Desencierro
5/5
()
Información de este libro electrónico
Lee más de Juan Mihovilovich
Grados de referencia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El contagio de la locura Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Relacionado con Desencierro
Libros electrónicos relacionados
El encargo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesYo, otro: Crónica del cambio Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La carne del mundo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa hora de Leviatán Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesQue todo en la vida es cine Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Un ángel habita en mí Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa piel muda Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo Dejes, Pero No Impidas Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Ya nada me separa de la luna que brilla Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa rabia de amar Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBlue Moon Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFormas de contener el vacío Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cayó la noche Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Borderline. Vidas al límite Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl amor es una rosa que huele a sangre Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl perfecto transitivo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSombras Ocultas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEntre la vida y la muerte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesWormhole Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMizuko: los niños del agua Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones¡Despierta ya! Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDos Novelas: Los 4 Espejos - La Paz Del Pueblo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAlgunos rostros de Dios: Poemas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa verdad de todas las cosas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVampiro: Alma inmortal Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa costurera y el viento Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Retrato de un daltónico Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos muros de agua Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Todos somos culpables Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMarcar como no leído Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Ficción hispana y latina para usted
Don Quijote de la Mancha Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Séneca: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Escuadrón Guillotina (Guillotine Squad) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La milla verde (The Green Mile) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Pedro Páramo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Cartas a Clara Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El gallo de oro y otros relatos Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Relojero: Una Novela Corta (Edición en Español) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5A traves de cien montanas (Across a Hundred Mountains): Novela Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Un Dulce olor a muerte (Sweet Scent of Death) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los mejores mitos y leyendas indígenas de México Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Leyendas Mexicanas para Disfrutar en Familia Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El llano en llamas Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El búfalo de la noche (Night Buffalo) Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Los hijos de Huitzilopochtli Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Los amigos no se besan Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La casa de los espíritus de Isabel Allende (Guía de lectura): Resumen y análisis completo Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El vuelo del colibrí Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl eterno viajero Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos pasos perdidos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Kintsugi Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Rubén Darío: Cuentos completos: nueva edición integral Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Criticón (Anotado) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesObras de Emilio Salgari: nueva edición integral Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl color de la piel Calificación: 5 de 5 estrellas5/5The Teacher \ El maestro (Spanish edition): A Novel Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCicerón: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos espíritus de Venezuela Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Francisco de Quevedo: Obras completas (nueva edición integral): precedido de la biografia del autor Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas raíces del odio Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Comentarios para Desencierro
1 clasificación0 comentarios
Vista previa del libro
Desencierro - Juan Mihovilovich
Juan Mihovilovich
Desencierro
LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL
© LOM Ediciones
Primera edición, 2008
Imagen de portada: Vania Mihovilovich
ISBN: 978-956-00-0035-4
Diseño, Composición y Diagramación
LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago
Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88
www.lom.cl
lom@lom.cl
Vivir es ser otro. Ni sentir es posible
si hoy se siente como ayer se sintió;
sentir hoy lo mismo que ayer no es
sentir: es recordar lo que se sintió
ayer, ser hoy el cadáver vivo
de lo que ayer fue la vida perdida.
Fernando Pessoa
Libro del Desasosiego
El ser humano siempre necesita
de dos imágenes simultáneas:
la real
y la imaginaria
.
¿Pero, por qué las comillas?
Porque ni es la una del todo real
ni la otra del todo imaginaria.
Imre Kertész
Diario de la Galera
A Pacián Martínez Elissetche,
por muchas razones… o por una sola: amistad.
