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LO QUE YO VIVÍ: MEMORIAS POLÍTICAS Y REFLEXIONES
LO QUE YO VIVÍ: MEMORIAS POLÍTICAS Y REFLEXIONES
LO QUE YO VIVÍ: MEMORIAS POLÍTICAS Y REFLEXIONES
Libro electrónico872 páginas10 horas

LO QUE YO VIVÍ: MEMORIAS POLÍTICAS Y REFLEXIONES

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En Lo que yo viví. Memorias políticas y reflexiones, José Manuel Otero Novas, Mano derecha de Suárez, dos veces ministro de su Gobierno y diputado de las primeras Cortes democráticas, pone a disposición del lector los grandes momentos y también algunas tramas menos conocidas de nuestra historia reciente. Bajo su mirada atenta y precisa asistimos a los primeros intentos de democratización de Fraga, a la legalización del PCE, a las primeras elecciones generales, al proceso constitucional, o al golpe del 23-F que vivió en directo en el Congreso de los Diputados. Junto a ello, el autor dibuja una serie de retratos certeros y de primera mano no solo de Adolfo Suárez sino de un buen número de los políticos que redactaron y pusieron en marcha nuestra Constitución. Un relato contado en primera persona por alguien que fue testigo privilegiado y protagonista de la Transición y de los primeros pasos de nuestra democracia. Su prosa directa y rigurosa nos da la sensación de estar ahí, junto a él, en medio de la Historia.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 may 2015
ISBN9788487657825
LO QUE YO VIVÍ: MEMORIAS POLÍTICAS Y REFLEXIONES
Autor

José Manuel OTERO NOVAS

<p>José Manuel Otero Novas (Vigo, 1940) ha sido abogado del Estado e inspector de los Servicios del Ministerio de Economía y Hacienda. Fue subsecretario técnico del presidente de Gobierno con Adolfo Suárez, ministro de la Presidencia y de Educación, diputado en el Congreso, miembro del Comité Ejecutivo Nacional de UCD y más tarde del PP. Hoy vive al margen de la política activa y ejerce libremente la abogacía en temas empresariales. Es presidente del Instituto de Estudios de la Democracia de la Universidad CEU San Pablo y es miembro del jurado de Ciencias Sociales de los premios Princesa de Asturias.</p> <p>Ha publicado, entre otros, <i>Nuestra democracia puede morir</i> (1987), <i>Fundamentalismos enmascarados. Los nuevos extremismos</i> (2001), <i>Asalto al Estado. España debe subsistir</i> (2005), <i>El retorno de los Césares. Tendencias de un futuro próximo e inquietante</i> (2007), <i>Mitos del pensamiento dominante. Paz, Democracia y Razón</i> (2011).</p>

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    Vista previa del libro

    LO QUE YO VIVÍ - José Manuel OTERO NOVAS

    Índice

    Cubierta

    Introducción

    1. El contexto de la transición

    A nivel de «calle»

    Las estrategias para sustituir al Régimen de Franco

    Influencia en España de la revolución portuguesa

    Reforma frente a ruptura

    Esquema del tiempo de la transición

    DIFICULTADES DERIVADAS DEL ENTORNO MUNDIAL

    DIFICULTADES AÑADIDAS DE ESPAÑA

    LA MUY PROBLEMÁTICA IZQUIERDA A LA MUERTE DE FRANCO

    ELEMENTOS MÁS FAVORABLES A LA TRANSICIÓN REFORMISTA

    2. El arranque de la transición

    La Corona

    PRIMEROS CONTACTOS CON SU MAJESTAD

    SU MAJESTAD, «MOTOR DEL CAMBIO»

    SOBRE LAS FUNCIONES DE LA CORONA

    LA FIESTA DE LA HISPANIDAD DE 1977 EN CANARIAS

    EL YATE DEL REY

    Afloramiento de partidos y sindicatos

    NECESIDAD DE QUE MUCHOS INSTRUMENTOS CONSTITUCIONALES YA ESTUVIERAN IMPLEMENTADOS ANTES DE LA APROBACIÓN DE LA CARTA MAGNA

    LEGALIZACIÓN DE LOS PARTIDOS

    LEGALIZACIÓN DEL PC

    LA COMPLEJA LEGALIZACIÓN DEL PSOE

    VINCULACIONES TRANSNACIONALES DEL PSOE

    OTRAS LEGALIZACIONES DE PARTIDOS

    EL ABANDONO DEL PSP A SU SUERTE

    LIBERTAD SINDICAL

    3. Mis experiencias por períodos con funciones en el ejecutivo

    Precedentes

    OVIEDO Y MADRID

    LUGO

    De nuevo en Madrid

    Tácito

    RAZÓN DE SER

    NACE TÁCITO

    LA LECCIÓN DE TÁCITO

    En Interior (diciembre de 1975-julio de 1976)

    MI «FICHAJE»

    FRAGA IMPIDE LA RUPTURA REVOLUCIONARIA

    LA REFORMA POLÍTICA TRUNCADA

    LOS GOBERNADORES CIVILES

    ACTIVIDADES VARIAS

    LAS SOCIEDADES SECRETAS

    MI RELACIÓN ENTONCES CON SUÁREZ

    Subsecretario técnico del presidente del Gobierno (julio de 1976-julio de 1977)

    LA LEY PARA LA REFORMA

    OBJETIVOS NACIONALES

    LOS TRAUMAS INMEDIATAMENTE POSTERIORES A LA APROBACIÓN DE LA LEY PARA LA REFORMA

    PREPARACIÓN DE LAS ELECCIONES Y NEGOCIACIONES CON LA OPO­SICIÓN

    LAS SEDES DE LA PRESIDENCIA DEL GOBIERNO

    SUÁREZ, EXCELENCIA Y DIGNIDAD

    LAS NACIONALIZACIONES

    RECONCILIACIÓN Y «MEMORIA» POSTERIOR

    ASUNTOS DIVERSOS

    Ministro de la Presidencia (julio de 1977-abril de 1979)

    REFORMA DE LA ADMINISTRACIÓN

    ARRANQUE DE AQUEL GOBIERNO DE 1977

    LOS PACTOS DE LA MONCLOA Y EL CONSENSO INSTITUCIONALIZADO

    LA CONSTITUCIÓN

    LA REFORMA FISCAL

    El AFFAIRE SEGARRA

    DISOLUCIÓN DE LAS CORTES Y NUEVAS ELECCIONES

    BANCA Y POLÍTICA

    LAS PENSIONES DE LOS MILITARES O COMBATIENTES DEL EJÉRCITO REPUBLICANO

    PROYECTO DE LEY PARA LA FUNCIÓN PÚBLICA

    EL VATICANO

    EL SESGO IDEOLÓGICO DE LOS SOCIÓLOGOS

    ASUNTOS VARIOS

    PEQUEÑAS TRAMPAS EN LOS CAMBIOS DE GOBIERNO

    LA DESMITIFICACIÓN DE «NUESTRO ENTORNO»

    El porqué y el cómo de mi cese en Presidencia

    Ministro de Educación (marzo de 1979-septiembre de 1980)

    CONSECUENCIAS DE MI VETO A OTRO CANDIDATO

    TRAGEDIAS VIVIDAS

    LA ENSEÑANZA PÚBLICA

    LA LIBERTAD DE ENSEÑANZA

    LA ENSEÑANZA DE LA RELIGIÓN

    LA IGLESIA Y MI LUCHA POR LA LIBERTAD DE ENSEÑANZA

    TEMAS REGIONALES

    ACCIÓN INTERNACIONAL

    OTROS CONFLICTOS

    4. Fuera del Gobierno

    Causas y modos de mi salida del Gobierno

    Mi relación con Suárez tras dejar su Gobierno

    Mis retribuciones en la política

    Evolución de la estructura y orientación de la UCD

    LA ESTRUCTURA

    DEL CONSENSO A LA IDENTIDAD

    DE NUEVO EL CONSENSO; Y DEL CONSENSO A LA EXTINCIÓN

    La aventura del PDP

    MI IDEA POSCONSTITUCIONAL SOBRE EL CENTRO DERECHA

    LA COALICIÓN AP-PDP Y LA RESPONSABILIDAD DE SU RUPTURA

    El Banco Exterior de España

    MI POSICIÓN PROFESIONAL

    CESE POR RAZONES POLÍTICAS

    LLEGA EL PP: ¡A TIERRA, QUE VIENEN LOS NUESTROS!

