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Bienestar para todos Resurgimiento de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial
Bienestar para todos Resurgimiento de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial
Bienestar para todos Resurgimiento de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial
Libro electrónico433 páginas9 horas

Bienestar para todos Resurgimiento de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial

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El resurgimiento político, económico, social, cultural y científico, escenificado en Alemania Federal, desde el mismo momento en que finalizó la Segunda Guerra Mundial, no se puede conceptuar a la ligera con el calificativo del milagro alemán, como se pretendió definir en los medios de comunicación e inclusive en las aulas universitarias de los países occidentales.
Tampoco se puede aseverar que este resurgimiento es el resultado persé de la poderosa inyección económica aportada por Estados Unidos a los alemanes mediante el Plan Marshall, o el reflejo de la inteligencia, el talante y la laboriosidad del pueblo alemán, para resurgir de las cenizas como el ave fénix, o al liderazgo de Konrad Adenahuer.
Al leer con detenimiento las enriquecedoras reflexiones presentadas en múltiples escenarios políticos y académicos europeos, por el economista Ludwig Erhard, quien a la cabeza del ministerio de Economía alemán desarrolló una serie de tareas financieras en apoyo sostenido a la política internacional de Estados Unidos, el liderazgo interno de Adenahuer, la disciplina de las mujeres y jóvenes alemanes que sobrevivieron a la guerra, y en particular al desarrollo de planes estratégicos integrados y visualizados a largo plazo.
En Bienestar para todos, el economista Ludwig Erhard, presenta con un lenguaje claro, sencillo y concreto, una obra magistral con instrucciones puntuales dignas de imitar y aplicar en los países del tercer mundo, interesados en reconstruir sus tejidos sociales. La asombrosa recuperación de Alemania en la década 1945-1955, marcó el sendero para que al finalizar el siglo XX Alemania fuera uno de los siete países más poderosos del planeta y la economía más fuerte de Europa Occidental, pese a que en 1945, el país quedó casi destruido.
Con cifras, fechas, análisis estadísticos comparativos y enfoques específicos sobre los renglones económicos en los que sucedió el gran cambio a partir de la economía de mercado y el rechazo a las presiones y amenazas clandestinas comunistas enviadas contra Berlín desde Moscú en pleno apogeo de la guerra fría, este libro se constituye en un apreciable compendio de geopolítica, economía política, sociología, historia y ciencia política, útil para ser consultado por funcionarios públicos, asesores políticos, estrategas de desarrollo social, y en general para lectores interesados en conocer los pormenores histórico-políticos de la evolución de las naciones en la historia universal.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 dic 2018
ISBN9780463211496
Bienestar para todos Resurgimiento de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial
Autor

Ludwig Erhard

Ludwig Wilhelm Erhard nació en Fürth, Baviera, 4 de febrero de 1897 y murió en Bonn, el 5 de mayo de 1977. Fue un político alemán, canciller federal entre 1963 y 1966. Democristiano con tendencias liberales, se le considera el padre del milagro económico alemán de posguerra.Con la creación de la República Federal de Alemania (RFA) en 1949, se convirtió en Ministro de Economía en el gobierno de Konrad Adenauer, puesto que desempeñó hasta la salida de éste del gobierno en 1963. Es el responsable principal de los rápidos avances económicos de la RFA gracias a la economía social de mercado que se establece. Sus éxitos lo convierten en una "locomotora electoral.

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    Bienestar para todos Resurgimiento de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial - Ludwig Erhard

    Bienestar para todos

    Ludwig Erhard

    © Ludwig Erhard

    Primera Edición 1957

    Recopilado y dispuesto por

    Wolfram Langer

    Prólogo a la edición española por

    Jesús Prados Arrarte

    Reimpresión, diciembre de 2018

    ©Ediciones LAVP.

    www.luisvillamarin.com

    ISBN: 9780463211496

    Smashwords Inc.

    Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en sus partes, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio sea mecánico, foto-químico, electrónico, magnético, electro-óptico, por reprografía, fotocopia, video, audio, o por cualquier otro medio sin el permiso previo por escrito otorgado por la editorial.

    Bienestar para todos

    Abreviaturas

    Prólogo

    El hilo conductor

    Nacimiento de la economía de mercado libre

    La crisis coreana y su superación

    El dominio sobre la alta coyuntura

    La economía de mercado vence a la economía planificada

    Ministro de economía, no representante de intereses

    Los carteles enemigos de los consumidores

    Valor de la manifestación directa de la opinión

    La economía de mercado libre hace posible un salario justo

    La prosperidad ¿arrastra al materialismo?