A Milenka Sayen,
la nueva vida…
1
Procedo de un pozo negro, ¿no lo entiende? El pozo soy yo. No. No se trata de un túnel. Un túnel tiene entrada y salida y suele ser horizontal. Está bien, incluso puede tener una leve inclinación o hasta ser vertical. Pero mi procedencia es la nada misma. Procure entenderlo del siguiente modo: trate de mirarme directo a los ojos y bajar por ellos al fondo de mí. ¿Qué ve? ¿Nada? Si hace un esfuerzo notará mis pies sumidos en algo pantanoso, una especie de fango absorbente que nunca termina por cubrirme. Yo trato de avanzar y quedo siempre pegado al mismo sitio. Es angustioso, porque mi destino es hundirme a medias. No hay entrada en mi encierro. Alguien me situó en un punto impreciso del universo sin darme entrada y prohibiendo, al parecer, cualquier salida. En consecuencia mi existencia oscila entre la nada y el encierro. Y si usted me amenaza con las penas del infierno o el enclaustramiento más feroz, ni siquiera me atemoriza. Creo que lo asimilaría a una parte de la propia condena. ¿No considera que haya gente que nace con esa condición? Sí, de condenado al encierro perpetuo, a ver la vida continuamente hacia adentro como si uno estuviera succionándose. Claro, una especie de depredador personal. Parece un chiste de mal gusto, pero ocurre. Una forma de gusano eterno, que por añadidura se arrastra pegado a una realidad repetida e inalterable. Es, además, sofocante, como si faltara permanentemente el aire. Situado en el pozo del encierro, los pies no avanzan, las manos se alargan rasguñando el vacío y las sienes palpitan tan inusuales que se termina por creer que es una condición natural. No tiene nada de agradable. Se sufre. Y es un sufrimiento que va aniquilando cada día, que va reduciéndolo a una inmortalidad que se vislumbra posible. ¿No se entiende? Imagine que mi estado sin procedencia sea a la vez una condición eterna, ¿no le parece terrible? Naturalmente, usted no ha sentido la soledad absoluta, no ha tenido a cuestas esta carga del misterio insondable que hace trizas la espalda. Lo comprendo. No es algo que valga la pena recomendar o siquiera llame a la compasión. Con la autocompasión es suficiente. Aunque, si he de serle franco, uno siente piedad de sí mismo en determinadas ocasiones. En otras, un odio profundo, un rencor sordo que hace de la propia imagen algo detestable. A menudo me represento saliendo de un espejo trizado donde aparezco sangrando por todos lados. No es una imagen agradable, es real. En esa imagen logro sacar mis pies del fondo de esa ciénaga personal a costa de un desangramiento completo. Mis manos, el torso y el rostro emergen como una masa sanguinolenta que sale del espejo hecho pedazos y se arrastra por algún sitio inconsistente. ¿Le aburren estas divagaciones? ¿Le aterran? Lo comprendo. No debe de ser grato escuchar ahora estas confesiones. El asunto del espejo tiene que ver con mi infancia, creo yo. Bueno, casi todo tiene que ver con ella, ¿no le parece? En algún momento trituré a propósito el espejo del baño para comprobar si detrás estaba yo, o mejor dicho, confirmé que estaba desparramado por el suelo en pedacitos que jamás volverían a juntarse. Puede no ser una buena analogía; lo único que pretendo explicarle son sensaciones, mis propias sensaciones, y eso es algo que, por desgracia, siempre se entrega a medias. Por más que uno quiera transmitir la interioridad, ella otorga solo pálidos señuelos, pistas inconclusas, caminos abruptamente truncos. Trato de insinuarle que en lo más recóndito de mí crece un precipicio invertido. Sé que es raro: un precipicio que me arrastra hacia arriba en la caída. Parece algo ingrávido, un fenómeno físico irregular; en todo caso es una imagen, otra imagen que deseo pueda acoger. No sé bien para qué, tal vez para que la analice, la desmenuce o la comprenda si algún día el pozo se le presenta y lo deja sin defensas. La historia del espejo no es la vieja trampa del rompecabezas. Es más que eso. Está la sangre de por medio. No lo olvide. Eso hace que el resto parezca un juego de niños. Si me hice trizas, ha debido ser por el temor irreprimible que suelo ocasionarme. Verme reflejado y sentir que no me parecía a la imagen refractada no era grato. Detrás siempre había alguien o algo asomando unos ojos invisibles que cosquilleaban mi cerebro, parte de la nuca y descendiendo por el cuello se situaba en un sector impreciso de mi espalda. A eso suele llamársele escalofríos, pero cuando niño no se tiene mucha conciencia de nada. No la tengo ahora, así que figúrese qué podría haber significado para mí ver más allá del espejo. La única alternativa posible entonces era fragmentarme y sentir que en ello se me iba la vida. Por eso la sangre corría por el espejo hecho pedazos. Creo que por eso. Además, recuerde que la autorrepresentación del espejo era una especie de huida de mi aterrador encierro. ¿Me explico? Ni siquiera era causa, sino efecto. Sin mi continua soledad encerrada, jamás se me hubiera ocurrido buscar respuesta en un espejo. Por favor, entiéndalo. En última instancia, ¿que puede importar a estas alturas haberme visto reflejado desde niño como una figura sangrante inmolada o como simple victimario?
