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En la cuerda floja
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Libro electrónico70 páginas33 minutos

En la cuerda floja

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Leopoldo Orozco anda por la cuerda floja lanzando suspiros de acróbata (como diría Hudiobro) en este excelente libro de cuentos, y sobre todo de minificciones, que seguro dejará una grata impresión en sus lectores. A Leopoldo le gusta jugar con la expectación, además de conseguir que quien lo lee sea parte de un estimulante simulacro lúdico en este cauce de historias. En la cuerda floja despierta la curiosidad y el asombro, como toda buena obra de ficción. Lo hace, además, con una prosa ágil, cuidadosamente construida, lo que demuestra la madurez en un autor relativamente joven; y que acusa, por fortuna, la presencia de un magnífico lector de tal género literario.

Las minificciones del libro son ingeniosas, humorísticas, ucrónicas, lo que las vuelve contemporáneas. Hay en estas páginas alusiones a Creta, a la música clásica, a la fenomenología del rayo, a los funambulistas veracruzanos y hasta a un hombre invisible. Todo ello desde un punto de vista intertextual, muy de los tiempos que corren. Orozco es una feliz aparición en el panorama de las ficciones y minificciones mexicanas, siguiendo en sus páginas la línea que Julio Torri, Augusto Monterroso y Agustín Monsreal han trazado con la publicación de sus cuentarios en Latinoamérica. No se pueden perder este texto. Valga la cuarta de forros para antojarles la obra de Orozco; de Leopoldo, un nombre que no es importante, del que sólo debe saberse que fue un equilibrista dedicado al arte de la cuerda.
Ulises Paniagua
IdiomaEspañol
EditorialReverberante
Fecha de lanzamiento4 dic 2020
ISBN9786079101169
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    En la cuerda floja - Leopoldo Orozco

    Stuttgart

    INICIO DE CUERDA

    Lanzaba suspiros de acróbata.

    Huidobro

    You must not fall.

    Phillipe Petit

    Mi nombre no es importante. Sólo debe saberse de mí que fui un equilibrista dedicado al arte de la cuerda.

    Por mis venas corre más aire que cualquier otra cosa. Mis padres fueron trapecistas de altura; yo no pude hacer más que seguir sus pasos elípticos. Así como los infantes logran mantenerse erguidos en la palma temblorosa de sus abuelos, mis primeros pasos —que llegaron casi al mismo tiempo que mis primeras palabras— fueron sobre un tendedero.

    Desde el accidente, enclaustrado como estoy en casa, me he aficionado a la literatura, y todavía más a este género mínimo, porque la sensación de leer un libro de minificciones es lo más parecido que he sentido a caminar de nuevo a varios metros de altura, de precipitarse hacia la red salvadora.

    Cada cuento es como un paso: breve, igual de incierto. El rango de error de una minificción —la posibilidad de encontrarse con una genialidad o con un bodrio a cada paso de página— es el mismo al del pie sobre el alambre que serpentea entre los postes.

    A veces, en la noche, sueño que sigo avanzando sobre la incertidumbre; un viento fuerte me derriba cielo abajo sólo para caer en una cuerda más alta y empezar de nuevo. Para no asustarme, cuento historias: una por cada paso, tan corta como el respirar de un desvalido. Vuelvo a cambiar de oficio: ahora soy un constructor de alambradas. Sólo me queda ver cómo otros suben a mi creación para intentar cruzarla.

    Aquí comienza la cuerda. Puede que pensaras que estábamos solos, pero no es así. Si cierras los ojos, casi puedes escuchar la sorpresa

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