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Pendragon 2: La ciudad perdida de Faar
Pendragon 2: La ciudad perdida de Faar
Pendragon 2: La ciudad perdida de Faar
Libro electrónico430 páginas6 horas

Pendragon 2: La ciudad perdida de Faar

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Información de este libro electrónico

Una de las sagas de fantasía juvenil más exitosas del siglo XXI. Aventuras a raudales, acción, magia y muchas, muchas emociones.El joven Bobby Pendragon creía ser un chico normal y corriente..., hasta que descubrió que su tío Press es un Viajero, un ser capaz de saltar entre mundos y cuya misión es mantener la paz entre todas las dimensiones. Y lo mejor de todo: esta vez el tío Press se ha llevado a Bobby consigo. Y les aguardan grandes aventuras.Aunque el conflicto en Denduron ha terminado, el viaje de Bobby continúa. Ahora se encuentra en Cloral, un enorme mundo submarino cuyas ciudades se encuentran al borde de una guerra que podría devastarlo todo. La única esperanza parece residir en la mítica ciudad perdida de Faar, pero, ¿cómo podría un chico de clase media al que le gusta jugar al baloncesto encontrar la clave para salvar el mundo? La respuesta está dentro de esta trepidante historia.Una saga de fantasía juvenil que ha marcado a una generación entera. El joven Bobby Pendragon cree ser un chico normal, hasta que pronto se verá arrastrado en un viaje fantástico a otros mundos inmersos en guerras de poder mágicas y criaturas increíbles. Aventuras, acción y mucha fantasía le esperan en este viaje.
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento7 oct 2022
ISBN9788728480021
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    Pendragon 2 - D.J. MacHALE

    Pendragon 2: La ciudad perdida de Faar

    Original title: Pendragon: The Lost City of Faar

    Original language: English

    Copyright © 0, 2022 D. J. MacHale and SAGA Egmont

    All rights reserved

    THE NEVER WAR Copyright © 2003 by D.J. MacHale published in agreement with the author, c/o BAROR INTERNATIONAL, INC., Armonk, New York, U.S.A.

    ISBN: 9788728480021

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

    Para mi madre, Ellie.

    DIARIO N.º 5

    CLORAL

    Hola, chicos. Tengo que pediros disculpas por haber tardado tanto en escribir. Han pasado tantas cosas desde que os dejé a los dos, Mark y Courtney, que no sé muy bien por dónde empezar. En primer lugar, ya se ha resuelto un misterio. ¿Recordáis el tiburón gigante que estuvo a punto de comerme en el túnel de la mina de Denduron? Bueno, ahora sé de dónde venía: el territorio en el que estoy se llama Cloral y está complemente sumergido en el agua. En serio, está bajo el agua. Los quigs de Cloral son tiburones carnívoros gigantescos. Genial, ¿verdad?

    Bueno, ahora os contaré algunos de los nuevos problemas en los que me he metido.

    Casi me comen, otra vez; estuve a punto de ahogarme; casi me arrancan los brazos de cuajo; y creo que me rompí un par de costillas… Todo eso en mi primera hora en Cloral. Suena divertido, ¿no?

    Os escribo este diario ahora porque las cosas por fin se han calmado un poco, y necesito descansar. Creo que es mejor comenzar la historia por el momento en que os vi por última vez. Tío, es como si hubiese pasado un siglo; está claro que el tiempo vuela cuando se te va la cabeza.

    Todavía tengo millones de preguntas sobre lo que le ha pasado a mi vida, pero hay dos al principio de la lista. La primera: ¿por qué yo, Bobby Pendragon, he sido elegido para convertirme en Viajero? No creo que sea mucho preguntar, teniendo en cuenta que he arriesgado el pellejo unas mil veces para cumplir con mis obligaciones de Viajero. En segundo lugar, me gustaría saber qué le ha pasado a mi familia. No dejo de hacerle estas preguntas al tío Press, pero sacarle información es como exprimir un nabo (no es que haya intentado exprimir un nabo alguna vez, pero parece bastante difícil). Siempre me responde: «Todo te quedará claro con el tiempo». Genial. Mientras tanto, vamos saltando de un desastre a otro, y lo único que deseo es seguir vivo lo suficiente para averiguar por qué demonios estoy en medio de todo esto, cuando lo que de verdad quiero es irme a casa y esconderme debajo de la cama con mi perra. ¡Venga ya! ¡Sólo tengo catorce años! ¿Es mucho pedir?

