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Bienvenidos a Nueva York
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Libro electrónico615 páginas8 horas

Bienvenidos a Nueva York

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Harry tiene un secreto.

Tenía toda su vida planeada y sabía exactamente lo que quería, hasta que algo hizo que dejara su ciudad natal en Inglaterra. Llega a Nueva York deseando borrar su pasado y está impaciente por comenzar de cero, por tener una nueva vida. Todos en esa ciudad son alguien importante.

Alana tiene un secreto.

Dejó su pequeña ciudad natal en el medio oeste en busca de su sueño. Llega a Nueva York con la determinación de ver su nombre brillando en los espectaculares de Broadway. Todos en esa ciudad siempre quieren algo más. Iba por el buen camino, hasta que…

Cuando Harry y Alana se conocen, ambos ven las heridas del otro. Sus secretos los unen. Encuentran consuelo en sus largos silencios. Pero mientras aprenden cómo afrontar las vueltas de la vida, descubren que la “Gran Manzana” tiene sus propios planes para ellos.

¿Por cuánto tiempo podrán seguir callando? ¿Por cuánto tiempo podrán mantenerse alejados de todo el mundo? ¿Cuánto tiempo pasará para que su pasado alcance su presente?

Sus vidas están a punto de fusionarse de manera irreversible. ¿Te gustaría averiguar cómo?

Primero que nada, ¡bienvenido a Nueva York!

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento14 may 2022
ISBN9781547581481
Bienvenidos a Nueva York

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    Bienvenidos a Nueva York - Luana Ferraz

    Capítulo Uno

    Harry está parado en la acera con los brazos cruzados sobre el pecho, lee una y otra vez el anuncio de la tienda a la que está a punto de entrar. Green Bean. Un trabajo estable, durante el día. No está seguro de que cambiar las generosas propinas que recibe en el bar por posiblemente ninguna propina en una cafetería sea una buena idea, pero le emociona cambiar el olor a alcohol y vómito por el del café molido fresco y muffins de vainilla. También le emociona dormir una noche entera. Será muy difícil, pero está listo para dar ese paso.

    Da un respiro profundo y cubre sus manos con las mangas de su camiseta blanca. A pesar del clima seco de junio, considera que esconder sus tatuajes debajo de sus mangas largas es la mejor estrategia. Cuando abre la puerta roja de la tienda, lo recibe de inmediato el calor de la hornada y de las bebidas calientes. El lugar está vacío —aún no es la hora de apertura.

    Camina despacio entre las mesas geométricas y sillas disparejas, notando que la originalidad de la decoración le da una personalidad propia al lugar. Se detiene al llegar a la barra; al otro lado, la alta empleada con cabello castaño lo toma por un cliente. Sus ojos cafés y redondos se amplían cuando él le informa que ha ido por el puesto de barista —el cual ha estado disponible por meses. Según Guido, su nuevo jefe, mezclar café no puede ser tan diferente a mezclar alcohol. Harry esperaba que fuera así.

    —¡Harry! —el anciano hombre italiano sale por una puerta del fondo—. Me alegra que estés aquí. ¡Pasa! —su acento es muy fuerte, y su voz, ronca.

    Lo lleva hacia el cuarto del personal —una caliente y claustrofóbica habitación sin ventanas, con armarios azules de metal alineados contra los muros y dos bancas de madera. Le muestra el que será su casillero, le entrega una llave y un delantal blanco nuevo con el logo de la tienda sobre el pecho. También le da una red para el cabello, para que sus largos y rizados mechones no caigan en las bebidas de la gente. Probablemente Harry deba ir a cortarse el pelo. Probablemente.

    Mientras Guido le explica cómo funciona el registrador de asistencia, una agitada chica entra corriendo a la habitación.

    —Guido, ¡discúlpame! —Resopla.

    Ella comienza a explicar por qué llegó diez minutos tarde, hablando sorprendentemente rápido para ser alguien a quien le falta el aliento.

    —Está bien, Alana. —Guido sonríe usando un tono que indica que la situación no es inusual—. Por cierto, él es Harry. Empieza hoy.

    —¡Hola! —Ella sonríe mientras ata su largo y rojo cabello en un nudo—. ¡Bienvenido al equipo!

    —Gracias —responde Harry notando su acento —no es italiano, como el de su nuevo jefe; el de ella parece sureño. No es un experto en acentos estadounidenses, pero si tuviera que adivinar, diría que es texano.

    —Tendrá el puesto de barista —dice Guido arqueando las cejas.

    —¿En serio? —Los ojos verde oscuro de Alana se ponen como platos, como si acabara de escuchar que Harry es un mago—. Bien, ya era hora —añade atando su delantal tras su espalda.

    —Sí, sí. Ha pasado demasiado tiempo. —Guido le sonríe abiertamente a Harry antes de voltear hacia Alana—. ¿Podrías presentarle a Martha y a Jaymee? Temo que lo traje aquí antes de hacerlo.

    —¡Claro! —Acepta Alana y Guido se va. Mete sus manos en los bolsillos de su delantal y observa a Harry mientras él termina de prepararse—. Entonces...

    —Entonces... —Repite, luchando por meter su melena en la red de cabello.

    —¿Tienes experiencia como barista? —Pregunta observándolo con suspicacia.

    —Ya pasé la entrevista, ¿sabes? —Responde molesto con su nuevo uniforme.

    Alana se ruboriza y se pone más roja que cuando llegó sin aliento.

    —¡Sólo preguntaba, por Dios! —Lanza sus brazos al aire, cierra de un portazo su casillero y regresa a la parte delantera de la tienda.

    Hay dos personas detrás de la barra de cristal, la misma chica de cabello oscuro que recibió a Harry, y una mujer anciana y delgada —luciendo el pelo corto y gris peinado impecablemente a lo Hollywood de los cincuenta. No lleva delantal, aunque su vestido luce muy elegante como para no protegerlo contra las manchas de café o chocolate. Se ajusta sus pequeños anteojos cuadrados y le echa un vistazo a Harry cuando se acerca.