    Psicología y economía

    El estado providencia, un error moderno

    El rearme y la economía de mercado libre

    Política realista

    Estación Europa

    El fénix renace de sus cenizas

    Panorama: confianza y preocupaciones

    Abreviaturas

    Nota del traductor: Todas las abreviaturas que aparecen en el original han sido conservadas generalmente en la misma forma, es decir, correspondiendo a k designación completa en alemán o en inglés. Para la buena información del lector anteponemos esta lista de abreviaturas con su equivalencia extranjera y española, alfabéticamente ordenada.

    BdL = Bank deutscher Lander = Banco de los Estados Federados.

    BWM = Bundeswirtschaftsministerium = Ministerio de Economía del Gobierno Federal.

    CDU = Christlich-Demokratische Union = Unión Demócrata-Cristiana.

    CSU = Christlich-Soziale Union = Unión Social-Cristiana.

    DGB = Deutscher Gewerkschaftsbund =. Liga Sindical Alemana.

    DM = Deutsche Mark = Marco alemán.

    ECA = Economic Cooperation Administration = Administración de Cooperación Económica.

    E. St. G. = Einkommensteuergesetz = Ley sobre el impuesto de utilidades y a la renta.

    EZU = Europaische Zahlungsunion = Unión Europea de Pagos.

    FDP = Freie Demokratische Partei = Partido Demócrata Liberal.

    GARIOA = Government Relief in Occupied Áreas =. Administración de Ayuda en las zonas ocupadas.

    GATT = General Agreement on Tariffs and Trade = Acuerdo General de Aranceles y Comercio.

    IHG = Investitionshilfe-Gesetz = Ley de Ayuda a la Inversión.

    IMC = Internation Material Conference = Conferencia Internacional de Productos.

    IMF =. International Money Fund = Fondo Monetario Internacional.

    LTP = Long-Term-Plan = Plan de desarrollo.

    Mrd =. Milliarde = Mil millones.

    MSA = Mutual Security Agency = Departamento de Ayuda Mutua.

    NATO = North Atlantic Treaty Organizaron = Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

    NPC = Non Participating Countries =. Países no participantes.

    OEEC = Organization for European Economic Cooperation=Organización Europea de Cooperación Económica (OECE).

    RM = Reichsmark = «reichsmark» o marco imperial.

    SPD = Sozialdemokratische Partei Deutschlands = Partido Social-demócrata de Alemania.

    Prólogo

    Entrevista con el ministro Erhard

    El coche inicia su veloz carrera por la autopista que conduce desde Frankfurt a las proximidades de Bonn y el chofer me ha preguntado si comprendo bien su alemán. Me pareció excelente desde que se hizo presente en el hotel, y así se lo digo. «No me extraña», afirma, «puesto que no utilizo el dialecto como hacen algunos, sino que trato de hablar Hochdeutsch» (el lenguaje alemán culto).

    Lo ha dicho sin pedantería y hasta excusándose, pero a mí me ha revelado el factor principal de la prosperidad del país. ¡Cuando un ministro de Economía trata de superar con singular acierto las tan adversas circunstancias con que inicia su gestión y hasta un chofer considera como función de vida la perfección en el desempeño de sus tareas, se deben realizar singulares hazañas!

    Ignoro si el sindicato de conductores de automóviles establece mejores remuneraciones para sus afiliados por el conocimiento del alemán culto, aun cuando me parece altamente improbable; no habrá seguramente otra explicación a tan llana cuan peregrina respuesta de mi excelente conductor, sino el «perfectismo», que constituye la razón de vida de todo alemán.

    Reconozco que marcho predispuesto hacia el despacho del ministro— tras muy corta espera — por la nimiedad ocurrida minutos antes, que adquiere una importancia grande precisamente porque no la tiene. Se ha abierto de pronto la puerta y ante ella me espera el «Bundesminister» Dr. Erhard en persona.

    No le reconozco en un principio, quizá por venir influido por un famoso artículo del excelente periodista francés Raymond Cartier, cuyo título es ya todo un poema. Pues ese título no define las circunstancias que permiten un elevado nivel de vida de los alemanes, es decir, no analiza su bienestar inmutable; «De cómo ha hecho fortuna Alemania en diez años», se titula, expresando nostalgias que hacen muy problemática la obtención de ese bienestar.

    La influencia de Cartier no me ha permitido reconocer inicialmente al ministro, pero sus rasgos tan característicos me sacan pronto del error. Algunos franceses tienden a exagerar las dificultades propias y las ventajas ajenas, pienso, pero jamás se me pudo ocurrir que se incluyera entre éstas el peso de los ministros de Economía. Pues si bien el «Bundesminister» es hombre macizo y pletórico, resulta bien distinto de la fotografía que acompaña al artículo de Cartier, que lo presenta cual ventrudo zepelín.