    Supongo que sí lo es, porque mi casa ya no existe. La última vez que os vi a los dos, teníais delante el solar vacío donde antes estaba mi casa. Es difícil describir las emociones que me bullían dentro. Me ponía nervioso empezar otra aventura con el tío Press y me mataba tener que dejaros de nuevo, pero lo peor era el miedo a lo desconocido.

    El tío Press me prometió que volvería a ver a mi familia: a mamá, a papá, a Shannon e incluso a mi golden retriever, Marley. Pero no me dijo adónde se habían ido; me contó que me habían educado y preparado para el momento en que me fuese de casa para ser Viajero, pero no me dijo por qué. ¿Estaba decidido desde que nací? ¿Era mi familia parte de un complot secreto? También me contó que no era mi tío de verdad, es decir, que no era de mi misma sangre. Pero no había respondido las preguntas más importantes: ¿por qué? ¿Por qué hay Viajeros que vuelan por el tiempo y el espacio para ayudar a los territorios en tiempos difíciles? ¿Quién los escoge? Y, lo más sorprendente: ¿por qué yo?

    Para ser sincero, dejé de preguntar estas cosas, porque las respuestas eran tan rebuscadas que me ponían de los nervios. Es como si Press fuese una especie de maestro jedi que sólo suelta la información con cuentagotas, conforme la voy necesitando. Bueno, pues necesito saberlo, de verdad, pero supongo que tendré que ser paciente y aprender sobre la marcha. Creo que el tío Press teme que, si me da toda la información de una vez, me explote la cabeza y acabe tirado en un rincón con la baba colgando. Puede que lleve razón.

    Cuando me despedí de vosotros, chicos, me metí en el coche con el tío Press y con Loor, mi compañera en la aventura de Denduron. Iba a dejar a mis dos mejores amigos para largarme con mi nueva amiga y socia. Al menos, considero a Loor una amiga. Pasamos muchas cosas juntos, en Denduron, y, aunque no soy un guerrero como ella, creo que me he ganado su respeto. Al menos, eso espero.

    Me metí como pude en el compartimento trasero, detrás de los dos asientos del Porsche, sin que nadie me dijese nada. Estaba claro que el tío Press iba a conducir, y, como Loor era más grande que yo, no había forma de que pudiese meterse detrás. Puede que fuese vestida como una chica de Segunda Tierra, pero no se parecía a ninguna de mis compañeras de clase. Calculo que tendrá unos dieciséis años, pero con su cuerpo musculoso y sin grasa parecía preparada para el decatlón olímpico. Su piel color chocolate la hacía parecer africana, pero yo sabía la verdad: era una guerrera del territorio de Zadaa, que existe en un tiempo y un lugar completamente distintos a los nuestros. Creo que uno de los requisitos principales de las Olimpiadas es ser de la Tierra, así que ella no podría clasificarse.

    —¿Cómodo? —me preguntó el tío Press.

    —Ni de lejos —respondí.

    El tío Press pisó el acelerador entre risas, y de nuevo nos alejamos de mi hogar en Stony Brook, Connecticut. Ni siquiera le pregunté adónde íbamos, porque lo sabía: volvíamos a la estación de metro abandonada del Bronx en busca de la puerta que nos llevaría a la lanzadera para ir a… vete a saber.

    La última vez que habíamos hecho aquel camino, yo estaba en la parte de atrás de la moto de Press y no tenía ni idea de lo que me esperaba. Ahora sí tengo alguna idea, pero tampoco demasiada.

    Corrimos por la autopista de peaje para salir de Connecticut en dirección a la ciudad de Nueva York. En media hora pasamos de las verdes afueras de Stony Brook a las aceras de hormigón del Bronx de Nueva York. Es la sede del estadio de béisbol de los Yankees, del Zoo del Bronx, del Jardín Botánico de Nueva York y de una lanzadera secreta que lleva a los Viajeros rumbo a lo desconocido.

    Mientras el tío Press conducía el pequeño coche deportivo por las calles de la ciudad, la gente se volvía para mirarnos. Era un barrio duro, así que no estaban acostumbrados a ver elegantes coches deportivos por allí. O quizá mirasen asombrados al chico que iba detrás y que se estaba poniendo azul porque tenía las rodillas clavadas en la garganta. Ése era yo.

