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Itzamná y la Dama Blanca
Itzamná y la Dama Blanca
Itzamná y la Dama Blanca
Libro electrónico205 páginas3 horas

Itzamná y la Dama Blanca

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Los relatos escalofriantes y las extrañas muertes convierten a una pequeña localidad en un lugar de pesadilla, más porque ninguna de ellas parece tener sentido ni explicación alguna. 
Los asesinatos siguen y un grupo de amigos se ve involucrado, cada uno de forma diferente, con el misterio detrás de ellos. Sus vidas cambian desde entonces y deberán hacer algo al respecto pues de lo contrario estarán en grave peligro. La existencia de una antigua leyenda pone en duda lo que creen saber y todo se vuelve más confuso… o más claro, Itzamná y la Dama Blanca se convierten en el mayor enigma por resolver.
 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ago 2020
ISBN9781393738046
Itzamná y la Dama Blanca

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    Itzamná y la Dama Blanca - Dayana R. Sedano

    Hace muchos años…

              Nunca había tenido la necesidad de acudir con uno de esos a los que llaman brujos o chamanes pues mi opinión con respecto a su efectividad es que son un completo y absoluto fraude; a pesar de ello, no me quedaba otra alternativa, quería tener lo que otros no tienen, quería poder y estaba dispuesto a conseguirlo. Varios me habían dicho que acudiera con un brujo, que ellos me darían todo lo que quisiera pero que tuviera mucho cuidado con lo que pedía pues el precio de eso podría atormentarme por el resto de mi vida. No muy convencido decidí tomarles la palabra y salí en busca del dichoso brujo, mayor error no pude haber cometido hasta entonces…

    Me adentre en la selva más de lo que lo había hecho en mi vida, los rumores de que aquel brujo realmente ayudaba a quien se lo pedía iban acompañados de horribles relatos que me negaba a creer, pero mi deseo era más grande que el miedo que aquellos relatos me provocaban, ellos me habían quitado todo y estaba dispuesto a quitarles todo también. Por fin, y al cabo de caminar por varias horas encontré su cabaña, la noche ya había caído y todo iba de mal en peor. Llamé a la puerta y me recibió un anciano deforme, no medía más de metro y medio, se sostenía con un extraño bastón y desprendía un olor a putrefacto. Ni siquiera me miró, era como si me hubiese estado esperando, entré y le conté mi desgracia y que quería tener lo que ningún hombre había tenido, no esperaba que me respondiera y sin embargo me provocó escalofríos que ni siquiera me volteara a ver. Suficiente, era claro que aquel disque brujo no era más que una farsa, estaba por irme cuando me llamó por mi nombre. Esperé a que dijera algo más pero no fue así.

    Lo último que recuerdo, si es que no lo imaginé, es al anciano hablando un dialecto extraño y concluyendo con un está hecho. Desperté, pero no era yo, más bien no era como me recordaba a mí mismo, me sentía mal, toqué mi rostro y sentí en él cicatrices que jamás había tenido, además mi piel era de un color grisáceo, mi complexión no era la misma. No sabía lo que aquel brujo me había hecho, pero sin duda había algo raro en mí y no tardé en averiguar y, sobre todo, en comprender en que me había convertido y cuál era el precio de mi petición.

    Primera Parte

    Capítulo I:

    El balón rodó hasta sus pies y detrás de este un pequeño niño de unos seis años corría a su alcance. Cuando el pequeño llegó hasta donde el balón termino de rodar observó extrañado al hombre que tenía enfrente quien vestía una túnica enorme muy parecida a la que usan los magos, usaba guantes blancos y un distintivo bombín negro pero de todo aquello lo que más interés le dio al niño era el maquillaje que se asemejaba mucho al de un mimo: la cara blanca en su totalidad, sus labios de color negro al igual que sus ojos de los que escurrían unas falsas lágrimas del mismo color. El niño continuó mirándolo con cierta sensación de miedo, el mimo lo notó por lo que le sonrió al tiempo que lo saludaba efusivamente dando pequeños saltos, esto alivio al pequeño quién le devolvió el saludo. Imitaba acciones sin emitir sonido alguno y el niño lo disfrutaba, era perfecto.

