Segunda Visión: Hollows Ground, #1
Por J.A. Culican
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Cuando se trata de muerte, prever es creer.
Mirela puede prever la muerte de cualquier persona que vea. Pasa sus días alejada del mundo, encerrada en su apartamento; evitando a las personas y al don que ella considera una maldición. Hasta que, en una devastadora visión, ve morir a un pequeño niño"
Sólo ella puede ayudar.
Sólo ella puede salvarlo.
Esta urgencia la obliga a salir de su apartamento hacia un mundo al que ha rechazado.
Al conocer al apuesto Luka, una Sombra, el mundo de Mirela cambia. Él es encantador, incluso mágico, y la llevará hasta una ciudad subterránea oculta debajo de Atlanta, poblada por empáticos, telépatas, videntes y otras personas con dones al igual que ella.
Sin embargo, nada es lo que parece.
Una guerra secreta se libra entre las Sombras y los Espectros, un mortífero grupo de hechiceros que buscan apoderarse del mundo. Atrapada en medio de esas dos poderosas fuerzas, Mirela debe escoger entre luchar en el bando de Luka o creer en las advertencias de Talon, un guapo y peligroso Espectro que enciende una chispa dentro de ella como nunca antes había sucedido.
Si Ela elige el bando equivocado, podría significar el fin de todos los seres mágicos.
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Segunda Visión - J.A. Culican
Copyright © 2017 por J.A. Culican
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Los personajes, localizaciones y eventos representados en este libro son ficticios. Cualquier similitud con personas reales, vivas o muertas, es mera coincidencia y no la intención del autor.
Editado por: Cassidy Taylor
Créditos de la portada: Covers by Christian
www.dragonrealmpress.com
Para Gabriel, mi príncipe solitario.
Tabla de contenidos
Capítulo Uno 6
Capítulo Dos 21
Capítulo Tres 32
Capítulo Cuatro 42
Capítulo Cinco 52
Capítulo Seis 67
Capítulo Siete 78
Capítulo Ocho 88
Capítulo Nueve 100
Capítulo Diez 112
Capítulo Once 123
Capítulo Doce 132
Capítulo Trece 146
Capítulo Catorce 155
Capítulo Quince 164
Capítulo Dieciseis 181
Capítulo Diecisiete 189
Capítulo Dieciocho 203
Capítulo Diecinueve 215
Capítulo Veinte 228
Capítulo Veintiuno 242
Capítulo Veintidós 253
Capítulo Veintitrés 265
Capítulo Veinticuatro 278
Capítulo Veinticinco 288
Libros de J.A. Culican 293
Sobre la Autora 296
Contáctame 297
Siete años antes...
—¡Drina! —chillé, saltando de mi cama y cayendo al duro suelo. Aparté mi largo y negro cabello de mi cara, goteando sudor, mientras las lágrimas rodaban por mis mejillas. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando me levanté del suelo y salí corriendo hacia la puerta. Bajé las dos escaleras metálicas dando tumbos y me dirigí hacia el remolque junto al mío.
Empujé con mi hombro contra la puerta para desatascarla, abriéndola de golpe y haciéndola estrellarse contra la delgada pared, el marco de la puerta vibró con fuerza. Aparté la colcha de Drina de su cama y encontré sus sorprendidos ojos azules mirándome fijamente.
—¿Mirela? —se puso las manos sobre el pecho—. ¡Me diste un tremendo susto!
Entrecerré los ojos para poder verla mejor en la oscuridad.
—¿Estás bien? —pregunté, tumbándome en la cama junto a ella.
—Por supuesto que lo estoy. ¿Qué estás haciendo? Es más de media noche —tomó su cobija, que aún estaba bien apretada entre mis dedos.
Dejé caer la colcha.
—Tu-tuve un sueño horrible.
—No pudo haber sido tan malo —Drina tomó mi hombro y me puso a su lado—. Tienes suerte de que mis padres estén aún junto a la hoguera.
—Los míos también —suspirando, tomé mi cabello y los saqué de debajo de mis hombros.
—Estás temblando —Drina me acercó a ella y me rodeó con un brazo—. ¿Qué fue lo que soñaste? —me preguntó, frotando mi hombro.
Dejé escapar un fuerte suspiro, permitiendo que su calidez me tranquilizase.
—Estábamos jugando junto al río. Te caíste. Yo no podía encontrarte. Yo...
—Estoy bien. Probablemente solo estés agotada, ya sabes, por pasar todo el día celebrando en grande tu cumpleaños. El gran número trece. Vaya. No puedo esperar para que sea mi cumpleaños —apartó su brazo de mí y posó su cabeza sobre sus manos—. Ahora ve y trata de dormir un poco —dijo mientras se acurrucaba junto a mí.
