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Juan Velarde. Testigo del gran cambio: Conversaciones con Mikel Buesa y Thomas Baumert
Juan Velarde. Testigo del gran cambio: Conversaciones con Mikel Buesa y Thomas Baumert
Juan Velarde. Testigo del gran cambio: Conversaciones con Mikel Buesa y Thomas Baumert
Libro electrónico388 páginas5 horas

Juan Velarde. Testigo del gran cambio: Conversaciones con Mikel Buesa y Thomas Baumert

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Información de este libro electrónico

Pocas personas encarnan mejor que Juan Velarde, decano de los economistas españoles, la historia de nuestro país en los últimos 60 años. Y no sólo por su relevante papel en el desarrollo de la economía como disciplina académica en España sino, sobre todo, por haber sido testigo privilegiado del impresionante proceso de modernización de la economía y política nacional así como de la sociedad española en su conjunto.

Este libro recoge los recuerdos y memorias del profesor Juan Velarde a través de unas extensas conversaciones con Mikel Buesa y Thomas Baumert, en las que, de forma rigurosa pero distendida, se repasan los principales episodios de su vida y que, en sus propias palabras, "sirven para iluminar lo sucedido en alguno de los episodios más apasionantes de la historia contemporánea de España y, sobre todo, el período que transcurre desde los años 30 a los 70, en el que España experimenta ese `gran cambio` del que pude ser testigo activo y que da título al libro".
Todo ello sazonado con numerosas anécdotas --en su mayor parte inéditas-- referidas a personas y sucesos relevantes que harán las delicias de los lectores.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 sept 2016
ISBN9788490557990
Juan Velarde. Testigo del gran cambio: Conversaciones con Mikel Buesa y Thomas Baumert

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    Juan Velarde. Testigo del gran cambio - Mikel Buesa

    Juan Velarde

    Testigo del gran cambio

    Conversaciones con Mikel Buesa y Thomas Baumert

    © Los autores y Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2016

    Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

    Colección Nuevo Ensayo, nº 6

    Fotocomposición: Encuentro-Madrid

    ISBN: 978-84-9055-799-0

    Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

    Redacción de Ediciones Encuentro

    Ramírez de Arellano, 17-10.a - 28043 Madrid - Tel. 915322607

    www.ediciones-encuentro.es

    Verachtet mir die Meister nicht und ehrt mir ihre Kunst!

    [¡No despreciéis a los maestros y honrad su arte!]

    Richard Wagner, Meistersinger, 4 acto, aria de Hans Sachs

    A sentir, a pensar de ti lo enseñado,

    Obra soy tuya y de tu noble ejemplo.

    Juan Meléndez Valdés, Epístola II a Jovino [Jovellanos].

    El aseguramiento de los nuevos conocimientos no puede

    emprenderse más que sobre los cimientos de las viejas

    verdades. Y los viejos maestros no sólo son venerables:

    ahora como antes, en lo esencial, tienen razón.

    Heinrich von Stackelberg, Interés y Dinero.

    A Alicia Valiente,

    por demostrar que Schumpeter en ocasiones se equivocaba...

    INTRODUCCIÓN

    Una mañana, estando en mi despacho del Tribunal de Cuentas, llamó a la puerta el inspector de la Policía Nacional al cargo de la seguridad del edificio. Por su expresión supe enseguida que sucedía algo extraño.

    —¿Qué ocurre? —inquirí—. ¿Pasa algo?

    —Hay un paquete abajo en la entrada que, en el escáner, se ve como una pasta con puntos negros incrustados. Todo apunta a que pudiera ser material explosivo, un paquete-bomba. Se trata de un bulto envuelto en el que sólo figura su nombre. No lleva remite, ha sido entregado por mensajería, y el mensajero se ha dado a la fuga. Es todo muy sospechoso, así que hemos llamado a los TEDAX, que ya están en camino, para que liquiden el paquete, y hemos procedido a acordonar la zona. Por favor, no salga de su despacho.

