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El Austríaco.
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Libro electrónico258 páginas3 horas

El Austríaco.

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"23 de noviembre de 1899.
Aquel día, Aurora, sepultó a su querido padre. Al termine della triste cerimonia dei parenti e degli amori regresaron a sus casas.
Ella no.
Ella se fue a la casa de su padre.
Nel suo alloggio dello spazio e del divertimento per l'alloggio. Gli obiettivi sono quelli più importanti.
Cerró los ojos. La cabeza le daba vueltas. Se ti piacciono i segreti e i segreti e l'ansia pascià per i migliori, o il tuo amico dell'amore con il marito con La pasta di piel caffetteria. Lo abrió y ... "
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 nov 2018
ISBN9781547529568
El Austríaco.

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    El Austríaco. - Mauro Slavich

    tú.

    En la portada

    El austríaco.

    Extenderé la libertad hasta llegar al amor, porque la extensión del amor es la libertad.

    Menorca, 30  de mayo del 2011

    23 de Noviembre de 1889.

    Aquella tarde, había incinerado y sepultado a su padre. Había llevado la urna con las cenizas a la orilla del Lago di Mezzo y después de haber escavado un pequeño agujero, junto a lo que su padre llamaba mi árbol, ahí había esparcido las cenizas para después taparlas con la tierra que apenas había movido.

    Se arrodilló y rezó.

    Fue a casa de su padre.

    Los brazos cruzados, bajo los pequeños pechos, abrazaban la panza apretando la chaqueta de lana verde oscuro. Las manos, de dedos cortos y gruesos y uñas bien cuidadas, se apoyaban en los costados. Los ojos, verde-azules como los de su madre, estaban hinchados, rojizos y aún llorosos.

    Aurora estaba de pie delante de la ventana.

    Observa las vigas de madera, la vieja pintura blanca estaba por levantarse y el estuco rojo estaba agrietado. Su padre hubiera querido volver a pintarlas al primer sol de primavera. La habitación, iluminada por las velas y lámparas, se reflejaba en los pequeños cuadrados de vidrio. Veía la decoración del cuarto y al mismo tiempo recorría el callejón de abajo semi-oscuro. Apenas iluminado por los faroles. Se fijaba en los adoquines mojados por la humedad de la noche con niebla, brillantes. Le parecía que caminaba sobre ellos sin tocarlos y al final del camino, entrevía, en la niebla de esta noche, el arco central de la Basílica de San Andrés. Escrutaba todo y, sin darse cuenta, abrió los ojos. Se le proyectaron imágenes de viejos recuerdos y del día recién transcurrido, sobreponiéndose unas a otras, come en un sueño. Se sentía vacía por dentro, mientras percibía sensaciones, como si su cuerpo estuviera cubierto de una bola de aire.

    Se veía, mientras jugaba, corría, reía y las miradas de su padre, serenas, preocupadas, alegres. Lo veía mientras estaba arrodillado con los brazos abiertos, listo para acogerla. Ella, se le lanzaba encima, abrazándolo al cuello, y él, levantándose, la apretaba besándole las mejillas con muchos ruidos. Se acordó de una mañana especial. Era niña y estaba agarrada de la mano de su padre, durante uno de los muchos paseos en el centro de la ciudad. A cierto punto, vieron muchas personas, paradas al borde de la calle, y todos miraban el fondo del camino. Su padre se detuvo por curiosidad. Se asomó y vio que estaba llegando la caravana de un circo con las escenas de su espectáculo pintadas en sus carros. Se inclinó, la tomó en brazos y le susurró: «Mira no tengas miedo».

    Ella le apretó el cuello y se apoyó su mejilla, en la de él. Cuando pasaron enfrente de ellos los vagones con jaulas y dentro animales, se emocionó. Detrás del último carro vio elefantes. Se maravilló. Nunca había visto animales tan grandes. Avanzaban sobre la calle polvorienta lentamente, pero con gracia y ligereza a pesar de su tamaño. Uno tras otro, agarrándose la cosa con la trompa.

    Al final venían los payasos. Vestían trajes de dos o tres medidas más grandes, remendados con tela de diferentes colores. Traían grandes zapatos, lo más largo posible. Caminaban tropezando y cayendo haciéndola reír.