Estrellas centelleantes volaban alrededor de la habitación mientras una franja de luz pasaba por las viejas persianas sobre la cama de Drina. La luz dio contra el par de alas incrustadas de gemas que colgaba de una pesada cadena de oro alrededor de mi cuello. Cerrando mis ojos, sujeté el collar en un puño. Mis padres me lo habían regalado hacía solo unas horas durante la celebración de mi décimo tercer cumpleaños. Había sido un día perfecto. Las risas y el baile llenaron las horas mientras cada miembro de nuestra comunidad me daba la bienvenida a mi adolescencia.
Drina roncaba suavemente a mi lado mientras la pesadilla de su muerte me envolvía una vez más con la promesa de asfixiarme. El sueño había empezado bastante inocente. Estábamos junto al lago, jugando como tantas otras veces. Sólo que esa vez Drina cayó al agua. Busqué y busqué, tratando de encontrarla, hasta que mi propio gritó me despertó.
Tomé una enorme bocanada de aire y alejé de mi mente la visión de su muerte. Sólo había sido un sueño. Drina estaba sana y salva, roncando ruidosamente a mi lado. Suspiré de alivio. Cerré mis ojos, con la esperanza de que ningún otro sueño me encontrase esa noche.
***
—Vamos Ela, despierta —Drina me arrancó de mi plácido sueño.
Mis ojos se abrieron lentamente y se encontraron con el suave brillo del alba. Era temprano. Demasiado temprano.
—Drina, vuelve a dormir —mascullé mientras me giraba para darle la espalda.
—Vamos. Está muy bonito afuera, y los adultos aún están durmiendo —me agitó nuevamente.
Ignorándola, me sacudí su mano de mi hombro y cerré los ojos.
—Bien, iré al río sin ti —resopló y se alejó de la cama.
El sueño de la noche anterior vino a mí de golpe. Drina cayendo al agua y mi frenética búsqueda para hallarla. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando me giré hacia ella. Abriendo los ojos, vi a Drina atarse sus viejos zapatos deportivos color azul marino sentada en el suelo. Sujetó su largo y enmarañado cabello en una desastrosa cola de caballo. Me aparté el pelo de la cara y me incorporé, la colcha caía alrededor de mis caderas.
—¿Por qué no hacemos otra cosa? —le supliqué—. Ven, déjame cepillarte el cabello.
—No seas tonta. Levántate y ponte los zapatos. Vamos a que te quites ese sueño de la mente — Drina tiró de mi mano hasta que me paré frente a ella— Tap, tap —dijo a la par que daba dos palmadas—. Es un hermoso día.
—Por favor, Drina. No quiero ir —suspiré mientras miraba al suelo.
—Ela, mírame —agarró mi barbilla y levantó mi cabeza—. Eres mi mejor amiga. Te amo. Estuviste muy inquieta toda la noche, retorciéndote en la cama. Déjame probarte que todo estará bien.
—Está bien —dije, resignada—. Solo promete que tendrás cuidado.
—Juramento del meñique —Drina entrecruzó nuestros meñiques y tiró de mí hacia la puerta.
Me puse mis zapatos, que estaban puestos cuidadosamente junto a la puerta. No recordaba habérmelos quitado la noche anterior. Supuse que alguno de nuestros padres me los había quitado en algún momento de la noche. Drina me empujó todo el camino a través de la puerta y de nuestro improvisado campamento. No había nadie despierto aún y la hoguera todavía estaba humeando. Nuestra comunidad gitana había llegado al oeste de Pennsylvania hacía solo una semana. El plan era continuar hacia el este durante las próximas semanas. Nos habíamos estado moviendo más deprisa durante el último par de semanas, aunque ninguna de nosotras sabía por qué.
Llegamos a la orilla del río a la par que los primeros rayos de sol se filtraban entre las copas de los árboles. El agua fluía raudamente junto a nosotras mientras las olas se estrellaban contra las rocas que salpicaban el río. Hojas de color rojo y naranja caían lentamente a tierra a nuestro alrededor y soplaba una suave brisa. Drina tenía razón, era un día precioso. Pero yo estaba demasiado aterrada por mi visión como para disfrutarlo.
—¡Ela! —me llamó Drina—. Mira ese tronco —Señaló un árbol que había caído, creando un puente hacia la otra orilla—. Vamos —agitó la mano mientras comenzaba a correr sobre el tronco.
—Drina —murmuré, mientras los recuerdos del sueño de la noche anterior llegaban a mi mente. Drina riendo. Drina cayendo. Yo buscándola—. No te acerques a ese árbol. Drina. ¡Detente! —grité mientras corría tras ella.
Drina rio y comenzó a saltar sobre el tronco.
—No te preocupes tanto —saltaba una y otra vez—. Es sólido como una roca.
—Drina, por favor baja de ahí —le supliqué y me tropecé con una raíz que sobresalía del suelo.