    5. Legislaturas parlamentarias

    Legislatura constituyente, 1977-1979

    POR QUÉ NO ESTUVE EN EL CONGRESO NI EL SENADO

    Primera legislatura, 1979-1982

    DIPUTADO POR LUGO

    INCIDENCIAS EN ESTA LEGISLATURA

    Segunda legislatura, 1982-1986

    UNA REBELIÓN INTERNA DE AP CONTRA FRAGA ME DEJA FUERA DEL PARLAMENTO

    VISIÓN DE ESPAÑA EN EL MUNDO DURANTE AQUELLA LEGISLATURA

    Cuarta legislatura, 1989-1993

    EL PP Y LA RAZÓN DE MI VUELTA AL PARLAMENTO

    LO QUE HICE Y VI EN EL CONGRESO EN ESA LEGISLATURA

    LOS TUYOS Y LOS OTROS

    LOS LÍDERES TIENDEN A ELIMINAR A SUS «PARES»

    6. Abandono de la política activa y reconversión

    Dejando la política activa

    Mi relación con el poder, desde entonces

    RETORNO A LA ABOGACÍA DEL ESTADO, SIN PROBLEMAS POLÍTICOS

    RELACIÓN CON EL GOBIERNO AZNAR

    RELACIÓN CON EL PSOE

    Trabajando desde hoy para pasado mañana

    FILOSOFÍA DEL AULA POLÍTICA DEL INSTITUTO DE ESTUDIOS DE LA DEMOCRACIA

    ESPECIAL PRONUNCIAMIENTO SOBRE EL MANTENIMIENTO DE LA NACIÓN ESPAÑOLA

    7. Experiencia y visión sobre asuntos relevantes

    Los golpes de Estado

    CAUSAS GENERALES

    ENERO DE 1977

    CONSPIRACIONES

    PREVISIONES SOBRE LO QUE FUE EL 23-F

    EL 23-F

    POST 23-F

    EL ACTUAL CIVILISMO Y SUS CONTORNOS

    La OTAN

    LOS ESFUERZOS DE LA URSS PARA EVITAR NUESTRA INTEGRACIÓN

    ACCIONES AMERICANAS PARA ANIMARNOS A ENTRAR

    NUESTRA ENTRADA Y SUS INCIDENCIAS

    ETA

    ETA Y EL GOBIERNO

    LOS EXTRAÑAMIENTOS DE MAYO DE 1977

    UN PROYECTO NO INICIADO

    GUTIÉRREZ MELLADO, LUIS MARÍA ANSÓN, ETA

    LA DEFENSA CONTRA EL TERRORISMO

    La atención a Canarias

    CON FRAGA

    CON SUÁREZ

    Las autonomías

    LOS DOS PRINCIPIOS

    EL TEMA EN LA TRANSICIÓN

    LOS CONTENIDOS DE LA CONSTITUCIÓN EN MATERIA AUTONÓMICA

    RUPTURA DEL CONSENSO CON EL PNV

    LA RESURRECCIÓN DEL ALMA UNIFORMISTA

    DESARROLLOS AUTONÓMICOS EN LOS QUE LLEGUÉ A PARTICIPAR DESDE EL GOBIERNO

    EL FRAUDE DE LAS RELECTURAS CONSTITUCIONALES

    ESQUEMA DEL PROCESO AUTONÓMICO POSCONSTITUCIONAL. MIS INTERVENCIONES

    MIS DENUNCIAS SOBRE EL DESARROLLO AUTONÓMICO NO SON DE AHORA

    La lengua

    REALIDAD DE LA PERSECUCIÓN SUFRIDA POR LAS LENGUAS VER­NÁCULAS

    LO QUE ESTABLECE LA CONSTITUCIÓN Y SUS MEDIDAS DE DE­SARROLLO

    LA IMPROCEDENTE DERIVA EN ESTE TEMA

    La Unión Europea

    NO HEMOS EXAMINADO LAS CONSECUENCIAS DE NUESTRA INTEGRACIÓN EN LA UNIÓN EUROPEA

    EUROPA, UTOPÍA Y REALIDAD

    EL BALANCE

    EL EURO

    MALAS SOLUCIONES

    LO QUE SUGIERO

    La corrupción

    ILUSIÓN POR LA MORALIDAD EN DEMOCRACIA

    OTRA ILUSIÓN DE MEJORAMIENTO CON EL «CAMBIO» SOCIALISTA

    CAUSAS MORALES DE LA CORRUPCIÓN

    CAUSAS ESTRUCTURALES DE LA CORRUPCIÓN

    REHUIMOS AFRONTAR EL PROBLEMA

    8. Más datos sobre personajes con los que me relacioné

    Federico Silva

    Antonio Barrera de Irimo

    José López Muñiz y González Madroño

    Fraga Iribarne

    CATEGORÍA

    HONRADEZ Y AUSTERIDAD

    LEALTAD

    SU NO LLEGADA A LA PRESIDENCIA DEL GOBIERNO

    SU VIDA POLÍTICA CONTINUÓ

    Joaquín Ruiz-Giménez

    Adolfo Suárez

    SU LUCHA EN LA VIDA

    LO QUE HIZO

    LOS INJUSTOS ATAQUES QUE SUFRIÓ

    UN ÉXITO LOGRADO PESE A GRANDES DIFICULTADES

    Manuel Gutiérrez Mellado

    Enrique Fuentes Quintana

    Fernando Abril Martorell

    Leopoldo Calvo-Sotelo

    LEOPOLDO Y SU TÍO DON JOSÉ

    LEOPOLDO EN LA TRANSICIÓN

    RELACIÓN CON SUÁREZ

    LA CULTURA DE LEOPOLDO

    José Luis Graullera Micó

    Serafín Ríos Mingarro

    Francisco Fernández Ordóñez

    Santiago Carrillo

    Fotografías

    Créditos

    Alba Editorial

    Notas

    Introducción

    Hablaré de datos y recuerdos del pasado, no solo para deleitarnos, también para comprender el presente y poder enfocar el futuro. Lo haré desde varias ópticas, de un lado el estudio de la transición, sus fases y claves, de otro mi trayectoria política por períodos, así como la contemplación de algunos personajes o asuntos; en todo ello cuento mis experiencias y las cosas que yo viví, presencié o lo que hice al respecto.

    He suprimido deliberadamente algunas cosas, y mis lectores deben comprenderlo. Aquellas que pienso podrían ser negativas para los afectados, cuando las haya conocido gracias a la confianza que esas personas han depositado en mí algún tiempo. Lo que Su Majestad el Rey me haya dicho a mí. Y lo que compañeros de Gobierno hayan manifestado dentro de sesiones del Consejo de Ministros. Por supuesto también aquello que está sometido a los deberes del secreto profesional.