    Mientras me decía esto, podía oír el sonido del helicóptero —intuí que de la Policía— que se acercaba y comenzaba a dar vueltas encima del edificio que alberga el Tribunal de Cuentas. Comenzó entonces a apoderarse de mí una sensación extraña…

    * * *

    El anterior es sólo uno de los episodios menos conocidos de la vida del profesor Velarde que revela en las páginas de este libro, cuyo origen se encuentra en el encargo a quienes firman estas líneas de realizar una entrevista con él para el volumen La hora de los economistas. [1] Cumplido aquel propósito, [2] pronto descubrimos que la idea original de abarcar en una única sesión todas las cuestiones que nos planteábamos resultaba imposible, de manera que solicitamos a don Juan que nos concediera más tiempo para realizar sendas entrevistas adicionales. [3] Con su habitual disposición a colaborar —encarna como pocos el lema acuñado por Julián Marías: «Por mí que no quede», accedió inmediatamente, y lo volvió a hacer de nuevo cuando le propusimos que, al margen de la entrevista original de veinte páginas para el mencionado libro, pudiéramos preparar todo el material recopilado —cuya transcripción ocupaba casi diez veces más— [4] para una publicación independiente que, en lugar de una síntesis, permitiera dar a conocer de forma extensa y pormenorizada las vivencias del decano de los economistas españoles.

    Se gestó así el libro que ahora ofrecemos al público. En él los lectores pueden asistir, de la mano de don Juan, a las clases de Valentín Andrés Álvarez, tienen ocasión de participar en el seminario madrileño impartido por Heinrich von Stackelberg, de pasear por las calles cercanas a la vieja Facultad de Económicas con Luis de Olariaga, de visitar en su casa a Pío Baroja, de entrar en la tienda de campaña de Enrique Fuentes Quintana durante su servicio militar, de acompañar —haciendo de guía turístico— a Simon Kuznets por el viejo Madrid, de salvar para el patrimonio nacional un emblemático cuadro de Goya, de socorrer a un judío perseguido en los años de la Segunda Guerra Mundial, de ver cómo se promovieron el Plan de Estabilización Nacional de 1959 y el Pacto de la Moncloa, y de revelar cómo se gestionó la infiltración de un espía español en Gibraltar.

    Los anteriores son únicamente unos pocos ejemplos de la amplia variedad de recuerdos que desfilan por estas páginas, pues Juan Velarde no sólo ha sido y es un intelectual prestigioso, un profesor ocupado en difundir sus amplísimos conocimientos, sino también un economista que ha participado en la gestación de los principales cambios que, en su proceso de desarrollo, ha experimentado España desde los ya lejanos años en los que, allá por 1947, acabara sus estudios —siendo el alumno más joven— en la primera promoción de licenciados de la Facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales de la entonces Universidad Central de Madrid. Recordando a aquel don Juan aún no veinteañero, su compañero y amigo Enrique Fuentes Quintana escribió:

    […] pronto se ganaría la simpatía de sus compañeros, por la juventud insultante de su apariencia, por la cordialidad de sus gestos y trato y, sobre todo, por la erudición y extensión sorprendente de sus conocimientos […]. [5]

    Una vida profesional tan dilatada como la del profesor Velarde, incluso para una personalidad bondadosa y desprendida como la suya, podría haber dado lugar a algunos descontentos. Empero no ha sido así; y somos testigos de la amplitud de adhesiones que despierta su figura. Baste recordar —y nos limitamos a un ejemplo entre muchos que cabría citar— que Fabián Estapé, al saber de nuestro propósito de publicar un libro extenso de entrevistas con don Juan, nos solicitó, como favor, el que le permitiéramos contribuir con un prólogo a modo de homenaje a su amigo. Los diversos avatares que han demorado la finalización de este proyecto han hecho que fuera imposible el que pudiera ver cumplido este deseo. Valga, pues, recordar al menos las palabras que en uno de sus escritos biográficos dedicó a Juan Velarde:

    [...] de los amigos de juventud conservo algunos economistas, la gente del ramo, entre los que quisiera destacar la figura de Juan Velarde [...]. Es, sin duda, el catedrático que mejor ha analizado los problemas de la economía española. Es el único falangista ilustrado que he conocido en mi vida, y un profesional con un sentido de la honestidad que va más allá de los partidos políticos que gobiernan. Siempre se ha sentido atraído por lo que puede aportar un economista a la resolución de los problemas del país, independientemente del color del gobierno. […] Yo, que estoy tan de acuerdo con muchas de las tesis de Ortega y Gasset, hay un tema en el que discrepo con él: decía que el andaluz es el tipo de español más válido, más selecto. Pues yo puedo decir que al menos en economía se equivocaba. Los mejores economistas son los asturianos, y si no, fijémonos en los ilustrados de finales del XVIII y en el propio Juan Velarde. [6]