2
Está cansado y suda, ¿por qué? El día es gris y
la brisa matinal es ahora helada. Aquí dentro el
encierro, en días como éste, es soportable. Claro, no es igual: este es un encierro físico, palpable. En su caso basta estirar un brazo y abrir la puerta para salir a una realidad conocida y transitable. Durante la mañana preguntó demasiado por cuestiones secundarias. Por eso mismo no las respondí. Suelo profundizar, aún sin pretenderlo. ¿Cómo? Ya entiendo: no todos tenemos similar percepción de las
cosas. Lo que para mí suele ser importante, para usted y los demás resulta irrelevante. No, no quise ofenderlo. Es una forma de decir. Como señalar que le gustan los amaneceres y a mí el crepúsculo. Y aunque le parezca exagerado, ni esa comparación es banal. ¿En qué íbamos? Ah, la representación del encierro, le reitero, no tiene origen. Es más, creo que la aplicaba a cada acto cotidiano. Solía ver el mundo como metido en un globo de cristal. Cada uno de nosotros, usted, el hombrecito de la otra pieza, los ancianos del fondo del pasillo, todos eran vistos por mis ojos de niño metidos en una especie de esfera que los diferenciaba. No es tan complejo, porque lo que en apariencia otorgaba similitudes constituía al fin una discrepancia sustancial: nadie se topaba con nadie. Cada uno tenía su propio espacio y arrastraba a cuestas su mundo próximo y su
propia soledad. No sé. Tal vez era una proyección personal. Eso tendrá que descifrarlo. Para eso está aquí, ¿no? Lo que quiero decir es que toda esa vasta realidad irrumpía como átomos dispersos con pleno volumen y consistencia. Lo paradójico estaba en su perpetua transparencia y de ahí que cada individuo fuera para mí un libro abierto. Veía su diafragma,
su columna vertebral, pero lo triste y doloroso
era constatar sus reales intenciones. Una sonrisa, la de mi madre, por ejemplo, invariablemente estaba condicionada por una secreta voluntad que yo apreciaba sutil en un ángulo del rostro. Una mueca leve, un guiño momentáneo, una mirada de soslayo, el repentino declive del tono vocal, evidenciaban de inmediato que la sonrisa era un cálculo medido
tendiente a obtener una ventaja. ¿Cómo lo percibía? Le insisto, no es fácil de explicar. O usted me sigue por dentro o creerá que me pierdo en fantasías.
¿Si aquello me hacía sufrir? Más que sufrir, no me dejaba vivir. Si mi origen disperso y circunscrito a
la inmovilidad de mi pozo personal lo asocia con
la observación de las cosas y los seres que me
rodeaban, tendrá un cuadro siniestro, con una incongruencia común extraviándome de continuo entre lo aparente, lo falso y una verdad siempre
incompleta. Recuerdo que a los dos años, para
redondear el ejemplo, me retorcí los dedos con la cadena de una bicicleta. Mientras gateaba coloqué los dedos en el piñón con la intención de cercenarlos. La sangre, siempre la sangre, corría por el piso y de no ser por su suave deslizamiento hasta la
cocina, mi madre no se habría percatado de ese
accidente voluntario. ¿Por qué lo relaciono? Es que al surgir en el marco de la puerta pareció asustarse, pero vi que juntaba los labios en una especie de mohín dudoso reflejando una íntima satisfacción. Ahora, ¿quién manejaba a quién? Es una buena
pregunta. Creo que si de manipulación se trataba, era el comienzo de una lucha sorda que el tiempo iría develando. Sobre ello usted habrá sacado sus conclusiones y sabrá al menos a qué atenerse. Pero nunca se atenga demasiado a nada. Ninguna cosa, por segura que parezca, tiene visos de certeza. ¿Por qué se lo digo? Ya lo entenderá. Pues bien, estuvieron a punto de amputarme los dedos. Los cosieron y entablillaron por varios meses. Después recuperé poco a poco el movimiento. Sí, con unos dedos
menos mi destino pudo variar. ¿Será tan simple? ¿Bastará carecer de unos huesos para variar el prospecto de uno mismo? Me supedita el problema de la invalidez, de carecer de una pierna u otro miembro importante. Eso es más dramático. De alguna manera uno suple las deficiencias con el desarrollo de los demás sentidos. Se lo digo por lo siguiente: antes de lo que usted sabe, a los seis o siete años, estuve ciego. Sí, ciego por completo. Había visto en una película hindú que ciertos sacerdotes ofrendaban sus ojos a Dios. Se estacionaban días y semanas
mirando el sol sin pestañear, hasta que la luz era una pálida secuencia de sombras y figuras diluidas.