    El señor ministro me invita con gesto amable, pero nervioso, a sentarme. Es hombre de muchas preocupaciones, entre las cuales se encuentra hoy el problema del valor del carbón, cuyo aumento podría llegar a afectar la estabilidad de los precios tan duramente ganada en el último decenio.

    Mientras nos sentamos desfila rápidamente por mi imaginación su biografía, tan simple y apasionante a la vez. Sus orígenes modestos en las proximidades de Nuremberg; su dedicación a los problemas económicos; la cátedra en un instituto de investigación económica; no hay otro acontecimiento capital en los primeros tiempos sino el proveniente de un cálculo de probabilidades muy alto: herido en la primera guerra mundial, a la temprana edad de veinte años, como tantos otros jóvenes europeos de aquella generación.

    La vida del profesor Erhard cambia luego de pronto por virtud de los acontecimientos políticos. Mediada la segunda guerra mundial debe abandonar su cátedra para recluirse en un modesto empleo en un instituto de investigación privado, pues sus explicaciones no coinciden con la doctrina oficial del momento.

    Pero no terminan ahí sus avalares. La tranquila biografía anterior, cortada según el patrón propio de cualquier escalafón de profesores, se convierte en una aventura. El ex catedrático ha tomado contacto con la oposición política dirigida por el alcalde de Leipzig, Dr. Goerdeler. Algún tiempo más tarde habría de encontrarse el nombre de Erhard en la lista del Gabinete que se proyectaba organizar.

    El ministro en potencia entró en la conjura con la misma decisión con que dirige ahora la economía de su país, pero con dotes de conspirador que constituirán un misterio histórico, mientras no se aclare si fue distracción o suma habilidad enviar por correo su programa económico para la Alemania de hoy al Dr. Goerdeler, con precisa indicación del remitente, lo que permitió la amable devolución del documento por el Estado nacionalsocialista.

    Pues el «Reichspost» tropezó con el inconveniente de no poder conseguir el domicilio del destinatario, condenado ya por aquellos días a la pena capital que luego fue cumplida.

    Es probable que comportamiento en apariencia tan consistente con el carácter del científico metido a conspirador, fuera plenamente deliberado, pues el Bundeyminister da la impresión de un extremo inteligente, a quien no cabe acusar de otra distracción que la de no conseguir representar el papel de distraído profesor.

    Recuerdo luego su iniciación en un puesto secundario, en la administración de una de las zonas de ocupación, y su carrera meteórica hasta ingresar en el primer gobierno de Adenauer; implanta entonces su genial reforma monetaria, que establece un firme y necesario eslabón para su política económica. No fue fácil que se aceptaran los puntos de vista del ministro Erhard.

    Sus propuestas fueron firmemente rechazadas inicialmente por los técnicos económicos de las potencias de ocupación, más preocupados en improvisar un plan, que en planificar la improvisación de los sujetos económicos, como pretendía el «Wirtschaftsminister». Aquellos técnicos al servicio de los aliados olvidaban el principio que les valió la victoria: la mayor fortaleza de la libertad económica; desconocían el lema que debiera haber presidido sus despachos como autoridades de las potencias de ocupación: in hoc signo vincis.

    No se arredró el Dr. Erhard por esa inverosímil oposición que, de triunfar, no habría permitido organizar en la ciudad de Berlín la «exposición» permanente de los dos sistemas políticos que se disputan hoy el mundo. No se arredró tampoco por los ataques de sus enemigos políticos, con burlas llenas de suficiencia ante quien no marchaba a la moda.

    El espíritu del ministro Erhard usa lo que a primera vista parece levita novecentista; pero esa es la apariencia externa que presenta para los no avisados, ya que de hecho se trata de una prenda distinta que establece con atisbos geniales lo que ha de llevarse por muchas generaciones.

    El espíritu del ministro Erhard es más bien un futurista de la moda, puesto que parte como fundamento previo de las ventajas de la iniciativa humana para conseguir resultados apreciables en lo económico, proposición a la que parecen llegar, ya «de vuelta», muchas gentes.

    Así ocurrió que las burlas al ministro se tornaron luego contra los detractores. Pues el ministro operó con la evidencia de los hechos, y en un ambiente ya cansado de reformadores sociales de todas clases, cuyas sinrazones se habían padecido durante muchos años.

