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Acantilado
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Libro electrónico438 páginas5 horas

Acantilado

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Información de este libro electrónico

Rachael Connor tiene buena apariencia, dinero y una casa propia, pero el abuso que sufrió durante su infancia la dejó temerosa de los hombres.

Cuando Rachael conoce a Matthew, comienza a repensar su vida.  Él se enamora de ella, pero Rachael lo aleja, al vivir de acuerdo a las “reglas” que su padre le enseñó.

Después de un tiempo tiene una epifanía sobre cómo superar el control de su padre en su vida.  La próxima vez que se enamorara, sabría cómo enfrentarlo.

¿Pero Matthew le permitiría alejarse tan fácilmente?

IdiomaEspañol
EditorialNext Chapter
Fecha de lanzamiento2 jun 2020
ISBN9781393465836
Acantilado

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    Acantilado - Mary Deal

    Para Doug y May Robinson

    ...cuyo amor perdura

    Capítulo 1

    Rachael pisó con fuerza el freno.  El auto saltó al detenerse súbitamente con un chirrido desesperado de las ruedas mientras la luz ambar cambiaba a roja.  Casi no la había visto. —¡Vaya! —Podía haberlo hecho por los autos que pasaban a toda velocidad por la intersección de la Calle Lake con la Avenida 26 en el Distrito Richmond de San Francisco.

    Ese Matthew como se llame, si se me acerca de nuevo, voy a...

    Necesitaba concentrarse en conducir y no preocuparse por ese insistente tipo en el parque.  Ella nunca había buscado su atención pero vio algo en él sobre lo cual podría escribir.  Inadvertidamente, ella había bajado la guardia y había permitido una conversación, o algo así.  Su nueva novela y el ardiente personaje principal ocupaban sus pensamientos.  En secreto había observado a este hombre en el parque.  Imitar algunas de sus características y modales ayudarían hacer brotar el amor en la vida de su protagonista femenina.  Escribir era algo que podía lograr sin tener que lidiar ninguna persona, como ese Matthew como se llame.

    ¿Por qué los chicos siempre están coqueteando conmigo?  Yo no genero ese tipo de energía.  Vestirme con mis pantalones deportivos y suéter con capucha debería desanimar el interés de cualquiera.

    Rachael Connor estaba cómoda con su vida, no necesitaba salir a mostrarle al mundo cómo era ella.  ¿Y qué si los hombres pensaban que ella era indiferente y reservada?  Los pocos hombres que había conocido fueron unas decepciones.  Los hombres siempre la hicieron sentir igual.  Seducida.  Sus avances le hacían sentir la piel de gallina, y ese insistente Matthew con su fluida conversación la distraía.

    ¿Qué tenía él?  Dijo que su nombre era Matthew Knight.  Yo no necesitaba saber su nombre para incluirlo en mi historia.

    Un caballero de cabello marrón con una mirada curiosa, y vistiendo pantalones deportivos grises de diseñador y una camiseta roja llegó en su rescate.  Un hombre y una mujer que discutían cerca de la laguna ocasionaron que ella tuviera una catarsis de sus propios recuerdos trágicos.  A Rachael le encantaba visitar la laguna y sentarse dentro del círculo de árboles para trabajar en su laptop.  Entonces se desató una fea pelea, esa pareja casi comienza a lanzar golpes mientras se agredían verbalmente a trancas y barrancas por el camino.  Beligerantes, como su mamá y papá.  El pánico se acumuló y formó un nudo en su garganta.  Sus sentidos se activaron con una alarma para pelear o escapar.  Entonces Matthew apareció a su lado mientras se agachaba detrás de un árbol tratando de esconderse.

