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Internado: FBI Hynreck y el Club de Pesca de Montana, #1
Internado: FBI Hynreck y el Club de Pesca de Montana, #1
Internado: FBI Hynreck y el Club de Pesca de Montana, #1
Libro electrónico549 páginas7 horas

Internado: FBI Hynreck y el Club de Pesca de Montana, #1

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Información de este libro electrónico

Myra, la hija mayor del Senador Lawrence, se suicidó en un salón de clases del Internado SAHISICA (Sant Andrews of the Hills Institute for Self-Improvement and Catholic Achievements), del que poco se sabe de su funcionamiento interno, salvo que los egresados son quienes liderarán a los Estados Unidos en la siguiente generación.

El Agente Hynreck del FBI, antigua leyenda del organismo, al punto de haber sido considerado en su tiempo para ocupar la Dirección del Buró y ahora caído en la desgracia y el alcoholismo, será convocado por una misiva anónima para ser quien desentrañe el misterio de por qué una joven que parecía tenerlo todo se quitó la vida de una forma tan espectacular.

El joven y enérgico Agente Especial Henshaw a cargo de Hynreck como oficial superior y niñero, se enfrenta a la doble tarea de intentar desentrañar si tras la muerte casi imposible de llevar a cabo de la interna Sahisicana hay algo más que investigar, y si Hynreck tiene algo que ver en ello.

Por otro lado, dos sectas con los mismos fines y metodologías opuestas, los Corpus Christi y los Templarios, se disputan el destino del Orden Mundial como si de un tablero de ajedrez se tratase.

IdiomaEspañol
EditorialMarcel Pujol
Fecha de lanzamiento13 jun 2023
ISBN9798223418375
Internado: FBI Hynreck y el Club de Pesca de Montana, #1
Autor

Marcel Pujol

Marcel Pujol escribió entre 2005 y 2007 doce obras de los más variados temas y en diferentes géneros: thrillers, fantasía épica, compilados de cuentos, y también ensayos sobre temas tan serios como la histeria en la paternidad o el sistema carcelario uruguayo. En 2023 vuelve a tomar la pluma creativa y ya lleva escritas cuatro nuevas novelas... ¡Y va por más! A este autor no se le puede identificar con género ninguno, pero sí tiene un estilo muy marcado que atraviesa su obra: - Las tramas son atrapantes - Los diálogos entre los personajes tienen una agilidad y una adrenalina propias del cine de acción  - Los personajes principales progresan a través de la obra, y el ser que emerge de la novela puede tener escasos puntos de contacto con quien era al inicio - No hay personajes perfectos. Incluso los principales, van de los antihéroes a personajes con cualidades destacables, quizás, pero imperfectas. Un poco como cada uno de nosotros, ¿no es así?

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    Internado - Marcel Pujol

    PREFACIO

    En 1992, el ahora fallecido Papa Juan Pablo II escribió una carta a la humanidad pidiendo disculpas por los pecados cometidos en nombre de la Iglesia Católica a lo largo de la historia. Estos crímenes incluían las torturas y homicidios de la Inquisición, las Cruzadas, los genocidios llevados a cabo durante la conquista del continente americano, y esto, sólo para empezar a listar. Pero no nos enfoquemos sólo en esa fe, ya que todas las religiones y credos defienden sus creencias, cometiendo muchas veces actos atroces contra otros semejantes, basados en las mismas.

    Recordemos por ejemplo cuantos autoproclamados Mesías hemos visto sólo en el siglo XX y principios del XXI llevando a sus seguidores a cometer suicidios masivos, ataques terroristas de toda especie, y guerras santas, y esto, nuevamente, sólo para empezar a listar.

    ¿Podemos juzgarlos? Realmente, no lo creo así. Sólo están haciendo lo que nosotros mismos hacemos en nuestra vida cotidiana, sólo que en una escala mayor. ¿Qué? ¿Suena espantoso? Sinceridad, ese es el nombre del juego que jugaremos de aquí en más. En esencia, el origen de estos crímenes contra la humanidad se basa una sola cosa: Poder, el poder de mandar sobre nuestras vidas y que nadie nos ponga el pie encima.

    Votamos a Gobernadores y Presidentes para que manden sobre nuestra nación, y nos complace ver qué tan bien le va a nuestro país en el contexto internacional, no importa si estamos hablando de cómo le va militar o económicamente, o si se trata de una victoria o premio. Tal vez sólo trabajemos en una oficina y, muy probablemente, no seamos el jefe, pero sí tengamos subordinados. Ah, ¿no estamos trabajando o trabajamos de forma independiente? ¿No hay alguien mandando en su familia, y otros que son mandados? ¿Vemos acaso a nuestros hijos e hijas darnos órdenes y ponernos en penitencia? No lo creo. Y si cualquier intento de mandar sobre otro ser humano falla, siempre tenemos el gato o el perro.

    Y aún hay una trampa más en la que caemos para no decirnos a nosotros mismos, en completa honestidad: Realmente... me gusta mandar, y lo llamamos: Instituciones. La institución de la democracia, el sometimiento a una fe, un líder, o un ideal como la Libertad.

    Por supuesto que no tomaremos una ametralladora y saldremos a matar a los Demócratas para asegurar la victoria de nuestro candidato Republicano, porque somos civilizados. ¿Civilización? Sólo otra palabra para no mover demasiado el barco en el que todos estamos y caer todos al Caos total y la anarquía, convirtiendo al mundo en un campo de batalla. Pero, ¿realmente creemos en ella, o simplemente estamos demasiado temerosos de pensar en una mejor forma de vivir?

