la navaja –su plasticidad y su contenido– hacen que éste se convierta en otra cosa, acaso en conmoción, acaso en shock value, acaso sencillamente en una imagen que carece de lógica. Es probablemente eso, lo atinado de la propuesta, lo tan exacto del símbolo, a mi parecer, lo que causa tan pobre y deplorable respuesta en el espectador; esa repulsión, esa condena a la imagen –contraria a la respuesta ideal, la cual consistiría en asumir un estado de reflexión– no es sino la reacción del espectador al sentirse amenazado por lo grandioso y atrevido de la imagen–símbolo.

    Este injusto repudio a la propuesta visual –recordemos aquí el escándalo que causó al ser exhibida originalmente– puede ser analizado de dos maneras: el espectador se horroriza por lo descabellado de la imagen inmediata y asqueado decide abandonar la sala de cine, ya que un sin sentido tan grotesco es más de lo que puede digerir; o el espectador se escandaliza por lo que Buñuel propone y abandona también la sala, porque ha comprendido la magnitud del símbolo, y la idea de tener que abrir los ojos le parece demasiado aterradora; no está dispuesto a percibir las cosas de manera distinta, no quiere abandonar la comodidad del mundo con el que está familiarizado y no quiere comenzar a observarlo de otra forma, a vivirlo de manera distinta…

    Alargar, inventar

    Existe un motivo por el cual Buñuel y sus dos primeros filmes surrealistas, Un perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), cobran un especial interés dentro de mi inventario cinematográfico. Esta razón se debe a que el cine, a diferencia de la literatura o la pintura, era un medio de expresión relativamente nuevo, con apenas unos treinta y cinco años de historia, lo cual hacía que su vocabulario constituyera una nueva forma de expresión estética.

    Breton y Duchamp eran genios que creaban propuestas frescas en artes arcaicos, que les daban continuidad al transformarlos, al acelerar y definir sus mutaciones, eran parte de la tradición artística que desafía las reglas intelectuales y estéticas planteadas por el pasado: parte de la contracultura e innovación creadora que reinventa al Arte, tal y como se ha hecho desde el Renacimiento hasta la actualidad; pero la pintura y la escritura son instituciones arcaicas. En cambio Buñuel, a medida que crecía con el siglo, más que meramente continuar con una herencia artística, creaba, a través de esta nueva forma de expresión estética, este cine que prácticamente había sido inexistente unos treinta años atrás, un lenguaje nuevo y original, el cual se iba convirtiendo en el pilar de una expresión artística moderna.

    Los crucifijos de Dalí son sin duda conmovedores, son valiosos en tanto que son innovadores; son una gran variación de los miles de cuadros de otros Cristos crucificados. En cambio, la representación del desquicio de Arturo de Córdova en Él (1952), es, cinematográficamente, sin precedentes. El tema de la locura en la cual cae preso Francisco, el personaje principal, a causa de celos patológicos, es retomado cuarenta y dos años después por Claude Chabrol en L’Enfer (1994). Dalí reinventa los cristos de El Greco, Chabrol reinventa el

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