    Los muy suficientes burlones de antaño debieron luego sufrir la afrenta de la revisión de las esencias aparentemente más sagradas de sus propias doctrinas. Ante la tromba electoral que se le venía encima, el Partido Socialista Alemán, el sentado y tradicional SPD, se vio obligado tardíamente a no pronunciarse en pro de las nacionalizaciones, pues constituían un programa odioso para un electorado que, muy sabihondo otrora de doctrinas, prefería por fin la manteca a los cañones.

    Pero retomemos nuestro hilo perdido y volvamos a la oposición planteada al ministro Erhard. No se limitó ésta a la lógicamente

    proveniente de los enemigos políticos, cuyo pecado, más que de la oposición propiamente dicha, procedió de la suficiencia con que fue inicialmente planteada, cual si el «Bundesminister» aconsejara soluciones próximas al dislate en el campo de lo científico; tampoco provino la oposición exclusivamente de este grupo y de los llamados «expertos» de las autoridades de ocupación. El empuje más amargo se originó en un campo próximo al propio ministro.

    Las páginas que el lector ha de leer con verdadera fruición dan cuenta sucinta de los temores que se manifestaron en Alemania ante la política del «Wirtschaftsminister», y se atisba entre líneas que el propio reformador tuvo a veces sus desalientos, ante la acción inexorable de los hechos.

    Durante un corto plazo, los acontecimientos parecieron dar la razón a los detractores, y no resulta extraña la vacilación temporal de la fe del ministro; también perdieron la fe en instantes de desaliento otros grandes espíritus, lo que da la medida de su valor humano. Pero el desaliento no puede triunfar cuando se sabe positivamente, como sabía el taumatúrgico Erhard, que los acontecimientos parecerían quitarle la razón, sólo durante un plazo corto, como lógica reacción de las fuerzas económicas.

    No sólo sabía el ministro que las cosas sucederían tal como las había preparado, sino también que durante un plazo de transición los hechos parecerían otorgar la razón a sus detractores. ¡Qué zozobras no pasaría el doctor Erhard al acercarse ese momento aparentemente confirmador de la razón de la sinrazón de sus enemigos, que podían enviarle al ostracismo político antes de la prueba decisiva de la exactitud de sus principios!

    En las vigorosas páginas del «Bundesminister» se relata con un fino humor la tremenda desconfianza que se manifestó en los tiempos en que la reforma monetaria iniciaba el bien llamado «milagro alemán», sobre el futuro de la economía de dicho país. ¡Cuántos esfuerzos parecían entonces necesarios para llegar a satisfacer para cada alemán una necesidad tan impostergable como el calzado! En plazo no más lejano que el previsto para el calzado, el taumaturgo Erhard ha ofrecido, a una buena parte de sus antes escépticos y ahora agradecidos conciudadanos, un calzado especial provisto de ruedas y motor de explosión, y grandes caminos para marchar por ellos sin tropiezos.

    No es necesario que se realice aquí una descripción detallada de la transformación económica que ha ocurrido en Alemania en un decenio, puesto que ya lo hace el «Bundesminister» con pluma magistral y alto nivel técnico en páginas posteriores. Pero el prologuista no se resiste a dar una opinión imparcial de un profesor norteamericano:

    «al final de la guerra la actividad económica organizada en Alemania se paralizó casi por completo. La producción y la distribución en grandes zonas. No había transporte ferroviario. En muchas localidades no había fuerza eléctrica, ni gas, ni agua. No había teléfono, ni correo. Grandes masas de gentes, expulsadas o forzadas al abandono de sus domicilios por los bombardeos, recorrían las carreteras en la búsqueda de alimentos y de abrigo. Se pudo evitar el fallecimiento por hambre, tan sólo gracias a la intervención ejércitos de ocupación»(1).

    (1) Henry C. Wallich, «Maisprings of the Germán Revival», Yale University Press, New Haven, 1955.

    En el principio era el caos; pero en el principio era la acción. Y así se acometió la reconstrucción con tu torca tradiciones del alma germánica según Goethe.

    ¿Cuál es la situación hoy en día? Ni tan siquiera se hace referencia en Alemania a la era del caos para justificar imperfecciones heridas antiguas van siendo tan difíciles de encontrar o los esqueletos de los grandes animales del «caos terciario», No se justifican ya los hechos vituperables por causas pretéritas, en otros países donde se recurre siempre a la misma cantilena.

    La «acción» hizo ya surgir del caos el milagro de la creación, han pasado diez años, tiempo suficiente para que una generación y un sistema den la medida de sus posibilidades.