    Para aquellos que se atrevan, nos sumergiremos ahora en el corazón del poder, y la corrupción que siempre trae consigo. Para los osados, sed vosotros bienvenidos a: El Instituto.

    Capítulo 1

    - Sírveme otro, Phil ... doble -dijo el hombre del traje.

    - Sabes las reglas de la casa -le contestó el cantinero.

    - Si... está bien.

    El hombre medio borracho en la barra, con una sombra de barba en su cara, tomó el arma del interior de su saco, chequeó que tuviera el seguro puesto, y la puso sobre el mostrador. Luego tomó las llaves de su auto e hizo lo mismo. El cantinero guardó ambas en un cajón bajo las hileras de botellas.

    - Ok. Otra gin doble, entonces.

    Phil le sirvió al apuesto veterano su trago. El deteriorado detective lo miró con los ojos vacíos.

    - Escucha, Phil, mañana...  -trató de balbucear.

    - Ya sé, Richard, le diré a mi muchacho que te los deje en tu apartamento... pasado el mediodía.

    - Gracias.

    - No hay de qué.

    Su celular sonó. Perezosamente miró el número.

    - Oh, no, no tú...  no ahora -se quejó.

    - ¿Quién es, Rick?

    - Mi compañero. Toma. Dile que dejé el celular en el bar, ¿quieres?

    El cantinero sonrió y tomó el teléfono que el detective le estaba dando, y contestó:

    - Hola.

    La voz de un hombre joven se escuchó del otro lado:

    - Hola. ¿Quién es?

    - Phil.

    - Oh... ya veo. Tú eres el cantinero de Mobby Dick, ¿no es así?

    - No, soy el Capitán Abab y estoy saliendo a matar la ballena justo ahora. ¿Qué es lo que quiere?

    Richard se sonrió.

    - Necesito hablar urgentemente con Richard Hynreck. Soy el Agente Especial Martín Henshaw del FBI.

    - ¡Oh! -exclamó Phil simulando sorpresa-. Ya veo. Así que es una llamada oficial e importante, ¿cierto? Bueno, tal vez lo pueda encontrar en algún otro lugar, porque dejó su celular aquí.

    - Bien, entonces... ¿Podría repetir en voz alta lo que voy a decirle?

    - ¿Para qué?

    - Sólo repítalo, por favor.

    - Está bien –gruñó el cantinero.

    - Una chica se colgó en un colegio privado.

    - Una chica se colgó en un colegio privado -repitió.

    Richard cruzó los brazos sobre la barra y apoyó su frente sobre los mismos. La voz de Martín Henshaw continuó luego de una pausa.

    - Recibimos una carta avisándonos a través de la oficina de policía local.

    - Recibimos una carta avisándonos a través de la oficina de policía local.

    - Entregada por un niño.

    - Entregada por un niño.

    Richard levantó la cabeza y miró intrigado. Phil El Oso Douglas levantó sus hombros con un gesto de tampoco entender de qué estaba hablando. Henshaw retomó:

    - Dirigida al Agente Richard Hynreck del FBI en Missoula.

    - Dirigida al Agente Richard Hynreck del FBI en Missoula -repitió Phil con expresión de extrañeza.

    El Agente Hynreck pidió su teléfono con un gesto, y dijo en un susurro, con su mano cubriendo el micrófono de este:

    - Un Boro, por favor.

    - Pero... pensé que habías dejado...

    Richard endureció su mirada, no dejando lugar a discusiones.

    - Sí, está bien -masculló el exboxeador, dirigiéndose hacia la repisa de los cigarrillos - ¿Quieres matarte? Me hubieras pedido que te devolviera el arma...

    - Hynreck.

    - Oh, Richard -dijo el Agente Especial Henshaw al teléfono-. Me alegro que hubieras vuelto justo ahora a buscar tu celular que dejaste en el bar.

    - Búrlate de tu hermana si quieres, pero no me vengas con esas mierdas -exclamó Richard enojado- ¿Cuál es el alboroto con la carta esa? ¿Era una trampa, no es así?

    - Lamentablemente... no. No sé por qué estaba dirigida a ti, pero lo está.

    - Ok. ¿Me pasas a buscar mañana por mi apartamento?

    - Oh no, amigo mío. El suicidio parece haber tenido lugar hoy a las 7 PM, de acuerdo con el forense.

    - ¿Qué? ¿Los policías ya están ahí?

    - Sip, y aún tenemos 45 minutos de autopista hasta allí.

    Richard se pasó una mano por la cara. Phil le tiró el paquete de cigarrillos frente a él con desprecio.

    - Así que estás planeando pasarme a buscar... ¿cuándo?

    Una bocina sonó dos ves, fuera del bar, y a través del auricular.

    - Ok... ok -entendió Richard, y colgó.

    Estaba tratando de forzar su mente a pensar coherentemente. Pensó en su arma pero descartó la idea. Había tomado demasiado, y apenas podía hablar sin arrastrar las palabras. Pagó la cuenta, tomó un cigarrillo y tanteó sus bolsillos en busca de lumbre. Phil le alcanzó una caja de fósforos y le dijo:

    - Esta va por cuenta de la casa.

    - Gracias, Phil.

    - Sí-sí.

    Richard salió del bar, y Henshaw, de unos 21 años de edad, lo esperaba afuera en un Mazda nuevo, de color azul, y con el motor encendido. Se sentó en la butaca del acompañante, cerró la puerta, y mantuvo su vista al frente, esperando que Martín se moviera.