    Expongo lo que conocí. Naturalmente que otras personas pueden decir cosas complementarias respecto de los mismos acontecimientos. Los hechos no son míos sino de todos y con frecuencia habrán tenido mayor complejidad que aquella que yo percibí. Y no descarto que sobre lo mismo se puedan decir también cosas contradictorias con mis descripciones; si bien en tal caso, sin considerar mentiroso a nadie, afirmo la veracidad de mis datos.

    Y lo que relato, como todos los escritos de esta naturaleza, dará la impresión a quien lea estas páginas de que el autor se considera el centro de los acontecimientos narrados. Pero esto no se corresponde con mi planteamiento. Mi centralidad y protagonismo, cuando se dieron, ha sido muy variados según los momentos y circunstancias.

    En varias etapas de mi actividad política, amén de mis intervenciones meramente verbales, acostumbré a presentar informes escritos a quienes en cada momento eran mis jefes. Aunque hubo un momento en que quemé mucha documentación, y quizá extravié otra, todavía conservo un amplio archivo con muchísimos de estos textos; a veces escritos en papel oficial de la unidad en la que trabajaba; las más, en papel sin membrete, aunque usualmente con alguna clave por la que mis jefes pudieran identificar que eran míos («O. N.» –iniciales de mis apellidos– «S. T. P.» –por referencia a Subsecretaría Técnica del presidente–, más la fecha). En ocasiones mis interlocutores me devolvían los mismos papeles que yo les remitía; Fraga con sus clásicos subrayados o círculos rojos de las frases que le parecían más relevantes; Suárez, con una orden de archivo, quizá de Aurelio Delgado, en determinados conceptos y la fecha de la orden; ignoro por qué algunos de esos documentos al final volvieron a mí; Fraga todas las mañanas me entregaba además papeles que otras personas le hacían llegar, sobre los que destacaba con trazos gruesos los párrafos o frases que consideraba que yo debería examinar con más atención; también Suárez me entregaba algunos documentos ajenos para mi examen. En este libro cito algunos que me parece pueden tener más interés para el lector; y ya anuncio que he depositado todo mi archivo político «publicable» en la Fundación Universitaria San Pablo CEU, para que pueda ser examinado por los investigadores, y para que el lector interesado pueda verificar todos los papeles que cito en este libro y muchos más¹.

    Hablaré principalmente del tiempo de la transición desde el franquismo al actual régimen democrático, porque en torno a ello se produjo mi más intensa actividad política; llegué a suspender temporalmente el ejercicio de mi profesión para dedicarme a ello full time.

    Pero junto con lo que son estrictamente mis memorias, los acontecimientos o asuntos en los que intervine, cosas interesantes que observé, incluyo también reflexiones acerca de esos hechos, episodios y conductas que narro. Porque creo que siempre se pueden aprovechar las lecciones que se derivan de ciertos datos, para actuar en consecuencia, lo cual exige comentarlos y analizar su contexto y derivaciones.

    Y en este libro no puedo marginar algo que llevo pensando desde hace años; creo que la humanidad vive ciclos culturales con tendencias sucesivamente antagónicas, pues así es el cosmos en el que nos encontramos; y que concretamente Occidente está próximo a concluir su actual ciclo apolíneo comenzado al final de la Segunda Guerra Mundial. Pero aparte de ello, España y su vida política están minadas por muy serios problemas que parecen estar agotando el régimen político que iniciamos a la muerte de Franco; puede ser que a su terminación entremos en un proceso rupturista, pacífico o no, con paso a otro sistema diferente; pero tampoco puede descartarse que seamos capaces de, en el momento oportuno, promover un cambio dentro de la Constitución, que permita una continuidad renovada de lo actual. En cualquier caso es im­portante tener visión de futuro y preparar soluciones para ese tiempo posterior; por lo que también trato en este libro de lo que es preciso prever para ese tiempo venidero. Y me hago la ilusión de que el estudio del pasado, en torno a mis experiencias, nos sirva de ayuda para preparar el porvenir.

    1          El contexto de la transición

    A nivel de «calle»

    Mi madre, Teresa, era de Cabral, en el extrarradio rural y fabril de Vigo y hoy parte de su ayuntamiento. Quizá por la factoría de lozas y porcelanas allí ubicadas, Cabral fue denominada en la década de 1930 «la pequeña Rusia». La familia de mi madre estaba lejos de ser rica pero era lo que en los ambientes rurales se llamaba «hacendada», tenía tierras y una tienda que, por su situación al pie de la carretera general, frente a la parada del tranvía que iba a Vigo, y vecina de la factoría de lozas, era lugar de reunión y de tertulias, amén de punto de ventas. A mi abuela materna, que tuvo cinco hijos siendo mi madre la mayor, nunca le conocí posiciones políticas; y en cuanto a mi abuelo materno, José Novas, del que voy a contar otras cosas más adelante, estaba recién vuelto de la Argentina cuando se casó y se estableció en Cabral; sé que asistió al mitin fundacional de la Falange gallega en Villagarcía de Arosa en el que dio un discurso José Antonio Primo de Rivera, sin volver nunca a actos o lugares de Falange; y sé también que en unas elecciones municipales del período republicano aceptó ser apoderado o interventor de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) en una mesa electoral a petición de un amigo suyo que pertenecía a ese partido; pero no se afilió a la CEDA y, a pesar de la notoriedad que obtuvo con el suceso al que luego me refiero, ni don José María Gil Robles, líder nacional de la CEDA, ni otros dirigentes de la CEDA gallegos a quienes pregunté, conocían a mi abuelo ni sabían que se hubiera afiliado o asistido a sus reuniones.

    Aunque Franco controlaba toda Galicia desde el comienzo de las hostilidades, por los montes estaban «los huidos», gentes del bando republicano que por convicciones o por miedo a represalias se escondían, a los que se sumaban delincuentes comunes o aventureros; conglomerados similares a los que podrían darse en el otro bando.

    Y los «huidos», que después de la contienda se convirtieron en el fermento de los «maquis» o «guerrilleros», bajaban de cuando en cuando de sus escondites y robaban y mataban (ellos supongo que decían que «recaudaban y ajusticiaban»).

    Mi abuelo José Novas vendió a crédito alimentos durante toda la guerra, entre otras personas, a la madre de un «huido» que, por faltarle el sostén de su hijo, no tenía dinero; ventas que iba anotando en su libreta de contabilidad por la promesa que le hacían de pagarle después de la guerra.

    Cuando Franco toma Barcelona se recrudecen las acciones de los «huidos», que hacen circular amenazas de «ejecución» para aquellos que se supone que han manifestado alegría por la caída de Cataluña; alguien dice que entre ellos está mi abuelo y la Guardia Civil le ofrece –como a otros– que vaya a dormir al cuartel; pero él rechaza el ofrecimiento porque no concibe que pueda ser objetivo de aquella gente, aunque por precaución hace que mi madre y mi hermana se vayan a Meira, el pueblo de la ribera norte de la ría de Vigo donde él había nacido y tenía familia. Y como en varios días no ocurrió nada, mi madre y mi hermana vuelven a Cabral; yo aún no había nacido.