    Estas reminiscencias le arrancaron una sonrisa. Tuvo un sobresalto y sus manos, inconscientemente, pasaron bajo sus ojos secando las lágrimas. Abrió la ventana dejando entrar aire frío y húmedo. Sentía la necesidad de refrescar el rostro. Los acontecimientos de ese día y los recuerdos que habían pasado por su mente le dieron una sensación de calor. Dejó que transcurrieran algunos minutos, respirando aire húmedo y cuando las emociones se retiraron, y sus mejillas rojas se hicieron pálidas, cerró la ventana.

    Se sentó en la silla del escritorio. Su mirada paso uno a uno sobre los objetos que estaban encima: una pluma, diferentes plumillas junto a la tinta, un florero de barro rojo con unos girasoles marchitos, una lámpara de vidrios pintados en los que brillaba una mariposa con la cabeza roja y un viejo cuaderno de piel café oscuro. Este le despertó curiosidad y lo tomó.

    Lo abrió.

    Detrás de la portada había un sobre y en el medio había escrito Para aurora, con amor.

    Se sorprendió, titubeó y apoyó el sobre al corazón. Sus ojos se movían velozmente de una parte a otra, del techo al piso. Contempló un mueble y otro, la mesita, el armario, el librero, el escritorio con la silla en la que estaba sentada, la mesa con tres sillas en el centro del cuarto. Admiró los dos cuadros de un pintor ruso colgados en la pared. Ambos representaban la estepa rusa. Uno representaba el invierno y el otro la primavera. Continuó recorriendo la mirada sobre las cosas que había y notó muchos pequeños objetos apoyados aquí y allá. Testimoniaban una vida.

    Suspiró y le dio un beso al sobre; a la frase dedicada a ella. Levantó la mirada para refrescar los ojos y cuando se secaron las lágrimas los volvió a bajar. Quizás esperaba ver una sombra, pero no la vio.

    Abrió el sobre.

    La carta estaba escrita en cursiva, con la caligrafía clara y elegante de su padre.

    Comenzó a leer.

    "Querida Aurora, mi adorada.

    Sabes que estoy viejo. Los cabellos se hicieron blancos y mis días están por terminarse.

    Te escribo esta carta porque es justo que tú conozcas una historia que nunca te he contado. De mí y de tu madre.

    Cuando estabas pequeña, te contaba que tu mamá estaba en el cielo, en compañía de los Ángeles y que estaba bien. Estaba en un lugar estupendo, el lugar más hermoso del mundo y que un día la estaríamos con ella.

    Tú estabas creciendo, debías aprender a vivir. Te enseñé a respetar a las personas y a hacerte respetar. Comprender el don de la vida. Amar la naturaleza y los seres humanos, incluso cuando quisieras odiarlos. Ser una persona justa y honesta. Amar a Dios. Frecuentar la Iglesia Bautista. Estudiar la Santa Biblia.

    Viví mi vida con pasión y amor por ti. Traté de ser un buen padre, y visto el resultado creo haberlo logrado. Tu madre ha sido mi última mujer porque todavía estoy enamorado de ella, a pesar de que pasaron tantos años.

    Conservaba su recuerdo, no quería compartirlo con nadie, ni contigo.

    De pequeña eras hermosa. Tus rizos rojizos caían como estrellas en forma de serpentina en tu rostro. Sinceramente nunca he visto otra niña tan hermosa como tú.

    Con orgullo decía Esta es mi hija a quien me preguntaba quién era el angelito que estaba conmigo.

    Ahora eres madre y estoy contento. Tienes tu familia, y es lo que esperaba. Ya no me necesitas y ha llegado el momento que conozcas la historia de nuestra familia.

    Estoy escribiendo esta carta mientras pienso qué decirte, mi mirada se va a mi árbol inclinado, en donde entre sus raíces reposa tu madre. Mi espada toca la tierra. Mis botas, negras y relucientes, apuntan al lago. Cierro los ojos y tantos recuerdos del tiempo pasado llegan y se van, como las olas de este lago se sustituteyen ininterrumpidamente para luego romper en la orilla y me hacen sentir triste y feliz.

    Cuando llegará mi día, enterrarás mis cenizas junto a las de tu madre.

    Finalmente, después de tantos años, podré volver a abrazar a mi Alba.

    Enorgullécete de nosotros y de tus orígenes.

    Un beso, tu padre."

    Aurora suspiró, soltando la tensión que había acumulado, liberándose del peso que la oprimía. Dobló las hojas y los metió en el sobre. La curiosidad la movió a hojear el viejo cuaderno con de paginas amarillentas. Lo cerró y lo colocó en el escritorio. Era tarde y tenía ganas de ver a su esposo y su hijo. Se levantó y se puso el abrigo, luego apagó las velas. Salió cerrando la puerta de casa con llave dando dos vueltas a la cerradura.