    - ¿Qué?

    - No se ha puesto el cinturón, Agente Hynreck.

    - ¡Dame un respiro! No empezarás con esa mierda de yo soy tu oficial superior ahora, ¿o sí? Sabes bien que esas cosas no funcionan conmigo.

    - Bueno, te guste o no, SOY tu superior, y si quieres morir, bien, párate delante del auto y dame el placer de caminarte por arriba. ¡Pero no me expongas a tener que explicar por qué tu moriste en un accidente de tránsito y yo sobreviví!

    - ¡Eres un dolor mayúsculo de trasero, jovencito! -gruñó Richard poniéndose el cinturón de seguridad.

    El auto arrancó, ganando velocidad rápidamente, dirigiéndose hacia la entrada de la autopista. El celular de Richard volvió a sonar. Atendió:

    - Hynreck... no, no voy a casa esta noche, Wen... un crimen lejos de la ciudad...  ¡¡¿¿Una chica??!! Sí, seguro, un gay pelirrojo...  Oh, si, Martín...  Dios, por favor...  estoy hablando con mi chica... ¡detente! ¿Qué quieres decir con que terminamos? .... Ah, ¿TU ya tuviste suficiente? ¡YO tuve suficiente de tus estúpidos celos! ¡YO tuve suficiente de ser degradado hasta el fondo del Buró y encontrarte en casa con tus ojos vacíos preguntándome: ¿Cómo estuvo tu día, querido? .... ¡¡Púdrete, TU!!.... Bien, sólo cierra la puerta detrás y deja las llaves en el buzón de correspondencia.

    Cortó, temblando con rabia contenida, luego tomó otro cigarrillo y lo encendió. Ahora estaban en la autopista. Martín lo miró con ojos juzgadores, y por toda respuesta, Richard tiró una bocanada de humo a la cara de su compañero.

    Martín tosió, y tuvo que abrir la ventana. Condujeron de esa forma durante algunos minutos en silencio.

    - ¿Cuánto tiempo con esta?

    - Tres meses.

    - Guau, rompiste tu propio récord, Agente -bromeó el pelirrojo trajeado, con una sonrisa.

    Richard no pudo sino sonreír también.

    - Toma esto, Richard -dijo el conductor, dándole un pequeño frasco con un líquido blanco dentro.

    - ¿Qué es?

    - Lo llamo abre-ojos. Una receta casera de mi abuela para la borrachera. Media hora y el embote desaparece.

    Richard levantó las cejas, y lo tomó de un sorbo. Luego puso cara de desagrado.

    - Nunca dije que tuviera buen sabor, Richard.

    - Espero que funcione... o te patearé el trasero todo el camino de vuelta a la ciudad. ¿La carta?

    - La policía la tiene en la escena del crimen.

    - Bien.

    - Ahora duerme una siesta. Eso acelerará el efecto.

    - No lo digas dos veces -sonrió Richard, apagó el cigarrillo y se recostó contra la puerta, arrullado por el suave sonido del motor, y lentamente... cayó dormido.

    CAPÍTULO 2

    - Richard, despierta . Ya casi llegamos.

    El veterano abrió sus ojos y miró alrededor, todavía medio dormido, pero la borrachera se había ido. Movió su cabeza a los costados.

    - ¡Guau, mis felicitaciones a tu abuela!

    - Y eso no es todo. Luego que duermes, no tienes resaca al otro día. Mira, toma algunos Kleenex húmedos de la guantera. Eso te dará un mejor aspecto.

    - Tienes todos los trucos, muchacho.

    - ¿Qué puedo decir? No siempre fui tan formal.

    Richard empezó a reconocer el suburbio lujoso por el que estaban pasando ahora.

    - Espera un minuto. ¿Esto es...

    - Saltzbury Hills –anunció el joven-, un viejo poblado agrícola reciclado en un barrio para ejecutivos ricos de la ciudad.

    - ¿Dijiste que el ahorcamiento tuvo lugar en un colegio privado? -preguntó Richard, con una creciente sensación de miedo.

    - El...  ¡¡Oh, Dios mío!! -exclamó con horror-. ¡¡Oh, Jesús!!

    El joven agente detuvo el auto y empezó a golpear su cabeza contra el volante.

    - ¿Cómo... pude... ser... tan... estúpido? ¡Mierda! ¡No... no puedo creerlo!

    Abrió la puerta y salió del auto. Caminaba arriba y abajo, culpándose a sí mismo.

    - ¡Me lo dijeron! Cuando te enviaron como mi compañero, ¡me lo dijeron!

    De a poco se fue calmando. No estaba sobreactuando. El joven agente estaba realmente choqueado por su error. Finalmente se sentó nuevamente dentro del auto y le dijo a su compañero, cuyo rostro estaba inexpresivo:

    - Lo siento, Richard. Realmente lo siento. Debí haber venido solo. Busquemos algún bar o estación de servicio abiertos para que me esperes allí.

    - Está bien. Tarde o temprano iba a tener que enfrentarlo.

    - ¿Estás seguro?

    El agente más veterano asintió. Mientras Henshaw retomaba la marcha, vio por el rabillo del ojo cómo Hynreck sacaba otro cigarrillo de la cajilla y lo prendía con pulso tembloroso.

