Una proposición peligrosa
Por Fayrene Preston
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Pero Colin no tenía intención de enseñarle cómo ser fascinante para luego arrojarla a los brazos de otro hombre. La finalidad de sus lecciones era conseguir que Jill se enamorara de él y, al parecer, ella no era inmune a sus encantos...
Fayrene Preston
Fayrene Preston is an award-winning, bestselling romance author of over 50 books. She's also a Texas girl, born and raised. Her high school years were straight out of the movie American Graffiti — good friends and that wonderful rock ‘n' roll — and her college years were twice the fun. Fayrene has been blessed with two completely wonderful sons, and three beautiful grandchildren. Fayrene counts herself as very lucky. Books have always been an important part of her life, and she has loved her career writing them. She can't think of anything to make one happier.
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Una proposición peligrosa - Fayrene Preston
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Fayrene Preston
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Una proposicion peligrosa, n.º 999 - octubre 2019
Título original: The Barons of Texas: Jill
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-678-5
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
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Capítulo Uno
Jill Baron se detuvo bruscamente. El jardín de su casa parecía estar girando a su alrededor. Respiró hondo y esperó a que la lógica volviera a ocupar su lugar. Hacía diez años que era dueña de aquella casa en North Dallas, y sus tierras no se habían movido ni una sola vez en todo ese tiempo.
De hecho, ni un solo acre de las vastas extensiones de Texas se había movido nunca. Las tierras del oeste podían ser azotadas por tormentas de arena y tornados capaces de llevarse casas enteras, árboles y coches, pero el terreno siempre permanecía firme. Se dio ánimos con aquel pensamiento y, en unos momentos, el jardín dejó de moverse.
Todo iba a ir bien.
–¿Puedo hacer algo por ti antes de irme?
Jill se sobresaltó. Creía estar sola. Se volvió e hizo un esfuerzo por sonreír a su secretaria.
–No, Molly, gracias.
–¿Estás segura? Te noto un poco pálida.
–Todo el mundo parece pálido de noche –Jill apreciaba mucho a Molly por su eficiencia y su capacidad organizadora, pero a veces mostraba una molesta tendencia a mimarla como una auténtica madre. Pero ella carecía de madre desde los tres años, y ya no necesitaba ni quería una.
–Tú nunca pareces pálida, Jill. Si quieres, puedo subir para traerte tu medicina.
–¡No! –Jill cerró brevemente los ojos–. Lo siento. No pretendía ser tan brusca, pero ya sabes lo que siento respecto a esas cosas. Estoy bien, y tú ya has trabajado suficiente por hoy. La fiesta ha ido de maravilla. Gracias por tu colaboración. Ahora, vete a casa y duerme un rato.
–Si estás segura… –Molly aún parecía preocupada.
–Lo estoy.
–En ese caso, nos vemos mañana por la mañana.
–Buenas noches –Jill dio otro sorbo de la botella de champán que sostenía en una mano. Luego miró el estanque del jardín. Sobre su superficie flotaban apaciblemente numerosas velas encendidas con forma de flor de loto.
Entrecerró los ojos. Brillantes. Las llamas eran demasiado brillantes. Se inclinó y derramó champán sobre una de las velas, apagándola. Tras hacer lo mismo con el resto, bebió un poco más de champán.
Aún no estaba lista para volver a la casa. Aquel era su momento favorito de las fiestas que daba. Los últimos invitados se habían ido. La orquesta y el personal encargado de la comida y la bebida también. Le gustaba reivindicar su casa y los terrenos en que se asentaba. Le gustaba el regreso a la tranquilidad y el orden. Pero, por encima de todo, le gustaba el sentimiento de plenitud que se apoderaba de ella tras una fiesta exitosa.
El estanque se movió. La tierra se movió. Se detuvo y miró con el ceño fruncido sus pies descalzos que asomaban bajo el borde de su vestido de color crema. La tierra no se estaba moviendo. Ni ella tampoco. Maldición.