    En pocos minutos, había demostrado más interés que solo pedirle que se calmara.  La ayudó a que se calmaran sus nervios, pero se quedó más tiempo con el pretexto de esperar para asegurarse de que ella estaba bien.  De eso, estaba segura.  Había evitado mirarlo pero alcanzó a hacer contacto con sus brillantes ojos.  Sin dudarlo, él levantó una mano y quitó varias trozos de corteza de árbol de su estridente cabello rojo.  Otros hombres comentaban rápidamente sobre su cabello y ojos.  Si él lo hubiera mencionado, y hubiera agregado que sus ojos eran verde como las esmeraldas, si lo hubiera escuchado una vez más, se hubiera alejado y lo hubiera dejado con la boca abierta.  El cabello rojo y los ojos verdes ya no son algo extraño desde que otras tiñen sus cabellos y usan lentes de contacto sin fórmula.  También deseaba que se marchara el hombre que se había arrodillado a su lado, pero su persuasión y conversación parecían tentadoras, tratando de demostrarle que de verdad le importaba.  Sin embargo, quería que la dejara sola para trabajar.

    En el Parque Mountain Lake después del Bulevar Parque Presidio, apenas dentro de los terrenos del Presidio, había un lugar en el que había pasado muchas horas tecleando, escribiendo sus historias.  Los días se volvían más soleados y cálidos, perfectos para estar afuera.  Desde que vio a Matthew con su cuerpo semi desnudo con aquella camiseta durante el verano anterior, el personaje masculino principal en su más reciente historia ahora estaba agraciado con ese fantástico cuerpo.  Rachael también escribía un diario.  Eso siempre la ayudaba a aclarar algunos de los efectos residuales rezagados de viejos abusos a manos de su madre y padre.  En realidad, ella consideraba que había sanado, hasta que algo como una pareja peleando la hace huir antes de poder evitar caer en el abismo del miedo.

    Matthew había continuado con la conversación.  Rachael no había dicho mucho sobre sí misma aunque Matthew intentó que lo hiciera.  Ella trató con delicadeza de desestimular su interés, sin embargo él persistió, siendo amigable.  Dijo que trabajaba a medio tiempo como consejero de adolescentes con problemas y comprendía más que solo a los chicos.  Parecía genuino y cariñoso, pero sus instintos le gritaban, recomendándole tener cuidado.  Este hombre podría estar usando su catarsis como un pretexto para conocerla mejor.  Ella no era tonta, había aprendido bien su lección, gracias a su tirano padre y dominante madre.  Después de abandonar su concha sobreprotectora, había tenido dos relaciones desde que se mudó a San Francisco; dos relaciones que  consistieron de conversaciones juveniles sin sentido y de tomarse de las manos como estudiantes de secundaria.  Si no hubiera terminado temprano con esas incipientes relaciones, hubiera tenido que enfrentar una decepción mayor, igual que durante su adolescencia.  Aquellos años estaban en el pasado que deseaba mantener enterrado, sin embargo los viejos recuerdos con frecuencia aparecían espontáneamente en su mente, sin ser invitados.

    Después de aquel primer encuentro con Matthew, Rachael cambió la descripción de los ojos del personaje secundario en su novela.  Hunter Lockwood estaría agraciado con los maravillosos ojos de Matthew.  Rachael le había dado a la protagonista de cabello castaño, Melissa Turner, un par de líneas que expresaban cómo ella sentía por Matthew.

    Los ojos color avellana de Hunter tenían una mirada conocedora, como si estuviera mirando su alma.  Sus ojos contenían trazos dorados alrededor de las oscuras pupilas.  El iris exterior algunas veces parecía azul, otras veces parecía verde.  Dependiendo de cómo brillaba el sol, se tornaban color verde-azulado claro.  Sus ojos eran exquisitos, pero Melissa no haría ningún comentario sobre ellos y estimularlo a continuar la conversación.

    Para ella, él parecía gregario, quizás demasiado seguro de sí mismo, un tipo frontal, no una persona que se contuviera cuando quería algo.  Exhibía una buena cualidad, al menos.  No hizo comentarios sobre su cabello y ojos.  De seguro, la veía como una persona, no como una combinación única de colores.

    Más pendiente del tráfico, finalmente Rachael encontró un puesto para estacionar en la Avenida 22 cerca de la esquina del vecindario panorámico de la Calle Lake.  Luego caminó hasta el Deli y Café Italiano Tina’s en la esquina de la 22 con la Calle California.

    Capítulo 2

    —¿Regresarás hoy de nuevo? —preguntó Tina, bromeando con Rachael desde detrás del mostrador. —Algunas veces desearía tener tu horario.

