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Raíces Salvajes Irlandesas: La caleta mística, #5
Raíces Salvajes Irlandesas: La caleta mística, #5
Raíces Salvajes Irlandesas: La caleta mística, #5
Libro electrónico294 páginas2 horas

Raíces Salvajes Irlandesas: La caleta mística, #5

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"El camino más largo es el camino más corto a casa". - Proverbio irlandés

Admitir errores no es fácil. Y para la testaruda Margret O'Brien, es prácticamente inaudito. Cuando Margaret regresa a Irlanda para la boda de su hija, se ve obligada a enfrentar su pasado. Simplemente no esperaba estar haciéndolo echada sobre el hombro de un irlandés increíblemente guapo y excepcionalmente enojado.

Sin embargo, Sean Burke todavía puede hacer que los dedos de sus pies se doblen de lujuria.

Veintiocho años, dos países y años de dolor se interponen entre la oportunidad de amor de Sean y Margaret.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 oct 2020
ISBN9781071567944
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    Raíces Salvajes Irlandesas - Tricia O'Malley

    Capítulo 1

    —M AMÁ ,  ESE HOMBRE  está mintiendo. —Margaret

    Grainne O'Brien tiró de la mano de Fiona

    y señaló. A los nueve años, Margaret era una niña precoz e inteligente. Observaba atentamente a la gente, y a menudo les ofrecía opiniones sin filtro sobre su comportamiento.

    —Shh, Margaret. Solo porque puedas ver eso de él no significa que otras personas puedan —dijo Fiona gentilmente a su hija. Margaret la miró con curiosidad.

    —Pero lo está —insistió Margaret.

    El hombre en cuestión estaba, por suerte, demasiado lejos para que la pequeña voz de Margaret lo alcanzara. Se inclinó sobre la mesa y sostuvo la mano de una mujer rubia, mirándola fijamente a los ojos.

    —Sí, así es. Pero hay algunas cosas que debemos permitir que se desarrollen naturalmente —advirtió Fiona y alejó a su hija.

    Margaret miró por encima del hombro al hombre mientras Fiona la arrastraba fuera del pequeño restaurante. Si alguien le hubiera preguntado, no habría podido explicar por qué sabía cuándo la gente mentía, estaba enamorada o escondía algo. Así era como veía el mundo. Nunca le habían dicho que ella fuera diferente.

    —Margaret, cariño, tomemos una taza de té y sentémonos afuera, ¿de acuerdo? —Fiona preguntó y se detuvo en una cafetería al lado del restaurante. Pidió bollos de canela para los dos y una taza de té, y le indicó a Margaret que eligiera una mesa afuera. Margaret eligió una donde todavía tenía una vista del restaurante. Su cerebro de nueve años era curioso y quería saber qué pasaba con el hombre mentiroso.

    Fiona se unió a ella en la mesa. Margaret le sonrió a su madre, admirando su cabello rubio fresa y sus ojos castaños. Margaret se parecía a su madre a ese respecto y le encantaba que Fiona trenzara su largo cabello. Incluso a esta edad, tenía cierta vanidad con su apariencia.

    Fiona le sonrió a Margaret y le sirvió una taza de té, antes de untarle un poco de crema en un bollo. Juntas se sentaron en silencio por un momento mientras el pequeño pueblo de Grace's Cove bullía a su alrededor. Era un hermoso día de primavera, el aire era suave con la promesa del verano. El sol calentaba los coloridos edificios que buscaban atención en la calle principal que conducía al puerto. Al pie de la colina, el agua se extendía, las olas bailaban a la luz del sol.

    —Margaret, cariño, tenemos que hablar —comenzó Fiona.

    Margaret se tensó. Ella ya podía notar que Fiona tenía algo serio, si no aterrador, qué contarle. Podía leer las emociones de su madre, y percibió su inquietud.

    Margaret bajó su bollo.

    —¿Qué? ¿Qué hice mal?

    —No, nada de eso. Quiero hablarte sobre ese hombre en el restaurante —dijo Fiona.

    —Oh. ¿Sabes por qué estaba mintiendo? —Margaret preguntó y le dio un mordisco al bollo de canela, dejando que los sabores se asentaran sobre su lengua antes de tomar un sorbo de su té.