    Tras un último golpe de volante, el tío Press se subió en el bordillo junto al pequeño quiosco verde al que nos dirigíamos. Al mirar la pequeña construcción, y la pintura descascarillada del cartel que tenía encima y que decía Metro , sólo pude pensar una cosa: aquí estamos otra vez.

    No me imaginaba que volvería a ver aquel lugar tan pronto. Peor aún, lo cierto es que creía que nunca tendría que volver a verlo. El tío Press y yo habíamos salido de allí hacía unas cuantas horas después de regresar de Denduron. Mi plan era volver a casa y hacer todo lo posible por olvidarme de aquel asunto de los Viajeros; pero las cosas habían cambiado. Descubrí que mi familia había desaparecido, junto con la vida que conocía. Creo que el tío Press me llevó a Stony Brook para que lo viera con mis propios ojos. Fue una buena idea, porque si no, no me lo habría creído y habría estado todo el tiempo pensando en cómo volver a casa; pero ya no había ninguna casa a la que volver. Me enfrenté a la dura realidad de que mi destino era ir con el tío Press y aprender más sobre ser un Viajero. Todo puede cambiar en unas cuantas horas.

    Así que allí estábamos otra vez, de vuelta en el Bronx, a punto de comenzar mi nueva vida. Tenía ganas de llorar. Sí, lo reconozco, quería llorar. De no haber estado Loor allí, es probable que lo hubiese hecho.

    El tío Press salió del coche primero y dejó las llaves en el contacto. Loor y yo nos arrastramos detrás de él. En realidad, yo fui el que más se arrastró, porque estaba tan aplastado en el asiento de atrás que tenía las piernas totalmente dormidas; así que, cuando intenté levantarme, me caí. Loor me cogió a tiempo y me sostuvo hasta que volví a sentirlas. Qué vergüenza.

    El tío Press no se paró a preguntarme si estaba bien, sino que se dirigió directamente a las escaleras que daban al metro.

    —Estooo, ¿tío Press? —lo llamé—. ¿Seguro que quieres dejar ahí el coche? —Recordaba nuestro primer viaje hasta allí: habíamos dejado la moto y los cascos justo donde estaba el Porsche. Yo creía que alguien lo mangaría todo, pero, cuando regresamos, la moto seguía donde la habíamos dejado y los cascos, también. Increíble. Pura suerte. Pero esto era demasiado. Una pasada de coche deportivo aparcado con las llaves puestas era algo muy tentador; peor todavía, allí estaba prohibido aparcar. Si los ladrones no se llevaban el coche, la grúa seguro que sí.

    —No pasa nada, los acólitos se encargarán de él —dijo el tío Press.

    ¿Cómo? ¿Acólitos? Una arruga más para mi frente. Miré a Loor para ver si ella sabía de qué estaba hablando, pero se encogió de hombros. Antes de poder seguir preguntando, el tío Press desapareció en el interior del metro.

    —Sí, ya lo sé, lo iremos aprendiendo sobre la marcha —le dije a Loor.

    —No preguntes tanto, Pendragon —dijo ella—. Reserva las preguntas para lo que sea importante de verdad. —Después siguió al tío Press.

    ¿Importante de verdad? ¿Es que las barbaridades que nos estaban pasando no eran importantes de verdad? ¡Quería saber cosas! Pero como me habían dejado solo y me sentía un poco idiota, lo único que podía hacer era seguirlos. Empezaba a dárseme bien.

    Corrí por las escaleras sucias y me metí como pude por la abertura de las tablas de madera que estaban clavadas a la entrada. Para el resto del mundo, aquello era una estación de metro cerrada y abandonada; pero para nosotros, los Viajeros, era el cruce de caminos de Segunda Tierra, mi territorio natal, y nuestro punto de salida hacia los demás territorios. Suena romántico, ¿verdad? Bueno, pues no lo es: da miedo.

    La mugrienta estación de metro me resultaba demasiado familiar. Los trenes seguían pasando por allí, pero hacía mucho tiempo que no se paraban en aquel lugar abandonado. Cuando llegué al andén, vi algo que me trajo un recuerdo espeluznante: era la columna en la que se había escondido el tío Press durante el tiroteo con Saint Dane. Aquel tiroteo me había dado tiempo para escapar, y para encontrar la puerta y la lanzadera que me había enviado a Denduron.

