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Los hombres oscuros: (2a. Edición)
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Los hombres oscuros: (2a. Edición)
Libro electrónico151 páginas2 horas

Los hombres oscuros: (2a. Edición)

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La novela está narrada por el joven lustrabotas Pablo Acevedo, que subarrienda la cuarta parte de una pieza en que habitan un carnicero, su mujer, cinco hijos creciditos y una guagua pequeña que llora casi cada noche tras "el tabique de sacos empapelados con hojas de diarios". Desde allí, nuestro narrador observa, reflexiona e interactúa con los otros habitantes de esta frágil comunidad "proletaria". Los hombres oscuros nos pone frente al proceso que va de la voz a la palabra, condición única para reclamar lo que le corresponde a cada uno en justicia, y que rompe desde adentro las paredes del conventillo para entrar en la ciudad. Los lectores somos testigos de la lucha inacabada que salta de la novela a la calle, de la calle a la novela, como el deber histórico de cada generación en sus avances y retrocesos
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
Los hombres oscuros: (2a. Edición)

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    Los hombres oscuros - Nicomedes Guzmán

    doméstica.

    Prólogo a la segunda edición

    Se cumple este año el centenario del nacimiento del escritor Óscar Nicomedes Vásquez Guzmán. Nacido el 25 de junio de 1914, su muerte se produce casi exactamente cincuenta años después, el 26 de junio de 1964. Los que han escrito sobre él destacan que fue hijo de padres de la clase trabajadora, don Nicomedes Vásquez Arzola y de doña Rosa Guzmán Acevedo. El mismo autor lo hace cuando dedica su novela Los hombres oscuros (1939): «A mi padre, heladero ambulante, y a mi madre, obrera doméstica». Sin duda, en la dedicatoria se refleja la reivindicación orgullosa del origen proletario, cuestión significativa dado que, en ese momento histórico, el movimiento obrero chileno cobra una mayor fuerza política e incrementa su participación en el escenario nacional. Hay que recordar que en 1933 se funda el Partido Socialista y tres años después, en 1936, estalla la revolución española y en Chile nace el Frente Popular que ganará las elecciones de 1938, llevando al poder a un grupo de partidos y organizaciones obreras que abrirán nuevos espacios para los sectores populares.

    Dicho esto, es preciso aclarar que, a pesar de estas circunstancias de efervescencia social, en la época no era fácil para un joven de clase baja ingresar en la escena literaria chilena. Menos aún cuando, como Guzmán, no se tenía una educación formal acabada. Muchos de los jóvenes de la época ingresaban al mundo del trabajo apenas completada la escuela primaria. El camino que les restaba a los más inquietos era el del colegio nocturno o el del autodidactismo. Los dos fueron transitados por el futuro escritor, quien, además de ejercer múltiples oficios menores, comenzó a probar su mano como periodista en la revista El Peneca. A los veinticuatro años, en 1938, había publicado un libro de poemas La ceniza y el sueño. A los veinticinco, ya estaba listo para publicar Los hombres oscuros, su primera novela, que escribió entre 1937 y 1938 y que fue editada por una imprenta de la calle San Pablo, con un sello de fantasía inventado por el autor: Ediciones Yunque. El impacto de esta publicación en los círculos de lectores progresistas le da al escritor suficiente visibilidad como para que se le contrate en un puesto menor bajo la administración del Gobierno del Frente Popular, lo que posibilitará su acción de promotor cultural y le dará más tiempo para escribir.

    En cuanto a Los hombres oscuros, la experiencia de vida de Guzmán y su cultura literaria le proveen herramientas suficientes para articular esta sencilla pero no ingenua novela del realismo social. Su capacidad para impresionar se debe a su directa aproximación al universo de los pobres que ocupan, de manera diversa, el espacio del conventillo santiaguino de principios del siglo xx.

    La novela está narrada por el joven lustrabotas Pablo Acevedo, que subarrienda la cuarta parte de una pieza en que habitan un carnicero, su mujer, cinco hijos creciditos y una guagua pequeña que llora casi cada noche tras «el tabique de sacos empapelados con hojas de diarios». Desde allí, nuestro narrador observa, reflexiona e interactúa con los otros habitantes de esta frágil comunidad «proletaria».

    El conventillo es el escenario de estos personajes que están obligados a existir como prisioneros, aparentemente sin otra opción que el hundimiento en esa especie de jaula insalubre a la que los destina su condición miserable. Para la «gente de la más baja condición social» que lo habita, no hay escape. El conventillo, la fábrica y un entorno que se corresponde con el eje principal de sus vidas degradadas es la geografía restrictiva en que sobreviven. Guzmán no idealiza el conventillo; este es un pequeño infierno donde echa su raíz la miseria, el abuso, la plaga, la mutilación, el hambre, la depravación, la delincuencia, la prostitución, la traición, la muerte en todas sus variedades: enfermedad, suicidio, asesinato, etc.

    Pero aquí también se instala el amor, la necesaria solidaridad, las momentáneas alegrías. Cuecas gritadas, tonadas lloradas, canciones infantiles, cantos a las desgracias del obrero. La historia del romance entre Pablo e Inés, aun con su final funesto, es la luz que revela el aprendizaje apasionado del cariño mutuo y la culminación de un vivo deseo sexual atravesado por la culpa. Si la tuberculosis mata a la joven obrera, en el proceso de amar se vislumbra la esperanza que quedará como la marca que conduce a la madurez del personaje narrador.