    —No. Y la mayoría de la gente no sabe que está mintiendo. Es hora de que hablemos de tu habilidad —dijo Fiona cuidadosamente.

    Margaret sintió un nudo en el estómago. No estaba segura de lo que estaba pasando, pero podía decir que Fiona estaba tensa.

    —¿Qué quieres decir?

    —Bueno, ¿sabes cómo las otras niñas con las que juegas a veces se molestan cuando dices cosas? ¿Cómo cuando tú sabes si están enamoradas de un chico, o si guardan un secreto?


    Margaret se encogió de hombros y miró fijamente su plato. Últimamente, había tenido más y más problemas con sus amigas. Era difícil para ella mantener la boca cerrada sobre las cosas que veía. No era su intención decir las cosas que sabía; Margaret pensaba que estaba ayudando a sus amigas.

    —¿Están enojadas conmigo? ¿Te dijeron algo tus madres? —susurró Margaret.

    —No, cariño, para nada. Primero, quiero que sepas que te quiero mucho y que siempre lo haré. Pero es hora de que aprendas la verdad sobre ti. Sobre nosotras. Eres una chica extra especial. Como yo. Como todas las mujeres de nuestra familia. —Fiona le sonrió cálidamente a Margaret y Margaret no pudo evitar devolverle la sonrisa a pesar de que su estómago estaba en nudos. Podía sentir el amor que irradiaba su madre, y se sentía segura.

    —¿A qué te refieres con extra especial? ¿Como a que se me dan tan bien las matemáticas? —Preguntó Margaret, dirigiendo deliberadamente la conversación alrededor de donde sintió que se dirigía.

    —No, porque tienes una habilidad especial que otras personas no tienen. Pero, si no aprendes a guardar silencio al respecto, la gente puede tratarte de manera diferente —dijo Fiona y le dio unas palmaditas en la mano a Margaret. —Cariño, eres empática. Es un regalo muy especial que te permite ver los sentimientos de otras personas, incluso si no dicen nada. ¿Ese hombre que viste en el restaurante? Bueno, nadie más sabría que está mintiendo. Ni siquiera la mujer con la que estaba hablando. La mayoría de la gente no puede ver lo que tú ves.

    Margaret sintió que el calor la recorría cuando comenzó a comprender todos los momentos incómodos que había tenido en la escuela. Ella era diferente.

    —¡Pero dijiste que tú podías ver que estaba mintiendo! —dijo Margaret, con acusación en su voz.

    —Yo puedo. Lo vi. Pero, mira, yo también soy diferente. —Fiona le sonrió.

    Margaret sabía que esto era cierto. Había oído susurros en el patio de recreo y alrededor del pueblo. Las habilidades curativas de Fiona O'Brien eran veneradas y temidas. Margaret siempre se había preguntado por qué alguien le tendría miedo a Fiona, cuando aportaba tanto bien a los demás.

    —Entonces, ¿somos raras? —Preguntó Margaret y cruzó los brazos sobre su pequeño pecho. La vergüenza comenzó a levantarse dentro de ella.

    —Margaret O'Brien, para eso. Inmediatamente. —El tono áspero de Fiona atrajo la mirada de Margaret hacia su rostro. —No somos raras. Somos especiales. No todos pueden tener este tipo de dones. Nos han sido transmitidos por una mujer muy famosa.

    Su interés despierto, Margaret jugueteó con su bollo antes de mirar a Fiona.

    —¿Quién?

    —Bueno, nada menos que la famosa reina pirata, Grainne O'Malley. Grace. Igual que mi segundo nombre. Igual que el tuyo.

    —¿Estamos emparentadas con una reina pirata? —dijo Margaret, emocionada. Siempre le había encantado el agua y pasaba muchas horas felices en la caleta con Fiona.

    —Lo estamos... con la mejor en eso. Grace gobernó los mares con un puño de acero y un corazón abierto. Ayudó a mantener gran parte de nuestra cultura irlandesa. Cuando le llegó el momento de fallecer, bueno, eligió la caleta como su lugar de descanso final.

    Las manos de Margaret se detuvieron sobre el plato. 

    —¿Nuestra caleta?

