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Secuestrados
Secuestrados
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Libro electrónico177 páginas2 horas

Secuestrados

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Secuestrados es una novela policial, una historia de cómo el amor puede surgir en el momento menos esperado y causar cambios permanentes en la gente.

La detective Abbey Brown está cansada de su vida cuando la contratan – un poco contra su voluntad – para realizar un rescate de rehenes que fueron secuestrados por guerrilleros bolivianos. Ella es la mejor negociadora; está un poco “oxidada” pero está segura que nadie hacer eso mejor que ella. Llena de reglas y con mucho malhumor la detective está encerrada en un país extranjero, una selva cerrada, llena de mosquitos y lodo, con mucha lluvia, empieza a arrepentirse de haber aceptado el trabajo.

Para sumarse a su tragedia personal, la situación su vuelve mucho más complicada de lo que esperaba. Terroristas imprevisibles, rehenes insubordinados y su principal problema, Romeo Bianchi: el cliente que parecía divertirse en ignorar su regla principal, la de nunca involucrarse personalmente en la causa.

Entre desavenencias y situaciones límites, Abbey Brown tiene la chance de revisar su pasado, redimirse de sus errores y encontrar la paz de espíritu que perdió cuando cerró su corazón al mundo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 sept 2020
ISBN9781071564639
Secuestrados

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    Secuestrados - Tatiana Mareto Silva

    CAPITULO 01

    Propuesta con mucho azúcar

    Era solo una fría mañana más en Londres, como sucedían todos los inviernos. Mes de enero, iniciaba un año más del resto de mi vida. Estaba sentada en la cafetería frente a la comisaría en Wood Street mirando fijamente la crema del cappuccino mientras se deshacía por el calor de la bebida y retirando pequeños pedazos de azúcar de la rosquilla de canela sobre el plato.

    Tedio.

    Hacía tanto tiempo que me sentía aburrida que ya no me importaba nada de aquello; todo era aburrido y repetitivo en aquella vida que había escogido para mí, hacía dos años.

    Mientras me lamentaba secretamente y revolvía mis dramas personales sentí la presencia reconfortante de Richard Malone a mi lado. Jadeaba como si hubiera terminado de correr los cien metros llanos y aquello solo me dejaba dos opciones: o algo muy serio había pasado y finalmente tendríamos algún movimiento en aquel departamento; o el Jefe había descubierto quién estaba robando toner de la impresora de su despacho.

    -Brown, teléfono para ti.

    Malone consiguió verbalizar alguna cosa en cuanto recuperó el aliento, después de que lo hubiera encarado unos segundos.

    - Tienes que hacer algo de actividad física, Malone. Sinceramente,   ¿esos son modos de quedarse porque diste una corridita hasta aquí? Si fuera una persecución ya estarías muerto.

    -No fue una persecución, entonces seguiré con mi ocio saludable por un rato más. – dijo, midiéndose las pulsaciones. - ¿Me has oído? Hay un Comisario de Policía que quiere hablar contigo y dijo que es urgente.

    Hice una mueca y encaré de nuevo a Richard. Odiaba cuando la gente quería cualquier algo urgente conmigo: todo lo hacía a mi tiempo y en el momento que consideraba adecuado o necesario. Pésima costumbre adquirida en la Interpol, ¿pero que lo iba a hacer? Tomé lo que quedaba del cappuccino de un trago, ensuciándome los labios con crema y canela y devoré la rosquilla en dos mordiscos. Con la boca llena y melada, sacudiéndome el azúcar de la ropa, me levanté y seguí a mi compañero hasta el cuartel, al otro lado de la calle, para atender al inconveniente Comisario con su urgencia.

    El teléfono estaba descolgado, sobre la mesa totalmente ordenada. Yo era maniática del orden; lo papeles separados por orden alfabético, color y tamaño. Me derrumbé literalmente sobre la silla y cogí el teléfono, imaginando la reprimenda que sufriría esa vez. Hacía tiempo que no destruía nada muy caro, entonces no debería ser importante.

