Espejos en la niebla
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Hasta que la trágica noche llegó: Ethan pudo presenciar cómo una persona vestida de negro asesinó a sangre fría a uno de sus nuevos vecinos, y así fue sucediendo con el resto de los integrantes de la calle y en los alrededores del pueblo. Las autoridades percibían los hechos como suicidios, no como asesinatos, muy diferente a las desesperadas declaratorias que Ethan hacía ante todo el mundo.
Secretos desbastadores van atándole sus manos hasta acorralarlo en el lugar que la siniestra persona de negro lo desea tener; un espacio oscuro, frío y solitario, donde sus gritos no tengan ecos y sus lágrimas sean sangre.
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Espejos en la niebla - Alejandro D´Ambrosio
Espejos en la niebla
Alejandro D´Ambrosio
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).
© Alejandro D´Ambrosio, 2019
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
www.universodeletras.com
Primera edición: 2019
ISBN: 9788418036798
ISBN eBook: 9788418035210
I
Mi cuerpo se encontraba arrojado sobre un extenso océano cubierto con heladas nubes y densa neblina que solo procuraban observar como el mar me mecía entre sus brazos. Unas punzadas en mi cabeza emergían acorde con el oleaje a mi alrededor; iban y venían, aumentando y disminuyendo aquella sensación de tormento, aquella sensación de paz. Quería permanecer allí y la vez no. Me molestaba no decidir, no tener una respuesta rápida, ¿Qué es lo que quiero? Tal vez no quería sentir, tal vez quería desaparecer.
—Ethan… —, El viento susurró mi nombre tan cerca de mi oído que sentí su aliento congelar mi oreja.
—¡Ethan! —. Una mujer gritó sobre mí logrando que despertara del profundo sueño en el que me encontraba.
Al abrir los ojos, mi vista se perdió en un cielo arrebatado con nubes grises. Traté de levantarme y tomar asiento. Froté mis ojos con ambas manos para lograr espabilarme y al terminar de hacerlo, y recuperar un poco el sentido de la orientación, descubrí que me encontraba en medio de un gran charco de agua, en los jardines del orfanato.
—¡Dios santo! —, volvió a exclamar la directora Octavia con ojos grandes, mientras me ayudaba a poner de pie sosteniéndome por el brazo — ¿Qué ha pasado, Ethan? ¿te encuentras bien?
Un asistente corrió hacia nosotros con una toalla en sus manos. Se le entregó a la directora quien aún esperaba mi respuesta con labios fruncidos y ojos inquietos.
Aclaré mi voz.
—La puerta estaba abierta, y quise salir a jugar un rato, pero me tropecé al tratar de patear la pelota.
Ella y su asistente me observaron, de arriba a abajo, por unos segundos. Luego la directora protestó apartando los pensamientos que se le habían manifestado en ese instante:
—Debes de tener más cuidado ¡Mira! estas todo empapado, seguro pescaras un resfriado —, me arropó con la toalla—vamos, entremos rápido, pero antes quítate los zapatos en la entrada—. indicó y caminamos con pasos largos, entre las gotas de lluvia que caían como canicas sobre el paraguas, hacia el edificio.
Apenas ingresamos al orfanato, el frio penetró la humedad que envolvía mi piel. El asistente que nos había estado acompañando se retiró, desapareciendo por unas de las puertas del corredor. Me desplacé junto a la directora, observando la soledad que traía la ausencia del receso en sus pasillos; todos los niños se encontraban en sus respectivas habitaciones tomando la hora de la siesta.
La llovizna azotaba los grandes ventanales que el pasillo desplegaba en hileras. Miré hacia una habitación que tenía sus puertas abiertas y se encontraba un asistente recogiendo del suelo un pequeño pájaro muerto. Alas azules y cuello torcido.
La directora Octavia, quien venía cuidando mis pasos, abrió, para mí, la puerta de la habitación que me fue asignada desde el primer día que pise ese refugio de niños desamparados. Ambos entramos.
Las cuatro paredes de mi habitación eran color marfil y techo blanco.Solo estaba mi cama individual a un costado, y al lado de esta, un pequeño cajón que guardaba mis libros y lienzos pintados con pintura acrílica que había hecho en clases pasadas.
Arrojé la toalla al suelo al igual que mis zapatos húmedos.
La directora frotó sus manos sobre su traje. Aclaró su voz. Parecía que buscaba palabras indicadas con las que expresarse. Se acercó a mí y con su mano levantó mi rostro. Dijo lo que, a partir de ahí, cambiaría mi vida:
—Por fin dejarás este sitio —una gran sonrisa se enarcó en su rostro, pero en el fondo y en su mirada podía sentir que no estaba segura ante aquella emoción.
—¿De verdad?
—Así es —, colocó las manos en sus caderas— pero no pareces feliz por la noticia.
—Tengo miedo —bajé la mirada.
—Lo sé, ya lo hemos hablado. Pero tienes que intentarlo. Debemos intentarlo. Recuerda que yo estaré contigo, en las buenas y en las malas. No pienses que no volverás a verme, aun nos seguiremos viendo —Volteó hacia mi cama esperando que hiciese lo mismo —Mira, elegí tu ropa, toma una ducha y vístete. Dentro de media hora pasaré a por ti ¿está bien?