    Ciertamente, don Juan se inserta —y nos sentimos tentados a decir que culmina— una larga tradición de economistas asturianos de corte liberal, que se inicia con Jovellanos y se extiende hasta Valentín Andrés Álvarez, dos figuras claves —el primero como referente histórico, el segundo como maestro y amigo— en la evolución intelectual de nuestro entrevistado. Y fue precisamente don Valentín quien, con cierto guiño irónico, reprochara a Velarde su «afán enciclopedista» [7] (que, bien sabido, él mismo compartía), que se plasma en esa enorme e insaciable curiosidad por saber que, amén de su vivísima inteligencia, su asombrosa —y en ocasiones abrumadora— [8] capacidad de lectura y el hecho de ser un infatigable trabajador de actividad fecunda, incluso en su senectud, le ha permitido ir añadiendo, como un viejo roble, año tras año, anillo sobre anillo, un acervo de conocimientos lentamente sedimentados, que lo han convertido en uno de los intelectuales españoles más destacados de nuestro tiempo. Muestra de ello son un número ingente de premios, distinciones y condecoraciones que, sin embargo —y a diferencia de muchos otros que apenas cuentan con una fracción de ellas—, don Juan jamás luce sobre su traje ni toga académica. Y es que otra de las características de Velarde es su sincera y profunda humildad.

    Humildad que probablemente tenga su origen en que Juan Velarde es persona de profundas convicciones religiosas, aunque nunca ha militado en ningún grupo u organización católica. Tiene igualmente arraigadas ideas políticas que le llevaron primero a la Falange y, ya en la democracia, al Partido Popular, aunque jamás se ha dejado llevar por la disciplina partidaria. Siendo un hombre de derechas —nunca ha ocultado su ideología política, dando preclaro ejemplo de una acrisolada lealtad a sus principios—, exhibe un talante abierto a las ideas que vienen de la izquierda y, sobre todo, a las personas que las expresan no sólo con convicción, sino con racionalidad. Es como si quisiera descubrir en todos aquellos elementos del conocimiento que pueden ayudar a resolver los principales problemas de la economía y la sociedad española, a los que él ha dedicado su vida. En este sentido, no asombra saber que don Juan ha sido siempre un hombre de tertulia, esa añeja institución ibérica forjadora de espíritus tolerantes —que no relativistas— y de talantes auténticamente liberales.

    Claro que en don Juan este talante liberal tiene raíces profundas, pues le viene de familia, especialmente de su padre, tal como el lector tendrá ocasión de descubrir en estas páginas; mas también del ambiente asturiano en el que transcurrió su infancia, en el que las lecturas, el manejo de la prensa diaria y su presencia como oyente en una tertulia obrera acabaron modelando un espíritu hasta cierto punto rebelde —pues nunca ha querido conformarse con ver pasar los años sobre los problemas irresueltos de España— aunque supeditado siempre al conocimiento de las cosas y al respeto hacia las instituciones.

    Porque Juan Velarde es, ante todo, un científico. Una persona dedicada a estudiar, a descubrir, a desvelar las conexiones entre la economía, las corrientes sociales y la historia para conocer cómo se configuran los fenómenos económicos y, además, para buscar las políticas con las que mejorar su funcionamiento. La obra de don Juan se orienta así hacia la mejor construcción de España, hacia la remoción de los obstáculos que encuentra su desarrollo y, con él, el bienestar de los ciudadanos. Por ello, cuando se contempla desde la perspectiva de una vida volcada sobre el conocimiento —como creemos que podrán hacerlo nuestros lectores en este libro— resuenan en Velarde los consejos que, allá por los años cincuenta, expresara su maestro, Manuel de Torres:

    La misión intelectual del economista […] no puede consistir sino en estudiar, investigar y enseñar. Pero aparte de la profesada en las aulas, existe otra enseñanza trascendente: la de adoctrinar a la sociedad, la de mejorarla haciéndola más justa y más estable, más progresiva y equilibrada a la vez. [9]