    -Brown al habla.

    -¿Detective Abby Brown? Buenos días le habla el Comisario Anthony Berkeley, Policía Internacional.

    Las ganas de colgar el teléfono fueron tan grandes que casi me olvidé de que aquella actitud me podría costar el distintivo. Equivocarse con mi nombre era el error más grave que alguien podría cometer conmigo. No era Abby o Abbe, el nombre es Abbey, en homenaje a la célebre calle que de los Beatles inmortalizaron. Y era así que quería que me llamaran.

    -Diga Comisario, ¿en qué puedo ayudarlo? 

    -Tenemos que conversar personalmente. ¿Dónde puedo encontrarla?

    -En mi comisaría.

    -No, detective. – Bajó el volumen, como si alguien no pudiese oír lo que hablaba el tal Berkeley. – Necesito hablarle en privado. ¿Podemos encontrarnos después de que termine?

    - No suelo encontrarme con extraños para tratar asuntos desconocidos. – Fui enfática y moví la mano para cortar.

    - Charlé con su Capitán; él está dispuesto a interceder a favor nuestro. Es una delicada situación de rehenes, necesitamos de su experiencia.

    Volví a ponerme el auricular en el oído, curiosa. Yo no lidiaba con rehenes, ni nadie necesitaba de mí para casos de aquel estilo, hacía bastante tiempo. No sabía si estaba interesada, pero oír un poco más no me costaría nada.

    -Ok, Comisario. Vamos a charlar hoy, a las diecinueve horas, en el Moonlight Cafe.

    Colgué el teléfono, esa vez sin mayores ceremonias y me olvidé totalmente de lo que podría tener que hacer durante el día. Había una investigación en curso sobre fraudes y posible homicidio, pero no conseguí concentrarme en los papeles que se amontonaban sobre la mesa después de que Richard dejó algunas carpetas para que analizara. La perspectiva de que alguien deseara mis orientaciones sobre el pasado me intrigaba.

    El pasado.

    Rehenes eran el pasado, para mí, y nada del pasado me traía buenos recuerdos. De cualquier manera estaba cansada del presente y el futuro no se presentaba con una perspectiva mucho mejor. Todo aquello hacía con que rehenes y terrorismo se tornasen intrigantes una vez más.

    ––––––––

    Ya me había cansado de leer los titulares de periódico del día cuando el Comisario Berkeley llegó al café, con un hombre joven, de traje, que lo acompañaba. El reloj marcaba dieciocho y cincuenta y siete, pero estaba esperando hacía más de media hora. Realmente estaba de mal humor, aunque la culpa por la espera no fuera de esas personas.

    Examiné a mis invitados durante unos segundos, mientras ellos me buscaban por las mesas. Berkeley usaba ropa militar. Bastante cliché. El joven que lo acompañaba debería tener como máximo cuarenta años. Sus ojos azules llamaban la atención de lejos. El pelo oscuro parecía artificial a la distancia, pero no podría jurarlo. Nunca había visto pelo tan negro. Tragué un pedazo de rosquilla sin masticarlo mucho y sentí el esófago raspándose. Si tuviera la tendencia de quedarme sin palabras o sin actos, me habría quedado.

    Era lindo.

    -Buenas noches, detective. Soy Berkeley, este es Romeo Bianchi.

    Berkeley alargó su mano para saludarme. Tuve que limpiarme antes con varias servilletas. La espera me dejaba ansiosa y la ansiedad me hacía comer.

    -Siéntense, pidan un café y cuénteme que quiere, Comisario. Puede no parecerlo pero tengo otras cosas que hacer además de estar charlando en una cafetería.