    —Sí, nuestra caleta. La caleta es donde ella eligió morir. Al hacerlo, la protegió. Y, a través del poder que tenía, también le otorgó a todas sus descendientes dones especiales. Tienes suerte de tenerlo. —dijo Fiona ferozmente.

    Margaret miró al otro lado de la carretera hoscamente. Ella no se sentía afortunada. Se sentía diferente ahora.

    —No lo quiero —dijo Margaret obstinadamente.

    Fiona se rió de ella y extendió la mano por encima de la mesa para ahuecar su barbilla.

    —Eso es algo que tendrás que aceptar, mi amor.

    Capítulo 2

    DIEZ AÑOS DESPUÉS

    MARGARET DESCARGÓ EL resto de las tazas de té en el fregadero y accionó el enorme

    rociador sobre ellas. Esta noche estaba pensando en su cita con Sean, así que casi eludió las tazas y se roció a sí misma. Riendo, Margaret se apartó del fregadero y fue a cerrar la puerta con llave, llamando a Sarah, la otra servidora que trabajaba en Grace's Cup, una pequeña tienda de té en el centro de Grace's Cove.

    —Sarah, voy a cerrar. Tengo una cita para la cual prepararme. Puedes irte. —Margaret sonrió con anticipación mientras cerraba con llave la puerta de vidrio y se abría camino a través de las pequeñas mesas que abarrotaban el piso del pequeño restaurante.

    —Muy bien, nos vemos más tarde esta semana —refunfuñó Sarah mientras salía por la puerta de atrás. Margaret puso los ojos en blanco y atravesó la pequeña cocina para abrir la cerradura de la puerta trasera. Sarah siempre tenía una queja u otra. Margaret se encogió de hombros y entró en la habitación de atrás para sacar su bolsa de ropa del armario. Sonriendo, abrió la cremallera de la bolsa para revelar un vestido púrpura oscuro. Lo había guardado solo para esta cita con Sean, sabiendo que avanzarían en su relación pronto.

    Margaret se cambió rápidamente, deslizando el vestido púrpura sobre su figura curvilínea.  Siendo más bien alta, Margaret llevaba bien sus curvas y a menudo había recibido elogios por cómo llenaba un vestido.

    Siempre de las personas equivocadas, pensó Margaret. A los diecinueve años, Margaret todavía era virgen, ya que había rechazado todos los torpes intentos de los chicos ineptos con los que había ido a la escuela. Hasta Sean. Sean se había mudado a Grace's Cove hacía dos años, justo cuando Margaret estaba terminando la escuela. Unos años mayor que ella, Sean le llamó la atención de inmediato. Era todo lo que los chicos de la escuela no eran. Alto, musculoso y con la confianza que la mayoría de los chicos de su edad aún no habían cultivado. El cabello castaño oscuro, los ojos marrones y una sonrisa blanca brillante completaban el paquete, y el corazón de Margaret había estado perdido desde entonces.

    Hacía un mes, Sean se la había topado casualmente en el pub. Terminaron hablando durante bastante tiempo esa noche. Margaret sonrió al pensar en cómo sus amigos se habían desvanecido en un segundo plano mientras se interrogaban uno al otro sobre sus vidas y sus sueños para el futuro. Desde entonces, habían estado robando momentos para estar juntos: una taza de té, un paseo junto al mar. Poco a poco, comenzaron a revelarse el uno al otro.

    Margaret se puso rígida mientras se pasaba un peine por el cabello rubio fresa que le caía hasta la mitad de la espalda. Excepto que ella no había sido completamente sincera con Sean. Ella no le había contado sobre su don. Margaret nunca hablaba de ese lado de sí misma. Con nadie. Desde que Fiona le había enseñado cómo colocar escudos entre ella y el mundo, Margaret había vivido detrás de una barrera, sin resbalar nunca, no queriendo ser diferente.

    Desde la noche en el pub, su atracción mutua había aumentado rápidamente. Margaret ya estaba perdida, y podía sentir que Sean estaba en camino de amarla. Esta noche era su primera cena real. Un cosquilleo de emoción recorrió a Margaret. Nunca se había sentido tan conectada con un chico, con un hombre, antes.