    Y así, hemos visto a Juan Velarde no sólo dedicado a sus publicaciones académicas, sino enfrascado en los dictámenes e informes que le han requerido los gobernantes y en una labor continua de difusión de las ideas desde las columnas periodísticas, la radio o la televisión, las tertulias y las conferencias. Permítanos el lector traer nuevamente a colación las reminiscencias que de su amigo hiciera Enrique Fuentes describiendo una jornada normal en la vida de don Juan y que, a pesar de haber sido escritas hace un cuarto de siglo, apenas se han visto modificadas a fecha de hoy:

    Un día de trabajo de Juan Velarde se compone siempre de dos o tres clases, la entrega puntual de un comentario de prensa, la preparación de un trabajo de investigación de vencimiento fijo, la lectura implacable que va de los ensayos de Economía a los libros más actuales o a los escritos del pasado, y que finaliza en la prensa nacional y extranjera. [10]

    En similares términos describió su quehacer diario el que fuera otro de sus grandes amigos, Sabino Fernández Campo:

    Juan Velarde es un trabajador infatigable y ejemplar. Si llega unos minutos tarde a un almuerzo, a una reunión o a un acto cualquiera es porque viene de presidir un tribunal, de juzgar una tesis doctoral, de dar una clase o de mantener un coloquio en la radio. Y si se va unos minutos antes es porque tiene que emprender un vuelo a un país lejano donde le van a hacer doctor Honoris Causa o concederle un premio destacado. Escribe constantemente artículos, redacta prólogos, presenta libros, pronuncia conferencias y publica obras importantes, de interés muy notable. Es incansable y disfruta con esa actividad desenfrenada que le da tiempo para todo. Como decía Horacio, «el placer que acompaña al trabajo hace que se olvide de la fatiga». [11]

    En todos esos ámbitos don Juan ha hecho gala de sus conocimientos, sometiéndolos al debate académico y a la discusión pública, ha exhibido su portentosa memoria y ha hecho fácil para todos el acceso a los hilos conductores de los acontecimientos que se entrelazan sobre los diferentes temas de la economía y la sociedad. Nada mejor que una cita literaria para describir este estilo con el que Velarde ha construido sus principales aportaciones al conocimiento de la economía española:

    Una conversación que dice y no dice, alusiva, indescifrable como el revés de un bordado: una maraña de hilos y nudos, y por el otro lado se ven las figuras. [12]

    En esa construcción, don Juan no ha dudado nunca en reconocer sus deudas intelectuales, no sólo con quienes fueron sus maestros sino también con quienes han sido sus discípulos o sus colegas en las tareas universitarias, siendo así que se ha considerado siempre —y lo hace aún a fecha de hoy— un «hombre de equipo». En consecuencia, no es infrecuente encontrar en su obra referencias a lo que él suele bautizar como «el efecto de fulanito o de zutanito» en alusión a los logros de cualquiera de los economistas más jóvenes que ha albergado bajo su cátedra. En esto Juan Velarde ha dado muestras siempre de generosidad y de modestia, algo que con demasiada frecuencia está ausente del mundo académico. Y no sólo eso, sino que también se ha implicado para promover a los suyos hacia las cátedras universitarias, ubicándose así en las antípodas de esos profesores engreídos que, para preservar su podercillo académico, no dudan en impedir o dificultar la carrera de los demás. A nadie extrañará, por este motivo, que hoy se cuenten por decenas, quizás por centenares —algunas estimaciones prudentes apuntan a que don Juan «ha hecho» más de cuarenta catedráticos y más de trescientos titulares—, [13] los catedráticos de Economía Aplicada que, de una u otra manera, han encontrado en don Juan el impulso que necesitaban para llegar a su posición.

    A este respecto, además, Juan Velarde ha actuado siempre sin la menor restricción ideológica. Entre sus colaboradores, desde el primer momento ha habido personas de todo el espectro ideológico, desde la derecha hasta la izquierda, pues para él, como se verá más adelante en sus recuerdos, lo único que de verdad ha contado son las ganas de trabajar, de investigar, de progresar en el conocimiento. En el que fue su departamento de la Universidad Complutense —a pesar de las mutaciones experimentadas— aún pervive ese espíritu y, por ello, no sorprende que, siendo como es una unidad de tamaño más bien pequeño, se concentre la mayor cantidad de méritos de investigación, evaluados externamente, de la Facultad de Económicas.