    El conductor pelirrojo no sabía de nada que pudiera atemorizar a la antigua leyenda del FBI... excepto esto. Hacía sólo cinco meses que el terapeuta del Buró le había dejado volver a las tareas de campo... y eso fue sólo porque mantener al veterano en su casa lo hubiera aniquilado.

    Era muy tarde y pocos autos podían verse en las calles. Algunos guardias privados de seguridad los veían sospechosamente desde sus puestos alrededor de las mansiones que estaban recorriendo. Nadie con menos de diez millones de dólares podía instalarse en Saltzbury.

    Finalmente llegaron a las puertas de barras de hierro. Muros de cinco metros de altura circunvalaban la estructura central que podía verse a la distancia. Un guardia privado de seguridad con una metralleta les hizo la señal de detener el auto. Henshaw enseñó su placa.

    - FBI. Soy el Agente Especial Henshaw, y él es el Agente Hynreck. Fuimos convocados por el comisario para asistir en la investigación.

    - Por favor apague el motor y bájese del auto –le espetó simplemente el guardia, sin emoción alguna.

    Henshaw miró a Richard con una expresión de no estar creyendo lo que ocurría, pero su compañero hizo lo que pedía el guardia, así es que siguió su ejemplo.

    - Seguidme.

    Así lo hicieron. Fueron guiados a un cuarto de guardia junto a las puertas, mientras otros cuatro efectivos de seguridad chequeaban el Mazda centímetro a centímetro con detectores y perros entrenados.

    - ¡Oiga, dígale a sus perros que saquen sus patas de mi tapizado de cuero!

    - Martín -dijo Richard.

    - ¿Qué?

    - Cállate, y haz lo que te indiquen.

    El joven agente tuvo que dejar su pistola en el mostrador, y pasaron por un ancho portal detector.

    - Su arma -dijo fríamente el operador de este, viendo el monitor.

    - ¿Qué? -dijo Henshaw.

    Dos guardias se le acercaron.

    - Ah, ¿se refiere a ésta? -reconoció, sacando la segunda arma que siempre llevaba ajustada con correas a su pantorrilla, bajos de sus pantalones. Les entregó esa, también.

    El joven miraba con rabia contenida mientras el operador tomaba los números de serie de sus dos armas y los chequeaba en una computadora. Luego levantó sus ojos y le dijo al hombre que los había detenido en las puertas, que, por su aspecto, parecía ser el supervisor:

    - Esta concuerda, esta no.

    - Tendrá que dejar esta aquí.

    - Oh, vamos, ¿me estáis tomando el pelo, no? ¿Qué es esto? ¿Una cámara escondida para la TV? ¿Dónde están las cámaras? -se burló, mirando a su alrededor.

    - Por todos lados -contestó el supervisor-. Oprima su pulgar derecho aquí -le ordenó, alcanzándole un artefacto electrónico.

    - ¿Qué es esto? ¿Un colegio o una fortaleza? -se quejó Henshaw, oprimiendo su pulgar con un gesto de desprecio.

    Un instante más tarde, su perfil completo y foto aparecieron en el monitor de la computadora.

    - Ambos -contestó Hynreck, repitiendo el mismo proceso.

    Un momento más tarde estaban afuera caminando hacia el auto cuando fueron testigos de una escena por demás extraña. Una camioneta de un canal de TV estaba estacionada detrás de su coche. Un asistente sostenía un reflector y un cameraman seguía los movimientos de la joven reportera que lucía un largo vestido de noche, sosteniendo un micrófono en la mano. Cuando se acercaron, pudieron escuchar las palabras de una enfurecida conversación que mantenían con uno de los guardias armados.

    - ¡Le digo que esto es propiedad privada del Gobierno Español, señora, y no puede pasar!

    - Está bien, está bien. Sólo unas palabras de usted, entonces. ¿Sabe usted lo que ha ocurrido esta noche dentro del colegio?

    - No tengo comentarios al respecto.

    - Fuimos informados por fuentes confiables que la hija del Senador Lawrence fue muerta dentro del Instituto. ¿Puede confirmar esto para el canal MBC?

    - No tengo comentarios al respecto.

    De pronto, vio a los agentes subiéndose al auto y sus reflejos actuaron rápido, como era habitual. Eludiendo con un ágil movimiento al guardia que trató de detenerla, fue hasta la ventanilla del acompañante del Mazda y encontró a Richard encendiéndose un cigarrillo.

    - Agente Especial Hynreck, soy Christine Greenwald reportando para el programa de MBC ¡Usted lo vio! ¿Qué puede decirnos acerca de la muerte inesperada de la hija del Senador Lawrence? –largó a mil palabras por minutos.

    Henshaw vio la escena con ojos sorprendidos. Evidentemente, él no sabía quién era la víctima. Un guardia vino por detrás y la tomó de la cintura para separarla del auto. Potentes motores Diesel pudieron oírse de fondo a medida que las puertas comenzaban a abrirse. La reportera tomó el micrófono en una mano y el cinturón de seguridad de Hynreck en la otra, y luchó para no ser llevada. Pronto sus pies estuvieron en el aire. Miró de reojo al cameraman y gritó:

    - ¿Qué haces, estúpido? ¡Sigue grabando!

    El robusto hombre salió del pasmo en el que estaba e hizo lo que ella le indicó. Conocía demasiado bien que la Bruja de las Noticias, para hacer cualquier otra cosa. Hynreck levantó la palma de su mano al guardia, y el hombre paró de tirar de ella.

    - Por favor déjeme resolver esto, señor.

    - Gracias –dijo la reportera, corrigiendo su vestido que había dejado escapar un hermoso seno durante la trifulca.