    Enumeremos algunos hechos que señalan la fortaleza de la economía alemana. Los rumores —luego desmentidos —de la revaluación del marco alemán; los movimientos contrarios del descuento en el Reino Unido y Alemania, para facilitar la transferencia de capitales a corto plazo desde los ayer vencidos a los vencedores; la extraordinaria elevación del nivel de vida de los trabajadores alemanes en el último decenio— partiendo del fin de la primera etapa de la reconstrucción inicial —sin parangón con ningún otro país y quizá sin precedentes históricos. ¡Los hechos, señor ministro, son vuestro principal testimonio y nada valen frente a ellos las explicaciones que pretenden disminuir los efectos de vuestra política!

    Entre las preguntas que proyectaba plantear al "Wirtschaftsminister», tendían algunas a aclarar ciertas interpretaciones que del «milagro alemán» se ofrecen en el extranjero. La principal es, sin duda, la que achaca todo el actual bienestar de Alemania a la extraordinaria dedicación al trabajo de los teutones y a sus ansias de perfección aludidas al comienzo de este prólogo.

    Pero como ambas características podrían encontrarse tanto en la Alemania del Este como del Oeste, pregunto al «Bundesminister» si en su opinión es mucho menor la capacidad de trabajo de los prusianos que la de los demás alemanes; su reacción, muy natural, es el asombro y la espera de una aclaración.

    De no tener una capacidad apreciablemente menor de trabajo los prusianos —prosigo—, ¿por qué se manifiesta, señor ministro, una diferencia tan grande en el grado de reconstrucción de ambas Alemanias?» El ministro ha reído ante la concatenación lógica de lo que inicialmente parecía un galimatías y se ha limitado a afirmar: Feuer und Wasser, es decir, fuego y agua, para definir la diferencia entre ambos sistemas.

    A buen entendedor pocas palabras bastan; además es bien claro lo que se deduce de las palabras del «Wirtschaftsminister». «El fuego y el agua»; el calor de la reconstrucción, que es vida, y el frío del agua, que es tan sólo el perdurar, que es la muerte lenta. El calor de la libre iniciativa, que se traduce en frutos, y la quietud burocrática «que todo lo agua».

    El fuego del amor, que todo lo purifica, y la corrosión del agua, que todo lo corrompe, incluyendo las conciencias de los alemanes, en ese gran campo de concentración que es la Zona Oriental. ¡Bien ha dicho el «Bundesminister»! Pero entonces, no es la capacidad de trabajo de los alemanes la que ha originado el «milagro»; ha sido más bien la fe en los principios de la libertad económica y en su iluminado profeta el Dr. Erhard.

    Sin embargo, no se es fácilmente profeta en la patria ni quizá tampoco en la generación, y no es extraño que tanto los bien como los mal informados hayan encontrado otras muchas explicaciones para el "milagro alemán», a más de la sana doctrina económica en que está fundado y la extraordinaria habilidad de las autoridades del país para conseguirlo, incluyendo con un primerísimo grado al «Wirtschaftsminister».

    Las críticas provienen en buena parte de los interesados en defender otros principios, o en justificar la gestión de sus gobiernos, en esta Europa que no llega a superar el extraordinario desafío que le plantea el momento histórico.

    La división del territorio alemán se ha esgrimido así por no pocos analistas como una ventaja muy considerable para Alemania Occidental, alegando que se suprimió el lastre ocasionado por la menor riqueza de la Alemania Oriental (!). Es posible que así sea, pero la perturbación ocasionada por la secesión no es fácilmente medible en términos monetarios, y aquella afirmación resulta por tanto poco fundada. Es lícito en todo caso suponer que una política específica de desarrollo de la Zona Oriental podía no haber sido muy costosa, otorgando en cambio nuevos incentivos a la Zona Occidental.

    La afluencia de refugiados, que había ya alcanzado a unos diez millones en 1953, se ha juzgado asimismo como una de las causas que favoreció la expansión alemana. Cierto es que de no haber contado con tales aportes a la población ocupada, la Zona Occidental habría visto paralizarse su expansión o reducirse muy apreciablemente.

    Pero tampoco se tienen en cuenta en esta argumentación los problemas que ha ocasionado el abastecimiento con alimentos de una población tan acrecentada, ni el esfuerzo para proveer con capital a una masa adicional tan grande de trabajadores, ni los efectos psicológicos que ha ejercido sobre el conjunto de la población, la obligación —tan dura a la larga— de compartir las pocas viviendas no afectadas por los bombardeos, con los que sufrieron de esa calamidad más las ingentes masas de refugiados.

    Estas interpretaciones a veces unilaterales y otras grotescas del «Milagro Alemán» no tienen en cuenta su vera efigie, como la define el propio «Wirtschaftsminister»: «El grito no debería ser: ¡Estado, ven en mi ayuda, protégeme, asísteme!, sino: No te metas tú, Estado, en mis asuntos, sino dame tanta libertad y déjame tanta parte del fruto de mi trabajo, que pueda yo mismo organizar mi existencia, mi destino y el de mi familia».