    A lo anterior se suma que Juan Velarde es una persona que siempre ha entregado generosamente su tiempo, su ayuda, su conocimiento y su afecto. Un ejemplo, en definitiva, de quien, sin restricción ni prejuicio alguno, siempre está dispuesto a compartir su saber con sus compañeros de generación y con las que le han seguido, alguien para quien enseñar no es sólo una profesión o un sustento de vida, sino una verdadera vocación. En este sentido, no cabe duda de que don Juan, quien acostumbra referirse a sus maestros como sus «acreedores preferentes», ha transmitido a manos llenas los créditos intelectuales recibidos, habiéndose convertido a su vez en acreedor de tantos economistas, historiadores y sociólogos de generaciones más jóvenes, que ha saldado con creces la deuda original que con sus maestros pudiera haber contraído. Como dijera de él un conocido maestro de periodistas:

    Juan Velarde es un sabio que no sabe que es sabio. Posee y destila saberes depurados y transparentes, pero él mismo es la negación de la pedantería […]. Vive para saber, y lo que sabe lo enseña, en la cátedra, en los periódicos, en los consejos, en las juntas, en las cenas de amigos. [14]

    Y es que don Juan ha optado siempre, y sin excepción, por trasmitir la llama viva del saber en lugar de conservarla egoístamente; actitud esta última que —tan frecuente en el mundo académico— inevitablemente acaba con el receloso guardián atesorando solo frías cenizas. Quienes firmamos estas líneas —economistas de dos generaciones diferentes, el uno discípulo del otro, y ambos a su vez de don Juan— estamos agradecidos de haber recibido de él esta llama, y nos sentimos orgullosos de poderla compartir ahora con los lectores, tanto entre quienes ya tienen el privilegio de conocer a don Juan —permitiéndoles recordar alguna historia olvidada y descubrir otras nuevas—, como entre quienes se acerquen a él por primera vez.

    Pero Juan Velarde no es sólo un sesudo profesor, un humanista clásico, un pulcro asesor o un apasionado divulgador del conocimiento económico ejemplarmente entregado a su profesión. Es también una persona asequible, cordial, dialogante, dotada de un gran sentido del humor. Y es precisamente esta combinación, la experiencia y madurez del sabio entreverada con la ilusión y curiosidad de un niño, la primera de dos características que, a nuestros ojos, mejor definen la figura de don Juan. Así, sus conversaciones no sólo están jalonadas de numerosas risas —de las que hemos decidido dejar constancia a lo largo del texto a fin de que el lector se pueda hacer una idea de esa alegría y humor tan inherentes a su carácter— sino de numerosos ejemplos de sus extraordinarias dotes como imitador de voces, tal y como ha quedado registrado en nuestras grabaciones. Y es que esas risas, esa alegría, no son sino el reflejo de una desbordante felicidad personal. [15] La segunda característica, vinculada de alguna manera a la anterior, es la de ser una persona intrínsecamente buena, de diligente generosidad, de hombría de bien, entregado a los demás sin pensar en sí mismo. [16] Quizás nadie haya sabido expresar este rasgo de don Juan mejor que Emilio de Diego al escribir:

    Juan Velarde es la única persona con la que yo me he encontrado, que antes de que termines de pedirle un favor ya está decidido a hacértelo y, encima, te da las gracias. [17]

    Quienes firmamos estas líneas no sólo podemos corroborar por experiencia propia este extremo —y el caso de Juan Falces Elorza rememorado en este texto es un nítido ejemplo de ello—, sino que estaríamos dispuestos a afirmar que don Juan, si está al corriente de alguna necesidad de un conocido u amigo, se las ingeniará para ayudarle antes incluso de que el interesado le llegue a pedir favor alguno. Y es que Juan Velarde hace buena la máxima latina Vir bonus, dicendi peritus —durante siglos la vara de medir a los hombres públicos romanos— en la que Catón dejaba claro que poco vale la destreza técnica y la habilidad profesional si no es precedida de una alta cualidad moral.