    Así hasta que al atardecer del día 27 de enero de 1939, dos meses y cuatro días antes de concluir la guerra, un huido, José Luis Quintas, alias «el Quintas», baja de los montes dirigiendo a unos cinco compañeros armados con pistolas y fusiles, entran en la tienda de mis abuelos, roban la caja, ponen a toda la familia (excepto a mi abuela y a mi madre que estaban en aquel momento en el piso superior) delante de una pared y disparan; hieren a algunos hermanos de mi madre; otro escapa, salen detrás de él, posiblemente porque temen que vaya a dar aviso a la Guardia Civil, y le pegan un tiro que le hace caer herido a la cuneta; a mi abuelo lo dejan muerto allí mismo con trece proyectiles en el cuerpo, aunque le sacan un anillo grande de oro que tenía puesto en el dedo; se marchan, mi madre desde una ventana les grita «asesinos» y le disparan, pero sin acertarle.

    La familia de mi madre nunca supo verdaderamente la causa del asesinato; no podía creer que fuera por motivaciones políticas, hasta el punto de que el nombre de mi abuelo nunca se incorporó a las listas de «Caídos por Dios y por España» que había en placas sobre la pared externa de la iglesia o en el cementerio. Fue enterrado en su nicho familiar, con su nombre y la expresión «vilmente asesinado» debajo. Pensaban que más probablemente podría haber sido provocado por envidias de algunas personas concretas, sin desechar que alguien pudiera haber pretendido que desapareciera la libreta donde mi abuelo anotaba las deudas de las familias de los huidos a las que facilitaba subsistencia, como históricamente ocurrió a veces con los judíos.

    El Quintas fue detenido en 1950 y personas de mi familia fueron citadas para declarar si le reconocían como dirigente de aquel grupo asaltante, y para que manifestaran si deseaban ejercitar acciones contra él. Una de mis tías, que sufrió personalmente el asalto y que además fue golpeada por él, le reconoció, pero la familia –reunida en casa de mis padres, donde yo, jovencito, les escuchaba– decidió no reabrir la herida ni ser parte en el proceso. Fue juzgado en sesión pública el 28 de octubre de 1950 por numerosos delitos, y entre ellos unos cinco atracos con muertos. Aunque mi familia no asistió siquiera a la vista, la prensa de Vigo dio cuenta de ella; supimos que no se reconoció culpable pero que el tribunal consideró probadas las acusaciones, por lo que se le impuso una pena de muerte, inmediatamente conmutada por la de treinta años de prisión, que fue cumpliendo en el penal del Dueso, en Santoña; si bien el 23 de mayo de 1969, tras diecinueve años, fue puesto en libertad al aplicársele los indultos que el Régimen iba promulgando. Volvió a vivir a Vigo en casa de un hermano, donde falleció el 17 de agosto de 1976.

    El episodio es muy revelador del cambio de ciclo que experimentó Occidente tras concluir la guerra mundial; y también España, donde el mismo Régimen nacido de una cruel contienda conmuta primero la pena de muerte que imponen sus tribunales y luego indulta una mitad de la prisión sustitutiva; como el propio Quintas, que, una vez liberado, dicen que fue un ciudadano discreto y amable (mi familia no supo que volvía a tenerle de convecino).

    Y asimismo muestra el perfil de la familia de la que procedo, que, como muchísimas otras que yo recuerdo de mi infancia y juventud, frecuentaba la iglesia, escuchaba la reiterada predicación en favor del olvido y la reconciliación, era «de orden», vivía adaptada al Régimen (lo que se denominó más tarde el franquismo sociológico) y se sentía apolítica; mi padre decía siempre que no había que entrar en políticas, así en plural.

    La base social de los vencedores era predominantemente propicia a superar la Guerra Civil.

    Aunque también conocíamos otras familias contrarias a la situación, pero que no se excedían en sus manifestaciones adversas; no podíamos cuantificarlas, ni saber si habían caído en la moderación o el escepticismo o es que aun mantenían los miedos de posguerra.

    Más conocidas eran en cambio las posiciones de los dirigentes políticos de uno y otro bando, de las que voy a hablar.

    Las estrategias para sustituir al Régimen de Franco

    Las primeras estrategias de los políticos para sustituir al franquismo fueron de naturaleza violenta y militar, iniciadas ya desde 1937; seguidas por otra coactiva, no militar, también con intervención internacional decisiva, a partir del momento en que Churchill advirtió a los aliados de que el peligro siguiente para Occidente venía de la Unión Soviética.

    Pero desde que en 1953 Estados Unidos firma sus acuerdos con Franco, aunque ciertas naciones sigan manteniendo un verbalismo antifranquista, realmente ligan fructíferas relaciones con el gobierno español, en beneficio recíproco; incluso la organización europea del Mercado Común.

    En el período posterior a 1950 hay mucha gente en España que ya piensa en el posfranquismo y que quiere ir sentando sus bases. Pero solo el Partido Comunista (PC) trabaja en un plan concreto y significativo para hacer caer al Régimen.

    El plan de los comunistas tenía que ser pacífico en este contexto, porque ni tenían medios para otra cosa, ni era posible doblar al franquismo por la fuerza, ni la opinión interior española hubiera aceptado una vía violenta, y menos aún propiciada por el comunismo. Su estrategia consistía en una escalada repetitiva de conflictos sociales y laborales, pequeñas huelgas, que fueran preparando la opinión para llegar a la famosa «huelga general». Una huelga que paralizaría el país y dejaría al Régimen con toda su fuerza militar y policial en el aire, sin posibilidades de enfrentarse con las masas. Ese plan se complementaba con el establecimiento de un gobierno provisional de concentración entre todas las fuerzas políticas, que convocaría unas elecciones libres.

    Ése era el esquema que el comunismo aplicó en la Europa del Este al finalizar la Segunda Guerra Mundial; el gobierno de concentración lo era de todas las fuerzas antifascistas, excluyendo a los partidarios reales o ficticios de lo anterior; los comunistas no ocupaban la presidencia, ni aparentaban tener el poder, ni urgían la aplicación de sus programas; tan solo se preocupaban de ejercer el control efectivo del proceso, reteniendo por ejemplo el Ministerio del Interior, las relaciones con la prensa y los tribunales.

    Así lo explicaba Walter Ulbricht, líder comunista de Alemania del Este: nuestra política está muy clara, «tiene que parecer democrática, pero debemos tener todo bajo control». Así lo hicieron y así consiguieron de modo casi inmediato establecer dictaduras comunistas en toda la Europa Oriental hasta que cincuenta años después se hundió el Imperio soviético. En la toma del poder por el comunismo, tras una primera fase en la que se excluía a las gentes que apoyaron al sistema anterior, lo cual ya eliminaba una competencia importante, venía otra segunda en la cual los anteriores compañeros antifascistas liberales eran repudiados como no progresistas, montándoles campañas de desprestigio individuales y colectivas, con denuncias y ejecuciones por supuestos delitos de colaboración; más tarde, para prevalecer sobre los socialistas se promueve la división de éstos y el repudio de su ala supuestamente burguesa, de suerte que solo la parte dura íntimamente unida al comunismo subsiste en el poder; y desde ahí ya el dominio comunista se hace fácil. Aunque más adelante comienzan las purgas también de los veteranos y leales comunistas, a los que se acusa de nacionalismo burgués u otras cosas similares; solo en Hungría entre 1945 y 1948, 2.000 dirigentes comunistas fueron ejecutados, 150.000 enviados a prisión y 350.000 expulsados del partido con su consecuencia de pérdida de la vivienda, del trabajo, del derecho a la educación superior…² Es realmente lo que iniciaron en España durante la Guerra Civil, cuando apoyaron a Negrín como presidente del Gobierno; Santiago Carrillo, siguiendo las instrucciones de una famosa carta de Stalin, Molotov y Voroshílov a Largo Caballero, declaraba por entonces que su objetivo no era el socialismo sino la República, moderando los entusiasmos revolucionarios de socialistas y anarquistas.