    Los dos hombres se miraron, asintiendo y se sentaron. Los observé brevemente; el Comisario tenía el pelo canoso y bigote, su ropa estaba un tanto desteñida. Romeo Bianchi, sin embargo, parecía una estatua griega, una ostentación de belleza masculina. Su traje era impecable, de marca. Su pelo era realmente natural. Y las facciones eran absurdamente bien delineadas. Podría haber salido de una pintura renacentista.

    -Detective, seremos breves. Necesitamos sus servicios para un caso delicado. Son rehenes que están en manos de guerrilleros y no conseguimos avanzar con las negociaciones.

    -¿Guerrilleros? – Mordí la última rosquilla. – Lo siento mucho pero no estoy interesada. No trabajo más en ese tipo de casos.

    -Lo sabemos, pero necesitamos que lo reconsidere. El secuestro involucra a personas de renombre internacional, existen varias circunstancias que nos hacen pensar que no es casualidad.

    -Yo nunca me meto con esos casos. Y mi respuesta final es no.

    Me levanté con la intención de dejarlos por su cuenta pero mis oídos capturaron algo que no habrían debido.

    -Detective, por favor reconsidérelo. – El Adonis hablaba. – Será muy bien remunerada si acepta el trabajo; estamos dispuestos a pagar hasta el diez por ciento del valor del rescate.

    -¿Pagan? – Me senté de nuevo. - ¿Rescate? Todo bien, deme los detalles.

    No era necesario mucho para captar mi atención. La voz grave de Romeo Bianchi me hizo decidir saber más sobre el servicio.

    -Tampoco sabemos mucho. – Bianchi bebió un sorbo de su frappuccino. Me noté encarándolo y me reprimí internamente. – Además necesitamos tener la seguridad de su discreción primero.

    -Yo no soy discreta, como pueden notar. – Hice ademán de mi vestuario compuesto por una combinación exótica de morado y azul.

    -No discuto asuntos de trabajo con quien no es mi cliente; cuando se trata de rehenes cualquier paso en falso puede significar el fin de la misión.

    -Detective, ¿es verdad que nunca perdió un rehén? – Berkeley se esquivó de la pregunta.

    -Defina perder.

    -Ningún rehén murió durante sus negociaciones.

    -Ninguno. – Confirmé. – Soy estadística cero, pretendo seguir así. Por eso estoy jubilada. ¿De cuánto sería el rescate?

    -Cien millones de Libras.

    Me atraganté con el azúcar. Raramente me molestaba con valores pero aquel era significativo. Realmente podría ser mi jubilación. Con aquella cantidad podría desaparecer de aquel departamento policial tedioso y mudarme para las Islas Fiji, o algún lugar donde no tuviera que tratar con personas.

    Retrocedí.

    -Si acepto, y digo esto hipotéticamente, van a tener que darme más informaciones. No trabajo en lo oscuro; es imposible negociar sin tener plena conciencia de la situación. Quiero informes, datos, nombres; todo lo que tengan. ¿Quién está al mando hoy?

    -Paolo DeRossi. – Bianchi respondió sin titubear – Él está en el lugar del conflicto.

    -¿Lugar del conflicto? Pensé que era un secuestro.

    -Sí, todo indica que es un secuestro. Detective, podemos hacer lo siguiente. Vamos a conversar con las familias de los rehenes, de ese modo podrá tener toda la información que desea. ¿Qué le parece?

    -Mañana a la misma hora. Los espero a las diecinueve delante de la comisaría.

    Aquella era mi respuesta final. Ni sí, ni no; sabría más sobre el caso. El valor que recibiría, en caso de aceptar el servicio, resonaba en mi cabeza, golpeando de un lado al otro, haciéndome perder la concentración hasta incluso de mis promesas. Dejé un billete de diez Libras sobre la mesa y me fui a mi apartamento – todo lo que quería era meter la cabeza en la almohada y creer que no estaba cometiendo un gran error.

