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La respuesta esta en el viento
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Libro electrónico142 páginas2 horas

La respuesta esta en el viento

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La respuesta está en el viento, es la primer novela de Francisco Medina en donde nos hace un relato de la vida de un grupo de adolescentes en Tlatelolco en pleno 1968, año que se vio ensombrecido por los trágicos acontecimientos de la “Noche de Tlatelolco” donde centenares de estudiantes, mujeres, hombre y niños fueron masacrados por las fuerzas armadas. Ambientada en la moda, la música, la cultura popular y sobre todo el primer amor, nos lleva a recorrer los días previos y posteriores al 2 de Octubre.



IdiomaEspañol
EditorialGRP
Fecha de lanzamiento17 sept 2018
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    La respuesta esta en el viento - Francisco Medina

    © Francisco Medina

    © Grupo Rodrigo Porrúa S.A. de C.V.

    Lago Mayor No. 67, Col. Anáhuac,

    C.P. 11450, Del. Miguel Hidalgo,

    Ciudad de México.

    (55) 6638 6857

    5293 0170

    direccion@rodrigoporrua.com

    1a. Edición, 2018.

    ISBN:

    Impreso en México - Printed in Mexico.

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio

    sin autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Características tipográficas y de edición:

    Todos los derechos conforme a la ley.

    Responsable de la edición: Rodrigo Porrúa del Villar.

    Corrección ortotipográfica y de estilo: Graciela de la Luz Frisbie y Rodríguez /

    Rodolfo Perea Monroy.

    Diseño de portada: Grupo Rodrigo Porrúa

    Diseño editorial: Grupo Rodrigo Porrúa S.A. de C.V.

    A mis amigos de la infancia y de toda la vida: Jorge, Raúl, Rodrigo, Poncho, Toño.

    A mi papá Jorge, mi madre, mi tío Jaime y mis hermanos.

    Capítulo I

    27 de julio de 1968

    Vivir en Tlatelolco era toda una aventura. Era nuestro mundo, nuestra pequeña ciudad dentro de una enorme metrópoli. Teníamos cuatro años viviendo allí desde que llegamos desplazados de la colonia Guerrero por la ampliación del Paseo de la Reforma. En los últimos dos años las cosas habían cambiado mucho. Las escapadas nocturnas para meternos en las cepas de los cimientos burlando la vigilancia de los soldados y sacando figurillas de barro y obsidianas que después en nuestra ignorancia lavábamos quitándoles todo su valor, las largas jornadas nocturnas de coladeritas, nuestros juegos infantiles habían quedado atrás para dar paso a nuevos intereses: la música y las chicas. También eran los días de nuestras primeras tardeadas en el departamento de Javier, uno de los chavos grandes del cuadro, en donde podíamos escuchar la música de moda, bailar con las amigas y admirar a las chicas que nos gustaban, y a quienes no nos atrevíamos a hablarles.

    Mis amigos y yo nos reuníamos en el cuadro, algunas veces sentados en las bancas, otras en el asta bandera o en una estructura metálica ondulada, destinada a que jugaran los niños, pero que nosotros habíamos expropiado. Ese día estaban Jorge, su primo Raúl, Poncho, Carlos El Pillo y su primo Gabriel y los cocolisos, Rodrigo y Toño, los más chicos del grupo.

    Jorge estaba en la vocacional, en la Wilfrido Massieu, los demás estaban por salir de la secundaria. Jorge era el mayor de todos con sus dieciséis años; siempre tuvo siete meses más que yo y siempre los tendrá. Seguían El Pillo, Raúl, Alfonso y Gabriel con catorce y trece años. Y los cocolisos con sus doce y once años, ellos aún estaban en la primaria.

    Jorge nos presumía que su mamá le acababa de comprar un nuevo disco de los Beatles, nada menos que El Sargento Pimienta. Todos lo oíamos con una mezcla de asombro y envidia. Era el único que podía darse el lujo de comprar discos en esa época.