    —Bien. Jaymee, Martha, él es Harry. El nuevo barista. —Alana los presenta y camina hacia las mesas para acomodar los menús. Debe ser la mesera.

    —Conque Harry, ¿eh? Encantada de conocerte, querido. —Martha, la anciana, tiende la mano para saludarlo—. Guido me habló sobre ti, sabes que soy la gerente, ¿cierto?

    —Sí, lo sé —afirma Harry.

    —Estoy a cargo de la caja, y Jaymee es nuestra segunda mesera. —Pone una mano sobre el hombro de la chica.

    —¡Bienvenido al equipo! —Dice Jaymee muy entusiasmada.

    —Gracias. —Harry sonríe cortésmente—. ¿Esto es todo? Digo, ¿tenemos una cocina? —Pregunta.

    —¡Mírate, ya estás hablando en plural! ¡Ese es el espíritu! —Martha le da un apretón en el brazo—. Y sí, tenemos una. La cocina de Guido está arriba. Sus dos hijos hornean y nos abastecen durante el día.

    —Genial. —Harry asiente, decepcionado en el fondo. Había esperado echar un vistazo y aprender cómo se hacían las cosas y quizás ayudar con las hornadas, lo cual es algo que ama hacer.

    Martha le enseña la variedad de bebidas y le da un libro de recetas. Intenta hacer cada mezcla una vez y se da cuenta de que, en efecto, es como mezclar alcohol. Pero en caliente.

    Pocos minutos antes de abrir, los hijos de Guido —Carlo y Mario— traen varias bandejas de cupcakes, muffins y galletas recién horneados. El estómago de Harry ruge ante el dulce olor, el cual parece atraer también a los clientes.

    Para ser una tienda pequeña, tienen muchos clientes. La mayoría sólo entra, pide su café y siguen con su vida. Algunos conocen los nombres de los empleados y Harry es presentado a muchas ancianas que, como Martha, lo miran de la cabeza a los pies. Eso ya no le molesta. Después de tantos años ha llegado a aceptar que un chico inglés obtiene la atención de las mujeres estadounidenses.

    Como Harry suponía, las mañanas son ajetreadas. Las primeras dos horas pasan volando, y pronto le agarra el truco al trabajo. Al parecer servir café es muy similar a servir alcohol, pero sin que te griten por encima de la música a todo volumen.

    Cuando la multitud se calma, Martha le explica cómo funcionan los descansos para comer. Tendrá 45 minutos para salir por comida, o puede traer su almuerzo y comerlo ahí. También explica que los empleados pueden tener café y pastel gratis, algo que hubiera deseado saber antes porque se está muriendo de hambre cuando llega el descanso.

    Ante ese nuevo descubrimiento, decide que un café grande y algunos muffins calientes serán suficientes. Se sienta en la mesa más alejada, cerca de la ventana. No es una calle muy concurrida, pero hay un número considerable de gente caminando por ella ya que la estación del metro más cercana está a unas pocas cuadras. La falta de edificios altos alrededor da una vista perfecta al cielo y Harry se maravilla con las nubes cuando alguien se sienta en su mesa.

    —¿Ese es tu almuerzo? —Alana frunce el ceño, desenvolviendo un sándwich casero y una manzana—. Pronto te aburrirás de ellos —Sonríe, parece que ha olvidado su mal inicio—. ¿Qué te parece el trabajo hasta ahora?

    —Está bien. —Harry se encoje de hombros comenzando con su segundo muffin de banana.

    —¿Ya habías trabajado en una cafetería? —Pregunta intentado comenzar una conversación—. Parece que sabes lo que haces.

    —No. —Harry niega con la cabeza. Alana espera por la segunda parte de su respuesta, pero él no dice más.

    —Entonces, ¿qué hacías antes de venir aquí? —continúa preguntando.

    —Era cantinero. —Harry termina su tercer muffin y se arrepiente de no haber salido a comer.

    —Ya veo. Entonces, ¿ser barista es algo por el estilo? —Pregunta, y Harry responde sacudiendo la cabeza como diciendo más o menos —. ¿De dónde eres? Tienes un acento extraño.

    —Yo no lo llamaría extraño —alega Harry. Es diferente, no extraño.

    —Apuesto a que eres inglés. —Ella entrecierra los ojos.

    —¿Qué te hace pensar eso? —Pregunta Harry con sarcasmo.

    —Es una suposición probable. —Alana pone los ojos en blanco, haciendo que Harry suelte una risita.

    Ella termina su sándwich mientras lo mira, probablemente esperando que le dé detalles. No lo hace.

    —Sabes que vamos a trabajar juntos cada día. Será mejor que nos hablemos el uno al otro. —Alana suspira haciendo un último intento.

    —No suelo hablar mucho —declara Harry, como si no fuera obvio.

    —No me digas. —Alana pone los ojos como platos, haciéndolo reír otra vez.

    Parece que se da por vencida y procede a comer su manzana, haciendo ruido al morderla. Saca su teléfono del bolsillo y comienza a deslizar su dedo en la pantalla, ignorándolo.

    Harry la observa por un momento y se pregunta si eso fue rudo de su parte. Ella tiene razón, trabajarán juntos todos los días. Podrían hablar. No está acostumbrado a ello, pero no puede ser tan difícil. Y no es como si le estuviera pidiendo revelar sus secretos más profundos, ¿verdad?

    —Sí, soy inglés —confirma. Alana levanta la vista de su teléfono, molesta—. ¿De dónde eres? Tú también tienes un acento extraño.

    Ella entrecierra los ojos y se toma un momento antes de responder. —Oklahoma.

    —Sabía que era sureño. —Harry sonríe. Alana vuelve la vista a su teléfono.

    Y pasan lo que resta de sus 45 minutos en completo y absoluto silencio.

    ✽✽✽

    —¿Qué averiguaste? —Jaymee le da un codazo a Alana en un costado.