    —Yo trabajo días completos.  Puedo llevar mi oficina a cualquier lugar. —Rachael levantó su laptop sobre la altura del mostrador y tamborileó en él suavemente con sus dedos.  Llevaba la costosa computadora en un sobre de cuero marrón en lugar de desjarla en el auto.

    —¡Ja!  Todos los días, ¿en el parque?  ¿Qué te hace seguir regresando?

    —¿Necesito un motivo? —preguntó Rachael, sonriendo y volteando los ojos.

    Tina miró rápidamente por la ventana. —El clima está calentando, pero apuesto que la primavera no es el motivo.

    —Gracias por el té. —Rachael nunca pedía lo que quería.  Era una clienta regular y el personal concía sus preferencias.  Tina era además una amiga personal.

    —Hmmm, ¿Greta? —preguntó Tina. —Alguien te está sacando de tu aislamiento. —Miró a Rachael de arriba abajo. —Generalmente usas tu ropa menos atractiva para ir al parque, con esa melena recogida en trenzas.  Hoy estás vestida de diseñador.  ¿Cuál es su nombre?

    Rachael siempre encontraba divertido el pseudónimo que Tina le daba, alegando que era una ermitaña, como Garbo.  Tina disfrutaba asignando apodos a todos y generalmente los nombres coincidían con la persona. —Vamos, —dijo Rachael, —me encanta trabajar en el parque cuando el clima es agradable. —Volteó los ojos hacia Tina y los clientes regulares que estaban cerca.

    —¿Qué tienes hoy en tu agenda? —preguntó Tina.  Generalemente estaba ocupada en el deli.  Comprendía que Rachael adorara su aislamiento. —Hoy voy a relajarme.  No tomaré pedidos de reparto, solo el negocio normal del café, así que me daré a mí misma el día libre.  ¿Quieres ir a algún lugar?  ¿De compras, a estirar las piernas?

    —No puedo los Lunes.  Voy a casa de mi hermano a hacer su contabilidad.

    —Oh, qué malo.  Supongo que caminaré por el vecindario para hacer algo de ejercicio. —Su decepción hizo eco en los sentimientos de Rachael sobre no tener una amiga con ella las pocas veces que decidía hacer algo distinto al trabajo.

    —Ven conmigo, —dijo Rachael. —Puedes explorar el campo alrededor de la casa de mi hermano mientras yo trabajo.

    —¿Ir a la casa de tu hermano?  No, me sentiría fuera de lugar.

    —¿Estás bromeando?  Estaremos solas.  Él nunca está en su casa.

    —Paso.

    —Vamos, siempre me estás diciendo que salga.

    Tina pareció complacida. —Bueno, podría ser agradable hacer algo diferente.  Rara vez salgo de La Ciudad.

    —¿Puedes ir ahora, estás lista para salir?

    —Cuando quieras, supongo.  Me pondré mis pantalones cortos.

    —Trae un suéter.

    El tráfico en el Bulevar Geary fue bastante lento hasta que conectaron con la Autopista 101, y luego con la Autopista 80, que era un trayecto directo hacia el Puente de Bahía de San Francisco/Oakland.  Se las arregló para tomar la sección de acceso de la autopista bastante rápido.  Algunos Lunes, el tráfico de media mañana en ambos sentidos de San Francisco era tan congestionado como las peores horas pico.

    En la parte elevada de la autopista y rodeando los rascacielos del Distrito Financiero, Rachael observaba de forma intermitente la línea del horizonte.  Sonrió y dejó escapar un largo suspiro.  Esta era su ciudad.  San Francisco representaba la transición, libertad personal, paz y oportunidad.

    Un Jazz progresivo surgía de la radio.  El aire fresco salado circulaba a través del techo corredizo de su Porsche Carrera de dos años.  El clima se hizo más cálido al pasar por el Este de la Bahía.  En el camino abierto, y sin tener que pensar mucho en las mecánicas de conducir, la mente de Rachael estaba libre de su cuenta.

    —¿Tu hermano te paga por el trabajo que haces para él?

    —Ese es el trato.