    En eso estábamos cuando llegó Ricardo, un chavo que se juntaba poco con nosotros. Estudiaba en la Voca 5, en Ciudadela, y presumía de ser uno de los porros más conocidos de su escuela, pero todos sabíamos que era mentira. Además, era el más salado de los salados, siempre le salían mal las cosas. Traía un parche en el lado derecho de la cabeza y Gabriel le preguntó qué le había pasado.

    ¡¿Qué no saben nada?! —preguntó casi molesto. Nosotros nos miramos intrigados, levantamos los hombros y le dimos un rotundo ¡no! Eso bastó para que se soltara con su historia. Pensé que era una de sus tantas fantasías porriles.

    —No, sí estuvo bien grueso. Y era de esperarse que los de la Ochoterena no se iban a quedar tranquilos, así que nos cayeron el miércoles a pedradas en la voca —le oíamos decir.

    —¿Y luego qué pasó? —se apresuró a preguntar El Pillo.

    —No, pues llegaron los granaderos y que se meten a la escuela a punta de garrotazos y con gases lacrimógenos. Golpearon a varios chavos y a algunos maestros que trataban de impedir que entraran. Yo me pude desafanar en medio del alboroto, pero se cargaron a varios compañeros y unos maestros. El jueves, la FENET convocó a una manifestación de protesta para ayer, marchamos de la Ciudadela al Casco de Santo Tomás, pero algunos empezaron a decir que nos fuéramos al Zócalo para hacer un mitin. Cuando estábamos a punto de llegar, fuimos agredidos y bajados de los camiones por los granaderos que ya nos estaban esperando. Yo veía a los granaderos rajando cabezas, derribando cuerpos a culetazo certero; los pude ver agruparse para disparar granadas de gas lacrimógeno. Nuestra única manera de defendernos era lanzarles piedras y mentarles la madre. Los que pudimos nos escapamos y llegamos hasta la Alameda en donde los de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos tenían una manifestación por el aniversario de la Revolución Cubana. Allí les dijimos que los politécnicos estaban siendo golpeados por los granaderos, algunos decidieron ir a apoyarnos, pero resultó peor. Los trancazos se pusieron duros y nos metieron una corretiza hasta avenida Juárez donde se cargaron a los que pudieron.

    —Entonces estuvo duro —dijo Jorge—. En la Wilfrido no se comentó más que de un pleito de porros.

    —No, si la cosa se va a poner peor, van a ver. Esto no se va a quedar así. Dicen que va a haber una gran movilización de estudiantes.

    —Ya veo. Nomás ve cómo te dejaron la cabeza —le dijo Gabriel.

    —Y si te dijera cómo fue, no me vas a creer.

    —De seguro fue un macanazo —le dijo burlonamente.

    —No güey, fue una piedra que aventó uno de los compas y que rebotó en uno de los camiones y me dio a mí.

    Todos soltamos una sonora carcajada y el Pillo exclamó:

    —¡Qué pinche suerte tienes! —mientras Raúl le decía—: No hombre, si a salado, a este nadie le gana.

    Ricardo se puso bien colorado y se molestó porque nos estábamos burlando de él. Nos preguntó quién iba a ir a la tardeada en el depa de Javier. De todos, sólo El Pillo, Gabriel y yo estábamos apuntados para ir.

    Serían las seis de la tarde cuando se despidió de nosotros y se fue. Después se fueron casi todos, sólo nos quedamos Gabriel, El Pillo y yo haciendo planes para el día siguiente.

