Las Guerras Púnicas: Una Guía Fascinante sobre la Primera, Segunda y Tercera Guerras Púnicas entre Roma y Cartago, incluyendo el Ascenso y la Caída de Aníbal Barca
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Las guerras púnicas (264 a. C. – 146 d. C.) fueron una serie de guerras entre los ejércitos de las ciudades antiguas de Cartago y Roma. Años antes del estallido de las batallas, Cartago pasó de ser una pequeña comunidad portuaria a una de las ciudades más ricas y poderosas de la región mediterránea. Cartago tenía una armada poderosa, un ejército mercenario y recursos abundantes para actuar como una autoridad en el comercio y la política. Por ello, Cartago prohibió el comercio romano en el Mediterráneo Occidental a través de un acuerdo con Roma, la cual era solo una pequeña ciudad en esa época. Al no tener un ejército organizado, Roma no tenía otra opción más que cumplir con el tratado.
Sin embargo, como demuestra la historia, Roma no permaneció pequeña e insignificante por mucho tiempo. A medida que su tamaño y poder crecían, también aumentó el deseo de Roma por luchar contra sus opresores cartaginenses; y así surgieron las tres guerras púnicas. Al principio del conflicto, Cartago dominaba el Mediterráneo. Ya hacia el final de las guerras, Roma no solo había conquistado Cartago, sino que además se había convertido en la sociedad más fuerte en el Mediterráneo Occidental. Fue periodo de formación para la República romana, el cual eventualmente la llevaría a formar su propio imperio.
En Las Guerras Púnicas: Una Guía Fascinante sobre la Primera, Segunda y Tercera Guerras Púnicas entre Roma Cartago, incluyendo el Ascenso y la Caída de Aníbal Barca, usted podrá descubrir temas como:
- La historia inédita sobre lo que fueron las guerras púnicas, dónde se lucharon y los eventos principales que rodearon a esta histórica guerra.
- El relato completo de las batallas épicas libradas durante las tres guerras que duraron más de 118 años.
- El resultado de muchos años de guerra entre las dos grandes potencias: Cartago y Roma.
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Las Guerras Púnicas - Captivating History
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Introducción
Las guerras púnicas (264 a. C. – 146 d. C.) fueron una serie de guerras entre los ejércitos de las ciudades antiguas de Cartago y Roma. Años antes del estallido de las batallas, Cartago pasó de ser una pequeña comunidad portuaria a una de las ciudades más ricas y poderosas de la región mediterránea. Cartago tenía una armada poderosa, un ejército mercenario y recursos abundantes para actuar como una autoridad en el comercio y la política. Por ello, Cartago prohibió el comercio romano en el Mediterráneo Occidental a través de un acuerdo con Roma, la cual era solo una pequeña ciudad en esa época. Al no tener un ejército organizado, Roma no tenía otra opción más que cumplir con el tratado.
Sin embargo, como lo demuestra la historia, Roma no permaneció pequeña e insignificante por mucho tiempo. A medida que su tamaño y poder crecían, también aumentó el deseo de Roma por luchar contra sus opresores cartaginenses; y así surgieron las tres guerras púnicas. Al principio del conflicto, Cartago dominaba el Mediterráneo. Ya hacia el final de las guerras, Roma no solo había conquistado Cartago, sino que además se había convertido en la sociedad más fuerte en el Mediterráneo Occidental. Fue periodo de formación para la República romana, el cual eventualmente la llevaría a formar su propio imperio.
El poco cohesionado Imperio cartaginense es sinónimo de Imperio púnico, ya que ambos fueron uno solo. Por lo tanto, las guerras púnicas son intercambiables con las guerras cartaginenses, pues depende simplemente del nombre que se prefiera usar. El siguiente es un desglose de los años en los cuales sucedieron la primera, segunda y tercera guerras púnicas:
Primera guerra púnica: 264-241 a. C.
Segunda guerra púnica: 218-201 a. C.
Tercera guerra púnica: 149-146 a. C.
Para seguir el progreso de las guerras de forma clara, este libro está dividido en capítulos que se basan en el año en que tuvo lugar una batalla o una serie de batallas. Las guerras, los tratados y los momentos decisivos más importantes de últimas tres guerras se incluyen aquí, aunque se excluyeron algunos eventos con pocos registros.
Capítulo Uno – Los Fenicios y Cartago
La historia del Imperio cartaginense comienza con los fenicios, un pueblo antiguo con orígenes en la región que hoy pertenece a Siria, el Líbano e Israel. Era una fuerte sociedad marítima conocida por sus grandes barcos con cabezas de caballo, construidos en deferencia al dios del mar, Yam (o Yamm). La ciudad capital de los fenicios se creó en el tercer milenio a. C en Tiro, en el actual Líbano. Aquí se fundó la industria más famosa de esta sociedad: el teñido de telas de un intenso color púrpura para la realeza mesopotámica.
De hecho, el tinte que se manufacturaba en Tiro le dio al pueblo su nombre: fenicios. El nombre se deriva del griego Phoinikes, que significa púrpura de Tirio
[1]. Según el historiador griego Herodoto, el tinte manchaba la piel de los trabajadores, por lo que los griegos los llamaban Gente Púrpura
[2].