    De pronto se escuchó la voz de un chico a lo lejos – ¡Carlos! – el pequeño giró en dirección a la voz que lo llamaba, tenía que irse. Se devolvió hacia el mimo y le dijo – Me tengo que ir – empezó a andar cuando, casi en un susurro, creyó escuchar decir al mimo a sus espaldas – Iré por ti – o quizá lo que dijo realmente fue -Se parece a ti – no estaba seguro. Para cuando volteo, el mimo ya no estaba, había desaparecido.

    A los pocos segundos llegó corriendo quien lo había estado llamando a gritos - ¿Por qué demonios no me respondes? – le cuestionó, aun mirando el lugar donde se suponía debía estar el mimo le respondió – Perdón Jon, no te escuché -. Con cara de incredulidad su hermano lo miró un momento - ¿A quién buscas? - le pregunto, Carlos dudó un instante si debía decirle la verdad o inventarse una excusa.

    – Había un mimo justo ahí- dijo finalmente mientras señalaba el lugar que había estado observando durante ese tiempo, su hermano dirigió la vista hacia el sitio que señalaba y desconcertado le dijo – Pues ya se fue, y nosotros también. Vámonos antes de que anochezca o peor aún, antes de que nos vengan a buscar- tomó a Carlos de un tirón por el hombro lo que provocó el enojo del niño quién le reclamo - ¿No me creés?, esta bien porque me dijo que vendría por mi – Jonathan lo miró angustiado, pero supuso que era una simple broma por parte de su hermano por lo que con fastidio le respondió – Carlos no estoy de humor para bromas, y si ese mimo imaginario vendrá por ti mejor ya vámonos – se dio la vuelta y empezó a andar.

    –Me estoy haciendo- exclamó Carlos, ya más molesto su hermano le reclamó - ¡Siempre logras fastidiarme! ¿No te puedes aguantar hasta la casa? – el pequeño negó con la cabeza, sin más opción Jonathan lo llevó a los baños del parque en el que estaban. - ¿Puedes solo o necesitas que te limpié? – le dijo de forma sarcástica a Carlos, el pequeño lo miró molesto y se adentró en los baños. Jonathan se sentó cerca de una pequeña jardinera a esperar. Pasó un tiempo y Carlos aún no salía, una extraña sensación de angustia invadió a Jonathan quien trataba de explicarse a sí mismo porque su hermano tardaba tanto en los baños. Pasaron 10, 15, 20 minutos y su hermano no regresaba. El pánico se adueñó de él y sin pensarlo mucho entró a los baños, apresuró el paso sin llegar a correr pues algo en su interior le decía que en realidad no quería estar ahí. Una vez adentro, un miedo inexplicable le recorrió el cuerpo pues el lugar estaba en total silencio. Al acercarse a la última puerta vino a su mente un terrible presentimiento, tal fue la conmoción que sintió que empezó a llorar silenciosamente, como temiendo que alguien lo pudiese escuchar. No fue necesario forzar la puerta pues ni siquiera estaba cerrada, la empujó débilmente y presenció la cosa más horrible que nunca hubiera deseado ver: el cuerpo de su hermano yacía sin vida tirado a un lado del inodoro, no tenía heridas visibles, muy en el fondo Jonathan mantenía la estúpida idea de que en realidad estaba dormido pues así parecía estarlo pero la realidad era clara y lo confirmo después de sacudir a su hermano suavemente al tiempo que lo llamaba desesperadamente por su nombre. Carlos nunca respondió y nunca lo haría.