    —¡Para! —Sisea Alana. Harry volverá del baño en cualquier momento, no quiere que las escuche hablando sobre él. Especialmente cuando ella no quiere hablar sobre él.

    —¡Vamos, me muero de curiosidad! —Suplica Jaymee con un tono dramático.

    —Descubrí que es inglés. —Alana le da una mirada de disgusto.

    —¿Y? —Jaymee le pide que continúe, esperando una gran revelación.

    —Es todo —dice Alana volviendo a limpiar la mesa.

    —¿Eso fue todo lo que conseguiste en 45 minutos? —Pregunta Jaymee incrédula.

    —Por lo visto, hablar le causa alergia —anuncia Alana.

    —Bueno, tenemos que cambiar eso —dice Jaymee haciendo reír a Alana.

    —¿Tenemos? —Alana arquea sus cejas.

    —Bueno, tengo. —Jaymee suspira—. ¿Te importaría cambiar tu descanso para comer por el mío? Digo, él no te gusta, ¿o sí?

    No es que le moleste, pero a Alana no le importa. No está interesada en Harry, ni en ningún hombre. Ya tiene demasiados problemas sin ellos, gracias.

    —No, no me interesa. Es todo tuyo. —Jaymee suelta un gritito de emoción ante esa revelación.

    —¡Pero no puedes negar que es guapísimo! ¿Verdad? —Pregunta Jaymee mirando hacia la puerta del baño para asegurarse de que Harry sigue ahí dentro.

    —Como sea. No es mi tipo. —Alana hace una mueca de exasperación.

    Sí, es muy guapo, pero admitirlo ante Jaymee significaría tener que seguir hablando sobre él. Y ella no quiere hablar sobre él.

    —¡No te creo! ¡Es el tipo de todas! —Jaymee frunce el ceño—. No puedo creer que no te guste.

    —Ahora mismo no estoy buscando una relación. —Alana niega con la cabeza. La última que tuvo aún está fresca en su memoria. Dejó consecuencias que aún tiene que enfrentar.

    —¿Quién dijo algo sobre una relación? —Jaymee le sonríe con malicia y ambas ríen.

    Harry sale del baño peinando su cabello en un moño. Las saluda con un asentimiento cuando las ve mirándolo. Jaymee se abanica a sí misma con una mano cuando él se da la vuelta. Alana niega con la cabeza de nuevo. Oh, lo que es ser joven y derretirse fácilmente ante una cara bonita.

    ✽✽✽

    Son las seis y cuarto cuando Martha cambia el letrero de Abierto a Cerrado. Limpian el lugar mientras Martha le explica a Harry la rutina al final del día. Limpian, acomodan y se van. Martha cierra la mayoría del tiempo, pero a veces Guido lo hace.

    Harry dobla su delantal y lo mete en su casillero, suspira con alivio cuando se suelta el pelo. Aunque se arrepiente de haberlo hecho en frente de las chicas cuando ve la expresión en sus caras. O al menos, en la de una de ellas. ¿Cómo se llamaba? ¿Jesse? ¿Jane? Sabe que empieza con J.

    —¿En qué dirección vas? —Le pregunta la chica J cuando salen de la tienda.

    —Por allá. —Harry apunta al metro.

    —¡También yo! —Responde emocionada. Claro que ella también se dirige hacia allá.

    Alana frunce el ceño y niega con la cabeza, pero no dice nada. Jaymee no pierde el tiempo. Caminan juntos rodeados por un silencio incómodo, pero pronto la voz de Jaymee llena el espacio entre ellos. Prácticamente habla sola, pues Harry no quiere ser parte de ninguna interacción social. Alana se pregunta cuál es su problema. ¿Es algo inglés? No puede saberlo, ya que es la primera persona inglesa que conoce.

    —¿Tienes novia? —Pregunta Jaymee sacando a Alana de sus pensamientos. Síp, no pierde nada de tiempo.

    —No. —Harry hace una mueca, pero Alana atisba el indicio de una sonrisa. ¿A caso está disfrutando de la atención? Debe estarlo.

    —¿En serio? —Jaymee arquea sus perfectas cejas—. Supongo que alguien como tú no se queda soltero por mucho tiempo.

    Alana pone los ojos en blanco. Jaymee no parece darse cuenta, pero por desgracia, el Chico Inglés sí. De inmediato, Alana fija la mirada en la acera y maldice su piel blanca cuando siente que sus mejillas arden.

    Jaymee sigue parloteando sobre algo que a Alana no parece interesarle cuando la profunda voz de Harry la interrumpe.

    —Ahora mismo no estoy buscando una relación. —Encoge los hombros con sus manos dentro de los bolsillos.

    Su elección de palabras hace que Alana lo mire de nuevo. Ella y Jaymee intercambian una mirada de sospecha. ¿Las escuchó hablar? ¿Será posible? La mente de Alana se apresura a recordar lo que dijo. Al menos sabe que no fue nada embarazoso.

    —¿Qué? —Harry luce desconcertado ante su silencio.

    —Nada. —Jaymee niega con la cabeza, luego decide agregar—: Hoy Alana me dijo exactamente lo mismo.

    Los ojos de Harry examinan a Alana por un momento. —¿Entonces no tienes novio?

    —Nop. —Alana niega con la cabeza sosteniendo su mirada inquisitiva.

    —¡Tampoco yo! —Jaymee sonríe abiertamente a Harry, quien al fin aparta la mirada.

    Jaymee hace algunas preguntas más, pero él las evade exitosamente. En cierto punto ella le lanza una pregunta con la mirada a Alana, quien articula un te lo dije. Ella suspira.

    —¡Mierda! —Jaymee se detiene en seco a la mitad de la acera. Alana y Harry se detienen unos pasos más adelante, la observan mientras ella rebusca en su bolsa—. Maldita sea, olvidé mi cartera. Tengo que regresar. Los veo mañana, ¡adiós! —Se da la vuelta y vuelve sus pasos hacia la cafetería.