    Hasta la muerte de Franco, el PC no tuvo éxito. No llegó a conseguir el evento desencadenante del cambio que era la huelga general. Pero cuando la vida de Franco se está extinguiendo, la estrategia del PC está muy avanzada en todo lo demás.

    Mientras existió la Unión Soviética (URSS), los comunistas eran expertos en montar organizaciones y plataformas «pluralistas y apartidistas», con vida autónoma, en las que ellos conseguían resultados concretos que les impulsaban a su creación; fue el caso de los Frentes Populares, de las Comisiones Obreras, de las Ligas Antifascistas, de los Congresos por la Paz, de las Asociaciones de Escritores… Lo aplicaron en la Europa del Este al finalizar la Segunda Guerra Mundial, donde establecieron gobiernos provisionales integrados por todas las fuerzas «democráticas» que, inmediatamente, consolidaron por cincuenta años dictaduras comunistas bajo la denominación de democracias populares; en Portugal se utilizó el sistema tras la revolución de 1974, poniendo al frente del Estado a una figura tranquilizadora para Occidente, el mariscal Spínola, que, cuando se creyó su función teórica y quiso ejercerla, tuvo que escapar a España; afortunadamente el proceso fue reconducido tras una década de dictadura, gracias a la presión foránea.

    En los últimos años de vida de Franco se constituyó en París la Junta Democrática, con el mismo esquema pluralista y «democrático», con miembros muy destacados ajenos al comunismo como el notario Antonio García Trevijano, José Vidal Beneyto o Rafael Calvo Serer, asociado notorio del Opus Dei; este último era el presidente, el Spínola español. El catedrático y empresario Teodulfo Lagunero, hoy en mi agenda de amigos, que durante unos veinte años financió el Partido Comunista de España y a Santiago Carrillo, a quien introdujo en España con la peluca, aun agradeciendo expresamente su labor, tiene publicadas las siguientes palabras³: «En cuantas reuniones tuve con Trevijano o con Calvo Serer, o después con Pepín Vidal, me producía una sonrisa interior oírles hablar de la Junta Democrática como algo que ellos controlaban y dirigían. Consideraban que poco menos que manejaban a Santiago Carrillo y al Partido, cuando en realidad eran ellos los manejados por Santiago y por el Partido». La Junta estaba destinada a constituirse como Gobierno Provisional de España cuando al morir Franco las circunstancias lógicas y las inducidas crearan el adecuado vacío de poder

    Influencia en España de la revolución portuguesa

    El 25 de abril de 1974 tuvo lugar en Portugal la «revolución de los claveles», que ponía fin al régimen salazarista. Detrás de dicha revolución estaban elementos comunistas y otros situados aún más a la izquierda que el PC –lo cual suponía un izquierdismo muy radical en una época en que el comunismo portugués no tenía asimilado aun a Gramsci ni vivía en el llamado «eurocomunismo»–; y con una técnica muy propia de los movimientos revolucionarios comunistas, se quiso montar una etapa provisional, que permitiera un segundo paso de dominio de la situación, presentando los comienzos con un cierto aire inofensivo, tranquilizador, inundando el mundo con las fotos de soldados que ponían flores en los cañones de sus armas, y otorgando el poder a una Junta Militar, cuyos miembros eran las personalidades de máximo prestigio de cada Ejército, y para cuya presidencia se designó al general Antonio Spínola, hombre elegante, clásico, con monóculo, y autor de un libro Portugal e o futuro, en el que discrepaba de la política africana del salazarismo, pero sin proponer nada inquietante. Aquella junta presentó el llamado «Programa do MFA» que era asumible por cualquier demócrata, ya que proponía la abolición de la censura y de la PIDE – la policía política salazarista–, más justicia social, la lucha contra los monopolios y elecciones libres a una Asamblea Constituyente que redactara y aprobara una nueva Constitución.

    Pero el juego de la izquierda revolucionaria comenzó a desvelarse muy pronto. Tuvieron poca paciencia, seguramente porque predominaban militares situados a la izquierda del comunismo, y ya a las pocas semanas se constituyó una «Comisión Coordinadora» al margen de la junta de Spínola, y que representaba un contrapoder izquierdista, favorecedora de soluciones violentas y que fue dando pie a multitud de conflictos. En septiembre se monta en Lisboa una manifestación de la «mayoría silenciosa» en apoyo a Spínola, que es el presidente de la República, y los comunistas y fuerzas afines levantan barricadas y organizan fuerzas para impedir aquel testimonio de apoyo al general, quien dimite. Hasta que el 11 de marzo de 1975, hay un intento de golpe de Estado, no organizado por Spínola, pero en el que había aceptado que se contara con él, y escapó a España.

    Aquí todo el mundo miraba a Portugal pues sabíamos que Franco –que ya en el verano de 1974 tuvo sus primeros graves problemas de salud– no viviría mucho más. La izquierda se hacía la ilusión de que la experiencia portuguesa podría repetirse en España, para lo cual sería necesario conseguir movilizaciones en la calle en su momento. Aunque los socialistas temían al comunismo tanto como al franquismo, no podían alejarse del instrumento que constituía la Junta Democrática de París, y por ello, como vamos a ver más abajo, acabaron entrando en una organización nueva que fundía su «plataforma» con la Junta Comunista, y que por ello se llamó «Platajunta».

    En definitiva toda la izquierda buscaba y consideraba próxima la «ruptura» del Régimen. Y los que no eran de izquierdas, tanto los franquistas como los aperturistas y la oposición «moderada», veían el fenómeno portugués con preocupación. No querían que se repitiese en España, pues eliminado Spínola, el Conselho da Revoluçao, dominado por el izquierdismo radical, ejercía una dictadura socialista que pronto se constitucionalizó, sometiendo al país al desorden y al miedo; la Constitución portuguesa que se aprobó entonces, además de consagrar Portugal como República socialista, establecía la supremacía del Conselho da Revoluçao sobre el Parlamento.

    Por aquellos meses, yo era jefe del Gabinete Técnico del subsecretario de Hacienda, subsecretaría que desempeñaba José López Muñiz. Fue en ese momento cuando Pío Cabanillas⁴, ministro de Información de Franco, poco antes de ser cesado, nos invitó a almorzar a la Casa de Suecia, donde, dirigiéndose a mí –que era conocido como miembro de Tácito–, dijo que las cosas no te­nían remedio, porque el Régimen se negaba a organizar una transición, y pronto estaríamos gobernados por «los de París», que eran la Junta Democrática que había organizado Carrillo.

    Existía una segunda línea de preocupación en las esferas oficiales, respecto de Portugal. Por razones históricas habría sido fatal que diéramos la impresión a los portugueses de que queríamos interferir en sus asuntos. Y por eso, el mismo día que Spínola entró en España, el vicepresidente y ministro de Gobernación García Hernández, que por haber sido antes consejero delegado del Banco Exterior vino a almorzar con unos cuantos directivos al banco, cuando yo después del almuerzo le acompañé hasta el ascensor, me habló de la prudencia gubernamental en este tema, y me enseñó un pasaporte que llevaba en el bolsillo a nombre de Spínola, para dárselo personalmente aquella tarde y para que inmediatamente pudiera irse a otro país desde España; como así hizo. Y cuando a poco de morir Franco fui director general de Política Interior, por encargo de Fraga hube de llamar a un inteligente y doble compañero de cuerpo (del de Abogados del Estado y del de inspectores de los Servicios de Hacienda), para decirle que inmediatamente cesara en la organización de depósitos de armas e instrucción militar que estaba dirigiendo, con otros, en el campo de Salamanca, con vistas a intervenir en Portugal, porque en otro caso y en veinticuatro horas sería detenido; no reconoció ni negó nada, pero lo cierto es que aquella actividad cesó.