    Capítulo II:

              Valle del Rey es una pequeña localidad famosa por su sin fin de relatos extraños y por sus incontables desapariciones y asesinatos pues la mayoría de estos nunca tienen una explicación lógica. Resumiendo un poco, las personas no tienen ni idea de quién es responsable de tantas muertes pues dicha localidad es muy pacífica en cuanto a crímenes se refiere: casi no hay asaltos ni robos y las desapariciones denunciadas siempre son de varones que van desde los quince a los treinta años por mucho, algo extraño teniendo en cuenta que lógicamente debería haber más denuncias por niños desaparecidos que por adultos desaparecidos. Otra cosa extraña es que las víctimas tienen una causa de muerte anormal, pues pareciera que el individuo simplemente decidió dejar de vivir, como si literalmente lo hubieran apagado. Eso por un lado, pues el resto tienen una causa de muerte en común: asfixia.

    Dicha causa resulta en una suposición simple, se ahogaron por accidente pues los cuerpos de estas personas siempre se encontraban muy cerca de ríos, arroyos, pequeñas lagunas y el más común de todos, el lago del parque Cervantes por lo que la policía concluía que se trataba de un desafortunado accidente. Pero todo aquello tomaría un giro que dejaría aquellas suposiciones como falsas cuando, en 1998, un chico de 14 años dio aviso a la policía de que su hermano menor había muerto en uno de los baños del parque Cervantes, un lugar bastante alejado del lago claramente.

    Las autoridades nunca habían querido asumir que no tenían control sobre aquellas extrañas muertes y esta vez estaban atados de manos, así que llevaron a cabo una investigación: buscaron huellas, tomaron testimonios, pero todo era inútil, más cuando Jonathan testificó, pues según él, nadie entró ni salió de los baños el tiempo que Carlos estuvo dentro. Los oficiales ya no buscaban respuestas sino excusas, así, decidieron concluir que el asesino (si es que el pequeño no se había asfixiado el solo) escapó en un descuido del chico que afirmaba no haber visto salir a nadie de los baños o, como segunda hipótesis, por una de las ventanas. Imposible, pues aquellas ventanas eran lo suficientemente espaciosas para únicamente dejar pasar a un niño de tres años o a un animal pequeño, no había modo de que el asesino escapara por allí, pero era la única explicación lógica.

    Capítulo III:

      La tristeza y el luto que le provocaron la muerte de su hermano lograron derribar sin mayor esfuerzo la fortaleza que Jonathan tenía, y no era para menos. No había ido a la escuela durante las primeras dos semanas de octubre, no tenía apetito y por las noches no lograba dormirse, menos lo intentaba ya que compartía cuarto con su hermano y no soportaba tener que dormir al lado de una cama vacía. Había ocasiones en las que Jonathan creía escuchar una respiración además de la suya, un leve murmullo en la cama vecina… Se decía a sí mismo que eso no era posible por más que quisiera que lo fuera, entonces despertaba sólo para recordar lo que ya sabía pero que se negaba a creer. La cama de su hermano siempre estaría vacía.

    -Solo es tu imaginación- había sido la respuesta de su tía la única vez que decidió contarle sobre los supuestos murmullos que creía escuchar durante la noche -Yo también quisiera creer que es posible- dijo muy débilmente al tiempo que acariciaba la mejilla de Jonathan. Ella se veía aún peor que él y no porque a Jonathan no le importara su hermano, simplemente que ella amaba a Carlos como si fuera su propio hijo, y de qué otra forma sería si ella se había hecho cargo de ambos desde que Jonathan era un niño y Carlos un bebé. Nada sería igual y ellos tampoco.