    Diecinueve horas y cinco minutos y el teléfono no había tocado aun avisando que gente me esperaba fuera. Mi irritación era visible; Malone ya se había alejado y se había ido a la mesa de Hattaway, temiendo una nube de humo que se formaba sobre mi cabeza, exactamente como en los dibujos animados. Cuando el teléfono finalmente tocó, indicando una llamada de número desconocido, ya pretendía desistir de muchos miles de Libras que podría ganar con aquel servicio.

    -Los rehenes están muertos, Comisario.

    Disparé, ni bien lo atendí.

    -¿Cómo que muertos?

    -Lleva casi diez minutos de retraso. La primera regla del manual cómo rescatar a un rehén es nunca retrasarse.

    -Lo lamento, detective. Estoy esperándola.

    Todavía irritada, cerré los cajones, tomé mi chaqueta tailler y le tiré las llaves a Malone. Mi compañero solo tenía acceso a mis gomas de borrar y clips. Nuevamente idealizando el día en que no necesitaría volver a aquel lugar de tortura, me encontré con el anticuado Comisario de Policía Internacional para ser guiada hasta un barrio en Chelsea. Berkeley paró el Cabriolet frente a una residencia de apariencia noble y nos recibió una señora vistiendo de negro. Ella tenía un vaso de agua en las manos y tenía la expresión de quien había llorado mucho durante aquel día.

    -¡Berkeley! – La señora saludó efusivamente al Comisario – Sea bienvenido, mi buen amigo.

    - Lady Clarke, qué bueno volver a verla. Esta es la Detective Abby Brown, la negociadora.

    -Abbey.

    Corregí mi nombre con la intención de no molestarme más. Como no saludaba a las personas, dejé que el Comisario hiciera la parte social y solo lo seguí para dentro de la casa, hasta un gran salón, decorado con estanterías llenas libros y muebles antiguos. Había tanta gente concentrada allí que podía confundir el momento con una fiesta de la tercera edad.

    Mis ojos, no obstante, se fijaron inmediatamente en la figura surrealista de Romeo Bianchi. Se destacaba en el ambiente. Vestido casualmente y con el pelo húmedo por un baño reciente, ni bien nos vio llegar se nos acercó. Tragué saliva, esa vez. Mi cuerpo parecía tartamudear con la visión de aquel hombre. No era una reacción a la que estaba acostumbrada. Se me secó la boca.

    -¿Entonces, Lady Clarke, están aquí todas la familias? – Berkeley le preguntó.

    -Sí, Comisario. Esta es la Sra. DeRossi, la madre de Paolo.

    Nos presentaron rápidamente a otra señora, de rasgos finos y pelo teñido. Parecía la más calmada.

    -Sra. DeRossi, permítame presentarle a la Detective Brown. Ella es la recomendada por Edward.

    El nombre Edward encendió una gran señal de alerta en mí. Aquella casa no era de la nobleza, aquellas personas no pertenecían a la realeza, pero hablaban de un príncipe como si aquello fuera la cosa más normal del mundo. De cualquier manera para que ellos hayan acudido a él, la cosa debería ser bastante seria.

    -Encantada, detective. – La señora me acercó su mano, pero yo mantuve los brazos cruzados en mi pecho. - ¿Ya arreglaron los detalles del viaje?

    - ¿Viaje? – Fruncí el entrecejo, confundida. – Bueno, nada está arreglado conmigo, vine hasta aquí a la fuerza para obtener informaciones y confirmar el deseo de las familias en contratarme.

    Usé el mismo término que el Comisario, con la intención de causar buena impresión. Ya no sabía más tanta habilidad para lidiar con personas. En aquel momento, Romeo Bianchi estaba parado a mi lado. Su presencia era un poco perturbadora. Su aroma almizclado, un tanto embriagador.

    -Detective, su nombre fue el único que nos recomendaron. Ud. tiene que traer a nuestros chicos de vuelta, a salvo. – Lady Clarke interfirió. – Pagamos la cantidad

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