    Finalmente, y por acabar con una característica algo más frívola del protagonista de este libro, Juan Velarde es una persona increíblemente golosa, hasta el punto de que Sabino Fernández Campo lo calificó como un «trabajador y goloso en perfecta armonía»: [18]

    Juan Velarde […] se muere por los excelentes merengues que nos ponen en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas antes de las sesiones […]. Y sabemos que en un trayecto camino de Cantabria se detiene siempre para degustar con deleite unos pasteles típicos casi tan famosos como los «Carajitos del Profesor», clásicos de su pueblo natal. [19]

    Sus saberes sobre este asunto son seguramente, por lo que respecta a la geografía española, insuperables, de manera que, de norte a sur, de este a oeste, don Juan es capaz de ubicar los pueblos, los conventos, las pastelerías en las que pueden degustarse los mejores y más variados dulces del país. Esas golosinas no podemos ofrecérselas a los lectores de este libro, pues su dulzor no cabe en la letra impresa; pero aun así, estamos convencidos de que encontrarán en él unas palabras, las de Juan Velarde, que no sólo despertarán su interés, sino que, al igual que aquellos dulces, harán su delicia.

    Thomas Baumert

    Mikel Buesa

    DE SALAS A MADRID

    [Th.B.] Antes de iniciar nuestra entrevista creo que deberíamos congratularnos por la casualidad de que precisamente hoy sea el cumpleaños del padre de la ciencia económica, Adam Smith [20]… ¡Vamos a pensar que es señal de buen augurio!

    Pues sí…

    [Th.B.] Señalaba uno de sus maestros, Valentín Andrés Álvarez [21] —marcado por el hecho de ser hijo de una joven viuda— la importancia del entorno y de la familia en la trayectoria del intelectual. ¿Nos podría evocar sus primeros años de vida y ese trasfondo familiar? ¿Destacaría algún aspecto que hubiese favorecido especialmente su posterior evolución como economista?

    Bueno, como economista no lo sé. Mi padrino de pila en el bautismo [22] fue Faustino de la Vallina Argüelles, [23] catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo, que estaba casado con una hermana de mi padre. No hace mucho descubrí en un ejemplar antiguo de la revista Anales de la Universidad de Oviedo, que mi tío Vicente Velarde Menéndez había sido distinguido por un trabajo que había realizado en el Concejo de Salas acerca de las figuras comunales. [24] Por cierto, este tío mío era muy amigo del autor de A.M.D.G., Ramón Pérez de Ayala. [25]

    Por parte materna, mi abuelo era un farmacéutico de Salas que había estudiado en la Universidad de Madrid. En la botica del pueblo siempre había tertulias, y allí estaba mi padre con mi abuelo. Recuerdo que guardaba un ejemplar de la famosa Biblia de Reina-Valera, que había sido traducida por aquellos dos famosos protestantes españoles. [26] También me leí Los tres mosqueteros, que tenía allí en una edición muy original. Éste es el entorno por parte de madre... quien por cierto, según se aprecia en las fotografías de la época, fue una chica muy mona.

    En su infancia mi padre fue, entre otros, muy amigo de los hijos de Leopoldo Alas «Clarín». [27] Me contaba cómo iban a ver por una rendija a Clarín trabajar en casa. En una ocasión, le anunciaron los hijos de Clarín que su padre se iba a batir en duelo al día siguiente, así que se fueron allí a la casa, a ver a Clarín entrenarse con el florete [28]… A mí, mi padre me hizo leer La Regenta —tendría yo diez u once años— y me explicó quiénes eran las personas que habían inspirado todos los personajes, aunque desgraciadamente se me han olvidado muchos… Sí recuerdo cómo una tía abuela mía, María Menéndez Suárez-Cantón, cuando hablábamos de La Regenta, me contaba: «¡Uy, las de Cantón éramos muy divertidas! Nos reuníamos en casa y bailábamos lanceros al son del piano. Solía asistir a esos bailes una chica muy guapa de Oviedo, que era muy lista y tenía cultura y en la que se inspiró Clarín para diseñar el personaje de Anita Ozores. [29] Pero aquella chica no tuvo ningún final malo, al contrario. Se casó con un ingeniero de los que vinieron a causa de la Revolución Industrial a Asturias, tuvo sus niños y vivió feliz». Porque Clarín, para crear el drama, tuvo que suprimir en la ficción la Revolución Industrial en Asturias.

