Como la vida misma: La tierra de los Guanches
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Ante todo hacer referencia qué, Los antiguos aborígenes de las islas Canarias son de procedencia bereber,con lengua propia, tamazight insular y para generalizar, los guanches serán los protagonistas en la novela con las islas.
Este primer capítulo hace referencia a Tamarant, la isla de las palmeras, que más tarde, el hidalgo conquistador Juan Rejón, fundó como ciudad, El Real de las Palmas en el año 1478 que según sus crónicas, había cerca de cincuenta mil guanches.
En este primer capítulo, como en los venideros, apoyándome en mi imaginación, trataré de darle forma y hacerla evolucionar en el tiempo. Espero que les sea de agrado, y de no herir susceptibilidades a los historiadores, que hay muchos y con diferentes opiniones.
José Henríquez Correa
Pepe Henríquez Correa nace en Las Palmas (Gran Canaria), el 18 de septiembre de 1961, en el pueblo de Tafira Alta. La casa de sus padres, en la falda de la montaña, en Monte Luz, Los Frailes, da sus primeros pasos,rodeado de naturaleza. Persona inquieta desde la infancia, deportista como el que más, en todos los sectores y buscador de sensaciones, con el arte, en la escultura, la pintura, la arquitectura y las letras.
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Como la vida misma - José Henríquez Correa
José Henríquez Correa
Como la vida misma
La tierra de los Guanches
Como la vida misma
La tierra de los Guanches
José Henríquez Correa
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
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© José Henríquez Correa, 2018
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
universodeletras.com
Primera edición: noviembre 2018
ISBN: 9788417569112
ISBN eBook: 9788417570262
A todas las magníficas islas, que forman el archipiélago canario.
Y para todos los que, con sus acciones pasadas presentes, las embellecen aún más.
Capítulo uno
La tierra de los Guanches
Después de la tormenta, cuando la noche se convirtió en el día con los interminables rayos, donde nace el barranco del Guiniguada, en las montañas de la Cruz de Tejeda en Tamarant, Gran Canaria, había un ruido atronador, de río enloquecido moviendo enormes piedras y desbordándose en su curso.
La cueva de Bentejui Semidán, en la parte suroeste de la isla, en la Cumbre de Tejeda, era un refugio permanente para cualquier tiempo. Su mujer, Arminda, era una mujer hermosa, estaba embarazada, con buenas caderas, recostada sobre un colchón de paja. Bentejui era un hombre joven, de aspecto robusto, con una cabellera larga y rizada que le cubría la cara, tenía un rostro bien marcado, con rasgos puros de buena genética. Tenían cabras, hacían queso, cultivaban la tierra, plantaban cebada, trigo, tenían un corral de gallinas que les daba para tener una despensa cargada.
Amanecía, después de la noche sin tregua con la tormenta. Bentejui tenía ganas de correr y ver los resultados de tanta lluvia. La noche lo tuvo desvelado, y solo a ratos pudo dormir. Se acercó a la cama, Arminda estaba muy relajada, había entrado en un sueño profundo, decidió no despertarla, y salió de la cueva sin hacer ruido.
En la parte del corral le esperaba Ciro, un perro canario bardino, de muy pocos amigos, valiente hasta la muerte, guardián como ninguno. No dejaba de dar brincos de alegría a la hora de verse con su amo, seguramente la noche lo tuvo muy inquieto.
Antes de partir con su entrenamiento diario de correr, tirar piedras, coger peso, tirar de las lanzas, estuvo revisando las consecuencias de la tormenta, había muros que reparar y parte del techo del corral.
Con el garrote en las manos, ladera abajo, emprendió la carrera, sus piernas se movían con gran destreza, saltando entre los riscos y las grietas de lava, apoyando el garrote antes de dar los saltos, con unos impulsos que a veces volaba. A Ciro le costaba seguirlo, Bentejui se perdía de su vista y solo el olfato lo ponía en el camino. En la bajada llegó a la zona del Roque Bentayga, donde habitaba la mayoría del poblado en casas cueva, también en pendientes laderas. El poblado contaba con el guayre, sus mujeres, los curanderos, las matronas y muchas familias.
La actividad a esa hora de la mañana era muy poca, se veía a algunos pastores ordeñando, como Aduen, que tenía más de cien cabras, o Dara, su mujer, que aún no había cumplido los cuarenta años, de piel morena, con un pelo rizado castaño, con unos ojos verdes que hacían recordar la piedra de la sagrada montaña de Tirma.
A Bentejui Semidán le gustaba esa hora de la mañana, cuando aún casi todo el pueblo dormía, pero también estaban los que hacían guardia, eran jóvenes guanches, que se preparaban con entrenamientos de defensa y combate. Siempre estaban alerta por la llegada de los piratas, que, en su afán de conquista y pillaje, hacían visitas sorpresas, y si podían, trataban de matar a los niños, a los hombres, se desahogaban con las mujeres y las raptaban para tratarlas como esclavas. A los hombres también les tocaba la misma suerte.
Los piratas, eran temidos por su manera de hacer cualquier asalto, venían provistos de nuevas armas, que para los guanches parecían magia. Usaban pólvora, con trabucos, pistolas, y alguna boca negra de cañón, sus estallidos, después del tiro, eran destrozos y muerte, con sorpresa para ellos, de ese efecto, pero ya estaban los guanches preparados después del factor sorpresa, con el primer ataque. Ahora estaban más organizados, montaban guardia y se instalaban en laderas, buscando en las zonas altas de las montañas, de los riscos, cualquier altura propia que les diera el control. Se armaban con piedras, lanzas, buscaban hacerse más fuertes y resistentes causando bajas al invasor.
Eran tiempos de calma en cuanto a los ataques, y vivían el día a día en sus ocupaciones, sembrando cebada, habas, arvejas, lentejas, trigo, haciendo gofio y almacenando en cuevas granero cosechas que le dieran la tranquilidad del invierno.
Bentejui tenía ganas de volver con Arminda, y sin dejar de correr con Ciro a su lado, volvió a su cueva. Arminda, que ya estaba levantada, tenía en la mesa un buen desayuno, frutas, leche, gofio, almendras. La cogió de la cintura para darle un beso, ella lo abrazó con fuerza, sintiendo sus pechos, su barriga y todo su cuerpo, en unión de quien amaba. Por un momento Bentejui, pensó en hacer el amor, también ella lo deseaba.
—Vamos a calmarnos y a bajar este fuego, que tiene mucha llama, estás que, de en un momento a otro se presenta el parto, y nos va