Lo hice en verano, naturalmente. Careciendo de completa autonomía, me oculté en un rincón del gallinero y lo miré con tenacidad. No pestañeaba: solo miraba esa bola candente y luminosa, cuya atracción me era extraña. Veía sus fulgores como relámpagos que descendiendo oblicuamente se
internaban por mi boca para quemar mis entrañas. No sé si fue ese efecto secundario que pasó a ser principal o si fue la búsqueda de la oscuridad absoluta lo que motivó, en el fondo, mi decisión de
enfrentarme al sol. El documental hindú, al fin de cuentas, como todas las cosas, fue un mero pretexto que gatilló una necesidad encubierta. Me descubrieron al tercer día y fue considerado una especie de resurrección. Al regresar a la casa tropezaba con todo: con muebles, puertas y ventanas. Extrañamente comencé a sentir con mayor nitidez el calor de la cocina. Apenas ingresaba por la puerta del patio
sabía qué pasaba con los caracteres interiores: si mi padre andaba cabizbajo o sonreía, si mi hermana sollozaba en su pieza o se encerraba en su mutismo, si mis hermanos gesticulaban o dormían. ¿Si captaban mi ceguera? No al inicio. De alguna forma
calculaba las distancias a través del calor irradiado por los objetos. El problema se patentizó al estrellarme con un jarrón de porcelana china que mis padres cuidaban como un tesoro inmaculado. Más allá del estrépito causado, fue por la colisión inexplicable que me observaron. Allí mi padre me acercó a la luz solar para escrutarme las pupilas. Como casi no
reaccioné a la luminosidad, me llevaron de inmediato al oculista. No había nada somático. No se trataba de un problema interno, aunque sí lo era en otro sentido. Se optó por dejarme en cuarentena. Ello significó encerrarme en mi pieza con las ventanas tapizadas de paños negros y listones que mi padre claveteó en los marcos. Cuarenta días en la más absoluta oscuridad. Aunque le parezca raro, estaba
habituándome a la penumbra. El sol había causado pequeñas llagas en el borde de las pestañas y una costra sutil como un cristal empañado me cerraba los párpados. El médico dijo que la costra caería por su propio peso en la medida que los ojos permanecieran abiertos en las sombras. Luego me aficioné a deambular por el cuarto como si anduviera en mi interior. Como el silencio era aplastante, aprendí a descifrar el sonido material. ¿Cree que las cosas no piensan ni emiten sonoras vibraciones? Se equivoca, de nuevo se equivoca. Allí comprobé que mi osito de peluche palpitaba y poseía una historia personal que lo asombraría si se la contara. También descubrí los latidos de mi cajita musical con su bailarina de ballet. Fue en la penumbra que ella se desligó por primera vez de su caparazón de cristal y bailó una tarde entera para mí. No sonría de esa manera. Soy yo quien siente pena por usted. No sonría con una lástima que me pertenece. Después de esa experiencia, las sombras no poseían mayores secretos; claro que me refiero a las sombras que humanamente
podía controlar. ¿Qué quiero decirle? Nada es como se ve, nada en lo absoluto. Si aprendí a ver en las sombras por un hecho casual que impidió mi ceguera completa, ello no implicaba ver el origen mismo de la oscuridad. ¿Me va siguiendo? No se asuste.
Las sombras artificiales creadas por la mano del hombre no son las sombras verdaderas. Hay otras, las nocturnas, las que llegan con la noche a posarse sobre todo, reduciendo el tiempo y el espacio a la exigua materialidad humana. ¿Ha notado que en la oscuridad más profunda apenas se aprecia el propio cuerpo? Es una salvación momentánea. Más allá de la figura personal, en