El perdón de Santiago
Por Facundo Barrera
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Santiago pedirá perdón, pero una sola persona en el mundo podrá perdonarlo.
Facundo Barrera
Gemini 2.0
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El perdón de Santiago - Facundo Barrera
Yo, Santiago segundo, hijo de Santiago primero, vivía en un pueblo alejado de la capital. Teníamos una pequeña casa, parecida a todas las casas de ese desconocido paraje. Mi padre andaba en su silla de ruedas de un lado a otro y nunca parecía sentirse cómodo en ella. Mi hermano, único y menor hermano; tenía algunos problemas de aprendizaje; que mi madre nunca supo manejar (por supuesto que mi padre tampoco.) El dinero escaseaba y habiendo cumplido los 18 años, era momento de tener un trabajo serio.
Trabajar en las minas era lo único serio
que en realidad alguien de mi preparación podía hacer; y en todo caso era la única ocupación que podría darme la suficiente remuneración para vivir bajo un techo, o por lo menos, ayudar a sustentar una familia.Hasta el momento yo, Santiago segundo, no era más que un simple estudiante con algunos trabajos en mi haber, pero nada que tenga la magnitud de trabajar en la mina.
Quedé seleccionado para la temporada de aquel otoño, 3 meses alejado de mi casa; juntaría más dinero del que me habrían pagado en uno o tal vez dos años de cualquier mísero puesto, de este alejado y olvidado paraje.
Siempre soñé que sería algún inventor famoso, que volaría mis propios globos por los aires, como Santos-Dumont; aunque en realidad el destino me llevaría hacia abajo y no hacia arriba. Después de todo, no había mucho más que hacer por estos lugares. Si no trabajaba en la mina tal vez conservaría mis dos piernas (cosa que mi padre no pudo hacer) pero, aunque pudiese caminar, no tendría a donde ir. Sin dinero no puedes salir de aquí. Cuando subí al micro que me llevaría a mi nuevo trabajo, noté que aquel vehículo estaba abarrotado de gente. Todos íbamos a trabajar al mismo lugar. La temporada de extracción ese otoño estaba en pleno auge y las compañías tomaban gente en cantidades.
Al sentarme en aquel asiento, pensé casi instantáneamente en los minutos de despedida con mi familia. Mi madre con una expresión de: de tal palo tal astilla
, mi padre con una de: haría lo que sea por que no entres en ese lugar
y mi hermano con otra de: no entiendo que está pasando aquí.
Cuando volví en mí, secando una especie de lágrima que se formó en mi irritado ojo izquierdo, pude notar que nos detuvimos en un semáforo, en una esquina. Una mujer discutía con otra mujer mayor, a los gritos. Había un hombre en una camioneta sentado, ignorando la situación.
El micro siguió adelante con la luz verde del semáforo, solté mis primeras palabras de conversación:
-Hoy sí que será uno de esos días ¿cierto?- dije a un hombre que tenía sentado a mi lado.
-Sí, y recién comienza.- dijo él.
-Mucho gusto, soy Santiago.- agregué extendiendo mi mano.
-Santiago, soy Mario, mucho gusto.- respondió. Luego agregó:
-Dime ¿has notado esas dos mujeres discutiendo antes?
-Sí, claro, lo hacían a los gritos.- contesté.
-Verás, me han recordado a mis dos hijas, la menor tiene 18 y la mayor 31; ellas viven de pelea en pelea.
-No tengo hijos, pero me imagino que debe ser difícil.
El suspiro profundamente y agregó:
-Más difícil es cuando tienes que dejarlos por trabajo o cualquiera sea la razón...
-Me imagino que sí ¿y por qué se pelean?
-Es una larga historia, mis dos Marías son especiales, no quiero aburrirte con eso jajaja.- contestó con una carcajada tímida, mezclada con algo de melancolía.
Era joven para pensar en tener hijos, pero podía comprender algo del dolor que el hombre me transmitía; o sería que estaba sensible por haber dejado mi casa y tenía muy fresco el recuerdo de aquello.
Cuando llegamos a la estación, esperamos el tren unas dos horas. Me senté en un banco, tenía a mi lado un hombre que me observó especialmente.
Me puso algo nervioso y decidí levantarme; cuando me alejé noté que comenzó a hablar solo.
Simplemente me dio mala espina, por lo que me retiré de allí y esperé al borde de la vía.
El hombre que había conocido en el micro, Mario, no estaba muy lejos, sentado en otro banco leyendo el diario. Pensé que sería bueno no molestar con más charla.
Pude ver a lo lejos el tren acercarse, esperé a que se detenga por completo. Cuando se abrieron las puertas, entré y me senté junto a la ventana.
El hombre que hablaba solo se sentó en el vagón siguiente, eso me dejaba intranquilo; lo último que necesitaba ese día era que algún loco de