    Alana no puede decir si en verdad olvidó su cartera o si se hartó de la actitud de Harry. De cualquier manera, resulta incómodo. Ella y Harry intercambian una mirada incómoda y retoman su camino hacia la estación del metro.

    —Ella es genial, ¿sabes? Y hermosa. —Alana rompe el silencio haciendo que Harry se pregunte si ellas ya habían hablado sobre él.

    —Lo es —concuerda Harry. Es difícil no darse cuenta—. Simplemente no estoy interesado.

    Ella frunce el entrecejo, lo mira por un momento y luego niega con la cabeza. ¿Es tan imposible de creer? ¿O él ha sido demasiado tajante?

    —Tampoco soy gay —añade por si acaso. Eso la hace reír. Mucho.

    Él quiere sentirse ofendido, pero su risa es fuerte y escandalosa, y termina riendo también.

    —Quizá debas decirle que eres gay, eso te la quitaría de encima —dice Alana cuando se recompone.

    —Tal vez lo haga. —Harry asiente. ¿Tendrá algún problema con ella? Estaba acostumbrado a que las chicas ligaran con él en el bar, pero no eran compañeras de trabajo. ¿Cuál es la mejor manera de tratar con ello? ¿Debería preocuparse? Por Dios, ¡es su primer día!

    —¡Estoy bromeando! —Alana arquea sus cejas cuando ve su rostro.

    —Oh. —Harry se desconcierta. Dios, qué estúpido es.

    —Bueno, hasta aquí llego —anuncia Alana cuando llegan a su calle.

    —Ok. Te veo mañana. —Harry calla no muy seguro de qué hacer a continuación. No está acostumbrado a los saludos ni despedidas. No está acostumbrado a las conversaciones triviales. No está acostumbrado a la gente.

    —Hasta luego. —Alana se despide agitando la mano en el aire, se siente estúpida por hacerlo. Ajusta su bolso sobre su hombro y se aleja.

    Ella acelera sus pasos, ansiosa por llegar a casa. Es la mejor parte del día. Cuando llega a su edificio dos cuadras más abajo, mira sobre su hombro y se sorprende al ver a Harry ahí parado, mirándola. Parece que eso lo sobresaltó y él agita su mano, luego para cruzar la calle corriendo.

    Por Dios, qué raro es.

    Capítulo Dos

    El mes pasa en un abrir y cerrar de ojos. El primer sábado de julio trae consigo el verano con toda su fuerza. A causa del calor, Harry se obliga a salir de la cama después de una noche de casi nada de sueño—su habitación está atestada de cosas para aplacar el calor. En las noches como estas extraña el clima de Inglaterra. Quizá no sólo el clima, sino... bueno, de todos modos, no puede recuperar nada de eso.

    Toma una ducha fría, se viste y sale hacia su lugar favorito en Nueva York: el Washington Square Park. No está tan cerca de su apartamento, pero le gusta pasear por ahí. Entra el supermercado para comprar té helado y galletas para comer en el camino.

    El aire asfixiante que hace todo pegajoso disminuye de cierta manera en el parque. La sombra que dan los árboles es fresca y la gente que deambula por ahí es más tranquila. Toda la zona se siente como otro lugar. Como una ciudad dentro de la ciudad.

    Harry pasea por la pequeña área verde por algunos minutos. Es casi la hora de almorzar cuando se sienta en la acera para esperar a Frank, como cualquier primer sábado del mes. Se está volviendo una costumbre.

    —¡Harry! ¿Qué haces aquí? —Frank cruza la calle cuando lo ve.

    —¡Hola, Frank! ¿Cómo va todo? —Harry se levanta y estrecha la mano del hombre.

    —Como siempre. —Frank vive en el edificio al que Harry suele visitar al menos una vez al mes—. ¿Y tú?

    Harry se encoje de hombros. Nunca ha sabido como abrirse camino en la conversación hasta que Frank lo invita a pasar.

    —¿Conseguiste trabajo? —pregunta Frank, porque la última vez que se vieron Harry estaba desempleado. Él le ofreció ayuda, pero Harry la rechazó.

    —Sí. —Harry asiente.

    —¿Conseguirás el dinero para pagar esta pocilga? —Frank suelta una risita.

    —No le llames así. —Harry finge una expresión dolida—. Hieres mis sentimientos.

    —Sí, cómo no. ¿Quieres pasar? —pregunta Frank. Sabe por qué Harry sigue yendo, pero no entiende el por qué.

    —Claro. —Harry sonríe.

    Su corazón siempre late más rápido cuando entra en la enmohecida y húmeda planta baja del edificio. Lo toma como una señal de que es el lugar indicado, que lo que desea es lo correcto, aunque esté fuera de su alcance. Al menos hace que su mente se enfoque en algo. Pensar en el futuro es mejor que pensar en el pasado, incluso cuando es algo prácticamente imposible.

    Harry camina sobre el sucio piso, saltando algún ladrillo o tablón de madera de la nunca terminada restauración. Todo aquí está inacabado, todo está suspendido, esperando. Con suerte, por él.

    —¿Todavía está disponible? —pregunta Harry luego de un rato.

    —Harry, este edificio siempre estará disponible. Eres el único al que le interesa rentarlo. —Frank pone los ojos en blanco mientras se acaricia su espesa y roja barba.

    —No por mucho. —Harry sonríe repitiendo lo que dice en cada visita.

    Harry no está seguro de cómo se las arregló para convencer a Frank de rentárselo. Ni siquiera está seguro de que sea legal. Sin embargo, puede verlo en su mente. Los muros coloridos. La barra grande. Los muros de cristal en la cocina. Las mesas parisinas. Los menús sobre los muros. Si cierra fuerte los ojos, incluso puede oler el té caliente y los muffins. Todo está ahí.

    Antes de marcharse, cruza la calle y admira la fachada de su futura casa de té. Puede hacerlo. Sabe que puede. Sólo necesita tiempo.