    Saint Dane, cómo me gustaría poder olvidarlo. El tío Press dice que es un Viajero como nosotros, pero no del todo, porque es malvado. En Denduron intentó llevar a dos tribus rivales al borde de la aniquilación, pero nos entrometimos y le pusimos las cosas difíciles.

    Por desgracia, Denduron no era más que el principio. Saint Dane prometió sembrar el caos en todos los territorios para así llegar a dominar Halla. Ésa es la clave: quiere dominar Halla. Bueno, no soy un genio, pero, teniendo en cuenta que el tío Press había descrito Halla como «todos los territorios, todas las personas, todas las cosas vivas, todos los tiempos que han existido», no era muy buena idea tener a un tipo como Saint Dane al frente.

    Lo que hacía que todo fuese tan espeluznante era que Saint Dane disfrutaba viendo sufrir a la gente. Yo lo había comprobado de primera mano demasiadas veces. La primera vez había sido en aquella estación de metro abandonada. Allí había hipnotizado a un sintecho para que saltase delante de un tren que iba a toda velocidad y sufriese una muerte espantosa. Fue un truco a sangre fría para que «el chico tenga una idea de lo que le espera».

    Y se refería a mí, claro. Qué tipo más simpático, ¿verdad? Antes os he dicho que lo peor de ser un Viajero es el miedo a lo desconocido. Bueno, eso no es del todo cierto. En el primer lugar de mi lista de temores está saber que podríamos volver a cruzarnos con Saint Dane en cualquier lugar, en cualquier momento. Ese tío es más que peligroso, y nuestro trabajo consiste en detenerlo. Allí de pie, en el andén, deseaba con todo mi corazón poder cambiar de trabajo.

    —¡Pendragon! —me gritó Loor.

    Seguí su voz hasta el final del andén. Ya conocía la ruta; teníamos que bajar a las vías del metro, evitar freírnos en el tercer raíl, y avanzar por la pared sucia y grasienta hasta dar con una puerta de madera. En la puerta había un símbolo que parecía una estrella tallada, lo que la identificaba como un portal; aquél era nuestro destino.

    Con el tío Press delante, avanzamos a toda prisa por las vías. Teníamos que apresurarnos, porque podría pasar un tren en cualquier momento. No había mucho espacio entre las vías y la pared, y resultaría doloroso que nos pasara un tren a toda pastilla por delante de las narices.

    Conforme nos acercábamos a la puerta, me di cuenta de que el anillo del dedo empezaba a calentarse. Lo miré y vi que la piedra de color gris pizarra empezaba a transformarse. El color gris oscuro se fundía y la piedra lanzaba chispas. Eso indicaba que nos acercábamos a un portal. Era increíble las cosas que empezaba a dar por sentadas. Hubo una vez en que la idea de seguir a un anillo poseído y reluciente hasta una puerta misteriosa en una estación de metro abandonaba me habría parecido un sueño fantástico. Pero ya no, ahora me parecía algo natural. O casi.

    El tío Press encontró la puerta, la abrió y nos metió dentro a toda velocidad.

    La caverna que había al otro lado no había cambiado nada. Miré de inmediato al túnel oscuro que llevaba a lo desconocido. Era la lanzadera que cobraría vida y nos conduciría… a alguna parte. En aquel momento estaba silenciosa, a la espera de conocer nuestro destino. Sólo había utilizado la lanzadera para viajar entre Segunda Tierra y Denduron. Estaba claro que íbamos a otro sitio, y había llegado el momento de que el tío Press nos lo dijera. Loor y yo esperamos a que nos mostrase el camino.

    —Nos vamos a dividir —dijo.

    Vaya, no era un buen comienzo. ¿Se había vuelto loco? ¡No podíamos separarnos! El tío Press sabía cómo manejarse por el cosmos y Loor era una guerrera feroz. La idea de salir disparado para enfrentarme a Saint Dane yo solo, sin ningún apoyo, no era algo que me emocionase mucho. Un millón de ideas y posibilidades me pasaron por la cabeza…, y todas eran malas. Pero, justo cuando iba a entrar en modo pánico total, Loor habló:

    —¿Por qué? —preguntó sin más.

    Cómo me gustaban las cosas sencillas; me alegraba de tenerla cerca.