    —Sé de una razón por la cual nadie te ve mucho.  Siempre estás trabajando.  Por eso puedes pagar esa casa, tu hermosa ropa, y este auto soñado.

    —Tú tienes un negocio lucrativo.

    —Y muchos gastos.

    —Tú también vives bien.

    —Siempre me había preguntado cómo lo hacías, —dijo Tina con una sonrisa torcida.

    —No gano mucho.

    —Pero compras cosas costosas.

    Tina se convirtió en amiga la primera vez que Rachael visitó el deli en busca de donaciones para la Casa de Lisbeth, un centro de ayuda para mujeres y niños víctimas de abuso.  Rachael evitaba hablar sobre su situación financiera y Tina nunca había curioseado.  Sin embargo, tenían el tipo de relación que les permitía confiar la una en la otra. —Fue una herencia, Tina, hace bastante tiempo.

    —No sabía.

    —Cuando las personas saben lo que tengo, piensan que mi padre fue una especie de tipo genial.

    —Oh, el asunto del abuso, sí, ¿pero que te dejara una herencia?  Alguna partecita suya debió ser buena.

    —Trato de hacer que mi hermano crea eso.  Él piensa que si Papá hubiera podido convencer a alguien más, le hubiera dejado todo.

    —¡Nooo!

    La vida cambió cuando Rachael se marchó de casa.  Antes de la graduación de secundaria, atravesó una fuerte depresión. —Papá me envió para acá para que estuviera con Amanda, una amiga de la familia, hasta que recuperara el sentido.

    Tina se inclinó hacia adelante y bajó el volumen de la música. —¿El sentido?  ¿Tu papá vivía en la edad media?

    —Estaba tan retrasado en el tiempo, no tenía idea de lo que me ocurría.

    —Apuesto que había algún chico de secundaria por allí, —dijo Tina.

    —Oculté una relación de dos años con un chico llamado Rodney que terminó dos meses antes de la graduación.

    —Mal momento.

    —Fui a la graduación como una zombi.

    —¿Y amigos, alguien con quien hablar?

    —Nunca confié en nadie.  Si hubieras crecido como lo hice yo... —Rachael sacudió la cabeza mientras mantenía su atención fija en conducir. —No se me permitía salir en citas, me perdí de tener amigos, actividades escolares, todo. —Había aprendido contabilidad en el negocio de su padre que se dedicaba al remolque y acarreo en las granjas del Delta del Río Sacramento. —Trabajaba todas las noches después de terminar las tareas y también la mayoría de los fines de semana.

    —Uf.  Nada de vida social.  No puedo imaginarlo.

    Rachael rió suavemente. —¿Qué dices?  Con tus catorce horas al día en el deli, no eres ninguna vaga.

    —Mientras crecía, eso era diferente.  ¿Cómo te las arreglaste para tener una relación durante dos años?

    —De vez en cuando podía quedarme a pasar la noche en la casa de mi mejor amiga.  Sus padres comprendían.  Papá nunca sospechó.  Celine y yo íbamos a bailes y fiestas.

    Era cuando Rachael se escabullía para estar con Rodney.  Recuerdos dolorosos de él invadieron su mente mientras su pequeño y elegante auto deportivo navegaba entrando y saliendo del tráfico como si fuera guiado con seguridad por una mano invisible.

    —Epa, Rach, no vas a quedarte dormida, ¿cierto?

    —Lo siento, —dijo, aunque se mantenía alerta por los avisos de la autopista que pasaban por arriba.  Limpió sus ojos con los dedos y luego limpió sus dedos con su elegante camiseta azul marino.

    —¿Quién era esta Amanda?

    —Alguien que mi papá conoció por años.

    —¿Su novia?

    —No lo creo, tal vez estuvieran relacionados de alguna manera por negocios. —Hasta que Rachael le dijo sobre el abuso, Amanda nunca había sospechado nada así.  Le cayó como una bomba. —Ella tenía la misma imagen perfecta de papá que tenían otros. —Lo que todos sabían era que su papá trabajaba duro y era un buen proveedor para su familia. —Amanda era un alma sabia, lo tomó con calma. —Rachael sonrió de nuevo. —Haría cualquier cosa por ayudarme.  Incluso me llevó a una lectura psíquica.