    El entierro fue de lo más triste que se pueda pensar pues a él solo asistieron Jonathan, Carmen y las hermanas de ella, dos mujeres casadas pero sin hijos, que mantenían una muy lejana relación con ambos. Es bien sabido que la muerte de alguien provoca la reunión de cada familiar cercano y lejano, incluso de aquellos de los que no se tenía ni remota idea de que existiesen por muy feo que suene, pero este no era el caso pues tanto la madre como el padre de Jonathan tuvieron muchos problemas con sus familias, el único que mantuvo una buena relación con ellos fue David, hermano de la madre de Jonathan y esposo de Carmen, pero fuera de eso nadie parecía interesarse en el tormento que pasaba.

    Jonathan mantuvo la noticia de la muerte de su hermano en secreto, le dolía demasiado pensar en que nunca más lo volvería a ver, ¿y lo último que le dijo? Una breve discusión que se convertiría en un abominable sentimiento de culpa que no lo dejaría en paz nunca. Sin tan solo lo hubiera escuchado, realmente escuchado, quizá Carlos no se hubiera ido, quizá estaría vivo. Pero como dicen, el hubiera no existe y la única forma que encontró Jonathan para tratar de sentirse mejor fue contarle lo sucedido a su mejor amiga. Solo le mencionó que Carlos había muerto, al tiempo recordaba que su tía estaba mal, realmente mal y lo que más temía era que también ella lo dejara y que él terminara solo.

    -Nunca estarás solo, ¿de acuerdo? Yo estaré contigo- le dijo su amiga tratando de reconfortarlo y de hacerlo sentir mejor, y efectivamente Jonathan se sintió bien, aliviado, mejor de lo que había estado en dos semanas, por primera vez tuvo esperanza.

    -¿Crees que debería hablarlo con los demás?- le preguntó dudosamente, como pidiendo permiso. -Eso es decisión tuya Jon- respondió ella con tranquilidad. -¿Tu qué harías?- realmente se sentía estúpido preguntando cosas como esa pero no tenía idea de cómo manejar aquello, sabia de sobra que tarde o temprano los demás terminarían enterándose y que era mejor que él se los dijera pero se sentía inseguro, como si hablar de ello fuera una forma de recordarle que lo que paso  era en parte culpa suya -Obviamente no tengo ni idea de lo mucho que estas sufriendo, pero sé que guardarte las cosas muchas veces lastima más que hablar de ellas. No estoy diciendo que deberías hablar abiertamente de esto como si fuera cualquier cosa, si te hace sentir mal está bien, si no quieres que los demás se enteren está bien. Cualquier decisión que elijas está bien- le respondió firmemente. Sin duda ya no se sentía tan solo pero aun así estaba casi convencido de que no quería mencionar la muerte de su hermano nunca más de ser posible, o por lo menos no en voz alta pues no había modo de que la ausencia de Carlos saliera de sus pensamientos, por esa razón le dijo -Gracias por todo lo que has hecho, en verdad me hace sentir mejor todo lo que dices. Pero realmente no quiero recordar esto al momento de hablarlo con los otros, así que, cuéntales lo que pasó- trató de sonar lo más amable posible pues aquella petición parecía más una orden. -Si es lo que quieres cuenta con ello. ¿Necesitas algo más? - en cambio, la voz de ella tenía un tono de súplica que Jonathan no supo interpretar -¿Qué otra cosa puedo necesitar?- respondió algo frustrado, por suerte logró reconocer que había sido grosero pues la línea quedó en silencio por un momento hasta que él habló-Perdóname, no era mi intención hablarte así pero.. no he estado nada bien y si hay algo que realmente necesito, necesito verte, a ti y a los demás. Son lo único real que tengo, no quiero perderlos también- dijo tratando de ocultar sus evidentes ganas de llorar -No te disculpes, entiendo. Y te aseguro que no nos perderás. Yo también necesito verte- respondió más tranquila sabiendo que del otro lado de la línea Jonathan lloraba en silencio.

    Acordaron encontrarse (tanto ella como los demás) en la cafetería que se encuentra a una calle del parque Cervantes. Al principio Jonathan no lo notó, pero el día de la cita se daría cuenta de que realmente le aterraba la sola idea

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