    Así, en casa se respiraba ese mundo intelectual derivado de la universidad, singularmente de la de Oviedo, ya que tanto mi padre como ese tío mío estudiaron allí. Ése es el ambiente en casa: culto aunque no de altísima cultura, evidentemente.

    [M.B.] Podríamos indagar un poco más en la figura de su padre…

    Mi padre llegó a ser alcalde de Salas, si bien su trayectoria política no fue lineal. Inició su andadura en el Partido Reformista de Melquíades Álvarez. [30] Posteriormente pasó a ser alcalde, habiendo basado su campaña en la lucha contra el caciquismo (Salas era por aquel entonces un núcleo del Partido Conservador). Sin embargo, a raíz de un lío precisamente con el suegro de Valentín Andrés Álvarez, quien también militaba en el Reformismo, abandonó el partido y se hizo «Joven Maurista». [31]

    Mi padre, cuando fue alcalde de Salas por el Partido Conservador, creó la Biblioteca Municipal que sigue existiendo. Más adelante, siendo ya alcalde maurista, montó un colegio de enseñanza media. La particularidad de este colegio radicaba en su sistema de financiación: a los mejores expedientes de las diversas escuelas municipales —siempre que no tuvieran dinero para estudiar bachillerato— les daban una beca que se financiaba con los Montes Comunales del Ayuntamiento. Y esas becas cubrían todos los gastos del colegio. Lo que pagaban los otros chicos por su matrícula se lo repartían en una especie de cooperativa, los profesores del colegio, reservándose el Ayuntamiento únicamente el nombramiento del director. Este hecho tuvo mucha importancia durante la guerra, cuando el colegio se llenó de catedráticos de instituto que, de momento, habían perdido sus cátedras, aunque luego las recuperaron. Y claro, yo tuve la suerte de estudiar con catedráticos de instituto verdaderamente espléndidos. Recuerdo a don Francisco Luque, catedrático de Física, enseñándonos a los críos una tiza —esto era el año 1940—, poniendo en el encerado la ecuación fundamental de Albert Einstein, [32] e=mc², y diciéndonos: «En esta tiza hay energía para barrer toda Asturias». Probablemente exageraba… [se ríe]. Pero no tardamos en darnos cuenta de que aquello, además del bachillerato, era mucho más... Fue un conjunto de profesores verdaderamente excelentes de los que pudimos disfrutar. Por ejemplo, yo me sabía la tabla periódica por todos los lados. Recuerdo también al catedrático de Filosofía pintándonos en la pizarra el cerebro, aclarando:«Cuando se sueña se baja la censura». Allí, en el colegio de Salas, explicándonos a Freud [33] en el bachillerato… ¡Eso fue una gran suerte! Y aquello era, en parte, como consecuencia del reformismo maurista de mi padre.

    [Th.B.] Y ese maurismo, ¿era dominante en su familia?

    Veamos… Los Velarde —podemos distinguir dos ramas— llegan a Asturias con mi bisabuelo, que se traslada de Santander con la Revolución Industrial. Monta allí una casa comercial y una fábrica de productos lácteos. «Fundada en 1848» rezaba el letrero que conservamos en casa mucho tiempo después y yo recuerdo haber visto en mi niñez. [34]

    Y este Velarde es quien luego se relaciona y entronca con gente de la burguesía de Oviedo. En cuanto a la filiación política, mi abuelo, Ladislao Velarde, era diputado provincial por el Partido Conservador. Mi padre, en ese sentido, salió algo rebelde —levemente rebelde—, pero estas cosas son habituales.

    [M.B.] Y el origen familiar, ¿dónde está?

    ¿El origen de los Velarde? El Boletín de la Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País publicó hace algún tiempo un texto sobre este tema [35] que yo tengo por cierto. [36] De acuerdo con esta investigación, los vikingos montaron una base de operaciones en Mundaca, desde la cual hacían razias tierras adentro. Alfonso III decidió hacer una incursión en ese territorio para ponerle fin. ¿Y qué quiere decir Velarde en vasco? Pues «campo de hierba» o «el del herbazal». Claro, pastos había por doquier en toda aquella zona, hasta Asturias.

    Aclarada la etimología del apellido, ¿cuál es

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