    Reforma frente a ruptura

    Cuando Franco muere se plantea el dilema ruptura-reforma. La ruptura era, aunque pacífico, un planteamiento revolucionario. Suponía colocarse algún tiempo fuera de la legalidad vigente para anularla y dictar otra nueva, inicialmente sin respaldo de ley previa habilitante. Visto desde hoy, y dado que la vía reformista condujo a un cambio sustancial de la situación, puede parecer que aquel debate era puramente intelectual, semántico o de salón. No era así. Si he expuesto los antecedentes, es para que se comprenda que la tesis de la ruptura tenía una larga trayectoria de preparación, y que además, como vamos a comprobar más adelante, ya con Franco muerto, se intentó desencadenar la paralización de la vida social que hiciera caer al poder, para ser recogido en la calle por quienes estuvieran preparados para ello.

    Frente a la bandera de la ruptura, enarbolada por el PC y otras fuerzas de izquierda, y seguida por el PSOE (Partido Socialista Obrero Español), se levantó la de la reforma. Había muy serias motivaciones para optar por ella:

    –Muchos españoles, aun creyendo que el franquismo había exagerado su propaganda al respecto, no dejaban de comprender que los movimientos de ruptura liderados por el PC habían generado dictaduras comunistas que subsistían en el Este de Europa como la que se estaba iniciando en Portugal.

    –No pocos, entre los que yo estaba, temíamos además que los intentos rupturistas provocaran un golpe militar que endureciera la situación y nos retornara a épocas ya superadas del franquismo, cerrando de momento el camino a la democracia y quizá provocando situaciones trágicas más adelante como reacción.

    –Naturalmente los franquistas evolutivos se apuntaban también a la vía reformista, pensando en que de esa manera se conservaría buena parte del legado de Franco.

    El reformismo, en mi opinión, era necesario, imprescindible. Pero nada fácil.

    Esquema del tiempo de la transición

    DIFICULTADES DERIVADAS DEL ENTORNO MUNDIAL

    La circunstancia del tiempo de la transición era esencialmente diferente de la actual. No podemos juzgar el entonces con criterios de hoy; es imprescindible, aunque sea en modo casi esquemático, observar el contexto para juzgar y valorar lo que hicimos en aquellos años.

    –No había caído el muro de Berlín; medio mundo estaba sometido a gobiernos comunistas totalitarios; el objetivo de Occidente era intentar mantener el statu quo con la Unión Soviética sin desencadenar una temida guerra nu­clear, y no se conseguía porque el Imperio soviético era mucho más expansivo y apoyaba la instalación del comunismo en nuevas áreas.

    –Cuba y Fidel Castro eran grandes referentes. Muchos líderes derechistas occidentales iban a Cuba a entrevistarse y fotografíarse con Fidel Castro, y ello lo utilizaban como factor de legitimación democrática en Occidente.

    –Mentes muy prestigiosas preveían un futuro socialcomunista del mundo.

    Schumpeter, cuyas obras se seguían editando en las décadas de 1960 y 1970, con su indudable prestigio mundial y una escuela de economistas que le seguía, pronosticó la destrucción del capitalismo.

    El teólogo católico Miguel Benzo, que vivió y murió dentro de la ortodoxia, viaja a Cuba en 1984. Y a su vuelta escribió un artículo en Ya exponiendo la necesidad de que la Iglesia afrontara la nueva evangelización de los bárbaros, dado que el triunfo del comunismo era inevitable.

    En Occidente dominaba el keynesianismo intervencionista. Los más liberales patrocinaban y admiraban el modelo socialdemócrata sueco. El partido de derechas en Portugal se llamaba Partido Social Demócrata (PSD). Los popperianos de estos últimos tiempos, que quizá no han leído a Popper, se escandalizarían si conocieran su obra tan citada La sociedad abierta y sus enemigos, donde el patriarca liberal confiesa que su ideal es la socialdemocracia sueca.

    DIFICULTADES AÑADIDAS DE ESPAÑA

    Dentro y fuera de España se pronosticaba para nosotros, a la muerte de Franco, una vuelta a los enfrentamientos de la Guerra Civil.

    Vivíamos una muy importante crisis económica desencadenada a finales de 1973; teníamos grados de inflación tremendos⁵, con subidas salariales de más del 20 por ciento

    Del régimen de Franco se mantenía «el Búnker», gentes decididas a evitar la democracia y que parecían tener muchísimo poder.

    El Ejército estaba despolitizado, probablemente menos franquista de lo que se creía, pero era fiel a las esencias de la unidad de España y del anticomunismo.

    Había «familias» con diferentes planteamientos reformistas. Pero, junto a ellas, otros grupos admitían alguna evolución con un carácter más o menos cosmético.

    Mientras, la oposición de izquierdas planteaba francamente la ruptura y manifestaba unos propósitos alejados de la democracia occidental, a la que llamaban despectivamente «burguesa». Reflejo a continuación algunos datos.

    LA MUY PROBLEMÁTICA IZQUIERDA A LA MUERTE DE FRANCO

    El Partido Comunista de España (PCE)

    El PC era una de las grandes realidades políticas y parecía llamado a convertirse en principal actor del futuro.

    •Jugaba al eurocomunismo. Había marcado alguna distancia respecto de la represión soviética en Hungría.

    •Pero no podía ni quería dejar de ser prosoviético y de patrocinar el comunismo mundial.

    •Había entonces muchísimos regímenes comunistas en el mundo; todos absolutamente eran dictaduras fundamentalistas.

    •A través de Comisiones Obreras (CCOO) ya había conseguido un gran dominio de la organización sindical del franquismo, y por ello en la transición postulaba el mantenimiento de la unidad sindical, como habían hecho los suyos en Italia y Portugal.

    •Aceptaba la democracia instrumental para llegar al poder; pero no decía lo que haría con el poder una vez conquistado.

    Cuando mi amigo José Luis Iglesias Riopedre, en la órbita del comunismo, viene a verme con un dirigente de dicho partido en 1964-1965 para hablarme de una alianza PC-católicos «progresistas» a fin de derrocar a Franco, me facilitan literatura de Carrillo (el famoso Después de Franco, ¿qué?) y folletos programáticos del partido, con lo que querían justificar la aceptación por el PC de la vía democrática. Desafortunadamente para su tesis, yo leí despacio todos aquellos papeles, y les dije: «Ya veo que habéis renunciado a la vía revolucionaria para llegar al gobierno y aceptáis la democrática; pero me interesa me digáis lo que aquí no se dice. Si por la vía democrática llegáis al poder, ¿vais a permitir libertad de partidos, también partidos de la derecha capitalista?». La contestación del compañero de Riopedre, que era el jefe, fue rápida: «Permitiremos todos los partidos que no se opongan a los principios del socialismo». Yo les respondí que el pacto que me ofrecían era el mismo que me proponía Franco, que también aceptaba todo lo que no se opusiera a los principios del Movimiento (no les dije que yo había leído a Marx, quien aconsejó a los suyos que no hablaran de planes posteriores a la revolución y toma del poder).