    ✽✽✽

    Alana se ha acostumbrado perfectamente a la rutina de su nueva vida. Despertar, ir a trabajar, volver a casa, hacer los mandados, dormir y comenzar de nuevo. Odia la rutina. Aun así, tener consistencia es lo mejor. Para ambas.

    También está tranquila por tener a alguien más obteniendo toda la atención en la cafetería. Mientras Martha y Jaymee pasan su tiempo hablando con Harry o sobre Harry, ella pasa sus días como un fantasma. Nadie le hace preguntas. Nadie se interesa en su vida. Ya no es la atracción principal. Y se divierte mucho al ver cómo Harry lidia con la situación. Pobrecito.

    Jaymee camina con ellos casi todos los días al terminar el trabajo. Los acompaña hasta que Harry se va a la estación del metro y después toma el camino de vuelta, pues su casa está en la dirección opuesta. Es persistente, Alana tiene que reconocerlo, aunque no consiguió que le contara más de él.

    Se enteraron de que ha estado en Nueva York durante algunos años —no saben cuántos exactamente— y que trabajó en algunos bares y cantinas—, no saben en cuáles. Descubrieron sus tatuajes porque un día se remangó por accidente. Dice que los oculta porque no está seguro cómo lo tomaría Guido, pero Alana se pregunta si es porque no le gustan. Obviamente no da contexto sobre ninguno, pero la mayor parte son diseños absurdos, letras desperdigadas y líneas sin dirección aparente. Cuando Alana pregunta si estaba borracho cuando se los hizo, él se encoge de hombros. —Algunos de ellos —dice. Aunque está segura de que han sido todos.

    Hoy Harry descansará del interrogatorio, ya que Jaymee tiene que irse temprano porque tiene una cita importante en algún sitio. Alana no presta atención, pero puede jurar que Harry luce aliviado cuando ella lo anuncia.

    Al terminar la jornada limpian las mesas en silencio. Alana se entretiene en la habitación del fondo ordenando sus cosas para concederle el escape a Harry, pero se sorprende cuando lo ve esperándola afuera. Él le da una sonrisa incómoda y comienzan su camino a casa.

    —Entonces... —Dicen ambos al mismo tiempo sin que ninguno de los dos pueda soportar más el silencio. Sueltan una risita.

    —Tú primero —dice Harry.

    —Te iba a preguntar si te ha gustado el trabajo hasta ahora. —Alana agita una mano en el aire. Parece ser la única pregunta que se le ocurre.

    —Sí. —Harry se encoge de hombros, el gesto se está haciendo familiar para Alana—. Para ser honesto, me gusta.

    —¿Más que los bares?

    —Mucho más. —Harry abre mucho sus ojos verdes—. Ganaba más dinero en el bar, pero era una locura.

    —Entonces, ¿no te gustan las locuras? —Alana frunce el ceño. Eso no es lo que aparenta. Con su cabello largo, los tatuajes negros, pantalones ajustados y playeras demasiado grandes para él, luce exactamente como una persona a quien le gustan las locuras.

    —Nop. —Harry sonríe sin dar explicaciones.

    —Pude haberlo creído. —Alana suspira. Todavía no se acostumbra a sus respuestas lacónicas.

    —Tengo una pregunta —declara Harry de repente.

    —¿Tú? ¡Esto sí que es nuevo! —Bromea Alana, pues él nunca comienza las conversaciones.

    —Sí, bueno, no te acostumbres. —Harry ríe.

    —Adelante —lo anima, curiosa.

    —¿Te he insultado alguna vez? —Pregunta, y Alana pone los ojos como platos por la sorpresa.

    —¿Qué? —Suelta un grito ahogado.

    —¿He dicho algo que te ofendió? Porque si es así, me disculpo. —Pone una mano sobre su pecho, haciendo que suene más serio de lo que ya es.

    Alana tiene que reprimir una carcajada. ¿Habla en serio? ¿O se está burlando de ella? No lo sabe con exactitud.

    —¿De qué estás hablando?

    —Bueno... —Calla. Parece que lo que está a punto de decir le avergüenza—. Ya no almorzaste más conmigo.

    Alana nota que su cara se está poniendo un poco más roja. Se ve tan lindo cuando está avergonzado. Ella sonríe.

    —¡Me extrañas! —Bromea ella, eso lo tranquiliza.

    No tienes idea, Harry piensa para sus adentros. Extraña el silencio mientras come. Extraña no ser interrogado. Extraña que no intenten ligarlo.

    —¿Jaymee te está haciendo la vida imposible? —Pregunta Alana, aunque Harry está seguro de que conoce la respuesta. Sabe que su compañera de trabajo le da un reporte detallado de cada palabra que él dice. Lo cual no es mucho.

    —Bueno... —Harry sonríe. No hay manera de que responda a eso sin sonar descortés.

    —Ya veo. Bueno, podrías decirle que no estás interesado en ella —sugiere Alana.

    —Ya lo hice. En mi primer día. Estabas ahí, lo oíste —le recuerda.

    —Dijiste que no estabas interesado en tener una relación. Quizás ella no quiere una —insinúa Alana. Harry la mira, confundido, así que ella continúa—: Quizá sólo quiere divertirse.

    Los ojos de Harry se ponen como platos cuando comprende. Claro. Diversión. Como si alguien tan persistente como Jaymee pudiera dejarlo en paz posteriormente. Además, divertirse con un compañero de trabajo nunca es una buena idea, y lo sabe.

    —Bueno, tampoco estoy interesado en eso —dice luego de un momento.

    —¿Te interesan los seres humanos como mínimo? —Resopla Alana y él ríe.

    Llegan a la calle de Alana y se detienen. Harry la mira con las manos en sus bolsillos, le ruega discretamente que haga algo respecto a Jaymee. Por mucho que no quiera involucrarse, ella termina prometiéndole que hablará con su compañera. Jaymee tendrá que dejarlo ir si no quiere enfrentar cargos por acoso sexual.