    ¡He aquí la oración, según la revela el propio Júpiter! ¡He aquí la causa del milagro, revelada por la infalible voz de la deidad!

    Ante el triunfo electoral clamoroso del Partido Socialcristiano, por el cual han votado ingentes masas de obreros, pregunto al «Wirtschaftsminister» si en su opinión ha desempeñado un gran papel en dicho acontecimiento la doctrina económica de su partido, denominada la «Economía Social de Mercado».

    «En la elección ha habido dos aspectos principales —me dice—, el de la política exterior y el económico. En este último problema la opinión del electorado ha sido: ¡No arriesguemos! La población ha salido hace poco de la miseria, cuyo recuerdo está aún fresco».

    No me atrevo a decirle que parece presentar la cuestión con tanta humildad como si se tratara de: «Más vale malo conocido que bueno por conocer». Pero quizá no se haga ilusiones sobre la gratitud del electorado, que no se funda tanto en el pasado para discernir sus votos, como en la apreciación que hace del futuro. ¡Qué lección de humildad franciscana en todo caso: solicitar los votos de aprobación y continuidad del milagro alemán, en nombre de: no hagamos experimentos!

    Conversamos luego sobre la circunstancia tan apasionante de que el Partido Socialista haya renunciado a presentar en las elecciones en un primer plano el problema de las nacionalizaciones, llegando a advertir en su propaganda que no las consideraba como una cuestión de doctrina.

    El ministro cree que el Partido Socialista no ha tenido nunca gran cultura económica sobre lo que representa el sistema de la libre competencia, pero por su parte no concede demasiada importancia a esa evolución del socialismo.

    Yo encuentro, en cambio, que no es uno de sus milagros menores. Transformar un partido de clase, en lo que podría denominarse un «partido turnante», no es éxito pequeño, que nunca podría haber ocurrido, de no mostrar la libre competencia del ministro Erhard que conseguía más en pro de la mejora concreta de los trabajadores que cualquier doctrina por avanzada que pareciera.

    ¿Qué diferencias principales existen entre la libre competencia al estilo tradicional y la «economía social de mercado"? Es este un punto peliagudo, al que el "Wirtschaftsminister», dedica alguna atención en su charla. En primer lugar, el acento sobre lo social, que permite a los trabajadores obtener el fruto del aumento de la productividad; pero también otra actitud del Estado frente a la vida económica.

    No acepta Erhard el Estado limitado a un papel de gendarme, ya que las autoridades deben permitir que se realicen las condiciones óptimas de la libre competencia, que no brotan por generación espontánea en las comunidades humanas. «Nada de cárteles», me dice en forma muy rotunda al declarar su oposición al monopolio, y se refiere luego a la necesidad de llevar a cabo una decidida política de la coyuntura, tanto mediante el instrumento monetario, como el fiscal, y los que se revelaran necesarios. No es, pues, un liberal decimonónico ingenuo, sino un hombre que no se olvida de las circunstancias económicas del presente.

    Conversamos luego sobre el problema de la conciliación de esa política de la coyuntura con la estabilidad en la cotización de las divisas, pero el "Wirtschaftsminister», es aquí muy categórico, como quien ha dedicado largos ratos al análisis y a la resolución concreta de estos problemas con todo éxito. Ahí está la situación persistentemente acreedora de Alemania en la Unión Europea de Pagos, la liquidación anticipada de deudas, los préstamos a otros países europeos...

    «Los problemas que usted plantea son de solución mucho más simple —me dice el «Bundesminister»—cuando los participantes no se exceden en su política de los justos límites». Al lector, como a mí, le vendrán a la mente los casos en que ciertos gobiernos europeos se exceden —por desgracia con frecuencia— de esos justos límites que tan atinadamente ofrece como principio a seguir el Ministro de Economía.

    ¿Qué fórmulas se deducen de la economía social de mercado para oponerse a una expansión económica como la que ocurre en Alemania en los últimos tiempos, Sr. ministro?', agregó luego. Pero el "Wirtschaftsminister», no desea ser muy explícito sobre este punto concreto. Menciona las operaciones en el mercado abierto y otros instrumentos monetarios de uso bien probado, y sonríe, como quien guarda algo para sí, cuando explica la reciente baja del descuento en Alemania del 4,5 al 4,0 por ciento, que inexplicablemente (?) precedió en tan sólo veinticuatro horas a la elevación del tipo en el Reino Unido, del 5 al 7 por ciento. He aquí un instrumento que no pudieron prever los economistas académicos.

