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El Tesoro De La Isla De La Niebla
El Tesoro De La Isla De La Niebla
El Tesoro De La Isla De La Niebla
Libro electrónico146 páginas1 hora

El Tesoro De La Isla De La Niebla

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Información de este libro electrónico

El verano parecía transcurrir tranquilo en Alrbarossa para cuatro grandes amigos, pero el descubrimiento de un mensaje misterioso les hará vivir una serie de emocionantes y peligrosas aventuras en busca de un tesoro perdido.
Libro de aventuras para jóvenes lectores de entre 9 y 13 años.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 feb 2017
ISBN9781507147290
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    El Tesoro De La Isla De La Niebla - Fabio Maltagliati

    Inc.

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    UNA PARADA INESPERADA

    ––––––––

    El colegio había terminado hacía mucho y por fin había llegado el momento en el que Federica partiría hacia el mar.

    Siempre le gustaban los momentos previos antes de salir hacia Albarossa: preparar las maletas, elegir las cosas que se llevaría y las que dejaría en casa para no volver a verlas en tres semanas.

    Pero sobre todo no veía la hora de reencontrarse con sus amigos del alma. El primero de los tres, Matteo, era un chico musulmán con mechones de pelo rubio en el flequillo y dos espléndidos ojos de color verde esmeralda. Tenía un año más que ella y siempre le había gustado. Vivía en una ciudad grande, pero no en la misma que ella, de lo contrario habría ido a verlo durante el resto del año en lugar de hablar con él por el ordenador o el teléfono.

    Matteo jugaba al fútbol en el equipo de su barrio y cada martes le enviaba a Federica la revista semanal para niños con el resultado del partido. Una vez también le mandó una foto suya con el uniforme del equipo y la pegó en su diario.

    Armando, el segundo amigo, tenía su misma edad y venía de una ciudad del sur. Tenía los ojos castaños y llevaba unas gafas muy gordas, tenía el pelo muy enmarañado, como si nunca se hubiera peinado. Era un chico muy inteligente y culto, pero a diferencia del más trabajador de la clase de Federica, también era un verdadero compañero. Siempre estaba sonriendo y conocía un montón chistes que te hacían explotar de risa, sobre todo cuando los contaba con su acento.

    Siempre iba solo a Albarossa y pasaba un montón de horas en el tren, se quedaba con su abuela, originaria de ese lugar. De hecho sus padres durante el mes de agosto estaban ocupados con su trabajo y su abuela tenía que cuidarlo, cosa que ella hacía voluntariamente.

    Durante el año Armando pasaba días enteros en su ordenador: a veces para jugar, pero más a menudo para profundizar en sus conocimientos informáticos.

    Todos los días no veía la hora de terminar de estudiar para poder dedicarse a su gran pasión, se podría decir que es un verdadero genio del ordenador, puesto que no existía programa o juego que él no conociera.

    No se separaba nunca de él, ni siquiera durante las vacaciones, y su habitación parecía el laboratorio de un centro de investigación: cables por todos sitios, cajas vacías de discos por el suelo y la impresora en marcha continuamente sacando folios uno detrás de otro.

    ¡Todos estaban seguros de que se había convertido en un científico!

    Después estaba Beatrice, la pequeña Bea, la más joven del grupo y una verdadera romántica. Pero esta no era su única cualidad: sus amigos la consideraban también la chica más buena y generosa del mundo. Amaba con locura a los animales, no le haría daño ni a una hormiga y ellos parecían corresponder a su amor. También era una gran cobarde y se asustaba por cualquier cosa, pero si la ponías delante de algo que temía, se volvía más valiente que un león.

    Beatrice vivía en una pequeña ciudad cerca de donde vivía Federica y durante el año quedaban de vez en cuando junto a sus familias. Es también una pequeña campeona de natación, la última vez que se vieron fue justo en la ocasión de las finales provinciales. Federica animó con ganas a su amiga, que terminó clasificándose en segundo lugar de casi media piscina. Todos decían que se convertiría en una nadadora fortísima, pero ella no alardeaba de ello y lo demostraba sobre todo cuando estaba junto a sus amigos. ¡Nunca habríais adivinado que estaba nadando al lado de una futura súper campeona!

    Por último está Federica, Fede para los amigos. Una chica rubia de pelo largo que le caía por los hombros y ojos de un color muy bonito que oscilaba entre el castaño claro y el verde. Físicamente se había desarrollado muy pronto y era, de hecho, la más alta de su grupo de amigas. En el colegio los profesores se lamentaban de vez en cuando de algunas de sus bajadas de rendimiento, pero sus notas eran siempre muy buenas.

    Debido a su altura jugaba al voleibol en el equipo del colegio y era una verdadera líder, tanto que en la rotación de mitad de temporada se convirtió en la capitana del equipo.

    Federica recordaba muy bien el paseo por el mar, puesto que en los años anteriores había aprendido de memoria los nombres de las salidas de la autopista, que repetía mentalmente poco antes de llegar. De hecho, sabía que en cada cartel la distancia que la separaba de sus amigos era siempre menor.