    - Dos cosas, Greenwald. Primera. Este... es el Agente Especial Henshaw –y apuntó a su compañero-, y yo...  soy el Agente Hynreck, ahora.

    - Oh, no lo sabía... disculpe. ¿Pero qué...

    - Segundo –le interrumpió-. Este colegio no sólo es propiedad del gobierno español, sino también territorio español. Es una... subsidiaria de su embajada, por así decirlo. Así...

    - Que desde la calle hacia adentro, sus leyes se aplican, no las nuestras –completó ella, abriendo muy grandes sus ojos grises con sorpresa.

    - Incluyendo las más recientes que permiten a los oficiales de la ley y guardias privados de seguridad disparar contra cualquier individuo sospechoso de ser un terrorista.

    Es realmente atractiva, pensó, aún más que en la TV. Pero su cara parecía tallada en piedra.

    - Si yo fuera usted –continuó-, volvería a la fiesta donde estaba cuando me llamaron, luego dormiría, y esperaría al boletín oficial mañana.

    El auto se movió, y ella volvió con pasos vacilantes hacia la camioneta. Pero a mitad de camino, la llama en sus ojos le dijo al cameraman que había estado actuando. Le dijo al oído, mientras tomaba su hombro:

    - ¿Lo tomaste?

    - Todo.

    - Bien. Ahora sigue el auto con el teleobjetivo. Veamos que podemos tomar del edificio principal.

    El cameraman siguió sus instrucciones, mientras las puertas terminaban de cerrarse. Pero su visión fue interrumpida por un cuerpo macizo, y una mano cubrió el lente de la cámara.

    - Oiga, ¿qué cree que está haciendo? –reaccionó Christine.

    - No podéis tomar imágenes de la propiedad.

    - ¿Qué quiere decir con que no podemos?

    Con un preciso y brutal movimiento, el guardia arrebató la camera al hombre robusto, y la estrelló con violencia contra el piso. Luego, ante los asombrados ojos del equipo reportero, la golpeó tres veces con el talón de su bota.

    - Esto... quiero decir con: No podéis.

    El cameraman se agachó para juntar los pedazos con movimientos lentos, pero Christine le detuvo.

    - Sé que amabas a Beatrice, pero ahora se ha ido. Murió en el cumplimiento de su deber. Vamos, mañana la estación te comprará otra, y con el tiempo, también la podrás aprender a amar.

    - Está llena de huevos, esta reportera.

    - Sí, y es inconsciente también –respondió Richard dentro del auto mientras cubrían los 800 metros que separaban las puertas del edificio principal, construido sobre una pequeña colina.

    - ¿Qué fue eso de tu palma y el cambio de actitud del guardia?

    - Muy observador, Martín. No fue el gesto, sino la forma en que le miré.

    Su compañero más joven no sabía si creerle o no, pero no había visto esa expresión marmórea en el agente más veterano desde... bueno, desde que era llamado Puño de Hierro Hynreck por los cadetes, la leyenda del FBI que había sido la inspiración de cada joven recluta con la voluntad de hacer un gran servicio a su país.

    - ¿Sólo un auto de policía? –preguntó, confundido, mirando los vehículos estacionados frente a las escaleras del antiguo monasterio.

    - El del comisario, me parece. No hay necesidad de más. ¿Qué sabes acerca de este colegio?

    - ¿El SAHISICA? Bueno, su nombre completo es el Instituto San Andrés de las Colinas para la Autosuperación Personal y los Logros Católicos, regido por la Orden Andreina de España... un elitista colegio privado de tiempo completo destinado a los hijos de las 100 familias más ricas y poderosas de los Estados Unidos... ¿Qué más?

    - ¿La secta Corpus Christi te dice algo?

    - ¿¿¡¡QUÉ!!?? ¿Te refieres al grupo que, aunque legal, hace que el Opus Dei parezca Mickey Mouse en comparación? ¿Ellos... están relacionados... –trató de decir con voz temblorosa.

    El auto se detuvo detrás de la patrulla del comisario.

    - Es clasificado... o solía serlo, cuando yo tenía acceso a esa información, así que guárdatelo para ti, ¿quieres?

    - De acuerdo.

    CAPÍTULO 3

    - Santo Padre, es un placer recibirlo en nuestro humilde monasterio.

    El monje de los hábitos negros se arrodilló y besó los anillos del Papa, como el protocolo indicaba.

    - Levántate, Hermano Torquemada. Es un placer para mí visitar España siempre que mis obligaciones así me lo permiten.

    - Esta estación tuvimos un récord de cosecha en los viñedos del templo. Los vinos que produciremos el año que viene van a ser... perfectos. ¿Cómo estuvo su viaje desde Roma?

    - Agotador, realmente. No importa cuán rápidos sean los modernos galeones de la Armada Española, todavía los encuentro incómodos y lentos.

    - Nuestros hermanos y yo haremos lo que esté a nuestro alcance para que su estadía sea lo más placentera posible. El nuestro es un templo humilde, pero di instrucciones a mis asistentes de que prepararan mis propias recámaras para usted.

    - Lo aprecio, Hermano. Pero no me pidió venir hasta aquí para sólo hablar de vinos y alojamiento, ¿no es así?

    - No, por cierto que no –admitió el monje con sus labios curvados en malicia, notando la intuición y sabiduría de su superior.

