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Apostador en Contra
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Libro electrónico36 páginas27 minutos

Apostador en Contra

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En un juego de realidad virtual, él realiza la apuesta suprema: su propia vida.

El Dr. Pennell sólo quiere a su hijo de vuelta en casa. Pero Crain Dalton descubre que la mafia quiere que el muchacho entretenga a los peces gordos jugando a un juego de realidad virtual por la apuesta suprema: su propia vida.

Incluso los médicos con una caja fuerte llena de efectivo sufren cuando su hijo adolescente frecuenta el casino local y se pone de novio con una prostituta. Una agradable chica suburbana que hará realidad tus fantasías más pervertidas.

¿Podrá Crain encontrar a Don Pennell a tiempo para salvarlo?

En los dados, un apostador en contra apuesta todo su dinero a No pase y No Venir. L a mayoría de los jugadores odian a los apostadores en contra por traer mala suerte a la mesa, porque los apostadores en contra ganan cuando todos los demás pierden.

En el futuro cercano, los juegos de computadora evolucionan hacia la realidad virtual total. Los jugadores experimentan una realidad alterada, y los espectadores pueden compartir el juego con ellos.

Los gladiadores ya no necesitan complicadas arenas, estadios o áreas de juego físicas. Pelean a través de redes sofisticadas.

El ganador se lleva una montaña de efectivo.

El perdedor muere.

Mientras, los jefes del crimen, políticos, y ricos ociosos miran… y hacen sus apuestas.

En Apostador en Contra, vemos el futuro del deterioro económico de la recesión, combinado con tecnología avanzada… no es bonito.

Luego de 30 años sin estar disponible, hasta ahora, Apostador en Contra apareció originalmente en el ARCHON 7 PROGRAM BOOK en julio de 1983.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 nov 2016
ISBN9781507116777
Apostador en Contra

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    Apostador en Contra - Richard Stooker

    Apostador en Contra

    Richard Stooker

    Translated from English by Paola Cuenca

    ––––––––

    El centro comercial Central City, en  el condado de St. Louis fue así llamado a partir de la tienda Central Hardware, que originalmente ocupaba parte de su espacio. La compañía Central Hardware quedó fuera de juego durante una de las grandes reestructuraciones corporativas hace años y nunca se recuperó. El juego de cartas del super conglomerado internacional continuó en Wall Street, y los nuevos negocios se mudaron a Central City.

    Estacioné en un local con el frente cubierto de paneles llenos de graffiti obsceno. Me dirigí a una puerta sin marcar, toqué timbre y miré hacia arriba, a la pequeña lente de la cámara oculta de circuito cerrado de TV.

    -Quiero algo de acción- dije.

    La puerta se abrió de par en par. Una cara severa me clavó la mirada, luego se hizo a un lado. Incluso en mi época de detective policial, nunca me habían descubierto. Me adentré en Jake’s Casino.

    Los compradores de Central City podían adquirir sopa de huesos y astro-pan de frutilla, jugar a videojuegos de Inmersión-Total o a la insípida roca-tortura. Además, podían comprar lo que quisieran en el mercado negro, desde una bolsa de bayas de trigo a un libro prohibido, encontrarse con un vendedor de drogas ilegales, contratar los servicios de una prostituta, beber a deshoras y hacer cualquier tipo de apuestas. Podían apostar a los caballos, deportes profesionales, los números, o la ruleta y las mesas de dados en Jake’s.

    Hombres y mujeres con ojos apagados y complexión pálida, como cadáveres, se amontonaban alrededor de las mesas. En libros hechos jirones y zapatillas rellenas con papel de diario, deambulaban sin vida sobre las alfombras harapientas desparramadas sobre el suelo de concreto, arrastrando los pies y empujándose unos a otros mientras depositaban sus fichas. El aire estaba espeso de humo de cigarrillo; unas bombillas descubiertas sobre las mesas quebraban la bruma.

    Había un prestamista sentado en el escritorio al lado del cajero. Si alguien se quedaba sin dinero pero quería continuar jugando, él los financiaba. Podían tomar tanto dinero como quisieran. No había apuro para devolver el dinero, pero debían asegurarse de no retrasarse con el pago de intereses semanal. Él era un hombre de negocios, no una caridad. Debía cobrar un interés por

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