    Desde nuestra perspectiva, todo el tratamiento de la problemática género-sexo deja entrever las nociones arraigadas en el momento histórico. El predominio de las reivindicaciones de clase, las estrategias de lucha de las organizaciones del proletariado que se estructuran en torno a las consignas del socialismo y a los partidos que corresponden a sus intereses, dejan poco espacio para comprender y menos hacerse cargo de la situación de la mujer o de las minorías sexuales. Entonces el narrador habla de «hembras» y de los «dos maricones que realizan por las noches fiestas y bailoteos a los que acuden amigos indecentes y sin vergüenzas; estas reuniones terminan con boches que congestionan al vecindario y que requieren la intervención de los hombres, quienes ponen a raya a los degenerados».

    Tal vez esto se entienda en el despliegue explícito de la dimensión política de la novela. Los dos personajes involucrados, tanto en los trabajos de organización sindical como en las discusiones sobre los límites y las frustraciones del activismo revolucionario, pagan cara su dedicación a la causa. La prisión, los malos tratos, la tortura, la pérdida de su fuente de trabajo, la disolución de la familia, la injusticia, los espera en cada esquina.

    Cuenta el narrador: «Los presos por causa de la pasada huelga han salido recién en libertad. Robles y González vienen aniquilados».

    «En su cuarto, Robles me muestra las huellas que le dejaron en el cuerpo las flagelaciones de que le hicieron víctima a fin de que confesara su intervención en el movimiento y diera a conocer los planes de cierto golpe de Estado que preparaba una organización secreta».

    En el largo discurso, que el activista le dirige al narrador, resalta su resolución: «¡Estoy dispuesto a echar afuera todo sentimentalismo, que con ello nada se consigue!».

    Tanto aquí como en otros momentos, el modelo de militante que se configura es el del hombre viril, sacrificado, que da todo por su causa, que se pone por encima de los vicios de los otros, que conoce sus debilidades y acepta la obligación de encauzarlos. No es extraño, entonces, que el impulso moralista surja de tanto en tanto. El pueblo se percibe como un obstáculo para su propia liberación. La clase alta, por su parte, está «llena de aberraciones y vicios conscientes, es una fuerza ficticia, es un motor caduco sostenido por el dinero, es un tremendo gusano que agoniza». La lucha de clases marcará la pauta, y en la urgencia de su devenir no hay espacio para otras reivindicaciones. Ahí reside la función didáctico-ejemplar de la novela.

    Es obvio, entonces, que el papel de los malos estará representado por los rentistas, los burgueses, los arribistas, las fuerzas represivas, la escoria social. Los buenos serán los proletarios, los trabajadores, los pobres explotados y humillados. Posiblemente, la necesidad de insistir en su adhesión a este último grupo hace que Guzmán use «proletario» en función adjetiva: «La luz proletaria de la vela», «un canto de chiquillas proletarias», «futuras madres proletarias», por citar solo algunos ejemplos. En algunos puntos, el lector no sabe si se está usando proletariado en el sentido moderno de clase obrera, o en el antiguo de clase baja que generaba prole para engrosar ejércitos. Lo cierto es que el conventillo está repleto de chiquillos que juegan, chillan, ríen, gritan, lloran. Sus voces y cantos constituyen una especie de cortina de sonido que matiza la pesadumbre del ambiente.

    Otro mecanismo que usa el narrador para contrarrestar el feísmo del mundo representado es la descripción cargada de retórica ornamental. «¡Ah, suburbio, dentro tuyo parece que el corazón curtido e inmenso del pueblo se remozara!». Algunos críticos han notado esta tendencia al ripio, a la creación de «metáforas e imágenes de dudoso gusto», como indica el escritor Luis Alberto Mansilla, pero lo cierto es que esto puede ser un esfuerzo, no siempre exitoso, de poetizar la prosa dura que compone la narrativa.

    Habría que notar, finalmente, que la novela escapa en al menos tres ocasiones hacia el mundo histórico y, en las tres, tanto en función de homenaje como en un intento de registrar eventos significativos en la historia popular, quizá para librarlos del olvido. En uno de sus sermones, el camarada Robles apunta: «Recuerdo a ese gran muchacho que se llamó Domingo Gómez Rojas, verdadero hombre y verdadero revolucionario, pronunciando admirables y efervescentes discursos ante las multitudes proletarias conmovidas. El mismo Gómez Rojas que la injusta justicia encarceló y maltrató hasta enloquecerlo y matarlo…». En otro momento, el recuerdo se hace de modo indirecto, a través de una canción. Se alza una voz anónima en el conventillo:

    Canto a la pampa, la tierra triste,

    réproba tierra de maldición

    que de verdores jamás se viste

    ni en lo más bello de la estación.

    La canción de Francisco Pezoa nos lleva al episodio de los mineros asesinados en la escuela Santa María de Iquique. En esa misma línea, como una de las partes centrales de la trama, estalla la huelga ferroviaria nacional de 1934, reprimida violentamente por el Gobierno de Arturo Alessandri, y que tuvo gran incidencia en el apoyo que prestarían las organizaciones de trabajadores al Frente Popular en 1938.

    No es fácil dilucidar una razón para incitar a la lectura de esta novela en nuestro tiempo. Muchos lectores jóvenes podrían encontrar añeja la retórica y sobrepasadas las demandas. Quedaría entonces el interés histórico y académico, dispuesto a evaluar la posición del novelista y sus obras en nuestra historia literaria; sin embargo, creo que es posible percibir, en Los hombres oscuros, otra historia, que podemos reconstruir entre sus líneas y que la novela rescata: la historia del empoderamiento de los sectores populares y su entrada definitiva en la política nacional. También el escritor les abre la puerta; ellos son los protagonistas en el universo novelesco, la relación con «los otros», que invaden desde los márgenes del conventillo, está constituida por choques violentos que

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