    Iba a regresar el día siguiente.

    Bajo las escaleras, abrió el portón y cubrió su cabello con su fular preferido, amarrándolo bajo el mentón. La neblina en los callejones creaba un ambiente romántico haciendo la ciudad de Mantua aún más hermosa. Recorrió uno tras otro con sonido natural de sus tacones que golpeaban los adoquines de granito de la banqueta, fue el único ruido que escuchó al regresar a su casa.

    Su esposo Enrique y su hijo Luis la estaban esperando y cuando entró, uno a la vez, la abrazaron. Confortándola.

    «¿Cómo te sientes? » Le preguntó su marido.

    «Cansada.» Respondió. «Tomo una taza de leche y luego me voy a dormir» Agregó.

    Enrique tomó a Luis de la mano y lo llevó a su cuarto. Lo acomodó en la cama y bajó las escaleras, regresando a la cocina. Se sentó en la otra orilla de la mesa y observó a su mujer, mientras ella tomaba leche. No dijo una palabra.

    Cuando Aurora terminó de beber, Enrique se levantó, cogió el tazón en sus manos y lo puso en el lavabo.

    Se acercó a su mujer, le masajeo la espalda y le preguntó «¿Vamos a dormir?»

    «Sí.» Respondió ella, levantándose.

    Él la abrazó, y juntos subieron las escaleras que llevaban al piso superior.

    Aurora, después de haberse lavado y puesto el vestido de noche, regresó a la recamara, levantó las cobijas y se acostó.

    Enrique le dio un beso en la mejilla, diciéndole: «Buenas noches.»

    «Buenas noches, amor.»

    Le respondió, bostezando.

    Se durmió rápido y soñó a su padre. Estaba junto a ella, mientras empujaba el coche de niño del pequeño Luis, recién nacido. Era un día soleado y con viento de otoño mantuano. Hojas secas volaban junto al polvo de la calle. El cielo gris anunciaba lluvia. Su padre, caminaba erguido. Nunca había dejado ser un militar. Ella lo miraba y se sentía protegida.

    Se despertó, era muy noche. El corazón le latía muy fuerte y respiraba agitada. Intentó mirar en la oscuridad del cuarto, un poco de luz entraba por las fisuras de las persianas y cuando vio las rayas claras se tranquilizó, cerró los ojos y se durmió. A las siete se despertó.

    Se levantó y acordándose del sueño se le figuro haber estado, una vez más, en compañía de su padre.

    Sonrió.

    Enrique, Luis y las cosas que hacía todos los días la estaban esperando.

    Después de la comida, Enrique regresó a la carpintería. Ella lo acompaño a casa de su amiga y luego se fue a casa de su padre. Abrió la puerta de la casa, sintió el olor de la madera y de la cera quemada que llenaba la habitación, prendió las lámparas que estaban en el cuarto. Le agradaba ese ambiente, también le gustaba a su padre. Se sentó en el sofá y tomo en sus manos el cuaderno de piel café.

    Lo abrió.

    La primera página estaba en blanco.

    En la segunda estaba escrito, en medio, Mi vida.

    Mi vida

    " Nacer en el lugar más hermoso del Mundo ha sido una fortuna.

    El valle de Frenštát pod Radhoštěm estaba rodeado de montañas llenas de bosques y sus cimas se levantaban al cielo como monumentos"

    1 - Mis origines

    ––––––––

    Me presento:

    Mi abuelo se llamaba Heinrich Slovak y fue un soldado de Habsburgo.

    Mi padre se llamaba Karl Slovak y fue un sub-oficial de Habsburgo.

    Yo me llamo Alois Slovak y he sido un oficial de Habsburgo.

    Nací el 14 de  octubre de 1830 en Frenštát pod Radhoštěm, en pequeño pueblo en Carpazi de Moravia - Silesia.

    Descendiendo del pueblo de valaquia que originalmente era el pueblo de los valacos.

    Los valacos vivían entre Franconia y Bohemia, pero fueron corridos por los germánicos y por los dacianos. Se dividieron, refugiándose en regiones diferentes. Un grupo se estableció en Franconia y otro bajó a Cárpatos llegando a Anatolia. Las familias de los dos grupos, poco a poco mientras encontraban un lugar ideal, se quedaban e iniciaban su nueva vida. Mis antepasados se establecieron en la región de la Valaquia. Se adaptaban a su modo de vivir. Pastos para el rebaño y bosques alrededor para ir a cazar, procurándose abundante alimento y pieles.

