Melville en Jerusalem
Por Vicente Quirarte
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Melville en Jerusalem - Vicente Quirarte
Prisonnière
MELVILLE EN JERUSALEM
Herman Melville llegó a Jerusalem el 6 de enero de 1857, joven e impetuoso. Sus experiencias nómadas se habían reflejado en sus novelas iniciales. Ahora, un viajero distinto emprendía su propia y solitaria peregrinación a Tierra Santa. Financiado por su familia, llegaba desencantado, en plena crisis de esterilidad creativa, seguro de que Moby Dick y sus obras posteriores habían constituido un fracaso desde todos los puntos de vista.
Unos días antes, en Liverpool, así lo describió el cónsul de Estados Unidos en esa ciudad inglesa: Melville vino a verme… Lucía como casi siempre (un poco más pálido, y, tal vez, un poco más triste), con un abrigo de grueso tejido, su gravedad característica y sus maneras reservadas
. El cónsul se llamaba Nathaniel Hawthorne. Con él había compartido Melville sus deseos más íntimos, cuando la creación era para ambos un tobogán infantil siempre en presente. Cuando realidad y deseo se consumaban simultáneamente. Cuando la tangibilidad de la escritura era superior a los sueños. Un poco más triste de lo que era. Los tristes son los alegres del futuro. Melville fue incapaz de experimentar semejante metamorfosis. En cambio, nos dejó una inmensa tarea por cumplir.
Melville permaneció trece días en Jerusalem, hasta el 19 de enero. El resultado de su experiencia daría como resultado un extenso poema de más de 20 mil versos titulado Clarel. A Poem and Pilgrimage in the Holy Land. Como lo indica el título, se trata del viaje físico y espiritual, condición del peregrino que realiza un joven llamado Clarel. Ni remotamente tiene la intensidad conmovedora de Moby Dick. Sus excesivas descripciones carecen de la carga poética presente en los textos en prosa. Sin embargo, como gran viaje de la conciencia y arquitectura mental que pretende dar testimonio de las maneras en que paisaje e historia moldean la conciencia de un hijo del siglo XIX, es antecedente de grandes poemas del siglo XX como The Waste Land de T. S. Eliot o Anábasis de Saint John Perse.
Gracias al diario que Melville llevó durante su viaje a Jerusalem, es posible seguirlo paso a paso, desde su desembarco en Jaffa hasta su llegada a la ciudad tres veces santa. El diario está escrito en frases cortas, sin intenciones literarias, solo con el objeto de dar testimonio de los hechos. Pero debido a que es Herman Melville quien lo signa, resulta imprescindible asomarse a él:
6 de enero [1857] Temprano en la mañana tuvimos a Jaffa al alcance de la vista. Un ligero balanceo y luego las olas rompientes antes de la ciudad. Desembarcamos, no sin cierto peligro, –los lancheros (árabes) tratando de burlarse de mis supuestos miedos. ¡perros taimados!– Contraté a un guía judío para que me llevara a Jerusalem. Cruzamos la planicie de Sharon teniendo como vista las montañas de Efraín. Llegamos a Ramala y me registré en el supuesto hotel. Durante la cena en vajilla rota y carne fría, torturados por mosquitos y pulgas, el guía dijo, ‘Estos árabes no saben cómo manejar un hotel’. Asentí plenamente. Tras una noche horrible, a las dos de la mañana estábamos ensillados rumbo a Jerusalem. Tres sombras recortadas en el suelo a la luz de la luna. A la salida del sol íbamos llegando a las montañas. Pálido olivo de