    Y en la Segunda Conferencia Nacional del Partido Comunista de España, en 1975:

    •Definen una etapa «intermedia» antimonopolista y antilatifundista; en ella la clase trabajadora se pone al frente de las masas populares en alianza con los antimonopolistas. «Esta etapa es la de la democracia política, social o democracia antimonopolista y antilatifundista.» Reconocían el carácter multinacional del Estado, el derecho de autodeterminación de Cataluña, el País Vasco y Galicia, la libre unión de todos los pueblos en una República federal, la nacionalización de la banca, entidades financieras, seguros, empresas monopolistas, entregando las tierras a quienes las trabajan.

    •Pero hablan luego de una «etapa final», que es la de la revolución socialista, con «abolición de toda forma de propiedad privada capitalista… de forma gradual…». Y «modelo de socialismo pluripartidista y democrático…».

    Como vemos, en la primera fase admiten en su juego democrático a personas o grupos no-socialistas si son antimonopolistas, aunque ello lo hacen para poder llegar a la siguiente etapa. Pero en esa etapa posterior, solo conciben un pluralismo socialista.

    Lo mismo que me habían dicho a mí en la década de 1960.

    Tenían, no obstante, un aspecto muy positivo, y es que ambicionaban jugar dentro de la legalidad para conseguir sus fines; y por ello, como relataré, en junio de 1976 aceptaron las dos condiciones que yo les transmití para ser legalizados.

    El Partido Socialista Obrero Español (PSOE)

    Había dos.

    Los del exilio, el PSOE-Histórico, tenían un gran pragmatismo; cuento más adelante mi larga reunión con don José Prat (exdirector general de lo Contencioso en la II República, letrado del Consejo de Estado), Víctor Salazar (exsecretario de Indalecio Prieto y primer secretario del PSOE-H), ambos llegados de México, y con Manolo Murillo, gallego, del «interior», que asumió la secretaría del Partido.

    Pero había también el socialismo de los jóvenes del interior, los que acabaron prevaleciendo, dirigidos por Felipe, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo, Múgica… Se caracterizaban por su radicalismo, al menos verbal, la necesidad que sentían como prioritaria de ganar la batalla al PC y, sin embargo, paradójicamente, su servidumbre ideológica respecto del comunismo. Fijémonos, sin mayores comentarios, en unos cuantos datos:

    •En la Declaración de Suresnes de octubre de 1974, con el poder en manos del tándem González-Guerra, dicen que «el restablecimiento de la democracia en España requiere, con carácter inexcusable… reconocimiento del derecho a la autodeterminación de todas las nacionalidades ibéricas».

    •En el congreso autorizado de UGT (Unión General de Trabajadores) en 1976, como luego cuento, reivindicaron con orgullo su golpe de Estado de 1934 contra la República.

    •El «moderado» Miguel Boyer, en la escuela de verano de 1976, diseña un programa económico copiado de los países comunistas del Este; un mix entre Rusia y Yugoslavia; lo refleja en el libro de 1976 Socialismo es libertad.

    •Es en el congreso de 1976 cuando definen el PSOE como partido marxista; antes solo era una fuente inspiradora.

    •Solicitan a la Asamblea del Consejo de Europa que condene la Ley para la reforma de Suárez.

    •Piden la abstención en el referéndum de la Ley para la reforma Política que abrió la democracia.

    •Se niegan a legalizarse durante muchos meses, porque no aceptan inscribirse en un registro.

    •Reiteran como lema en materia educativa el de «escuela pública, única, laica y autogestionaria».

    •El primer ministro de Educación de Felipe González, José María Maravall, en su libro Política de la transición de 1982, afirma que es difícil compatibilizar democracia y socialismo y que la solución es un neobolchevismo.

    •El primer consejero de Obras Públicas de la Comunidad de Madrid con Joaquín Leguina, un tal Mangada, abandonó el proyecto en marcha de la M40, diciendo que el capitalismo se estaba hundiendo en el mundo, el tráfico viario caería y por tanto no era necesario hacer carreteras.

    •Francisco Fernández Ordóñez, cuando se pasa al PSOE y es presidente del Banco Exterior, en 1983 cena en mi casa de Montepríncipe con su mujer Maripaz y, para explicar el gran recorte de retribuciones que implantó en el banco, nos dijo que en el nuevo tiempo socialista que se iniciaba, ya los ciudadanos apenas necesitaríamos el dinero, porque todas nues­tras necesidades, incluso las del ocio, serían gratuitamente satisfechas por el Estado.

    •Aunque es cierto que González fue introduciendo el pragmatismo en la política del PSOE gobernante, todavía en 1986-1987 se publican los tres libros Jávea I, Jávea II, Jávea III, de la Fundación Sistema, presidida por el entonces vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, con planteamientos y objetivos que hoy nos parecen «curiosos»; manifiestan tener que aceptar desigualdades en los ingresos de los ciudadanos, pero estableciendo su igualación mediante el gasto público (para «la igualación de la renta real que –directa o indirectamente– perciben todos los ciudadanos»); entienden que la organización familiar impide la generalización de la solidaridad, por lo que proponen un nuevo modelo de familia pensando en «fomentar la colaboración de familias en viviendas múltiples para la realización de tareas comunes» (la querencia socialista por la «comuna»)…

    Los marginales

    Existían otros grupos como ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores), más o menos derivados de movimientos católicos, cuyo apoyo popular se ignoraba, pero que tenían capacidad para provocar conflictos como el de Vitoria que describiré.

    Y además de ETA (Euskadi ta Askatasuna) había otras organizaciones terroristas, alguna notable, como el GRAPO (Grupos de Resistencia Antifascista Primero de octubre), que nos plantearon graves dificultades en el proceso.

    ELEMENTOS MÁS FAVORABLES A LA TRANSICIÓN REFORMISTA

    Los medios de comunicación social

    Además del pueblo, «la calle», que como ya digo antes quería dejar atrás la Guerra Civil, la Ley Fraga de Prensa e Imprenta, con las lógicas limitaciones de aplicarse dentro de un régimen autoritario, había representado un cambio notabilísimo dentro del franquismo al suprimir la censura previa.

    No podía decirse que los contenidos de la prensa en la década de 1970 fueran prodemocráticos; pero lo singular, lo que destacaba, eran esas tendencias. Creaban un dinamismo a favor del cambio; aunque también polivalente en su resultancia.

    La oposición «moderada»

    Así se llamaba a la oposición de derechas o de centro.

    Sufría un problema de desideologización porque el franquismo ya hacía mucho tiempo que había arrumbado sus orígenes intelectuales; y el cristianismo, que era la filosofía social dominante en la década de 1960, como consecuencia de las aplicaciones del Concilio, era en el pensamiento social casi inoperante, porque en su seno cabía una cosa y la contraria; había muchos católicos pero no una filosofía católica de la vida social generalmente aceptada. La filosofía hegemónica en España a la muerte de Franco era la marxista, que influía en las gentes de derechas, era la predominante en la universidad y tenía una presencia muy notable en la Iglesia.

    Esta oposición moderada, la que luego fue «liberal», «socialdemócrata», «democratacristiana», «conservadora»… era, en general, reformista, aunque suave y complaciente. Pero por las posiciones sociales o profesionales de muchos de sus miembros, estaba bien situada para empujar el cambio. Podía jugar para el futuro gozando de libertades y medios del presente.

    La Iglesia

    Dado lo ocurrido en la década de 1930 y en la Guerra Civil, probablemente era «contra natura» que la Iglesia española no se hubiera apoyado inicialmente en el franquismo. Pero aparte de venir predicando la reconciliación desde siempre, necesitaba cambiar cara al futuro previsible. Lo cual coincidió con los vientos de renovación que en la Iglesia universal trajeron la «Pacem in Terris» y el Concilio Vaticano II.