    —No bromees.  ¿Qué descubriste?

    —Entre otras cosas, se supone que tendré dos o tres hijos. —Sonrió incrédula.

    —¿Te ríes? —Rió. —Tantos chicos, se necesita tiempo para que esa predicción se haga realidad.

    —Tina, yo no quiero tener hijos, no sé si tengo el suficiente conocimiento para criarlos bien.  Ni siquiera sé si quiero casarme.  Las relaciones y yo no funcionamos.

    —¿No crees mucho en la lectura?

    —Estoy segura de que Amanda quería animarme. —Se encogió de hombros. —No estoy segura sobre el matrimonio.  Nada de la lectura se ha vuelto realidad.

    —Qué malo.  Amanda parece como mi tipo de persona.

    —Amanda era muy particular, ¿sabes?  Usaba este anillo con una piedra con corte Marqués, debía tener diez kilates.  Las personas pensaban que era un cuarzo porque era demasiado grande para ser un diamante de verdad.

    —¿Y era real?

    —Sí, la única cosa que he codiciado en mi vida. —Rachael hizo una mueca. —Era hermoso. —Sonrió para sí.  Si fuera a casarse, se preguntaba si su chico podría darle un diamante Marqués, aunque fuera de la mitad de su tamaño. —Mucho antes de que viviera con Amanda, ella y su chico se comprometieron.  Tenían una firma de corretaje.  Él le dio el anillo.  Dos semanas después, tuvo un infarto y murió en la calle.

    —Oh, pobre Amanda.  ¡Pobre tipo!

    —¿Recuerdas que te mostré los pequeños zarcillos de diamantes que tengo?

    —¿Sí?

    —Son de los 1940.  Amanda me los heredó en su testamento cuando murió.

    —Debían encantarle los diamantes.  Son elegantes sin ser estridentes.

    —Son unos brillantes hermosos, pero no hay posibilidad de usarlos.

    Capítulo 3

    Amanda estaba en bienes raíces.  Había cotizado por una casa en un acantilado aunque necesitaba urgentes reparaciones.  Sabía que algún día sería una mina de oro.  Una vez renovada, la vieja edificación podría ser vendida fácilmente por un precio exorbitante debido a su ubicación en el acantilado detrás del Distrito Richmond. —Amanda me dijo que convencería a papá para que comprara esa casa. Lo convenció en conversaciones posteriores explicándole que él necesitaba la ventaja tributaria que esa casa le ofrecía dado que sus dependientes pronto se marcharían de la casa.  Ahora vivo en esa casa.

    —Y el resto es historia.

    —No tanto, pero la compró.  Luego, por primera vez en mi vida, le di las gracias a Papá por algo. —Rachael se sorprendió cuando la dejó quedarse en San Francisco con Amanda para que supervisara la renovación. —A mí, dejó toda la renovación a mi cargo, —dijo, dando una palmada en su pecho. —Me hizo prometer que consultaría todo con Amanda.

    —Rachael, tu papá sí tenía un buen corazón.

    —No, en realidad si no lo hubiera hecho yo, habría usado mi hermano.

    —¿También abusaba de tu hermano?

    —No me di cuenta entonces.  Estaba extaciada por estar lejos de mi casa.

    Toda su vida, su padre le había recordado que ella no sabía cómo hacer nada bien.  Tiraba de sus orejas causándole dolor, o la abofeteaba o pateaba cuando se sentía frustrado.  Hubiera usado una tabla si hubiera tenido una en sus manos.  Destruyó la poca confianza en sí misma que tenía y le negó cualquier oportunidad para demostrar sus habilidades.  De una u otra forma, él se convencía de que tenía razón.  Aparte de la presión de Amanda, Rachael no tenía idea de qué lo había motivado a permitirle encargarse de la renovación, mucho menos marcharse de casa.

    —Apuesto que hiciste muchas cosas para lograr su aprobación.

    —Así fue.  Trabajaba mucho en su contabilidad.  El papeleo era una carga que le costaba manejar.  La casa del acantilado me dio la oportunidad de hacer algo casi completamente mío que le complaciera.

    —Eso fue justo después de la secundaria.  ¿Qué edad tenías?