    En el XIV y XV siglo los otomanos atacaron la Valaquia, obligando a la población a emigrar. Pequeños grupos de valacos se movieron en los Cárpatos y hasta Polonia, quedándose unos cuantos aquí y otros pocos allá. Se habían convertido en pastores nómadas. Mi linaje se detuvo en Moravia – Silesia y fue parte de la guerra de los treinta años porque los Habsburgo querían abolir el derecho valaco.

    Siendo un pequeño pueblo en contra un grande ejercito, lucharon con la técnica de la guerrilla, en práctica hacían excursiones y emboscadas. Combatiendo como una horda salieron victoriosos en los primeros años de guerra, después fueron socorridos por los húngaros, pero en 1624 se hizo una paz entre los Habsburgo y Hungría. A ese punto los Habsburgo aprovecharon la ocasión para atacar a los valacos en las montañas de Vsetín, pero los valacos prevalecieron, lo que fue descrito como una masacre.

    En 1626, junto a los daneses conquistaron Lukov y Hranice, pero en 1627 el contraataque de los Habsburgo obligó a los daneses y a los valacos a retirarse. En 1630, los valacos controlaban sólo algunos puntos esenciales en los Cárpatos. La última revuelta valaca contra los Habsburgo fue en 1640, cuando se aliaron con los suecos. Después de tres años, los suecos se retiraron para concentrarse en una guerra con Dinamarca y los valacos quedaron solos.

    En 1644, una masiva invasión Habsburga contra los valacos se hizo en las montañas al este de Vsetín. La expedición Habsburga fue completada por una batalla que culminó con el incendio de los pueblos valacos, el desarme de la población, la destrucción de los campos y del rebaño. La quinta parte de los Vsetín fueron matados. Los fugitivos fueron perseguidos y capturados.

    A la condena de muerte se les impuso, como elección, el juramento de fidelidad a los Habsburgo y la conversión a la fe católica.

    Muchos valacos fueron justiciados.

    En aquel tiempo, habían sido definidos por los Habsburgo un pueblo bélico y particularmente los valacos de Moravia fueron llamados escoria local.

    Mi espíritu es valaco: guerrero, rebelde, libre.

    2 - El diablo en carruaje.

    ––––––––

    Tenía tres años, quizás cuatro y era verano. Estaba llegando una tormenta, los destellos de los relámpagos y el oscuro sonido de los truenos se repetían continuamente. Los relámpagos chocaban con la tierra con golpes que parecían cañonazos.

    Estaba en el patio. Desnudo. De pie dentro de una tina de metal y la abuela Ethel me bañaba.

    Siempre que escuchaba el ruido exclamaba: «Es el diablo en carruaje que llega.»

    Yo miraba las nubes, tratando de verlo y cuando veía los rayos, me asustaba y le preguntaba: «¿Viene para llevarme?»

    «No, si te portas bien» Me respondía.

    Tuve miedo del diablo por varios años.

    3 - La correa.

    ––––––––

    Frenštát era un pueblo con demasiados habitantes, situado al final de un valle entre los Cárpatos de Marovia.

    Entre octubre y marzo las nevadas eran frecuentes y en el mes de enero, la nieve se hacía hielo transformando el pueblo en un lugar mágico. Los árboles del bosque, deshojados, eran cubiertos por la capa blanca. La nieve en los techos se mantenía como cornisa en los cables de fierro altos hasta un metro. Los inviernos eran duros y largos y al final llegaba la primavera y traía lluvias que, poco a poco, derretían los bloques de nieve congelada. Con la hermosa estación, los habitantes del lugar tenían una bonita costumbre. Hacían un paseo con la familia final de la tarde. Se vestían con los trajes de fiesta y caminaban de aquí allá por la calle principal. De vez en cuando se detenían para saludar a un amigo, un conocido. Intercambiaban palabras y se conocían desde niños.

    Yo, era inquieto. Mi madre decía que era un azogue.

    Cuando mis padres me llevaban al paseo, me ponían entre ellos tomándome de las manos. En la primera oportunidad me les zafaba y corría entre la gente.

    A veces me tiraba a la tierra o pasaba entre las piernas de las personas que caminaban. Podrían tropezar y caer o lastimarse.

    Mi madre tuvo la idea de atarme y controlarme con una correa, como la que se usa para los perros.

    Había resuelto el problema.

    4 - El hígado.

    ––––––––

    Hígado con papas era mi plato preferido. El

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