    Margaret se dejó caer el pelo por los hombros y se inclinó para mirarse en el pequeño espejo que colgaba en la habitación de atrás. Tomando su bolsa de maquillaje de su bolso, delineó sus ojos marrones jerez con un lápiz azul marino y difuminó el maquillaje en la línea de las pestañas. Colocándose una sombra de lápiz labial en color rosa suave, Margaret dejó caer la mano y se sonrió en el espejo. El toque de maquillaje hacía que Margaret pareciera mayor, su cara más nerviosa, como si guardara una gran cantidad de secretos femeninos.

    Y qué secretos guardaba, pensó Margaret.

    Sacudiéndose el nerviosismo, Margaret se miró por última vez en el pequeño espejo, estirando el hombro para mirar la parte de atrás de su vestido. Satisfecha, recogió su pequeño bolso y fue a encontrarse con Sean en un restaurante local en la calle donde ambos habían acordado reunirse después de sus días de trabajo. Sabiendo que Sean probablemente no ganaba mucho dinero como pescador, Margaret había elegido un restaurante tranquilo. Aunque probablemente estaba vestida demasiado elegante para cenar, Margaret quería sentirse hermosa.

    Sean había aparecido en sus sueños durante meses. Ella no iba a dejar que nada arruinara esto. Con un juramento solemne a sí misma de nunca hablarle de su don a Sean para que él no se sintiera disgustado, Margaret se fue a cenar.

    Capítulo 3

    SEAN  ESPERABA A Margaret fuera del pub local de pescado y patatas fritas. Se rascó debajo del cuello de una de las pocas camisas de vestir que poseía. Sean se sentía incómodo de pie allí con un simple montón de flores silvestres en la mano, mientras la gente que pasaba por la calle lo miraba con una sonrisa.

    Sean gruñó mentalmente al pensar en los chismes de la ciudad. Aunque había vivido en el pequeño pueblo de Grace's Cove durante un par de años, todavía tenía que acostumbrarse a las costumbres curiosas de los lugareños.

    Sean se recostó contra la pared de ladrillo del edificio y pensó en Dublín. Le había encantado la vida en la gran ciudad y ansiaba dirigir un exitoso negocio de pesca en Galway o Dublín. Pero, él también era prudente. Venir a Grace's Cove, donde existían algunos de los mariscos más preciados de toda Irlanda, había sido una decisión inteligente de su parte. Aquí estaba aprendiendo las complejidades de las diferentes formas de pesca, desde recolectar mejillones hasta atrapar peces más grandes.

    Un destello de calor lo atravesó cuando vio a la bella Margaret O'Brien salir por la puerta principal de la tienda de té por el camino. Su estómago se anudó con lujuria mientras observaba el balanceo de sus caderas debajo de un vestido morado con un dobladillo que era lo suficientemente corto como para que se le hiciera agua la boca. Había visto a Margaret durante más de un año, sin tener la oportunidad de hablar realmente con ella hasta esa noche en el pub.

    La noche que había cambiado su vida.

    Nunca se había enamorado tanto de una chica antes. Había algo... diferente en ella. Era como si ella lo hubiera conocido a él, no solo a la persona que pretendía ser. En solo unos momentos, ella había roto sus barreras y él se había encontrado confiándole sus sueños.

    ¿Estaba enamorado? Oh sí, pensó Sean. Las estrellas llenaban sus ojos, sin duda. Casi podía ver pequeños pájaros cantando alrededor de Margaret mientras caminaba por la calle. Si no la saboreaba pronto, Sean estaba seguro de que moriría. Sosteniendo las flores en alto, se movió por la acera para saludarla. Mientras ella se reía de él y de su pobre ramillete de flores, le pareció que nada en su mundo saldría mal mientras la bella Margaret O'Brien siguiera sonriéndole.

    Capítulo 4

    MARGARET SE RIO DE LA mano extendida de Sean, donde las flores silvestres se marchitaban alrededor de un moño de cordel. Su corazón se apretó cuando tomó las flores y miró sus cálidos ojos marrones.

    —Gracias —dijo Margaret, parpadeando hacia él. Vio el momento en que Sean se inclinó un poco, casi como si fuera a besarla, antes de retroceder. Ella quería estampar su pie en el suelo. Había estado ansiosa por su beso durante meses.

