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Libro electrónico198 páginas2 horas

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Información de este libro electrónico

Después de un año de salir de fiesta, Sam decide sentar cabeza y concentrarse en la universidad. Las cosas iban de maravilla hasta que, después de una noche de sexo casual, Sam termina embarazada y sola. Criar una niña mientras va a clases no le es nada fácil, pero Sam está decidida a ser fuerte por su hija. No tiene tiempo para chicos o relaciones, sin embargo, no puede ignorar la atracción que siente hacia Judd. 

Judd no encaja en el modelo del típico jugador de béisbol universitario. Su motocicleta y sus tatuajes concuerdan con la vida que se ha construído, pero el béisbol es lo único que se toma en serio. Cuando conoce a Sam, se siente inmediatamente seducido por sus curvas y por el hecho de que no aguantará ninguno de sus juegos. En cuanto se entere de su secreto, ¿podrá Judd manejar la responsabilidad que conlleva establecer una relación con una madre soltera? 

Sam ansía todo lo que Judd le hace sentir, pero las necesidades de su hija deben ser su prioridad. ¿Pueden dos personas, que están en diferentes etapas de sus vidas, encontrar la forma de estar juntos? 

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento16 sept 2020
ISBN9781071566121
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Autor

Bethany Lopez

Bethany Lopez is a USA Today Bestselling author of more than thirty books and has been published since 2011. She's a lover of all things romance, which she incorporates into the books she writes, no matter the genre.When she isn't reading or writing, she loves spending time with family and traveling whenever possible.Bethany can usually be found with a cup of coffee or glass of wine at hand, and will never turn down a cupcake!Sign up for her newsletter and get a free eBook! https://landing.mailerlite.com/webforms/landing/r7w3w5

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    Indeleble - Bethany Lopez

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    Indeleble: Físicamente imposible de borrar, lavar o alterar ~ como el amor de una madre o un tatuaje.

    Capítulo Uno – Samantha

    Tengo veintidós años, uso talla doce, y soy madre soltera – y nada de esto me hace la chica más popular del campus.

    Vivo en una unidad de vivienda familiar. Es más económica, tiene lavarropas y secarropas y me hace la vida más fácil, mientras hago magia para cursar a tiempo completo y criar una hija de dos años.

    Su nombre es Karrie y es la niña más graciosa y dulce que he conocido en mi vida. Jamás me imaginé que quedaría embarazada a los diecinueve años, ni mucho menos de que criaría un hijo sola... pero supongo que la vida no siempre respeta los planes que una haga.

    Al menos, esa había sido mi experiencia hasta ahora.

    Cuando llegué a la universidad, era la típica chica loca, fiestera e irresponsable que salía de su casa por primera vez. La pasé increíble en mi primer año. No asistía a demasiadas clases y salía de fiesta prácticamente todos los días. Seguro pensarán que ahí fue cuando quedé embarazada.

    Se equivocan.

    En mi segundo año me enderecé. Después de una serie de eternos sermones por parte de mis padres y la llegada de mi libreta de calificaciones finales de primer año, me di cuenta de que estaba cometiendo demasiados errores. Por primera vez comencé a asistir a clases en serio. Dejé de ir a fiestas cada noche y solamente salía con mis amigos los fines de semana.

    Todo iba de maravillas, hasta que una noche, en una fiesta de una de las fraternidades, conocí a un tipo guapísimo. Tuvimos sexo.

    Y eso fue todo.

    Ninguna hermosa historia de amor, ninguna relación en flor.

    Una simple noche de sexo.

    Cuando me enteré que estaba embarazada entré en pánico y sentí que todo mi mundo se venía abajo.

    Habían pasado seis semanas desde la fiesta que cambió mi vida. Me había estado sintiendo con náuseas y muy cansada. Solo cuando me mareé en la ducha, decidí ir al doctor para ver qué estaba mal.

    No estaba preparada para el diagnóstico.

    Sentí una infinidad de emociones ese día: incredulidad, enojo, tristeza, y por último, terror.

    Estaba preocupada por lo que les diría a mis padres, y por cómo el embarazo afectaría mi futuro. Sin embargo, primero tenía que compartir mi terror con la única persona que, asumí, me entendería mejor que nadie. Fui a la casa de la fraternidad para hablar con el tipo con el que me había acostado y decirle que iba a convertirse en padre.

    Esperaba reticencia, quizás algo de ira, pero jamás esperé lo que en realidad pasó. Me dijo que, sin importar cuál fuera mi decisión, no quería ser parte de la vida del bebé. Hasta llegó a mencionar que no pusiera su nombre en el acta de nacimiento.

    Eventualmente, les conté a mis padres, quienes fueron sorpresivamente comprensivos y de gran ayuda.

    —No te preocupes, Sam, —decía mi madre mientras me rodeaba dulcemente con sus brazos. —Todo pasa por algo. Tu padre y yo estamos aquí para ti y nuestro nieto. No estás sola.