    —Desde la muerte de tu madre, te has convertido en la Viajera de Zadaa —respondió Press—. Te van a necesitar pronto, así que quiero que te vayas a casa y te prepares.

    —¿Y qué pasa conmigo? —pregunté; había entrado en modo protestón.

    —Tú y yo nos vamos a Cloral —respondió—. Saint Dane fue allí por alguna razón y quiero saber cuál.

    Buenas noticias, malas noticias. Las buenas noticias eran que el tío Press y yo permaneceríamos juntos. Las malas, que íbamos detrás de Saint Dane. Noticias malas, pero que muy malas.

    —Pero, si yo soy el Viajero de Segunda Tierra, ¿no debería quedarme aquí? —pregunté, lleno de esperanza—. Ya sabes, para hacerme cargo de las cosas.

    El tío Press me sonrió, porque sabía que intentaba escaquearme.

    —No, es mejor que vengas conmigo —respondió simplemente.

    Bueno, no me sorprendió que mi intento de librarme de aquel viaje hubiese fallado rotundamente. Pero, oye, merecía la pena intentarlo, ¿no?

    Loor se acercó a mí y dijo:

    —Siempre estaré ahí si me necesitas, Pendragon.

    Buf, aquello me dejó hecho polvo. Supongo que me había ganado su respeto de verdad. Asentí y dije:

    —Lo mismo digo, Loor.

    Nos miramos a los ojos durante un instante. El vínculo que nos unía desde la guerra de Denduron era más fuerte de lo que había supuesto. Me sentía más seguro cuando ella estaba cerca, pero era algo más. Me gustaba Loor: a pesar de su incapacidad para ceder ni un milímetro, su corazón siempre le decía lo correcto. No quería irme sin ella y estaba seguro de que, de haber podido elegir, ella se habría quedado conmigo. Pero antes de poder decir nada, se volvió y se acercó a la boca de la lanzadera, miró el oscuro abismo, respiró hondo y gritó:

    —¡Zadaa!

    Al instante, el túnel empezó a respirar. Las paredes de roca se retorcieron como una serpiente gigantesca que cobraba vida, y oímos un sonido familiar: el revoltijo de dulces notas musicales que salía de las profundidades del túnel y aumentaba de volumen al acercarse a nosotros. Las paredes pasaron de ser de piedra gris a volverse relucientes gemas cristalinas, igual que mi anillo al acercarnos a la puerta. La luz que desprendía el túnel era tan brillante que tuve que protegerme los ojos. Loor se convirtió en una silueta oscura frente a aquella demostración de luminosidad. Nos miró por última vez y se despidió con la mano. Después, con un relámpago de luz, el túnel la absorbió. La luz y la música se la llevaron de vuelta a su hogar, el territorio de Zadaa.

    El espectáculo terminó en un momento y el túnel volvió a quedar a oscuras.

    —Te toca —dijo el tío Press.

    —Cuéntame algo sobre Cloral —pregunté para ganar tiempo. Aunque sabía que los viajes en lanzadera eran bastante divertidos, me ponía nervioso no saber lo que me esperaba al otro lado. Necesitaba algunos segundos para prepararme.

    —Descubrirás todo lo que necesites saber cuando llegues allí —respondió él mientras me empujaba hacia la boca de la lanzadera—. No te preocupes, iré justo detrás de ti.

    —¿Por qué nunca me das una respuesta simple? —pregunté.

    —Creía que te gustaban las sorpresas —me respondió entre risas.

    —¡Pues no, ya no! —le grité. Al tío Press le gustaba sorprenderme con grandes regalos de cumpleaños, viajes en helicóptero y acampadas… Básicamente todas las cosas guais que un chaval puede desear de un tito estupendo. Pero últimamente las sorpresas del tío Press no eran tan divertidas como antes. Sobre todo, desde que hacían que me persiguiesen bestias hambrientas, que me disparasen, que me volasen en pedazos, que me enterrasen vivo, que… Bueno, ya lo pilláis.

    —Vamos, te estás volviendo un muermo —me picó mientras me empujaba hacia la lanzadera—. ¡Cloral! —gritó, y dio un paso atrás mientras el túnel volvía a cobrar vida. Ni siquiera miré hacia delante, porque ya sabía lo que me esperaba.

    —¿Muermo? —grité—. ¡Si así es como te diviertes tú, es que estás como una cabra!