La sociedad fenicia era compleja y multifacética, la cual se caracterizada por su gran inteligencia, comercio, literatura y arte. Herodoto le atribuye la fundación del alfabeto griego al de los fenicios, y este último constituye la base de la mayoría de las lenguas occidentales de la actualidad. Utilizando ese mismo alfabeto, los fenicios escribieron algunos de los primeros libros en el mundo sobre papiros fabricados en la ciudad de Gebal. Gebal, conocida como Biblos
o los libros
para los griegos, prestó su nombre permanentemente a la biblia judío-cristiana.
A través del comercio exitoso y la prosperidad económica, este pueblo fundó numerosas ciudades-estado a lo largo del borde del mar Mediterráneo. Una de estas ciudades fue Cartago, fundada en algún momento entre los años 813 y 825 a. C. en lo que hoy es Túnez.[3]
La cultura fenicia se desarrolló por miles de años, pero era un objetivo atractivo para los líderes de las sociedades vecinas. En el año 575 a. C., el rey babilonio Nabucodonosor puso sus ojos en la próspera ciudad-isla de Tiro, sometiéndola eventualmente como parte del Imperio persa al obligarla a pagar un tributo. Como fue subyugada de esta manera, Tiro no pudo continuar respaldando a sus propias colonias con buques de guerra y soldados cuando lo necesitaban. No obstante, continuó siendo una ciudad importante para sí misma y para los persas hasta que fue víctima de otro gran ejército.
El emperador macedonio Alejandro Magno asedió Tiro en el año 332 a. C. como parte de su campaña para conquistar el Imperio persa.[4]A Nabucodonosor le tomó trece años conquistar la ciudad, la cual era imposible de penetrar debido a su ubicación en una isla rodeada por fortificaciones que se dice eran de 45 metros de altura.[5] Previniendo los avances de Alejandro, los gobernantes de Tiro enviaron a las mujeres y niños a Cartago y se prepararon para capear el asedio con confianza.
Por su lado, Alejandro dedicó un tiempo y cuidado enormes para organizar el ataque. Sus hombres construyeron una gran calzada desde el continente hasta la isla y los tiros detuvieron espectacularmente el avance de su ejército. Seis meses después, el emperador macedonio se abrió camino hasta la ciudad isla y destruyó gran parte de lo que consiguió allí. Sorprendentemente, la ciudad de Tiro sobrevivió, aunque ya no era una isla gracias a las construcciones adicionales hechas para fortalecer y ampliar la calzada de Alejandro. A pesar de que estaba viva, Tiro se alejó aún más de su herencia fenicia.
Cartago se convirtió en la líder de las colonias fenicias al oeste luego de la caída de su ciudad madre y posteriormente fundó un imperio poderoso propio.[6] Durante siglos, el Imperio cartaginense luchó contra el de los griegos, como era logísticamente natural debido a sus ubicaciones respectivas en las costas opuestas del mar Mediterráneo. Las dos culturas padecieron tiempos de guerra, tiempos de paz y, con mayor frecuencia, tiempos de comercio, por lo que conocían mucho la una de la otra. El filósofo macedonio Aristóteles de Estagira escribió una descripción de la constitución de Cartago en el siglo IV a. C.:
Se considera que los cartaginenses tienen una excelente forma de gobierno, la cual difiere de la de cualquier otro estado en muchos sentidos, aunque en algunos es parecida a la espartana. En efecto, el estado espartano, cretense y cartaginés se parecen mucho entre sí y son muy diferentes de cualquier otro.
Muchas de las instituciones cartaginenses son excelentes. La superioridad de su constitución es demostrada por el hecho de que la gente común se mantiene leal a ella. Los cartaginenses nunca han tenido una rebelión que sea digna de mencionar y nunca han estado bajo el gobierno de un tirano.
Ellos... tienen sus reyes y su Gerousia, o consejo de ancianos, quienes se corresponden con los reyes y ancianos de Esparta. Sus reyes, a diferencia de los espartanos, no siempre son de la misma familia ni de una ordinaria, pero si hay alguna familia distinguida, ellos son seleccionados de esta y no designados por antigüedad.
El gobierno de los cartaginenses es oligarca, pero han escapado exitosamente de los males de la oligarquía a través del enriquecimiento de una porción del pueblo tras otra al enviarlas a sus colonias. Esta es su panacea y el medio con el cual le dan estabilidad al estado. El accidente los favorece, pero el legislador debe ser capaz de prevenir la revolución sin confiar en los accidentes. Tal como están las cosas, si alguna desgracia ocurriera, y la mayor parte de los sujetos se rebelara, no habría forma de restaurar la paz a través de métodos legales.[7]
Aunque no podría ser considerado un imperio fundamentalmente bélico como el de Alejandro Magno, el Imperio cartaginés tampoco buscaba la paz eterna. A los reyes de Cartago y sus aliados fenicios les desagradaban los griegos y a menudo trabajaban para enviar a estos últimos de vuelta a sus costas de origen. Para el 220 a. C., el Imperio cartaginés gobernaba en todo el sureste