    Mi madre me llevó a cada una de mis citas con el médico y me ayudó a entrar a la lista de espera para el alojamiento familiar. Para cuando Karrie nació, ya tenía nuestro pequeño hogar en orden y listo para su llegada.

    Pensé que estaba lista y que sabía exactamente qué esperar.

    ¡Estaba tan equivocada!

    Los últimos dos años fueron los más desafiantes de mi vida. He aprendido mucho, y precisamente por eso, soy mejor madre y persona. Sin embargo, me siento agotada... y sola.

    Los amigos con los que solía juntarme viven vidas de solteros. He hecho algunas nuevas amistades aquí, pero todos tenemos hijos y ellos son nuestra prioridad número uno.

    Aproximadamente una vez al mes, mamá lleva a Karrie a pasar el fin de semana con ellos, por lo que puedo pasar algo de tiempo a solas. Generalmente, limpio la casa y aprovecho el silencio y la tranquilidad para ponerme al día con las tareas de la universidad; pero a veces salgo.

    Sin embargo, aprendí la lección. No he tenido sexo desde que me enteré que estaba embarazada de Karrie. Además del hecho de seguir acarreando algunos kilos extra del embarazo, el solo pensar que podría quedar embrazada nuevamente es un excelente anticonceptivo.

    No digo que nunca tengo citas o algo así, porque he ido a unas cuantas; pero nunca salgo más que un par de veces con el mismo muchacho, y jamás ninguno conoció a Karrie. De ninguna manera permitiría que un tipo cualquiera entrara en su vida.

    Sí besaría. Amo la anticipación y esa sensación que traen los primeros besos. Sin embargo, toda satisfacción real me la provee mi propia mano. Desafortunadamente, me he convertido en toda una experta en complacerme a mí misma. 

    Extraño que un hombre me toque. Pero si vemos el lado positivo, el otro día encontré mi Punto G.

    Este es uno de los fines de semana en los que la Osita Cariñosita está con mamá. He limpiado cada rincón de esta casa y me puse al día en todas las asignaturas, por lo que no tengo excusa para no salir con mi amiga, James. Sus padres querían que sea varón, de ahí el nombre; pero verdaderamente le queda como anillo al dedo.

    Conocí a James el semestre pasado en mi clase de Exploración Religiosa. Me senté junto a ella el primer día y desde allí comenzamos a juntarnos esporádicamente. Somos polos opuestos, y quizás sea por eso que disfruto tanto salir con ella. James saca a la luz un lado mío totalmente diferente. Cuando estoy con ella no tengo responsabilidades. Se siente tan bien.

    Me puse unos jeans apretados y una blusa escotada y sonreí al ver cómo mis mejores atributos se destacaban. Claramente, cuando era talle cuatro, los jeans no me quedaban así así. Digamos que disfruto del trasero y los pechos que vienen con la maternidad. Supongo que son algunas de las ventajas...

    Después de haber logrado el maquillaje perfecto en mis ojos y cuando no pude alisar más mi cabello con la planchita, tomé las llaves de mi Ford Tempo y salí a encontrarme con James.

    Capítulo Dos – Judd

    Lo primero que vi fue su trasero.

    El bar ya estaba bastante lleno, considerando que todavía ni siquiera eran las diez. Llegué un poco más temprano para poder comer algo antes de encontrarme con los demás para jugar al pool. Estaba a punto de pedir la comida cuando la vi agacharse para levantar algo que se le había caído al piso. No flexionó las rodillas al hacerlo. Simplemente se inclinó hacia abajo doblando la cintura. La vista era tan perfecta que elevó mi libido hasta las nubes.

    Mierda, tuve que acomodarme el pantalón.

    Seguí mirándola mientras se enderezaba. Estaba tan interesado que debía saber si su rostro era tan perfecto como su cuerpo. Siempre me gustaron un poco rellenitas.

    Me molestaban esas mujeres que eran tan escuálidas que los huesos de sus caderas sobresalían. Si quisiera un paseo turbulento, andaría en bicicleta sobre las vías del tren.

    Su cabello era largo y lacio. Podía notar que era oscuro, pero se me dificultaba decir exactamente de qué color, ya que las luces del bar me lo impedían. Ni siquiera me importaba.

    Giró y puso su cartera en el respaldar de su silla antes de sentarse. Allí pude ver su rostro lo suficiente para estar seguro de que aún sería linda a la luz del día.

    Me di cuenta de que estaba sentada con James justo antes de voltearme para ordenar una hamburguesa y una cerveza.

    Conocía a James desde prácticamente siempre. Habíamos crecido en la misma parte de la ciudad. Los vecinos solían hablar de ella por sus diversos acompañantes, tanto femeninos como masculinos; también solían hablar de mí, por las visitas nocturnas de la policía. Supongo que podríamos decir que estábamos destinados a ser amigos, si es que se nos podía llamar amigos. James era muy cuidadosa, jamás dejaba que nadie se le acercara demasiado. Siempre había sido así.