    —Ah, una cosa, Bobby —dijo.

    —¿Qué?

    —Recuerda el Cannonball.

    —¿Qué Cannonball? —pregunté—. ¿Qué se supone que significa eso?

    El brillo de la luz aumentó y las notas musicales subieron de volumen. Estaba a pocos segundos de ser lanzado.

    —Justo antes de caer en Cloral, aguanta la respiración.

    —¡Qué!

    Lo último que vi fue al tío Press reírse. Entonces la luz me agarró y me metió en el túnel: estaba en camino.

    SEGUNDA TIERRA

    —¿Qué estáis haciendo aquí? —gritó el señor Dorrico, el jefe de los conserjes del instituto Stony Brook—. Esto no es una biblioteca, no podéis sentaros a leer vuestros… Oye, ¡eres una chica! ¡Las chicas no pueden entrar en el servicio de los chicos!

    El señor Dorrico había sido conserje del Stony Brook durante los cincuenta años de su carrera de conserje. No se le escapaban muchas cosas y aquella vez no fue una excepción. Sin duda, había una chica en el servicio de los chicos. Puede que el señor Dorrico fuese un anciano con un mal genio terminal, pero todavía era capaz de diferenciar a las chicas de los chicos…, casi siempre.

    Courtney Chetwynde y Mark Dimond estaban sentados en el suelo leyendo el primer diario que les enviaba Bobby desde Cloral. El servicio del tercer piso estaba cerca del departamento de arte, así que casi nunca lo usaba nadie, ya fuese chica o chico. Se había convertido en la fortaleza solitaria de Mark: cuando había demasiado movimiento a su alrededor, Mark se metía allí para escapar, pensar, comer zanahorias y estar solo. Si recibía uno de los diarios de Bobby en el colegio, era el lugar perfecto para leerlo y, como ahora Courtney era parte del tema, ella se reunía allí con él. Nunca pareció importar que ella fuese una chica, sobre todo, teniendo en cuenta lo importantes que eran los diarios; pero en aquel momento se enfrentaban al enfadado jefe de los conserjes, que los miraba como si la idea de ver a una chica en el servicio de los chicos fuese a provocarle un ataque al corazón.

    Mark se levantó de un salto y cogió rápidamente las páginas del diario de Bobby.

    —No pasa na-nada. Ya-ya nos íbamos —balbuceó, nervioso.

    Siempre que se estresaba, Mark tartamudeaba. Courtney, por otro lado, se crecía ante la presión, así que se levantó tranquilamente, se acercó al señor Dorrico y lo miró a los ojos.

    —Sólo he entrado aquí —dijo con confianza— porque había muchos chicos en el servicio de las chicas. Estaba demasiado lleno…, y ellos nunca levantan el asiento del váter.

    —¡Qué! —gritó el señor Dorrico mientras se ponía como un tomate.

    El hombre tenía claro que aquello era un delito que amenazaba con derrumbar los cimientos de las normas de comportamiento que sustentan nuestra sociedad. Agarró la fregona con la que iba a limpiar el suelo del servicio de los chicos y salió hecho una furia, dispuesto a enfrentarse a los gamberros delincuentes que se burlaban de la santidad del servicio de las chicas.

    Mark se acercó a Courtney y le dijo:

    —Qué mala eres.

    —Tenemos que irnos —contestó ella con una sonrisa traviesa.

    Salieron a toda prisa del servicio y recorrieron el pasillo procurando no pasar cerca del lavabo de las chicas.

    Mark sabía que él y Courtney Chetwynde hacían una extraña pareja. Mark era introvertido; vivía en un mundo de libros y novelas gráficas; no tenía muchos amigos; le hacía falta cortarse el pelo y lavárselo más a menudo; deporte no era más que una palabra de siete letras para él; y su madre todavía le escogía la ropa, lo que significaba que tenía un montón de prendas sin marca y una pinta de empolloncete siempre dos años por detrás de la moda. Pero el caso es que no le importaba, porque Mark nunca había querido ser guay. De hecho, Mark se sentía muy orgulloso de lo poco que le importaba no ser guay. Mientras todos los demás intentaban impresionar a sus amigos con su aspecto, con la gente con la que se juntaban o con las fiestas a las que iban, Mark no hacía ni caso. Así que se consideraba el más guay de los guais…, de una forma un tanto rarita.