    Harry le agradece y la ve alejarse. Ella vive dos cuadras más abajo y su calle es estrecha y oscura. No se siente a gusto yéndose antes de verla entrar a su edificio. Sabe que lo ha visto hacerlo algunas veces, pero no puede evitarlo.

    Cuando ella ya está dentro, él se dirige a la estación. Todavía falta media hora para que esté a salvo, en su habitación.

    ✽✽✽

    —Jaymee, ya te lo he dicho. Cuando un chico actúa como si no le interesaras sólo puede significar una cosa. —Alana le lanza una mirada de advertencia.

    —¿Qué significa? —Jaymee frunce el ceño.

    —Que no está interesado —continúa Alana mientras se ata el delantal.

    No menciona la conversación que tuvo con Harry la noche anterior. Jaymee no necesita los detalles.

    —Quizá tengas razón. —Suspira—. Quizás es tiempo de cambiar mi estrategia.

    Alana pone los ojos en blanco. ¿Qué tal dejarlo en paz? Por Dios. Está actuando como si no hubiera más chicos guapos en la ciudad. Está segura de que Jaymee no tendría ningún problema en encontrar a alguien para divertirse. Es alta, tiene cejas perfectas y una hermosa sonrisa. ¿Qué hay con Harry?

    —¿Alana? —Jaymee truena los dedos en frente de su cara. Ya no la escuchaba—. ¿Qué piensas?

    —¿Sobre qué? —Alana hace una cara de desconcierto.

    —Por Dios, a veces eres peor que él. —Jaymee pone los ojos en blanco y cierra su casillero.

    —Creo que deberías calmarte un poco. Tomar distancia. —Alana ignora su mirada de enojo y continúa—: Recuerda que trabaja aquí. Así que, pase lo que pase, será doblemente difícil lidiar con ello.

    Jaymee parece considerarlo por un momento. Suspira. —Entonces, ¿qué sugieres?

    Alana sonríe. El Chico Inglés le debe una.

    ✽✽✽

    —Gracias —dice Harry en voz baja cuando Alana se sienta a su lado para almorzar.

    —Me debes una —bromea. Desenvuelve su sándwich de siempre y es sorprendida por un olor magnífico que viene de la comida de Harry—. ¿Dónde compraste eso?

    —Yo lo preparé —dice Harry con orgullo.

    —¿Cocinas? —Dice Alana asombrada.

    —¿Por qué te sorprende? —Harry suelta una risita.

    —No lo sé. —Alana niega con la cabeza. ¿Por qué todo sobre él parece sorprendente? ¿Es así de prejuiciosa? —Huele muy bien.

    —¿Quieres probarlo? —Ofrece Harry, pues Alana no deja de mirar su plato.

    —No, no. —Alana niega con la cabeza.

    Él arquea las cejas. Debe saber que ella quiere probarlo. Es una terrible cocinera, y el olor de la comida caliente hace que su estómago ruja. Ella hace una mueca. Harry sonríe y empuja el plato hacia ella. Alana lo prueba y... muere.

    —¡Oh, por Dios! —Lanza un grito ahogado con la boca llena. Está delicioso. No puede recordar la última vez que comió algo tan sabroso—. ¡Es maravilloso!

    —Gracias. —Harry ríe —. ¿Quieres que intercambiemos la comida?

    —¡No! No, gracias. —Dice Alana negando con la cabeza. Claro que quiere, pero no puede ofrecer un sándwich de queso a cambio de tan deliciosa comida—. ¿Qué es?

    —Estofado de carne y patatas. —A Harry parece hacerle gracia su reacción. Debe pensar que es la primera vez que lo come.

    —Está delicioso. —Alana asiente.

    —¿Estás segura de que no quieres más? —Harry la mira de manera sospechosa.

    —Segura —miente Alana. Su sándwich sabe a calcetines sucios en comparación.

    —¿Estás a dieta? —Pregunta Harry.

    —No. —Suelta una risita, aunque bien podría empezar una—. Es sólo que no tengo talento culinario.

    Ni tiempo para cocinar. Con todo lo que pasa en su vida, no tiene tiempo para nada más.

    —Bueno, podemos compartir, si quieres. —Harry se encoge de hombros.

    —No es necesario. Pero gracias. —Alana sonríe. Claramente Harry sabe ser amable cuando quiere.

    Capítulo Tres

    Luego de aquella conversación sobre Harry y algunos intentos fallidos, Jaymee parece seguir el consejo de Alana y se aleja. Para su alivio, Harry vuelve a tener su propio espacio personal mientras trabaja. Para colmo, Alana vuelve a ser visible para sus compañeras.

    Jaymee es amistosa y dulce, sigue invitándola a salir. En otra vida, Alana está segura de que ambas serían las mejores amigas. Aunque en ésta debe inventar infinidad de excusas para rechazarla. Sabe que en algún momento ella sospechará. Sabe que en algún momento tendrá que contárselo a alguien. Simplemente no está lista.

    El único momento del día en que no se preocupa por inventar excusas es cuando almuerza con Harry. Siempre es tranquilo y agradable. Nada que ver con completo silencio de las primeras semanas. Ahora se hablan. Sin embargo, siempre que tocan un tema sobre el que ella no quiere hablar, él lo percibe y habla de otra cosa. A cambio, ella hace lo mismo. Al parecer, ella y el Chico Inglés tienen más en común de lo que pensaba.

    En uno de esos días en los que hay más charla que silencio, Alana decide romper un poco su rutina.

    —Entonces, ¿cuál es tu historia? —Pregunta.

    —¿Mi historia? —Harry frunce el ceño.

    —Sí, ¿qué hace un chico inglés en una cafetería de Nueva York? —Ella apoya la cabeza sobre una mano, sus ojos brillan con curiosidad.