    —Diecisiete.  Quería desesperadamente demostrar que yo era más que su hija tonta. —Las renovaciones progresaban bien.  Amanda organizó para ella una fiesta de cumpleaños gigantesca en Octubre de ese año.  Rachael se sintió reivindicada.

    —¿Tu padre le hizo seguimiento a tu progreso?

    —No, tampoco llamó en mi cumpleaños o Acción de Gracias. —Rachael finalmente llamó a Brandon.  Él no dijo mucho.  Su actitud pretenciosa le dijo que algo estaba mal.  La semana antes de Navidad, tomó un autobús para ir a casa y experimentó las dos semanas más tristes de su vida.  Su papá continuaba quejándose por haber criado solo a dos hijos.  Maldecía a su madre por haber muerto, luego murmuraba algo sobre estar mejor porque ella era otra carga para él. —Era cruel y autocomplaciente.  Las calificaciones de Brandon eran malas.  Se había roto un brazo y le inventó una excusa sobre cómo había ocurrido.

    —Puedo entender cómo todo podía parecer normal desde afuera, —dijo Tina. —Supongo que el abuso ocurría cuando no había nadie cerca.

    La semana siguiente, Brandon admitió que se alegraba de que la casa del acantilado estuviera evolucionando bien.  Todo lo que quería era que Rachael regresara a casa.  Admitió que no era bueno para llevar la contabilidad.

    —¿Tu papá lo obligaba a hacer la contabilidad?

    Brandon no tenía dieciséis años todavía pero intentaba desesperadamente ser el hombre que su padre exigía que fuera.  Brandon lloró cuando hablaron.  Estaba planeando escaparse.

    —Nunca pensé en volver a la casa.

    —No me digas que lo hiciste.

    —Un vecino me dijo que podía denunciar a mi padre ante las autoridades por maltrato a menores.  Había agencias en Sacramento que realizarían la investigación.  Me advirtió que podía ser una larga e infructuosa lucha.

    —Después de estar lejos por un tiempo, ¿te sentías lo bastante fuerte emocionalmente para enfrentar la ira de tu padre?

    —Dejé la casa del acantilado con Amanda a cargo.  No había hecho todas las renovaciones que yo quería hacer.  Papá no la alquilaría por temor a que alguien dañara las mejoras que le hice.  Quiero decir, el tipo de personas que pueden costear el alquiler de una casa en el acantilado no son el tipo de personas que la dañarían.  Volví a casa hasta que Brandon terminó la secundaria, luego hice planes para traerlo conmigo después de la graduación.

    Después de regresar a casa, transcurrieron dos años miserables.  Su papá no volvió a ponerle una mano encima.  Gritaba y se quejaba y maldecía.  Brandon tenía hematomas ocasionales y daba tontas excusas.  Tenía miedo de quejarse y trabajaba duro silenciosamente.  Su calificaciones estaban bajando.

    —¿Sabes una cosa, Rach?  Esto parece un reality de la TV.  ¿Dónde termina?

    —Oh, ese no era el final.  Brando se negó a venirse conmigo después de la graduación.  Estaba amargado por haberlo dejado en primer lugar. —No podía convencerlo de la imposibilidad en ese momento y la culpaba por el abuso que había recibido.

    —Esto tiene que tener un final feliz.  Ahora eres una persona diferente.

    —Quizás fuera así después de un tiempo.

    Apenas unos días después que Rachael y Brandon habían tenido su conversación, durante una discusión explosiva con uno de sus conductores en el puerto de carga, su papá se volteó para marcharse.  En medio de su furia, caminó directo al final cayendo de la plataforma.  Golpeó el concreto con fuerza, primero en el pecho, y quedó despatarrado, desorientado, con la rabia y la presión arterial por las nubes.  Dicen que le costó levantarse, y luego de repente empujó sus hombros hacia atrás varias veces antes de caer de nuevo con sangre brotando por su nariz y boca.