    Por otro lado, Courtney era lo más: era alta y guapa, con una larga melena castaña que le llegaba hasta la cintura y unos penetrantes ojos grises; sacaba buenas notas, no las mejores, pero bastante buenas; también tenía un millón de amigos. Pero lo que definía a Courtney eran los deportes, sobre todo, el voleibol. Courtney era tan alta y fuerte que resultaba injusto que jugara contra la mayoría de las chicas, así que jugaba con los equipos masculinos de Stony Brook. En realidad, también resultaba injusto que jugara contra la mayoría de los chicos: los destrozaba vivos. Los chicos la temían porque no querían que una chica los avergonzara, pero, sobre todo, porque temían que les saltara un diente con un balón. Con sólo catorce años, Courtney era leyenda.

    Así que las diferencias entre Mark Dimond y Courtney Chetwynde eran tantas que no cabría esperar que fuesen amigos…, salvo por una cosa: Bobby Pendragon.

    Tanto Mark como Courtney conocían a Bobby desde que eran pequeños. Mark y Bobby eran amigos íntimos desde la guardería. De hecho, Bobby pasaba tanto tiempo en la casa de Mark que la señora Dimond decía que era su segundo hijo. Al crecer, sus intereses cambiaron: Bobby se interesó por los deportes y se volvió muy sociable, mientras que Mark… no. Pero, aunque la mayoría de las personas que se volvían tan distintas se terminaban distanciando, Mark y Bobby habían mantenido una amistad que no se apagaba. Bobby decía muchas veces que, aunque pareciesen tan diferentes, se reían de las mismas cosas y eso quería decir que en realidad no eran tan distintos.

    En cuanto a Courtney, Bobby la había conocido en cuarto y se había enamorado de ella. Desde el instante en que vio sus impresionantes ojos grises, Bobby se había quedado colgado. Cuando crecieron, se encontraron frente a frente en los deportes. Bobby era uno de los pocos chicos a los que Courtney no intimidaba; todo lo contrario: aunque era una chica, nunca la dejaba ganar. ¿Por qué iba a hacerlo? Era demasiado buena. Cuando jugaban al béisbol, le daba tan fuerte como ella. Cuando corrían los cuatrocientos metros en el gimnasio, se aseguraba de mantenerse a la par. A veces ganaba y otras veces Courtney lo adelantaba. En la liga escolar de béisbol estaban en equipos contrarios y los dos eran pitchers. Cuando le tocaba batear al otro, los dos sacaban todo lo que tenían dentro para lanzar con todas sus fuerzas. Obviamente, de vez en cuando había algún lanzamiento pegado que hacía que uno de ellos acabase mordiendo el polvo, pero nunca se llevaron un bolazo. Puede que fuesen rivales, pero también eran amigos.

    El caso es que Courtney estaba tan colada por Bobby como él por ella, pero ninguno había dicho nada hasta aquella fatídica noche en la que Courtney se acercó a casa de Bobby antes del partido de baloncesto. Fue entonces cuando Courtney le dijo a Bobby lo mucho que le gustaba. También fue la noche en que se besaron por primera vez. Para Bobby, fue uno de esos momentos increíbles que superan todas las expectativas; fue algo mágico.

    Por desgracia, también fue la noche en que el tío de Bobby, Press, se lo llevó de casa para comenzar sus aventuras en el problemático territorio de Denduron. La antigua vida de Bobby se acabó con aquel dulce beso de Courtney.

    Había sido la preocupación por Bobby lo que había unido a Mark y a Courtney. A los dos les aterraba que le pudiera pasar algo horrible en sus viajes por los territorios. Mark fue el primero en recibir los diarios de Bobby a través del anillo mágico que alguien le había dado en una noche extraña. Se lo había entregado una mujer amable y fuerte, pero Mark lo había tomado por un sueño. Al despertarse a la mañana siguiente, el sueño había terminado, pero el anillo seguía allí. La mujer resultó ser Osa, la madre de Loor, cuyo destino era morir intentando proteger a Bobby. Aquel anillo era el conducto por el que Bobby enviaba a sus amigos los diarios de sus increíbles aventuras.