Tal vez había bebido más champán del que creía. Desestimó aquel pensamiento de inmediato. Nunca se había emborrachado, y casi nunca bebía en ninguna fiesta antes de que se hubiera ido el último invitado. No le gustaba perder el control sobre nada y mucho menos sobre sus facultades mentales. Esperó y, tras unos momentos, su paciencia fue recompensada y la tierra y el estanque dejaron de moverse.
Se encogió de hombros y dio un nuevo trago de la botella.
La fiesta había sido muy productiva. Había logrado llevar a Holland Mathis al punto al que pretendía. Una visita más y lo convencería para que le vendiera los tres edificios del centro de Dallas que tanto tiempo llevaba intentando conseguir. También había logrado que Tyler Forster se interesara en reformarlos para convertirlos en un próspero negocio de apartamentos.
Su negocio florecía. Debería sentirse más que satisfecha con todo lo que estaba logrando. Y así sería si no fuera porque sentía que le faltaba algo.
Durante toda su vida había alcanzado las metas que se había propuesto. Aquel era el año en el que, según el testamento de su padre, si lograba alcanzar el nivel financiero establecido por él, heredaría un sexto de la empresa familiar. Pero ya hacía unos años que había alcanzado aquella meta y su negocio marchaba mejor que nunca. De manera que, ¿qué podía faltarle?
Se detuvo en seco. Des. Por supuesto. ¡Des!
Hasta el momento, la única meta que no había alcanzado era conseguir que su primo segundo aceptara casarse con ella.
–¿Qué sucede? ¿No has podido encontrar una copa?
Jill se volvió, sorprendida, y al hacerlo estuvo a punto de perder el equilibrio.
–Colin.
Colin Wynne sonrió perezosamente y alargó una mano para tomar la botella de champán.
–Si vas a beber de la botella, así es como debes hacerlo –echó la cabeza atrás y terminó el resto del champán en cuestión de segundos.
–No necesito lecciones sobre cómo beber champán –replicó Jill, y le quitó la botella de las manos de un tirón.
–No, no las necesitas, y por eso resulta tan interesante verte beber de la botella. Nunca te había visto hacerlo hasta ahora. Y tampoco te había visto nunca descalza. Lo cierto es que esas uñas de color rosa pálido no resultan especialmente atrevidas, Jill.
Jill pensó que Colin estaba hablando demasiado alto. Era casi como si estuviera escuchando sus palabras en sonido cuadrafónico.
–No pretendía que lo fueran cuando me las he pintado.
–Eso está bien, porque con ese color no lo habrías conseguido –Colin se encogió de hombros en un gesto que indicaba claramente que no se consideraba responsable de su mal gusto, aguijoneándola como solía hacerlo, presionándola hasta hacerla responder.
–Hay muchas cosas que no me has visto hacer nunca, pero eso no significa que alguna de ellas sea interesante, ni que alguna vez vayas a verme hacerlas, Colin.
–Ah, pero en eso es en lo que te equivocas.
–¿Me equivoco? –Jill apoyó dos dedos en un punto situado por encima de su sien derecha. Colin la estaba confundiendo. De todos sus conocidos, ¿por qué tenía que ser él el que había vuelto? Se movían en los mismos círculos sociales y benéficos pero, últimamente, aquel círculo parecía estar reduciéndose más y más, y no dejaba de verlo en todas partes. Pero esa noche ella era la única culpable, pues lo había incluido en la lista de invitados a la fiesta.
–Todo lo que haces me interesa, Jill. ¿Dónde están tus zapatos?
Jill seguía sin entender de qué estaba hablando. Pero, ya que lo había mencionado, ¿dónde estaban sus zapatos? ¿Y qué más le daba a Colin que los llevara puestos o no?
–¿Qué haces? Creía que ya te habías ido –por su mente pasó el recuerdo de Colin escoltando a una atractiva joven hacia la salida. También recordó que había pensado que el cabello pelirrojo de la chica chocaba violentamente con el desafortunado vestido naranja que había decidido ponerse–. Te he visto salir con Corine.