    Rachael y Brandon se quedaron en el hospital junto a su cama.  Después de media noche, entró en paro cardíaco y falleció.  Luego, el doctor dijo que sus flácidos órganos respiratorios fueron incapaces de suministrar a su corazón el oxígeno para vivir.  El diagnóstico fue que el impacto de la caída había ocasionado que ambos pulmones colapsaran, posiblemente ya debilitados por toda una vida respirando pesticidas y otros residuos tóxicos que permeaban las tierras de cultivo.

    —Ya conozco esa escena, Rach, —dijo Tina mientras entrecerraba los ojos en su asiento, como si la emoción que sentía la hiciera sentir tan atrapada como se había sentido Rachael.  Hizo un gesto con sus manos. —Tú y tu hermano de pie junto a su cama, tratando de demostrarle a tu padre que lo amaban, y con su último suspiro, no hizo el menor esfuerzo por arrepentirse.

    Las lágrimas se acumularon en los ojos de Rachael mientras recordaba que debía conducir con seguridad. —Cuando vino el infarto, tuvo fuertes espasmos y se retorció hasta que su pobre alma lo abandonó.

    —¿Cómo lo supe?

    Se encontró un testamento  dentro de una caja de seguridad.  Descubrieron que ella y Brandon heredarían la mitad de una gran indemnización doble de su póliza de vida, así como la mitad del negocio o la mitad de lo que se obtuviera si vendían el negocio.  El dinero de la póliza de seguro de su madre, cuando murió, fue invertido en un amplio portafolio de acciones. —Debíamos dividir las ganancias a partes iguales o liquidar todo y dividir lo obtenido.  Brandon recibió la casa en Walnut Grove y yo la del acantilado.

    Tina tenía lágrimas en los ojos. —Una recompensa agridulce por los años de maltrato y abuso.

    Brandon le ofreció su parte en las acciones de su madre a cambio de la propiedad completa de la compañía.  Sin embargo, aceptó pagarle a Rachael una buena cantidad por hacer la contabilidad a fin de evitar más costos para contratar una empresa de contadores.

    —Entonces él desarrolló un olfato para los negocios.

    —Es más como una motivación egoísta.  Me permite hace la contabilidad, aunque puedo hacer más.  Una firma de contadores generaría los balances mensuales de Pérdidas y Ganancias.  Sentía temor de que yo tuviera demasiado control.

    Brandon quería mantener activo el negocio de Walnut Grove.  No había sido entrenado para nada más.  Su calificaciones apenas le permitieron graduarse.  Él tenía sus propias dificultades emocionales por haber crecido con un tirano.  Con la ayuda del negocio, vio la oportunidad de hacerse de una reputación continuando con el negocio.  Con su parte de la herencia, debió hacerlo con bastante comodidad.

    En la salida de Walnut Creek, Rachael se dirigió al sur en la Autopista 280.  El flujo del tráfico cambió de costosas SUV y autos deportivos a camionetas pick-ups, camiones grandes, y otros vehículos atiborraban el camino.

    —¿Tomarás el camino largo al Delta? —preguntó Tina cuando vio el aviso.

    —No, vamos a Lathrop, al sur de Stockton.  Brandon solo se quedó en Walnut Grove durante dos temporadas de cosechas. —Había mucho trabajo para prestar servicios a los granjetos que necesitaban que les transportaran equipo pesado, motores para camiones, o partes de repuesto y ruedas extra grandes.  Casi todos los granjeros en las comunidades del Delta habían contratado en algún momento el Servicio de Remolque y Acarreo de George Connor.  Algien tenía que trasladar equipo pesado, transferir animales, incluso transportar el exceso de las cosechas hasta las plantas de procesamiento en Clarksburg y Sacramento. —Pero Brandon no estaba prosperando.  Había heredado el temperamento de Papá y abusaba tanto de los conductores, que se le hacía casi imposible encontrar trabajadores.  Cuando las personas hablaban de su temperamento...

    —De tal palo, tal astilla, ¿cierto? —Tina miró por la ventana estudiando los campos abiertos que fluían en la distancia. —¿Qué lo hizo elegir esta área?

    —El mejor trabajo que Brandon pudo conseguir para mantener operativos sus camiones fue una referencia de la Manchester Trucking en las afueras de Modesto. —Manchester no podía venir tan lejos en el Valle Central y que fuera rentable al mismo tiempo.  Remitían su excedente a Brandon porque George Connor les había referido negocios cuando estaban comenzando hacía unos años.