    Para Mark, leer las aventuras de Bobby era emocionante, aunque también lo asustaba. Los peligros eran más entretenidos que cualquier película de acción que hubiese visto, pero las historias de Bobby no se habían escrito para entretener. Eran reales y por eso daban tanto miedo. La idea de que existiese un grupo de personas llamadas Viajeros que recorrían el universo luchando contra el mal era un concepto que desafiaba todo lo que Mark sabía sobre el mundo. Lo más extraño era que saber que su amigo era un Viajero lo hacía todo aún más difícil.

    La verdad era que no sabía cómo hacerse a la idea. Al menos, no solo; y por eso se lo confió todo a Courtney Chetwynde. Juntos, los dos leerían los diarios de Bobby e intentarían comprender lo que le estaba pasando a su amigo.

    Su lugar de reunión era el sótano de la casa de Courtney. Su padre tenía un taller allí abajo, pero nunca lo usaba. Courtney siempre se reía de él: le decía que se había comprado aquellas cosas porque parecían chulas, pero que después no sabía qué hacer con ellas. Así que el taller del sótano era como un polvoriento museo de bricolaje, lo que resultaba perfecto para Mark y Courtney. Había un gran sofá desgastado en el que podían sentarse a devorar los diarios de Bobby.

    Su encuentro con el señor Dorrico había sucedido casi al final del día escolar, así que no volvieron a clase. En vez de ello, se dirigieron a casa de Courtney. Courtney se saltó hasta los entrenamientos de voleibol, cosa que sólo hacía en caso de emergencia. La llegada de un diario de Bobby reunía los requisitos, sin duda.

    Courtney bajó corriendo las escaleras del sótano por delante de Mark y se dejó caer en el viejo sofá, lo que hizo que se levantase una nube de polvo.

    —¡Vamos! —le gritó a Mark con impaciencia—. ¡Me muero! ¡Quiero saber qué ha pasado en Cloral!

    Mark tenía el diario de Bobby en la mochila, pero, en vez de sacarlo y sentarse junto a Courtney para poder seguir leyendo, se quedó de pie junto a ella, nervioso.

    —¿Qué pasa? —le preguntó ella intentando no sonar tan impaciente como se sentía.

    —C-Courtney, te-tengo miedo —respondió Mark en voz baja.

    Normalmente, Courtney aplastaba a los chicos como Mark si no le daban lo que quería, pero aquello era distinto: eran un equipo; compartían un secreto. Si uno de los dos tenía un problema, el otro tenía que respetarlo. Así que, aunque estuviese ansiosa por arrancarle la mochila de la espalda a Mark y quitarle el diario de Bobby, respiró hondo e intentó relajarse.

    —Yo también —dijo en voz baja—, pero quiero saber si Bobby está bien.

    —No estoy hablando de Bobby —repuso Mark con un gemido—. Tengo miedo por nosotros.

    Courtney se echó hacia atrás, sorprendida. Mark había logrado captar su atención.

    —¿Por qué?

    —Desde que se fue hace unos meses —contestó Mark mientras daba vueltas por la habitación—, he estado pensando mucho sobre esto.

    —Sí, ya te digo, yo también —dijo Courtney. Pero estaba claro que los pensamientos de Mark eran más inquietantes que los de Courtney, porque él era el único que estaba preocupado en aquellos momentos.

    —Piensa en lo que está en juego —siguió diciendo Mark—. Saint Dane intenta controlar Halla, es decir, controlarlo todo. Todos los tiempos y todos los lugares que han existido. ¿No crees que eso da un poquito de miedo?

    —Bueno, sí —respondió ella—. Hasta hace unos meses, lo que más me preocupaba era aprobar álgebra. Pasar de eso a preocuparme por el futuro de todo el tiempo y el espacio es un gran salto para mí.

    Mark asintió; era difícil hacerse a la idea de un problema tan gordo.

    —Vale —dijo sin dejar de caminar—, también a mí me cuesta entenderlo, pero hay más. El tío Press le dijo a Bobby que todos los territorios estaban a punto de llegar a un momento decisivo, y que el trabajo de los Viajeros consistía en ayudarlos a atravesar la crisis para que pudieran seguir existiendo en paz. Si fallaban, el caos se adueñaría del territorio y entonces llegaría Saint Dane.

    —Vale, ¿y? —preguntó Courtney con impaciencia. Quería saber adónde iba a parar todo aquello.

    —Piénsalo —dijo Mark, cada vez más nervioso—. Bobby y Press fueron a Denduron porque el territorio estaba a punto de entrar en una guerra civil. Acabamos de

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