    Sin embargo, esta vez los nombres no correspondían con los que conocía. Llena de curiosidad les preguntó a sus padres el porqué de este cambio.

    Respondieron que querían pasar a saludar a un compañero de trabajo que se encontraba en el hospital porque habían ingresado a su hija, una niña de dos años.

    —Quizás la recuerdas, se llama Margherita. El pasado invierno vino a cenar a casa —dijo su padre.

    —Claro que me acuerdo. ¿Qué le pasa?

    —Tiene una enfermedad muy mala, una enfermedad rara que se debe tratar en hospitales especializados.

    —¿Especializados en qué sentido?

    —Hospitales especializados en la cura de enfermedades infantiles —respondió su madre.

    —¿En dónde tienen curas especiales para los niños?

    —Exacto. Y donde trabajan también médicos muy competentes y especializados en estas enfermedades.

    —No sabía que existían edificios de este tipo. Pensé que los niños se curaban en hospitales normales parecidos al que estuve el año pasado.

    —Normalmente es así, pero cuando la enfermedad es muy grave se les lleva a edificios como este, donde pueden recibir mejores tratamientos.

    Permaneció en silencio hasta llegar al aparcamiento y una vez hubieron entrado en el hospital le preguntaron a la señorita de la recepción la información necesaria para encontrar la habitación de Margherita, subieron después en el ascensor hasta el segundo piso.

    En cuanto entraron a la habitación les saludaron con besos y abrazos. Margherita estaba durmiendo en ese momento, por lo que el tono de voz era muy bajo.

    Federica se dio cuenta de que la habitación no parecía la de un hospital, sino que se asemejaba más bien a su antigua habitación: cuadros y diseños muy coloridos se exhibían en la pared, mientras que había juguetes esparcidos en el suelo sobre una alfombra de gomaespuma compuesto por varias piezas de puzle.

    Ella no tenía un recuerdo feo de los hospitales, sabía que entrar significaba estar malo y que te tenías que curar. Sin embargo, en su caso en menos de una semana salió curada y volvió a hacer la misma vida de antes. Recordó también una enfermera muy simpática y un médico que le parecía demasiado joven para ser un verdadero doctor: de hecho, tenía rostro de chico y un poco de pelo sobre el labio superior como algunos de sus compañeros de clase, y era muy distinto a su médico de familia, aquel al que iba normalmente y que se parecía a su abuelo.

    Salieron de la habitación para no despertar a la niña y empezaron a hablar. La expresión de los padres de Margherita era muy triste y a menudo la madre de la pequeña tenía que interrumpir las frases para secarse las lágrimas.

    Después de unos minutos, Federica sintió ganas de ir al baño y empezó a pasear por los pasillos del hospital. Pasando por los pasillos le dio curiosidad de entrar dentro de las habitaciones y cuando encontraba una puerta abierta pasaba para mirar.

    Las escenas eran muy similares a aquella que había visto en la habitación de Margherita: niños en cama, de edad variada, de los más pequeños a los más grandes, mientras que los adultos, sentados en el lado de la cama, hablaban en voz baja entre ellos o leían el periódico. Cuando salió del baño decidió proseguir su paseo por los pasillos terminando en una esquina donde había pequeñas sillas de plástico verdes, una mesa amarilla y una pizarra roja con letras magnéticas en la superficie. En ese momento en la pizarra estaba formado el nombre G-I-A-N-N-A, seguramente el nombre de unas de las niñas curadas, mientras que encima de un mueble había también juegos en cajas.

    Después de unos pocos minutos, su madre la llamó diciéndole que la hora de la visita había terminado y que debían ver a otras personas antes de volver a salir. Federica estaba un poco molesta y no veía la hora de llegar al mar, pero después pensó que pronto tendría tres semanas para estar con sus amigos. En el fondo, unos minutos de retraso no le quitarían tiempo a sus vacaciones.

    La persona que tenían que ver era la directora del hospital. Había convocado a los padres de Margherita y aprovechaban para ir todos juntos.

    Cuando entraron en su oficina Federica se dio cuenta de que la mujer tenía los ojos rojos y una expresión afligida. Después de presentarse y de haberla saludado todos con un apretón de manos, les pidió que se sentasen.

    En cambio, Federica decidió quedarse de pie y la directora la miró de repente con una amplia sonrisa.

    —¿Cómo te llamas? —preguntó.

    —Federica.

    —Eres una chica muy guapa. ¿Cuántos años tienes?

    —Doce —al pronunciar estas palabras se ponía roja porque se avergonzaba todas las veces que se lo preguntaban de esta manera. En realidad sabía ser mona. Todos los chicos de su clase iban detrás de ella, pero desde hace tiempo su único pensamiento era Matteo, por el que no daba nunca demasiada importancia a estas opiniones.

    La directora empezó a hablar.

    —Señores Mannino, les he convocado porque tengo malas noticias que darles.

    —Conocen bien el estado de Margherita —continuó—. En estos momentos estamos consiguiendo bloquear

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