    —Bueno... —Suspira pensando en cómo contestar sin responder de verdad—. Estoy aquí para fingir que mi pasado nunca sucedió —responde con la verdad. Y con un poco de suerte, es suficiente para evitar que ella siga haciéndole preguntas.

    —Ok. —Alana entrecierra los ojos.

    —¿Cuál es tu historia? —Pregunta Harry de vuelta.

    —Mi historia... —Alana suspira—. Soy la típica chica de pueblo en una gran ciudad persiguiendo su sueño. —Sonríe con tristeza

    Harry asiente. Su respuesta es como la de él. —¿Y cómo vas con ello hasta ahora?

    —Nada mal —dice Alana.

    —¿De veras? ¿Trabajar aquí es parte de tu sueño? —Bromea Harry.

    —¡Obvio! —Ella ríe, lo que lo hace reír también.

    Harry se debate entre si seguir preguntando o no. Nunca lo hacen, y puede entender por qué, en su mayor parte. Aun así, ella fue la que sacó el tema, ¿no? Y él quiere saber más.

    —¿Cuál es tu sueño? —Termina preguntando.

    Alana observa detenidamente su cara, intentando averiguar si su interés es genuino o no. Luego se encuentra a sí misma queriendo saber su opinión. ¿Se burlará de ella? ¿La tomará en serio? ¿Acaso importa?

    —Broadway. —Alana ve en cámara lenta cómo sus ojos se amplían.

    —¿En serio? —Pregunta.

    —En serio —dice imitando su tono. Es extraño hablar de ello después de tanto tiempo.

    —Oh. —Harry luce desconcertado y la mira fijamente, como si ante esa pequeña información su cara se hubiese transformado en algo diferente.

    —¿Qué? —Ella se incomoda y se remueve en su asiento.

    —Estoy tratando de imaginarte sobre un escenario —admite.

    Eso es demasiado ambicioso para alguien tan pequeño. Ella no le parece del tipo artístico. Quizá no tiene lo que se necesita, quizá esa es la razón por la que es mesera y no actriz. Él no puede imaginar a una chica tímida que se ruboriza fácilmente actuando para miles de personas. Ahora le gustaría ver eso.

    —¿Ya estás cerca de lograrlo? —prosigue.

    —Por el momento no. —Alana suspira.

    —Entonces espero que pronto lo estés —insinúa Harry y Alana vacila.

    —No lo creo. —Ella arruga su larga nariz—. Estoy algo así como en un descanso.

    —¿Por qué? —Harry frunce el ceño de nuevo. ¿Tiene razón sobre ella?

    —Verás... —Calla, algo que se está volviendo familiar para él, eso indica que no quiere hablar de ello—. La vida tiene sus propias vueltas.

    —Por supuesto que las tiene —coincide. Nadie conoce las vueltas de la vida mejor que él—. Y, ¿qué pasará después? —Pregunta cambiando de tema. Si no pueden hablar del pasado quizá puedan hablar del futuro. No es que esté listo para contar sus planes.

    —¡Esa es una buena pregunta! —Dice Alana riendo—. Me pregunto eso todos los días. Tú dime, ¿qué pasará después?

    —Bueno, si lo supiéramos no estaríamos aquí sentados, ¿cierto? —Bromea Harry.

    Alana suelta una risita y se da cuenta que la sonrisa de Harry alcanza sus grandes ojos verdes. Eso no pasa todos los días.

    —Cierto, no estaríamos aquí —reitera, y la frase le suena extraña. No está acostumbrada a hablar en plural. No está acostumbrada a tener nada en común con nadie.

    —Andando. —Harry le da una palmadita sobre el dorso de la mano—. La hora del almuerzo terminó.

    —Ok. —Alana se levanta y regresa lentamente a la barra.

    Harry sonríe mientras mete su cabello enmarañado en la red. Cada vez es más fácil conversar. Quizás hablar con otras personas no es tan malo. Quizá tiene más en común con ellas de lo que pensaba. O quizá sólo con Alana.

    ✽✽✽

    Ha sido un día tranquilo. De hecho, todo el mes ha estado así. Al parecer el verano disuade a la gente de beber café y comer manjares horneados.

    Cuando Harry sale para comprarse un helado después del almuerzo, se da cuenta de que hace más calor dentro de Green Bean que afuera. Se toma su tiempo para regresar y la mitad de su paleta de hielo se derrite y deja manchas sobre el pavimento.

    Sólo hay unas cuantas personas dentro cuando regresa, Alana todavía está sentada en su mesa, revisando su celular. Es la oportunidad perfecta para fastidiarla. Se está volviendo bueno en eso.

    —Déjame escucharla —dice Harry de manera abrupta cuando se sienta en frente de ella.

    —¿Escuchar qué? —Alana se sobresalta.

    —Tu voz. —Harry sonríe. Desde que ella le contó sobre su sueño se muere por ver —o escuchar— si es buena.

    —Eh, ¿qué? —Ella luce confundida.

    —Vamos, deja que te oiga cantar —insiste Harry, como si tal petición fuera algo normal.

    —Ja, ja. Sí, claro —bromea Alana, y da un sorbo a su café.

    —Lo digo en serio. —Harry hace una expresión seria.

    —No voy a cantar para ti —dice Alana de manera rotunda.

    —¿Por qué no? —Harry finge una expresión dolida.

    —¿Por qué debería? —Alana lo mira recelosa, como si estuviera borracho.

    —¿Porque te lo estoy pidiendo? —Continúa Harry.

    —No escuché que me lo pidieras. —Alana arquea una ceja.

    —¿Puedes cantar para mí? —Harry finge una sonrisa gentil—. ¿Por favor?

    —No. —Alana muerde su labio inferior, pero Harry puede ver que sonríe.

    —Por Dios, qué dura eres. —Suspira.

    —Y tú no. —Alana pone los ojos en blanco.

    —Ya dije por favor. Y nunca lo hago —precisa Harry.

    —Ya me di cuenta. —Alana ríe.

    Harry sigue mirándola fijamente pensando en una manera de convencerla.