—Sí, directora.
—y me haces el favor de mostrar esa sonrisa linda que tienes —,acarició mi mejilla— no podemos desaprovechar este momento. Se marchó de mi habitación cerrando la puerta con mucho cuidado.
La directora Octavia era una mujer de cuarenta y ocho años de edad; piel morena y con una personalidad muy elegante. A pesar de tener que lidiar con la responsabilidad del orfanato también se había ofrecido en enseñarnos literatura como una profesora más. Siempre tenía un libro en sus manos, y siempre estaba en su mundo. Nunca la he visto triste, día tras día la he observado con una actitud positiva y muy firme en sus palabras. Daba buenos consejos y tenía historias fascinantes que te cautivaban desde el primer momento en que empezaba a narrar, porque siempre iniciaba en la parte trágica de la historia. Era nuestra guía, nuestro mentor. Ella ha estado conmigo la mayor parte de mi vida, al igual que con mis otros compañeros, contemporáneos a mí.
Mientras trataba de quitarme franela bañada en lodo y trozos de césped, rocé la parte de atrás de mi cabeza con su tela y volví a sentir aquel dolor. Un ardor. Una punzada detrás de mi cabeza. Arrojé la franela al suelo y me pasé la mano con cuidado, y tenía algo. Una herida. Me miré los dedos y aquel color rojo se me quedó grabado entre las cejas.
Me estremecí un poco. Traté de no entrar en pánico y fui a tomar una ducha que imaginé que se llevaría aquella herida, así como lo haría con el fango en mis brazos y piernas.
Estaba allí, sentado en unas de las sillas de terciopelo verde frente al escritorio de la directora Octavia. Se respiraba una tranquilidad serena manipulada por ella misma para que así fuese. Había un atractivo olor a vainilla en el ambiente y el único ruido era del reloj que estaba guindado en la pared. Marcaba las 10:23 a.m.
Ella estaba escribiendo algo sobre un papel sin parar, al parecer sabía lo que hacía.
—¿Recuerdas lo que hablamos en clase? —clavó su mirada sobre mí y dejando a un lado el bolígrafo añadió: —antes de que salieras al jardín sin mi permiso.
Mi cabeza se hundió entre mis hombros. Respondí con la mirada sobre el escritorio:
—Sí, directora. Ha-hablamos sobre la lluvia y lo bonita que es.
Me observó por unos segundos, en completo silencio.
—Claramente es mi culpa que hayas salido al jardín a bañarte bajo la lluvia —Sonrió y bajó la mirada para leer los papeles que tenía sobre el escritorio.
Ese momento estaba lleno de pensamientos sobre mi futuro; no tenía claro quien vendría por mí, que iba a ser de mí y que, por mi edad, pensé que sería difícil encontrar una pareja que quisiese adoptarme.
Tres largos e intensos minutos pasaron en pasos de tortuga y alguien tocó con una nerviosa sutileza la puerta de la oficina.
—Buenos días, soy Brittany Clayton —, Una mujer de unos cincuenta años de edad, labios muy finos y con el cabello rojizo un poco alborotado, sostenía la puerta con una mano en tanto llevaba consigo un paragua negro en la otra —ya estoy aquí.
—Señora Clayton —la directora se levantó de su asiento y con una mirada fugaz me indicó que me levantara de igual forma. Lo hice y continuó:
—Me alegra verla. Muy puntual usted, llegó justo a tiempo.
—Sí, a pesar de la lluvia y el tráfico, fue toda una odisea. Creo que se me nota un poco el entusiasmo —colocó su paraguas cerca de la puerta — ¡Oh Dios! ¡Hola, Ethan! ¿cómo has estado? —se acercó y estiró su brazo para darme la mano.
Se la estreché y sonreí. Ella se acercó más y me abrazó con mucha fuerza. Pude sentir el aroma de su ropa y la calidez que su piel emanaba, como si de algún modo quisiese transmitirme eso. Me tomó con suavidad por los brazos y me dedicó una sonrisa.
Los tres tomamos asiento al mismo tiempo y la directora Octavia arrastró hacia ella unos papeles y un bolígrafo para que los firmase. Brittany lo hizo sin pensarlo dos veces. Volteó a verme, feliz.
¿Quién es esta mujer?pensaba mientras la observaba de reojo ¿Realmente quiere estar conmigo? Sentí que no era una mala persona; su mirada y gestos expresivos hacían que de algún modo la estimase.
—Muchísimas gracias —, se puso de pie y la directora le entregó un sobre azul con algunos de los papeles que había firmado junto a una bolsa de papel con pequeñas cajetillas dentro.
—Ethan… te voy a extrañar mucho —la directora se puso de pie y se acercó a mí para despedirse con un fuerte abrazo— sé feliz, por favor —me susurró al oído antes de terminar de abrazarme.
—Yo también la voy a extrañar —Volví a retomar el abrazo, pero esta vez más fuerte. Tomé un profundo respiro para retener su perfume y llevarme algo de ella conmigo.
Aún lloviznaba y así pretendía estar por el resto del día. Brittany abrió su paraguas y ambos caminamos hacia su vehículo que estaba