Aterricé bruscamente en la tierra, raspándome las manos y las rodillas. Un crujido llamó mi atención y me levanté rápidamente del suelo. El troncó se derrumbó y miré, horrorizada, cómo Drina cayó, desapareciendo dentro de las caudalosas aguas. Mi aliento quedó atrapado en mi garganta mientras corría hacia la orilla del río.
—¡Drina! ¡Drina! —grité, buscando cualquier señal de ella—. ¡Drina! —corrí, frenética, a lo largo de la orilla con el sudor rodando por mi frente.
Sabía que debía ir a buscar ayuda, pero no quería dejarla. Me froté los ojos bruscamente antes de echar un último vistazo. Nada. Suspiré, resuelta, y corrí de vuelta al campamento.
—¡Ayuda! ¡Ayuda! —alcancé a jadear mientras corría más allá de los remolques—. Por favor, alguien —jadeé.
—¿Ela? —mi madre apareció en la puerta de nuestra casa rodante—. Ela, ¿qué sucede? —se dirigió hacia mí y puso sus manos en mis mejillas llenas de lágrimas.
—Drina. Es Drina —señalé hacia el río—. Se cayó al río —sollocé.
Mi madre abrió los ojos de par en par, alarmada, mientras los hombres de nuestro grupo corrían hacia el río. Parecían moverse a cámara lenta mientras se gritaban unos a otros, hasta que acabé por perderlos de vista. Caí de rodillas mientras mi cuerpo temblaba. Mi madre me siguió hasta el suelo y me apretó fuertemente. Yo sabía qué era lo que encontrarían. Todo había sucedido tal y como en mi sueño.
—Mirela, ¿qué ha sucedido? —escuché la voz de la madre de Drina preguntando desde arriba—. ¿Dónde está Drina?
Aparté mi cabeza del hombro de mi madre y levanté la mirada. Su cara estaba pálida, acentuando sus ojos azules, idénticos a los de Drina. Su mano prontamente cubrió su boca en un intento de cubrir los sollozos que comenzaban a escapársele. Sacudí la cabeza. No tenía idea de qué podía decir, o de si tan siquiera sería capaz de decir palabra alguna. Esto no debería haber sucedido. Cuando mis ojos se posaron sobre la madre de Drina, oré para que pudiese encontrarla. Oré para que la encontrasen con vida.
—Ela, bebé, dinos qué pasó —la voz de mi madre resonó a mi alrededor como un eco mientras me frotaba los hombros—. Todo está bien.
—No, no está bien —susurré, gimoteando—. No está bien —nada de lo que sucedía lo estaba.
El terreno debajo de mí retumbó con el sonido de pasos aproximándose. Los hombres regresaban. Enterré mi cabeza nuevamente en el hombro de mi madre, sin querer ver lo que habían hallado, pero sabiendo de antemano lo que sería.
—No. No. ¡No! —las mujeres a mi alrededor comenzaron a gritar y llorar a la vez que mi mamá me aferró con más fuerza.
Las lágrimas corrieron libremente por mi cara cuando cerré fuertemente mis ojos. El dolor en mi pecho se sentía listo para estallar en cuanto la verdad de mi sueño comenzó a sofocarme. Los gritos y lamentos de los demás me envolvieron en oscuridad. Drina se había ido. Drina estaba muerta.
—Ela —murmuró mi madre—. Ela, mírame.
Abrí mis ojos y encontré el rostro de mi madre. Lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas y su mano tocaba mi mejilla mientras me contaba sobre Drina. Poco sabía ella que yo ya estaba enterada. Yo ya lo sabía.
—Es todo culpa mía —balbuceé—. Es todo culpa mía.
—Bebé, esto no es tu culpa —intentó calmarme.
—Sí, lo es. Lo vi. Sabía que pasaría. Debí detenerla —cubrí mi cara con mis manos mientras los sollozos se apoderaban de mí.
—Shh, no podías haberlo sabido. Hiciste lo correcto al buscar ayuda —mamá me arrulló.
—¡No, no comprendes! —grité a través de sollozos mientras la ira se apoderaba de mí—. Lo vi antes de que sucediese. Lo sabía. Yo...
—¿A qué te refieres, Mirela? —preguntó la anciana May.
May era nuestra pitonisa. Podría jurar que tenía cien años de edad. Caminaba encorvada y siempre llevaba ondulantes vestidos de colores brillantes. Se llevó los grandes anteojos a la nariz mientras caminaba hacia mi madre y hacia mí. Nos miró y parpadeó con sus enormes ojos.
—Mirela, dime a qué te refieres. Dices que lo viste —se arrodilló junto a nosotras.
—Lo soñé. Una pesadilla —murmuré.
—¿Todo sucedió tal y como en tu sueño? —me preguntó May mientras se acercaba más.
Asentí con la cabeza.
—Exacto. Le supliqué que no fuese, pero dijo que iría con o sin mí. Yo lo sabía. Lo sabía y ni siquiera así pude detenerlo —tartamudeé, volviendo mi cabeza de nuevo al cálido