    Ambos se encontraban recorriendo plácidamente los jardines del monasterio dominicano de Sevilla, en la costa oeste de España. Era una tarde soleada, y el sol del crepúsculo iluminaba la bahía donde naves militares y mercantes de todo tipo y bandera, mantenían una incansable actividad.

    - Usted mencionó en su nota que había noticias perturbadoras que podrían dañar los intereses de la Santa Iglesia en este reino...

    - La situación no puede ser más desesperada, Su Eminencia. Este Cristóbal Colón fue el responsable de una cadena de acontecimientos que están ahora mismo minando nuestra influencia en la península.

    - ¿Cómo puede un marinero haber causado tanto daño con un viaje en busca de especias? –preguntó incrédulo el Papa.

    - El hecho es que lo hizo. Y no con las especias, sino con los esclavos nativos que trajo con él, y el oro que han descubierto en los nuevos reinos. Permitidme contaros una historia.

    - Soy todo oídos para usted, Hermano Torquemada. Su reputación le precede, como uno de los más valerosos soldados de Dios que el Vaticano tiene hoy en día.

    - No puedo estar más honrado por vuestras palabras –dijo con una reverencia-. Todo comenzó con las primeras Cruzadas, algunos siglos atrás. Por casi un milenio, la Iglesia Católica había gobernado sin rivales sobre toda Europa. Cada rey de cada nación tenía que someterse a la bendición del Papa antes de ser coronado. Poníamos y quitábamos reyes y príncipes a nuestro antojo y la palabra de cada iglesia local era ley. ¡Esos fueron tiempos gloriosos para los siervos de Dios!

    - Así es –suspiró el Papa con cierta nostalgia.

    - Pero eso comenzó a cambiar cuando los primeros Cruzados trataron de reconquistar Jerusalén. Los Caballeros del Templo que habíamos enviado en esa misión sagrada pronto fueron corrompidos por los placeres de la carne, la avaricia por las riquezas que estaban capturando cada vez en mayor cantidad, y empezaron a pensar en regir sus propios destinos y ya no seguir los altos comandos de la Iglesia de Dios.

    - Pasó como usted lo dice, mi amado prelado. Pero pensé que esa amenaza a nuestro poder se había cortado cientos de años atrás.

    - Con la ejecución de su más alto líder, Jacobo de Molay, en 1313, pensamos que así había sido. Pero sólo pasaron a operar en la clandestinidad, con el nombre de la Orden Rosacruz.

    - ¿Está seguro de esto? –exclamó el Papa con sorpresa.

    - Mis espías, esparcidos por toda Europa, han recolectado evidencia irrefutable al respecto. Ese fue el motivo por el cual el tesoro que sabíamos que ellos guardaban, nunca fue encontrado. Justo ahora, están minando nuestra autoridad por doquier. Son capaces de aparecer como cabezas de las casas de comercio, capitanes militares, barones... incluso reyes.

    - ¡El Señor nos proteja!

    - Amén. Debemos recordar que fueron excomulgados de la Iglesia por sus actividades infieles, y los pactos de los que fueron acusados de formar con el Diablo mismo.

    Ambos se persignaron. El monje sonrió al ver que la manipulación de la cabeza de la Iglesia Católica estaba resultando, así es que continuó:

    - Por años han estado acumulando poder y riquezas, convirtiendo a gente buena de Fe en sus seguidores. Y la ley no puede tocarlos, ni tampoco la Iglesia, ya que están escondidos y saben bien cómo mantener su movimiento rebelde creciendo cada vez más, dejándonos impotentes para detenerlos.

    - ¡Pero debemos detenerlos de inmediato! –exclamó firmemente el Papa con indignación-. Yo... no sabía que la situación en España fuese tan crítica. Sin embargo, debí haberlo adivinado cuando vi que las cantidades de dineros que la Iglesia española enviaba a Roma disminuían.

    - Y esto es sólo el comienzo. Con las Cruzadas, también trajeron a Europa la contaminación de nuevas ideas y conocimientos paganos, que deberían haber sido ocultados, para los intereses de la Santa Iglesia. Hasta en las calles de mi querida Sevilla, la gente habla en secreto acerca de autores prohibidos como Sócrates, Platón, Ptolomeo y muchos otros paganos que ellos llamados sabios. Y a eso, los musulmanes agregaron sus propios conocimientos y creencias heréticos y, Dios me perdone lo que estoy por decir: hasta están diciendo que no estamos en el centro del Universo...

    - ¡¡Herejía!!

    - ... que Dios no fue el creador de todas las cosas...

    - ¡¡Blasfemia!!

    - Hace apenas algunas décadas que logramos reconquistar con mucho esfuerzo la península de manos musulmanas, gracias a los benditos esfuerzos de los Reyes Católicos de España. Pero luego tuvimos que enfrentarnos a un nuevo problema: había tantos musulmanes que no pudimos expulsarlos a todos, y por toda España y Portugal, secretamente (y no tan secretamente), se reúnen en sus templos, se arrodillan en dirección a La Meca, y dicen en sus plegarias: Alá es mi Dios, y Mahoma su profeta.

    - Esto no puede estar pasando –se derrumbó el Papa.

    - Me temo que sí, Vuestra Eminencia. Y no son los únicos movimientos heréticos que estamos enfrentando. Gracias a la caída del Impero Bizantino, las rutas comerciales a Persia y a la Tierra Sagrada fueron reestablecidas, y los Judíos y Rosacruces vieron la oportunidad de hacerse de grandes cantidades de oro como cabezas de las Casas de Comercio.