    El Pillo y yo terqueábamos sobre las posibilidades de que Patricia pudiera hacerme caso. Pero él se empeñaba en asegurarme que eso era imposible, porque el que andaba tras de ella era Javier. Le dije que eso no era cierto porque Javier andaba detrás de Violeta, la hermana de Patricia. Gabriel sólo nos escuchaba y en algunos momentos dejaba escapar una leve sonrisa. El Pillo me sacó más de onda cuando me dijo que la única posibilidad que tenía era ligarme a Gabriela, la hermana menor de Patricia y Violeta. A Gabriela la conocíamos como una chavita fresa, y como decía el Pillo, una matadita en los estudios. —Con ella sí, para que veas, tienes chance, los dos son muy parecidos, unos mataditos para el estudio y más o menos de la misma edad —dijo burlonamente.

    Sus palabras me dejaron helado, pero insistí en que haría mi luchita con Patricia. Gabriel seguía observándonos en silencio, pero cuando más discutíamos El Pillo y yo, nos dio una palmada en los hombros y nos hizo una señal con los ojos para que viéramos que, en esos precisos momentos, Patricia desfilaba del brazo de Ismael. Al pasar junto a nosotros, nos echó una de sus miradas barredoras y su frase favorita: —Quihubo, escuincles.

    Sentí que me echaban una cubetada de agua helada, me puse más rojo que un tomate y sólo atiné a clavar la mirada en el piso, sepultando con ella mis esperanzas de Don Juan. El Pillo y Gabriel reían a carcajadas. Me despedí de ellos con un simple Ahí nos vemos y me subí a mi departamento. Esa noche, no pude dejar de pensar en la imagen de Patricia con Ismael, y a pesar de mi terquedad, sabía que mis amigos tenían razón.

    Al día siguiente en la escuela, tuvimos un fuerte debate con la maestra de educación artística; nos estaba hablando de los grandes maestros de la música clásica y de la gran diferencia que existía entre esta y el rock.

    En un momento, le pregunté si podría darse la fusión entre el rock y la música clásica y de inmediato lo negó; sin embargo, yo le insistía en que sí podría ser y que se lo podría demostrar, tal fue la discusión que al final aceptó que si yo se lo demostraba, quedaría exentó del examen final.

    Esa misma tarde, aún con la mente hecha un torbellino por Patricia, me metí a bañar y empecé a arreglarme. Estaba terminando cuando llegó mi primo Miguel Ángel para buscar su reloj que había dejado encima del ropero, él vivía en el departamento que quedaba enfrente del nuestro, pero por las noches se quedaba a dormir con nosotros. Se me quedó viendo y no pudo evitar su clásico comentario: —Y ahora tú, ¿en qué sonora tocas? —Me había puesto la que creía era mi mejor camisa, una anaranjada con motitas blancas, puños de cinco botones y cuello ancho, con unos pantalones verdes botella y mis botas negras.

    —¿Qué, se ve mal? —pregunté irónicamente.

    —No güey, sólo que una bolita más y se vería ridícula. Por lo que veo, te gusta ser la botana en las fiestas.

    —¿Entonces qué me pongo?

    —No sé, qué te parece la playera guinda y el pantalón de mezclilla, por ejemplo. Si vas así, nadie va a querer bailar contigo y mucho menos ¡Pa-tri-cia!

    Sentí una gran vergüenza y me puse tan colorado que la camisa parecía resaltar más.

    »¿Qué pasó?, no se apene, está bien que le gusten las chavas, ya era hora. Pero ahí sí la tienes perdida.

    —Pero a mí me gusta mucho.

    —No sólo a ti, yo sé dos que tres que le andan queriendo llegar y el más apuntado es Ismael.

    —Sí, ayer los vi juntos.

    —Ya ves. Mejor lígate a Gaby, tú y ella son más o menos de la misma edad y yo sé de muy buena fuente que le pasas.

    —¿A Gaby? Pero... —le dije en los momentos que me cambiaba la camisa por la playera guinda de manga larga y cuello de tortuga que me había dicho y me ponía el pantalón de mezclilla.

    —Uy, güey, pues hay que hacerle la lucha. Y ya apúrate que van a dar las ocho. Te pones un poco de mi loción para que huelas bien.

    Salimos juntos; al llegar a la entrada

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