    No deseo plantear más preguntas indiscretas al Dr. Erhard y me refiero luego a las medidas que se adoptarán para hacer frente a una fuerte desocupación, pues el "Wirtschaftsminister», es de "valor probado» para conseguir la puesta en marcha de una economía paralizada, y también para impedir una expansión excesiva; pero, ¿cómo haría frente a una fuerte depresión económica? Su respuesta ha sido tajante, y se aprecia en su seguridad una larga meditación sobre el problema: «no habría depresión importante, me dice; la cortaríamos antes de que llegara a adquirir fortaleza». Es la doctrina perfecta, que tan sólo pueda aplicarse mediante el estudio de la táctica a emplear en cada caso,

    He preguntado luego al «Wirtschaftsminister» la posibilidad de establecer reglas sobre si una mejora de la productividad debe traducirse en la correspondiente baja de precios, o en un aumento de los salarios.

    La dificultad está para él en bajar los precios, por los efectos que podría tener ese proceso sobre las actividades de los empresarios. Le parece preferible elevar los salarios, por otra parte, para que las masas obreras adviertan las ventajas de un mayor rendimiento; no sólo las remuneraciones nominales, se apresura a indicarme, sino las reales.

    En el capítulo XI del presente libro se da cuenta de la actividad personal del «Bundesminister» que motivó la práctica de su política. Los numerosos viajes por el país o al extranjero se relatan en los apéndices, así como las actividades del Dr. Erhard como conferenciante, o presidiendo reuniones.

    La acción psicológica ha pasado así al primer plano de la política económica del «Wirtschaftsminister» y le pregunto si no hay reglas o normas para el ejercicio de esa acción. Es tanto así como pedirle la fórmula de la piedra filosofal, y el Ministro sonríe y viene a decir que esas fórmulas son subjetivas; si fuera andaluz me contestaría: «con salero».

    No por ello deja de haber ciertas reglas, aunque fueran negativas. Recuerdo unos párrafos del capítulo XI en donde el ministro considera irreales los llamamientos de tipo moral al pueblo, como por ejemplo incitando al ahorro; y tampoco dejo de recordar otros absurdos que declaran a veces algunos ministros, como por ejemplo que una fuerte alza de salarios no afectará a los precios.

    Aun cuando considero que abuso del tiempo del «Wirtschaftsminister» le planteo aún una pregunta y un ruego. La pregunta es si los controles de una economía intervenida deben suprimirse paulatinamente o de un golpe. «De una vez» me responde rápido.

    El ruego es que si bien su obra que aquí se publica no tiene parangón como explicación del milagro alemán, no pretende ser la obra doctrinal de tan gran político económico. «¿Publicará usted una exposición teórica de su doctrina?» «Si alguna vez dispongo de tiempo, me dice ahora el profesor Erhard, no dejaré de preparar un estudio sobre los principios teóricos de mi cuerpo de doctrina».

    Ciertamente ofrecería singular interés una nueva contribución científica, que con el respaldo de una trascendente experiencia histórica, como la vivida por la nación alemana, proclamara, una vez más, que dada la verdadera naturaleza humana, el bienestar para todos sólo es asequible partiendo del mercado de libre competencia y del respeto al mecanismo de los precios.

    Abandono el «Bundeswirtschaftsministerium» con la satisfacción de esa promesa que, do cumplirse, bien puede venir a romper la extraordinaria paradoja del reducido aporte de Alemania a la ciencia económica teórica (muy por bajo de su tan importante contribución en la mayoría de las ramas del saber), al tiempo que ofrece tres casos de política económica práctica en el presente siglo, que han causado el asombro de cuantos los presenciaron: la estabilización del marco después de la primera guerra mundial, el fin de la desocupación en la gran crisis de los años treinta, antes de que la producción de armamentos tuviera un efecto decisivo y, last but not least, el milagro económico alemán del taumatúrgico ministro Erhard.

    Jesús Prados Arparte

    Capítulo I

    El hilo conductor

    Bastante tiempo antes de hacerme cargo de la cartera de Economía en el Gobierno de la primera República Federal Alemana, con ocasión de la asamblea general de la CDU en la zona británica celebrada a fines de agosto de 1948 en Recklinghausen, expuse consideraba desacertado permitir que cobrasen nueva vida las tradicionales ideas de la antigua distribución de la renta y que, por tanto, me resistía a ello.