    Margaret sonrió mientras él sostenía la puerta abierta para ella y la conducía al pequeño restaurante. Inhaló el aroma del mar y el hombre cuando pasó junto a él y sintió un repentino impulso de besar la piel que se vislumbraba desde la abertura de su camisa. Tragando contra el calor que se elevaba dentro de ella, Margaret atravesó el restaurante cuando la anfitriona los dirigió a una pequeña mesa en la esquina. Una vela gorda chisporroteaba en el centro de la mesa, y la camarera señaló una pizarra en la pared.

    —La comida está listada allí. ¿Bebidas? —Ella levantó una ceja hacia los dos.

    —Um, una copa del tinto de la casa, por favor —dijo Margaret.

    —No hay vino, cariño; cerveza o sidra.

    —Oh, una Bulmers por favor —dijo Margaret.

    —Guinness —solicitó Sean antes de escanear la pizarra. —Supongo que el pescado y las patatas fritas serían lo mejor, ya que parece ser por lo que son populares.

    —Sí, eso está bien para mí —dijo Margaret a pesar de que su estómago estaba hecho un nudo y estaba bastante segura de que no podría comer nada. Exhaló un pequeño suspiro y sonrió cuando la camarera dejó caer sus vasos sobre la mesa con un golpe, antes de alejarse.

    Margaret se echó a reír cuando Sean levantó una ceja hacia la camarera y usó su servilleta para limpiar la mesa donde sus bebidas habían salpicado el borde.

    —Lo siento. Supongo que pensé que este lugar sería mejor —dijo Sean.

    —No hay problema. Entonces, ¿cómo estuvo tu día? —dijo Margaret y se acomodó para escucharlo hablar sobre estar en el bote. Sus ojos se iluminaron mientras hablaba de su pasión, y Margaret deseó que la mirara de esta manera. Mientras daba sorbos a su Bulmers, dejó que sus escudos descendieran y que las emociones de él se deslizaran dentro de ella.

    Felicidad y un fuerte golpe de lujuria la inundaron. Los ojos de Margaret se abrieron al darse cuenta de lo mucho que Sean estaba interesado en ella. Saber esto, sentir esta parte de él, hizo que su corazón cantara. Sin haberse sentido nunca antes segura alrededor de los chicos, Margaret observó a este hombre que estaba claramente enamorado de ella y decidió en ese momento que le daría cada parte de sí misma.


    Bueno, excepto por una cosa. Eso nadie lo sabría nunca. Siempre había tenido cuidado de ocultar esa parte de ella y, después de un tiempo, se había convertido en una segunda naturaleza. Margaret no veía ninguna razón para que Sean tuviera que conocer ese lado de ella. Cuanto menos lo usaba, menos pensaba en ello. Se había vuelto cada vez más fácil distanciarse de la curiosa reputación de Fiona, y no pasó mucho tiempo antes de que la gente olvidara que Margaret podría estar dotada con algo muy especial también.

    Margaret mordió su pescado y saboreó la mantequilla derretida y la frescura de la pesca diaria. Pensar en Fiona hizo que se le encogiera un poco el estómago. Cuanto mayor se había hecho, más la había presionado su madre para que explorara su don. Ella se había negado más veces de las que podía contar. Aunque sabía que Fiona era una sanadora de renombre y que la gente viajaba de todas partes de Irlanda por sus servicios, Margaret se había negado rotundamente a asistir a una sesión de curación. La culpa había llevado a Margaret a ayudar a su madre a recolectar hierbas y flores para varios ungüentos, pero su participación en el mundo de su madre se detenía allí.

    Tenía que ser así, pensó Margaret con rigidez, y volvió a la mesa.

    —Entonces, son solo tú y tu mamá, ¿eh? —preguntó Sean mientras empujaba una papa dentro de su boca. Margaret saltó al darse cuenta de que se había absorto un poco en las emociones de Sean y había dejado de escucharlo. Tomó un sorbo de la sidra burbujeante y asintió, esperando disuadir más preguntas.

    —¿Qué le pasó a tu papá?

    —Murió cuando yo era joven. Mi madre nunca se volvió a casar —dijo Margaret encogiéndose de hombros. Recordaba esa época de su vida en colores y emociones más que nada. El dolor que sintió Fiona casi arrastró el alma

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