    Decidí que disfrutaría de mi cena y les daría la oportunidad de tomar unos cuantos tragos antes de preguntarle a James quién era la dueña de ese maravilloso trasero; a menos, claro, que algo cambiase en ese lapso de tiempo. No me gustaba ponerme demasiada presión encima.

    Bebí un par de cervezas mientras comía mi hamburguesa; luego, me acerqué a la mesa de pool para dejar unas monedas de veinticinco centavos y así asegurar mi turno. En el bar había una mezcla de motoqueros y universitarios, porque eso es exactamente lo que sucede cuando hay una universidad en una ciudad como ésta. Algunos de los jóvenes se daban cuenta casi inmediatamente de que no era el tipo de bar en el que debían juntarse, pero aquellos que decidían quedarse, generalmente de convertían en clientes habituales.

    Era un bar discreto, con mesas de pool, una rocola que tocaba una mezcla fantástica de rock de los años setenta, y meseras guapísimas. ¿Qué más puede pedir un hombre?

    Noté que James estaba sentada sola, bebiendo un trago de sabrá Dios que, y supuse que la chica del trasero se había ido al baño o algo así. Caminé hacia ella y acerqué una silla a su mesa.

    —¿Cómo estás? —le pregunté al sentarme.

    —Igual que siempre, —respondió James con una sonrisa pícara. —¿Y tú, Judd? Hacía rato que no te veía.

    —Bien... —Bajé la mirada, hasta su brazo mientras ella jugaba con un vaso vacío. Sin pensarlo, estiré la mano y pasé un dedo por el dibujo que me había llamado la atención. —¿Tatuaje nuevo?

    —Sí,—respondió. James miró fijamente mi dedo; luego, volvió la mirada hacia mí.

    —Lo siento, —dije, levantando las manos como si me estuviera rindiendo, mientras le sonreía. —Es la costumbre.

    —¿Viniste solo a tomar algo? —preguntó James.

    —No, encontrándome con algunos de los chicos para jugar al pool, —respondí. —¿Y tú? ¿Es esa tu nueva novia?

    —¿Quién? ¿Sam? —preguntó James, señalando hacia la silla en donde la chica había estado sentada. —Nada que ver. Simplemente salimos juntas. Es heterosexual. ¿Por qué tanto interés?

    —Solo reúno información, —respondí con una sonrisa. Me miró a los ojos y supo exactamente lo que quise decir. Amplié la sonrisa un poco más. —¿Acaso es un problema?

    —No. Está sola, —respondió James, mientras le hacía señas a la mesera para que le trajera otro trago. —Pero tengo que advertirte, no es del tipo con el que generalmente sales.

    —¿Y cómo es eso? —pregunté con curiosidad.

    —Digamos que no va a rascar lo que tanto te pica debajo de los pantalones.

    Mi sonrisa se desdibujó al escuchar ese comentario. James me conocía bastante bien; a final de cuentas, estábamos cortados por la misma tijera, pero no se confundan, jamás tuvimos sexo. No porque ella no fuese atractiva, en realidad sus tatuajes, aretes y cabello azul no significaban un problema para mí, pero llegamos al muto acuerdo de que nuestra pseudorelación solamente duraría si la manteníamos platónica. No quisiera sonar arrogante o algo así, pero cada vez que quería tener sexo con una mujer, se me hacía muy fácil lograr que suceda. Mi tasa de éxito era del cien por ciento, y me sentía tan seguro de mí mismo que respondí, —Desafío aceptado.

    James me sonrió mientras aceptaba el trago que la camarera le había traído. Le dio una palmadita en el trasero y le dijo, —Gracias, bebé. Ponlo en mi cuenta.

    Miré a James y asentí en tanto me ponía de pie para regresar a las mesas de pool. Me crucé con Sam en el trayecto. Intenté captar su atención y sonreírle, pero mantuvo la mirada fija hacia adelante y jamás se percató de mi existencia.

    Después de todo, parece que será un verdadero desafío, pensé con una sonrisa en mi rostro.

    Capítulo Tres – Samantha

    Poco tiempo después, el bar estaba repleto. Había una mezcla de estudiantes cachondos y motociclistas de todas las edades. Me alegré de haber combinado mis jeans con un top sin mangas; al menos sentía algo de aire fresco en la mitad superior de mi cuerpo.

    James estaba coqueteando con una de las camareras con las que solía acostarse, así que tomé mi cerveza y me acerqué a las mesas de pool. Si tenía suerte, quizás podía intentar jugar.

    Saludé a algunos de los clientes habituales del bar mientras echaba un vistazo a mí alrededor. De repente, detuve la vista en un muchacho que estaba preparándose para jugar en la mesa de la esquina.

    Tenía el cabello oscuro y largo, más largo de lo que generalmente me atraería; le llegaba prácticamente

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