    Y la Iglesia española utilizó la fuerza derivada de la posición que gozaba para promover aires democráticos y ayudar a quienes no tenían voz. Impulsó el cambio y el reconocimiento práctico de los derechos humanos; no sin dificultades, pues en el desconcierto de la apertura conciliar había posiciones cristianas contradictorias que, no obstante, todas se consideraban fieles intérpretes de su doctrina.

    Asociación Católica de Propagandistas

    Dentro de la Iglesia y por el papel que luego voy a relatar jugó en la transición, debo decir algo sobre lo que es esta asociación, nacida en España en 1909, organización católica orientada a la vida pública; su primer presidente fue Ángel Herrera, joven abogado del Estado que luego se hace sacerdote, posteriormente obispo de Málaga y más tarde cardenal.

    En una España bastante radicalizada, esta asociación preconiza el posibilismo, hacer el bien posible en cada momento huyendo del «todo o nada»; es una filosofía que plantea a través de El Debate, un muy importante medio de comunicación que funda y mantiene. Y promueve la actuación a través de minorías, de acuerdo con las ideas que Ortega difunde. La placa de esta asociación, que está colocada en la fachada del Colegio Mayor de San Pablo en la calle Isaac Peral de Madrid, da cuenta de su propósito de formar minorías selectas, con capacidad de dirección para el bien común.

    Por ello, al constituirse la II República, en conexión con el nuncio y las ideas del Vaticano, recibiendo muchas críticas de los próximos, proclamó el acatamiento a la legalidad republicana y la tesis del accidentalismo en cuanto a formas de gobierno (como ya lo había defendido el iusnaturalismo de nuestro Siglo de Oro y específicamente Francisco de Suárez).

    Puso en marcha sindicatos agrarios, asociaciones de estudiantes católicos en la universidad, instituciones de crédito popular, periódicos, el CEU (Centro de Estudios Universitarios) que ha llegado a tener tres Universidades en España amén de muchos otros centros docentes de distintos niveles, una cadena de periódicos y editorial integradas en EDICA (Editorial Católica) …

    Y acto seguido, el pequeño grupo del consejo de redacción de El Debate, promovió desde la nada la creación de la CEDA, que en un solo año se convirtió en el primer partido político de España.

    Por esa postura posibilista y de acatamiento al poder constituido, aunque miembros de esta asociación son asesinados por los republicanos en los comienzos de la Guerra Civil, Ángel Herrera no acepta inicialmente la sublevación militar. Si bien luego, establecido el régimen de Franco, sin perjuicio de que algunos de sus socios se negaran a cualquier colaboración (Gil Robles y Quiñones, Jiménez Fernández…), se estimuló la entrada de muchos otros que, desde dentro del sistema, pudieran orientarlo hacia posiciones acordes con el humanismo cristiano. De hecho contribuyeron a aproximarlo, aunque muchos que lo pretendieron no lograron cambiar las líneas maestras del edificio autoritario. En ello participaron personalidades de la institución como José Larraz, Ibáñez Martín, Martín Artajo, Ruiz-Giménez, Silva Muñoz, Alfonso Osorio, Jacobo Cano, José María Sánchez Ventura…

    Más tarde, a partir de una asamblea en Manresa en 1968, mientras otros «propagandistas» continuaban trabajando el posibilismo dentro del régimen de Franco, como Federico Silva y otros distinguidos colaboradores y amigos suyos, el presidente Abelardo Algora nos reunió a un grupo predominantemente joven para preparar soluciones democráticas posibles y cristianas, «un futuro de convivencia en justicia y libertad», como rezaba el eslogan que adoptamos, a propuesta de José María Belloch, padre de un ministro socialista de Justicia. Era un nuevo posibilismo, al margen de lo oficial, sin seguir los caminos rupturistas que proponían PSOE y PC.

    Promovimos campañas proderechos humanos, y específicamente a favor del derecho de asociación política y del regiona­lismo.

    Apoyamos –y algunos financiamos; yo lo hice para el informe de Jorge de Esteban que se publicó con el título Desarrollo político y Constitución española⁸– trabajos jurídicos que permitieran el tránsito ordenado y pacífico desde la legalidad franquista, autodefinida en sus principios como «permanente e inalterable», a otra democrática, lo que Torcuato Fernández Miranda definió luego como el camino «de la ley a la ley».

    Hicimos bajo la dirección de Abelardo Algora varios tanteos fracasados, como el de montar una revista que se llamaba Temas para Debate, nombre que habíamos registrado y luego utilizó Alfonso Guerra.

    Y finalmente acertamos cuando decidimos nuclearnos con el pseudónimo de Tácito, sobre la base de redactar y publicar un artícu­lo semanal, al menos en el diario Ya, sucesor de El Debate, y en otros de la Cadena EDICA, fundados por esta institución. A Tácito y su relevancia en la transición, me refiero más adelante.

    2          El arranque de la transición

    La Corona

    PRIMEROS CONTACTOS CON SU MAJESTAD

    Conocí a Don Juan Carlos sobre 1965; yo preparaba oposiciones residiendo en el Colegio Mayor de San Pablo, y su director, Jacobo Cano, que murió en accidente dentro de la Zarzuela siendo secretario de la Casa del entonces príncipe, nos decía que debíamos apoyar a Don Juan Carlos; cuando le preguntabas por qué, te contestaba que «es a quien conocemos»; aunque conocíamos también a don Alfonso de Borbón, de quien algunos decían que, dentro del régimen de entonces, era candidato a suceder a Franco; y don Alfonso había sido colegial del San Pablo; le ayudaba financieramente Carlos Abella, que se jubiló como embajador en el Vaticano, y jurídicamente Landelino Lavilla, quien sostenía en aquel tiempo que, de acuerdo con los criterios del Código Civil, el abandono de los derechos propios es posible, salvo que sea en perjuicio de tercero; de este modo, según él, la renuncia al trono efectuada por el padre de don Alfonso (príncipe de Asturias) solo era válida para el renunciante, pero no para su hijo, y ello le convertía dinásticamente en «heredero». Pero en cambio Jacobo nos aproximaba a Don Juan Carlos, que venía a nuestra fiesta de fin de curso, otras veces de visita al colegio, sorprendiéndonos porque en el bar nos pedía un «celtas», que era el cigarrillo más barato del mercado; un día Jacobo nos llevó a unos diez colegiales a dialogar con el príncipe al Palacio de la Zarzuela; yo como joven opositor era contestatario y le llevé la contraria en varios puntos, llamándome la atención que él exponía criterios oficiales sobre la realidad social, pero no entraba a discutir mis discrepancias.

    SU MAJESTAD, «MOTOR DEL CAMBIO»

    Cuando el 20 de diciembre de 1975 soy designado director general de Política Interior, después de escuchar el discurso de Fraga en el ministerio impulsándonos a trabajar sin descanso, a sacrificar horas de sueño, «que no mata –nos decía– porque se puede compensar con la alimentación», a aceptar el riesgo de un infarto por el servicio a España, etc., pedimos uno a uno ir a cumplimentar al Rey. Cuando fui a verle creo que no me recordaba de los años 60; le comenté la rara sensación que tenía porque solo dos meses antes yo estaba sometido a procesamiento por el Tribunal de Orden Público (aunque sin consecuencias) y en aquel momento estaba en posición radicalmente diferente; y no le oculté que yo no tenía sentimientos monárquicos, que era accidentalista en cuanto a las formas de gobierno; aunque consideraba que en aquel momento mi deber era apoyar a la Corona, porque me parecía que era el mejor sistema para un cambio pacífico hacia la democracia;

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