    - Oí que estas horribles acciones estaban teniendo lugar en Italia también, pero no pude dar crédito a la información.

    - Tendrá que hacerlo, ya que fue de una de esas comerciales de la cual Cristóbal Colón obtuvo los mapas que lo llevarían a los nuevos reinos.

    - Y luego manipuló a los Reyes Católicos de Castilla para que financiaran su travesía –concluyó el Papa con una expresión amarga.

    - Exactamente, y con esta nueva conquista trajo nuevos esclavos, y Europa tomó contacto con otros cultos paganos, que ya han empezado a tomar adeptos. Y el oro que ha sido encontrado en las nuevas colonias ha sido un incentivo más para que la gente se mude allí, fuera de la efectividad del control católico. No lo puedo afirmar a ciencia cierta, pero pronto las ciudades europeas serán infectadas con templos a dioses paganos Indios, también.

    - ¡Debemos detener esto!

    - Coincido completamente, por supuesto. Mis fuentes de información me han dicho que incluso algunos miembros de la Orden Jesuita están planeando establecer sus misiones en los nuevos reinos, pero, sólo para vuestro conocimiento... –bajó la voz y continuó en un susurro- dicen que pueden convertir a los salvajes al Catolicismo porque... –miró alrededor para verificar que nadie los estuviera escuchando, creando un ambiente de fatalidad al hacerlo- porque... tienen almas.

    Las piernas del máximo representante de la Iglesia Católica le fallaron y se tambaleó con el impacto de las noticias que acababa de recibir. Los fuertes brazos de Torquemada lo sostuvieron y se las arregló para guiar al Papa hasta un banco cercano. Cuando se sentaron, el Santo Padre dijo, respirando con dificultad:

    - Los Jesuitas, nuevos propios hermanos, prodigando tales blasfemias... ¿Cómo pudo el poder de la Iglesia caer tan bajo?

    - Me temo que hemos sido demasiado benevolentes. Veo que hay una sola solución, y es restaurar completamente la institución de la Sagrada Inquisición.

    Los ojos del Papa se fijaron en los de Torquemada, y el primero empezó a entender el brillante plan de su subordinado.

    - Sí... la Inquisición...

    - ¡Dejadme ser vuestro Soldado de Dios. Los hermanos de mi orden y la red de espías que comando pueden hacer este trabajo sucio, si fuéramos autorizados por vosotros.

    - Pero algunos príncipes se opondrán a la idea de tener a los Inquisidores patrullando las calles de sus ciudades nuevamente, y quemando a los herejes en las plazas públicas...

    - Dejadme encargarme de eso. Humildemente os ruego... que me permita liderar el retorno del Reino de Dios sobre la tierra. Lo único que necesitamos... es su total apoyo, para usar todos y cada uno de los métodos para lograr la redención de las ovejas perdidas del rebaño.

    - Lo tiene, Torquemada, lo tiene. La Santa Biblia nos dice que en situaciones desesperadas como esta que tenemos en nuestras manos, se requiere de sacrificios extremos por parte de los seguidores de Cristo.

    - Gracias, Santo Padre, gracias –dijo profundamente emocionado Torquemada, arrodillándose hasta el piso, y besando los pies del Papa.

    Poniendo sus gordas manos llenas de anillos sobre la cabeza de su subordinado, el sumo pontífice dijo, también emocionado hasta las lágrimas:

    - Sólo desearía que la Iglesia tuviera más hombres de Fe como tú.

    Algunas horas más tarde en la noche, luego que el Papa se fuera a dormir, exhausto como estaba por las terribles noticias que había recibido, Torquemada descendió las escaleras escondidas detrás de una puerta secreta en la biblioteca del monasterio. Estaba dirigiéndose a otra reunión... de un tipo muy diferente.

    Cassius saludó al líder de la orden, al aparecer este último en un descanso de las escaleras.

    - ¿Mordió el anzuelo?

    - Hasta las entrañas –contestó su superior.

    Ambos se abrazaron con fuerza. Sus caras mostraban la victoria de un proyecto largamente anhelado.

    - ¡Sabía que lo lograrías! ¡Lo sabía, Supremo Maestro!

    Torquemada dirigió al monje de cara pálida una mirada helada.

    - ¿Cuántas veces te he dicho, Cassius, que no me llames de esa manera?

    La cara del feo monje mostraba que estaba sinceramente arrepentido por el error. Trató de balbucear:

    - ¿Decenas? –y viendo la mirada reprobatoria de su superior- ¿Cientos?

    - Perdí la cuenta, realmente. Mira, tus tareas te mantienen encerrado en estas mazmorras la mayor parte del tiempo, pero no podemos arriesgar a que los otros miembros del Alto Consejo sean infectados con esto. Recuerda: nadie puede relacionarnos con nuestras pasadas actividades como Rosacruces, o nuestro plan podría fracasar.

    - Perdón, Sup... Hermano Torquemada, no volverá a ocurrir. ¿Fue difícil?

    - ¿Qué? ¿Convencer al Santo Puerco de redactar la autorización? Nada más sencillo, Cassius. Si ponemos la mentira del mensajero de Dios en la Tierra de lado, él es sólo otro hombre corriente, y como tal, puede ser manipulado a voluntad, si uno sabe cuáles son sus miedos.

    Retomaron el descenso juntos.

    - ¿En su caso particular, el temor de que el Vaticano pierda poder y seguidores en manos de otras religiones y cultos paganos?