    —Parece que tu papá era un buen hombre de negocios, por lo menos.

    —Alguien le dijo a Brandon sobre una vieja mansión que estaba en venta en las afueras de Stockton asentada en seis acres comerciales que podía albergar su equipo. —La solitaria mansión estaba deteriorada, siendo vendida por poco dinero.  Las personas en el área esperaban que algún ente privado la comprara y restaurara, en lugar de ver cómo la demolían.  Vender la casa de Walnut Grove le permitió comprar la vieja mansión y el terreno.  Le quedaría suficiente capital para contratar sangre nueva para su tambaleante negocio.  Una serie de imágenes pasó por la mente de Rachael con tanta claridad como si hubiera sucedido ayer.  Estaba agradecida por la amistad y comprensión de Tina.

    —¿Y? —preguntó Tina, como si esperara impacientemente una actualización de su reality favorito. —¿Su negocio mejoró después de su mudanza?

    —Pensó que sus camiones se mantendrían ocupados si estaban rodeados por las tierras de cultivo.  La mudanza solo era una excusa. —George Connor había construido una fuerte reputación, logrando prosperar allí mismo entre las granjas en las islas del Delta del Río Sacramento.  Brandon eligió alejarse de los malos recuerdos.

    —Rachael, tu historia, pensaba que la conocía.

    Rachael permaneció en silencio.  El recuerdo la llevó de vuelta a los días en que ella y Brandon eran mucho más jóvenes.  Retozaban entre la alta hierba y flores silvestres que crecían entre las hileras de árboles de peras cerca de donde vivían.  Después que se inundaban los huertos, cuando el agua retrocedía y el suelo se secaba, caminaban por la polvorienta tierra y sentían cómo desaparecía la fresca humedad en el suelo debajo de sus pies descalsos.  Un suave polvo arenoso soplaba entre los dedos de sus pies cuando sus pies chapoteaban la capa superficial del suelo.  Reían discretamente, sin hacer ruido, temerosos de ser acusados de haber hecho algo malo.

    El recuerdo de Rachael fue más atrás, hacia una de las tantas ocasiones cuando sus padres pensaban que ella o Brandon habían hecho algo malo.  Su papá enseñó a su mamá cómo castigar.  Arrancaba una rama nueva y delgada de un árbol de peras, pasaba su mano a lo largo de ella para quitarle todas las hojas, luego la usaba para azotarlos como castigo.

    Otro recuerdo apareció en su mente; su padre sostenía el cuerpo desnudo de su hermano de tres meses con su trasero sobre la estufa de la cocina para secarlo porque mojaba demasiado sus pañales.

    La sorprendió un auto que sonó su corneta.  Rachael gimió, dirigió su atención de nuevo al camino.  Miró a través de sus ojos llorosos, a tiempo para ver el aviso anunciando la unión con la Autopista 680.

    Tina permaneció en silencio durante muchas millas, seguramente absorbiendo lo que había descubierto.  A juzgar por la forma en que estudiaba el campo, estaba agradecida de haber salido de La Ciudad por un rato.  Rachael se preguntaba si lo que había compartido afectaría su amistad.

    Capítulo 4

    Las casas ocasionales a lo largo del Camino Manila semejaban el estilo deteriorado que recordaba de cómo lucían las casas de granjas.  El equipo de las granjas estaba tirado por todos lados en las propiedades.  La atraían los jardines sombreados debajo de los altos robles.

    Rachael presionó el botón para cerrar el techo corredizo, el polvo era predominante en las tierras de cultivo.  Al subir por la entrada de tierra y grava de Brandon, tomó hacia la orilla derecha, como insistía su hermano.  El puesto más cercano a la puerta lateral era suyo.  No le gustaba que bloquearan su espacio.  La camioneta de Brandon no estaba allí.

    Tina se inclinó hacia adelante para mirar por la ventana lateral de Rachael. —¡Qué lugar tan hermoso!

    Rachael miró alrededor de la propiedad.  El tractor y aparejos permanecían en el mismo lugar donde estaban hacía más de

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