    De esta manera pretendía yo dejar fuera de duda mi aspiración a realizar una constitución económica que fuese capaz de llevar a la prosperidad a capas de nuestro pueblo cada vez más numerosas y amplias. Punto de arranque para mí era el deseo de superar definitivamente la vieja estructura nodal de tipo conservador, mediante un poder general de adquisición vastamente repartido entre todas las capas.

    Aquella jerarquía tradicional se caracterizaba, de un lado, por la presencia de un estrato superior muy tenue que podía permitirse cualquier consumo y, de otro lado, por la existencia de un estrato inferior, cuantitativamente muy amplio, con capacidad adquisitiva a todas luces insuficiente.

    La reforma de nuestro orden económico tenía, pues, que establecer los supuestos previos para superar este estado de cosas, contrario a toda evolución progresiva, con lo que al mismo tiempo podría superarse también, definitivamente, el resentimiento entre «pobres» y «ricos». De entonces acá nada ha podido inducirme a negar el fundamento ni material ni moral de mis esfuerzos. El mismo fundamento sigue determinando hoy día mi modo de pensar y de obrar.

    El medio más prometedor para conseguir y garantizar toda prosperidad es la competencia. Sólo ella puede hacer que el progreso económico beneficie a todos los hombres, en especial en su función de consumidores, y que desaparezcan todas las ventajas que no resulten directamente de una productividad elevada.

    Por medio de la competencia se opera —en el mejor sentido de la palabra— una socialización del progreso y de los beneficios, y se mantiene despierto, además, el afán de rendimiento personal. En la convicción de que tal procedimiento es el mejor para aumentar la prosperidad desempeña un papel de factor inmanente el deseo de procurar a todos los hombres que trabajan, a medida que progrese la productividad, un salario constantemente creciente. Para alcanzar este fin han de cumplirse importantes premisas.

    El consumo cada vez más extendido no debe hacernos olvidar el acrecentamiento de la productividad de la economía. Si al iniciar esta política económica el punto fundamental era la expansión de la economía, de lo que se trataba era de conseguir por de pronto una elevación general de la oferta, impulsando también por este camino, de una manera continua, la competencia. Importaba sobre todo proporcionar posibilidades de empleo al creciente número de gentes en busca de trabajo.

    Superación del ciclo coyuntural

    Estas necesidades apremiantes exigen, sin embargo, que se supere la antigua ley del curso cíclico-coyuntural del acontecer económico, tenido hasta hoy por indiscutible. Como es sabido, se creía que la economía evolucionaba conforme a un ritmo ondulatorio, según el cual en un período aproximado de siete años tenían lugar sucesivamente el auge económico, la alta coyuntura, la decadencia y la crisis, hasta que, a partir de esta última, se reproducían las fuerzas salvadoras que prestaban impulso positivo al ciclo inmediato.

    Ahora bien, en los casi nueve años en que yo tengo bajo mi responsabilidad la política económica alemana, se ha conseguido, por lo menos, hacer saltar ese ritmo fijo, logrando aparejar el pleno empleo y la coyuntura mediante un progreso económico ininterrumpido.

    Considerando atentamente este desarrollo, se comprenderá también mi afán y mi esperanza de que la política económica y la teoría económica logren encontrar soluciones sistemáticas para vencer este problema. Pero conviene tener en cuenta que todos los esfuerzos a ello encaminados sólo se verán coronados por el éxito si no entorpecen o eliminan la competencia con manipulaciones artificiales o legales, y únicamente mientras no lo hagan.

    El peligro de menoscabar la competencia amenaza, por decirlo así, constantemente y desde múltiples lados. Por eso una de las más importantes tareas de un Estado que se asiente sobre un orden social de tipo liberal es el garantizar el mantenimiento de la competencia libre. Sin exageración ninguna afirmo que una ley

    de carteles basada en su prohibición debe estimarse como la indispensable «ley fundamental de la economía». Si el Estado falla en este terreno, pronto podrá darse por perdido el sistema de «economía social de mercado». Este principio aquí proclamado obliga a no reconocer a ningún ciudadano el derecho a oprimir la libertad individual o a restringirla en nombre de una libertad mal entendida. «Prosperidad para todos» y «prosperidad mediante la competencia son postulados inseparables; el primero marca la finalidad; el segundo, el camino que conduce a ese fin.

    Estas pocas indicaciones muestran ya la diferencia básica que existe entre el sistema de economía social de mercado y la economía liberal de antiguo cuño.

    Los empresarios que argumentando con las tendencias evolutivas de la economía moderna se creen autorizados para solicitar la formación de cárteles, colócanse teóricamente a la par de aquellos socialdemócratas que, recurriendo a los argumentos de la automación, concluyen la necesidad de una economía estatal planificada.

    Esta consideración pondrá también en claro por qué me parece

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