    - Nada tan elevado como eso, Cassius. En su caso, el temor de perder importancia como líder del Catolicismo, y no poder continuar con sus actividades homosexuales con jóvenes monaguillos y curas a voluntad.

    - Ya veo. ¿Y tuviste que besarle los pies como dijiste que lo harías?

    - En el punto dramático culminante –dijo el Alto Prelado y puso un gesto de asco-. Y luego pasó sus asquerosos dedos por mi pelo. ¡Fue desagradable! Sólo pensar en todos los jóvenes y niños que esa mano ha tocado...

    - Cambiaremos eso. ¿Deberíamos matarle luego que regrese a Roma?

    - ¡Ni siquiera lo pienses, Cassius! –exclamó Torquemada horrorizado-. Le necesitaremos al menos por un par de años más, hasta que restablezcamos completamente nuestro poderío. Entonces sí será redundante para nuestros planes.

    - ¡No puedo creer que lo hayas logrado! –exclamó el horrendo monje con una sonrisa repleta de dientes faltantes-. Tantos años escondiéndonos en cuevas y laberintos como ratas, y ahora podremos volver a la superficie como los portadores autorizados de la justicia divina sobre la tierra.

    - Esa es la palabra clave a partir de ahora, Cassius. Cualquiera de nosotros sólo tendrá que decir: En el nombre de Dios, y todas las puertas se abrirán, todas las personas (sean ricas o pobres) se arrodillarán, y todas nuestras acciones serán perdonadas. ¡Ya no tendrás que cazar gatos, perros y vagabundos para tus experimentos!

    - Ssssí, por fin podré tener algunos seres humanos decentes para experimentar con el comportamiento humano.

    - Gustosos aceptarán unirse a tu programa antes que ser quemados vivos.

    - Y sé exactamente por quién comenzaré.

    - ¿Quién es la afortunada?

    - Isabel de Báscara.

    - ¿La Baronesa? Apuntas alto, mi amigo.

    Llegaron a un cuarto rústico donde unos veinte monjes estaban sentados alrededor de una mesa redonda. Cuando pasaron las puertas, los curas interrumpieron su charla y se quedaron mirándolos. Cassius movió afirmativamente su cabeza con una sonrisa. Un rugido de victoria explotó de las gargantas de los hombres allí reunidos. Parecían poseídos, golpeaban la mesa, se abrazaban con sus compañeros, reían a las carcajadas, gritaban... Sólo que no estaban poseídos, en lo absoluto. Sus décadas de esconderse habían llegado a su fin. Desde ahora, estarían autorizados a hacer lo que fuera que quisieran para cazar a aquellos que se les antojara considerar herejes, esto es, a quienes no se arrodillaran ante ellos y siguieran sus órdenes.

    A la señal de uno de los monjes, músicos y bardos entraron por una pequeña puerta lateral con sus instrumentos, y empezaron a ejecutar una alegre melodía, luego varios acólitos de los rangos inferiores ingresaron con platos, copas, cubiertos, y todo tipo de manjares de lujo: conejo, cerdo, carne de vaca, hierbas con especias, ensaladas y.... por supuesto... jarras y botellas del vino por el cual el monasterio era famoso.

    Finalmente, cuando todos comenzaron a comer y a beber, una docena de hermosas esclavas de todas las nacionalidades -indias, musulmanas, africanas, gitanas-, saltaron hacia el centro de la mesa y empezaron a bailar al compás de las melodías que los bardos y músicos estaban ejecutando. Las jovencitas, ya que la más vieja no llegaba a los 18 años de edad, estaban apenas vestidas y danzaban sensual y desvergonzadamente para el deleite de los monjes. Todos se encontraban en un espíritu festivo. Todos... excepto Torquemada. Tocó el brazo de Cassius, que se había sentado a su derecha. Su segundo al mando despidió con un gesto de su mano a una esclava musulmana que estaba frente a él con sus codos y rodillas sobre la mesa, dándole uvas en la boca, y acercó su oído al alto prelado.

    - ¿Quién fue el responsable de esta idea, de este... festejo sorpresa por la victoria?

    - El Cardenal Andrés –apuntó, indicando a un cura rubio y joven al otro lado de la mesa-, nuestro espía en el Vaticano.

    Andrés notó que lo estaban mirando, y saludó inocentemente con una sonrisa.

    - Tendremos que vigilarlo de cerca. No me gusta.

    - ¿Temes que pueda traicionarnos?

    - Peor aún. Puede haber perdido los fines Sagrados que tiene nuestra secta.

    - No lo entiendo –dijo el medio borracho Cassius, tratando de no deslizar las palabras.

    - La comida, la música, las bailarinas... eso nada tiene que ver con nuestros objetivos, que son...

    - La elevación del espíritu y purificación de la raza humana, sea por las buenas maneras... o por las otras. Lo sé... tienes razón... como siempre.

    - ¿Cómo era, de nuevo, el nombre completo de tus experimentos?

    La pregunta tomó por sorpresa al feo monje.

    - Condicionamiento y perfeccionamiento del comportamiento humano. ¿Por qué?

    - Tú has elegido a la Baronesa como tu primera víctima. Yo... ya he elegido al segundo.

    CAPÍTULO 4

    Se les indicó a los agentes de esperar en el lobby de recepción. Para ese entonces, el joven Agente Especial Henshaw había entendido que era inútil discutir con esta gente. Sus ojos expertos recorrieron cada rincón de la pieza cuadrada.

    La recepción parecía ridículamente chica comparada con la monstruosidad de la edificación. Estaba diseñada para ocultar los interiores

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