    —¿Intentas leer mi mente? —Bromea.

    —Puedo escucharte tararear siempre que estás distraída —apunta Harry, siente un poco de vergüenza por notarlo.

    —Qué observador. —Alana asiente.

    —Y dices que tu sueño es estar en Broadway —continúa Harry.

    —¿Y? —Alana inclina su cabeza.

    —Y tengo curiosidad. Quiero escucharte —insiste.

    —De ninguna manera. —Alana niega con la cabeza.

    —Anda. Los últimos días han sido tan aburridos que, si cantas justo aquí, justo ahora, será una bendición para todos. —Harry se inclina sobre la mesa, con su dedo índice da toques sobre la superficie de ésta para dar énfasis a sus palabras.

    —No sé si eso es una broma o un cumplido. —Alana entrecierra los ojos.

    —Definitivamente es un cumplido. —Harry entrelaza sus largos dedos poniendo sus manos sobre la mesa—. Pero si suenas horrible, puedo cambiar de opinión —añade con una sonrisa burlona.

    Alana sonríe ante su nuevo lado impertinente. Han estado bromeando y ella comenzó a entender su sentido del humor, pero esto es diferente. La manera en que la mira es diferente. Ella odia no poder saber si de verdad está interesado o si sólo se burla de ella. Y odia la apremiante voz que se preocupa de lo que él pueda pensar sobre ella.

    —Ah, bueno, ¿qué más da? —Ella decide averiguarlo—. Prepárate —le advierte. La sonrisa de Harry se amplía y él cruza los brazos sobre su pecho, reclinándose en su asiento.

    La mente de Alana se acelera. Cierra sus ojos para desconectarse del mundo exterior. Es cuando se da cuenta de que no ha cantado en mucho, mucho tiempo. Una larga lista de canciones aparece en su mente y le cuesta elegir una.

    Puede sentir que Harry se impacienta, pero permanece en silencio. Ella le agradece mentalmente por eso y comienza a relajarse.

    Alana recuerda una de las canciones que solía cantar cuando tenía poco de llegar a la ciudad, y se dio cuenta de que las cosas no eran tan fáciles como creía cuando era joven e ingenua. La letra cuenta la historia de alguien que sabe a dónde quiere ir, pero no sabe cómo llegar. Suspira dándose cuenta de que eso es tan cierto como lo era el día que bajó del tren.

    Comienza a cantar, su voz no es más que un susurro. Es más difícil de lo que pensaba, siente como si la música estuviera muy dentro de ella y no pudiera alcanzarla. Pero continúa.

    Harry se remueve en su asiento cuando el primer verso de Roots Before Branches sale de su boca. El hecho de que ella haya elegido una canción cuya letra significa tanto para él lo pone nervioso. Si no conociera la canción, diría que ella canta sobre él y no para él.

    Cuando su voz se eleva, Harry nota que todos en la tienda guardan silencio para oírla. Mira a su alrededor y, como el resto, se da cuenta de que está presenciando algo especial. Puede ver que la canción también significa algo para ella. Puede ver que ella ya no está en la cafetería. Puede sentir una conexión, algo que no había sentido con otro ser humano en mucho tiempo.

    Los segundos entre los que Alana termina la canción y todos comienzan a aplaudir son interminables. La canción nunca había tenido tanto significado para ella como ahora. Nunca la había cantado con tanta pasión. Y, Dios, cuánto extrañaba cantar.

    Harry no puede dejar de mirarla. Está fascinado con la manera en que esa pequeña y frágil chica sureña se transformó ante sus ojos. Lenta e indudablemente se da cuenta de que algo cambió, justo ahí.

    Todos en la cafetería, incluyendo a Jaymee, Martha, hasta Guido, que salió de su oficina, están de pie, aplaudiendo a Alana. Hay menos de una docena de personas, pero están gratamente sorprendidos por su interpretación. Alana abre los ojos al fin y mira a su alrededor, se ruboriza mientras agradece a todos por su amabilidad.

    —¿Sabías que podía cantar así? —Pregunta Guido a Martha antes de regresar a su oficina.

    —¡Para nada! ¡Pero qué voz tiene! —Jaymee se acerca con los ojos como platos.

    Bombardea a Alana con preguntas y cumplidos y se aleja cuando un cliente la llama. Alana vuelve la mirada hacia Harry, quien sigue sentado y quieto, con una expresión inmóvil en el rostro.

    —Entonces, ¿cambiaste de opinión? —pregunta ella con una sonrisa tímida en su delicada y ruborizada cara.

    —¿Qué? —Harry todavía no podía procesar bien las cosas.

    —Tu cumplido. —Alana le recuerda el comienzo de la conversación, la cual parece haber pasado hace millones de años.

    —Ah, cierto, no, ¡por Dios, no! —Harry regresa al presente tartamudeando—. Se queda en cumplido —añade haciendo sonreír a Alana.

    —Bueno —dice ella y le da un sorbo a su café.

    —De hecho —continúa hablando Harry sintiendo la urgencia de decir algo más para hacerle saber que su interpretación significó algo para él—. Tuve razón al decir que sería una bendición para todos. Lo fue.

    —Ay, por favor —lo contradice Alana.

    —Yo... lo digo en serio —insiste Harry inclinándose de nuevo, esperando que esas palabras sean suficientes para hacerla entender lo que acaba de provocar.

    —Gracias —responde Alana desviando la mirada.

    —Tienes potencial para esto. Un gran potencial —comenta Harry.

    —¿Para qué? —Alana frunce el ceño.

    —¿Para qué? —Pregunta Harry atónito—. Diría que para lo que sea que quieras, pero me refería a tu sueño.

    —¿Mi sueño? —Alana suelta una risita.

    —¡Sí! Deberías volver a intentarlo —dice Harry, y de pronto recuerda su charla, más en concreto, la parte que ella no le contó.

    —Es más complicado que eso. —Alana niega con la cabeza.

    —Lo sé. Siempre lo es.

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