–La he llevado a su casa y luego he vuelto a esperar a que los demás invitados se fueran.
Jill frunció el ceño.
–¿Y por qué has decidido volver?
–Para ver cómo estabas.
–¿Para ver…? –Jill se quedó anonadada mientras el suelo empezaba a moverse de nuevo bajo sus pies. Cerró los ojos, rogando que se detuviera. Aquello no estaba sucediendo. No podía ser. No estaba dispuesta a permitirlo, sobre todo delante de él. Cuando el suelo se estabilizó bajo sus pies, abrió los ojos y vio una expresión de preocupación en su rostro que la puso muy nerviosa.
Pero Colin siempre la ponía nerviosa. Como de costumbre, tenía un aspecto molestamente atractivo y confiado. El tono dorado de su piel siempre hacía pensar que acababa de volver de unas vacaciones en algún lugar exótico, y su pelo castaño claro nunca estaba completamente peinado. Cada vez que lo miraba tenía que luchar contra el impulso de alisárselo con la mano.
Y además estaba el hoyuelo de su mejilla izquierda. Incluso una media sonrisa podía hacerlo surgir. Jill había visto a más de una mujer quedarse totalmente hipnotizada por aquel hoyuelo, hasta el punto de que olvidaban lo que estaban diciendo o dónde estaban.
En cuanto a sus ojos marrones con destellos dorados… Lo había visto flirtear descaradamente con ellos, hasta conseguir que la mujer objeto de su atención pareciera dispuesta a cualquier cosa que fuera a proponerle. Era totalmente repugnante.
Pero lo peor de todo era cómo la trataba a ella. Nadie se burlaba de ella. Nadie excepto Colin, por supuesto. A menudo, en medio de una fiesta o reunión, se volvía y lo encontraba mirándola con una sonrisa de evidente diversión, como si le acabaran de contar un chiste del que ella no había sido partícipe. En otras ocasiones tenía la desagradable sensación de que sabía exactamente lo que estaba pensando y por qué.
Pero, en aquellos momentos, la mirada de Colin era totalmente solemne y firme. Jill trató de recordar lo que estaba a punto de decir, pero no lo logró.
–¿Qué has dicho?
–Que he vuelto para ver cómo te encontrabas.
–Eso es. Ya lo sabía –Jill respiró profundamente–. Lo que quería preguntarte era por qué… –volvió a llevarse una mano a la frente–… por qué lo has hecho.
–Hacia el final de la fiesta me ha parecido que te pasaba algo, o que te preocupaba algo. He decidido volver para ver si podía ayudarte.
Temiendo que el suelo empezara a moverse de nuevo si se agachaba, Jill dejó caer la botella. Era como si estuviera bebida, aunque ella sabía que no era así. Tal vez se debía simplemente a que estaba un poco baja de azúcar en la sangre. Debería haber comido más en la fiesta.
–Podías haberte ahorrado la molestia, Colin. Ni me sucedía ni me sucede nada malo.
–¿No?
–No, claro que no.
Cuando dos años atrás conoció a Colin en una fiesta benéfica, él se mostró claramente interesado en ella, pero se echó atrás en cuanto notó que el interés no era mutuo. Desde entonces, solo lo había visto en grupo. Tenían amigos y socios comunes, y el círculo en que se movían estaba constituido por personas como ellos, hombres y mujeres enérgicos, con importantes metas en la vida y de aproximadamente la misma edad.
Jill sabía que Colin la observaba, aunque no entendía por qué. Pero lo más extraño era que a veces se encontraba observándolo a él. Lo cierto era que a veces podía ser bastante divertido, encantador e interesante. Pero, normalmente, lo único que lograba era enfadarla o desconcertarla. Como en aquellos momentos.
No tenía idea de cómo se había dado cuenta de que algo iba mal, pues ni siquiera ella lo había notado. Y tampoco sabía qué hacer con él. Pero