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Karpus Minthej seguido de Fortuna Imperatrix Mundi
Karpus Minthej seguido de Fortuna Imperatrix Mundi
Karpus Minthej seguido de Fortuna Imperatrix Mundi
Libro electrónico282 páginas4 horas

Karpus Minthej seguido de Fortuna Imperatrix Mundi

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Esta novela es la biografía espiritual de Karpus Minthej, joven de origen albanés que a sus 23 años aparece como un hombre fatal, inserto en la tradición gótica byroniana inglesa, que es perseguido por el ejército inglés en Grecia. La alegoría decadentista, el humor fantástico y la elegancia de su prosa hacen de la novela un extraño caso de la imaginación mexicana. Además, el FCE se complace en ofrecer en esta nueva edición un cuento inédito y los poemas del autor, la mayoría de los cuales permanecían inéditos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2014
ISBN9786071623058
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    Karpus Minthej seguido de Fortuna Imperatrix Mundi - Jordi García Bergua

    Fotografía: familia García Bergua

    Jordi García Bergua (Ciudad de México, 1956-1979) estudió dirección en el Centro de Capacitación Cinematográfica, en donde realizó varios cortometrajes; se tituló en 1977 con el mediometraje El amante africano. Además de su trabajo en el cine, colaboró con poemas en las publicaciones Anábasis y Cuadernos de Literatura. Su única novela, Karpus Minthej, apareció publicada dos años después de su muerte y recibió una gran acogida por parte de la crítica.

    LETRAS MEXICANAS

    Karpus Minthej

    seguido de

    Fortuna Imperatrix Mundi

    JORDI GARCÍA BERGUA

    Karpus Minthej

    seguido de

    Fortuna

    Imperatrix Mundi

    Prólogo
    CHRISTOPHER DOMÍNGUEZ MICHAEL

    Primera edición, 2014

    Primera edición electrónica, 2014

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    D. R. © 2014, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-2305-8 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Prólogo

    KARPUS MINTHEJ

    I. O. Karpus Minthej…

    II. Es en esta segunda parte…

    Apéndice I

    Apéndice II

    Apéndice III

    FORTUNA IMPERATRIX MUNDI

    Fortuna Imperatrix Mundi

    I. Yo recuerdo las cosas por venir…

    II. La hilandera devana…

    Tres variaciones sobre un mismo deseo de lucha en las ciudades

    I. Durante la tarde…

    II. Conocer es perder cosas queridas…

    III. Un gran sueño…

    Cuatro poemas de amor y de muerte, en el cumpleaños de Milady

    I. The Waves

    II. Canon

    III. To the Lighthouse

    IV. Sleigh Ride

    Poema de terror

    Helix (Emilia)

    Mongo

    I. Maidans

    Mors longa, vita brevis

    Con los brazos abiertos…

    Adolfo muerto

    I. Los recuerdos

    II. La familia

    III. Los amantes

    Yo olvidaré al anciano ciego…

    Carta al duque de Somma

    1. En la cuenca vacía de la luna…

    2. Y no es un circunloquio…

    3. Hubo un primer momento…

    4. 1900: El subconsciente

    Un gato es un gato

    Nocturno de hierro

    El Desdichado

    Carta a Luis Miguel Aguilar

    Οἕδιιιας (Pineeka)

    ¿Vade retro Karpus Minthej?

    PRÓLOGO

    I

    Jordi García Bergua murió en 1979 y dejó, a quienes no lo conocimos, una novela, Karpus Minthej (1981). Es imposible eludir la malsana relación que establece un artista con su obra póstuma: el libro se proyecta sobre la muerte y ésta ilumina el sentido de cada una de sus palabras. Es inútil separar ambos hechos, pues son, fatalmente, uno solo. La historia literaria, generación con generación, suele sembrar en sus caminos semejantes paradojas, de tal forma que ya constituyen una tradición. Karpus Minthej es una extraordinaria novela. No olvidamos que lo es, en buena medida, por su naturaleza testamentaria. Cierto escritor mexicano, en la amargura de una vejez olvidada e infértil, se burlaba de otro poeta, quien al morir joven regaló a su generación una eterna disculpa. Escrita hace un siglo, creo, ya desde entonces Karpus Minthej hubiera sido una señal de alerta.

    No es fácil absorber, como lo hizo García Bergua, los elementos más rigurosos de un linaje cuyo carácter primigenio es la propia extenuación. Ronald Firbank, Marcel Schwob, Oscar Wilde, Aubrey Beardsley y Félicien Rops, la saga pútrida de Venecia y la reconquista byroniana de Grecia son la materia desfalleciente que alimenta esta novela. Más allá de la leyenda de la muerte precoz de su autor, Karpus Minthej es una novela que parece lograr, tras una subterránea acumulación secular, todo aquello que se propusieron los modernistas negros y no lograron plenamente: los jardines simbolistas moteados con la flor azul del destino y la flor amarilla de Oriente, la perseverancia romántica del amor eterno, la perdición de todo aquel que identifica al arte con el heroísmo. Si en Karpus Minthej tenemos una visión magistral y extemporánea de ese lirismo no es porque creamos en el progreso indefectible. Antes que contemporáneo nuestro, que no lo es, García Bergua lo fue de Jean Moréas, de José Asunción Silva, de Jean Lorrain, del primer José Juan Tablada. Le dio al siglo que lo separa de sus hermanos la capacidad de transformar, astutamente, lo artificial en artificio.

    Semejantes concomitancias, alardes de envenenamiento lírico y tuberculosis emblemática, no son fáciles de sostener en nuestros días. El culto al decadentismo es una coartada comercial ya bastante rancia, y no faltan quienes se visten de malditos para ocultar una acedia tan vulgar como cualquier otra. La gracia de García Bergua fue su impudicia, el atrevimiento brillante, quizá involuntario, de escribir una novela exhausta y enfermiza, y hacerlo bien, acaso muy bien, como si la angustia de las influencias hubiese sintetizado la irrepetible pureza de su obra. Karpus Minthej destaca por su prosa cristalina, por la veracidad de su dandismo, por la fina destilación de literatura que leemos en ella. Se perdonan —o secretamente se agradecen— las inocentes disquisiciones sobre vida y destino, que apestan a Nietzsche, pero dejan en el aire la fragancia del primer Ruskin, de Matthew Arnold, del mejor Wilde. Perfumes, se dirá, volatilizados por el uso, fragancias adulteradas en Karpus Minthej que recobran algo de su perturbadora esencia.

    Ni Brujas la muerta ni Á rebours: la imprevisible solución de García Bergua no es la de Rodenbach deshojando flores sobre la ciudad muerta ni la de Huysmans escogiendo la cruz por encima de la pistola. García Bergua, tras una sucesión de crímenes ilógicos en esos Balcanes que lo conducen a Grecia, pierde a su K en un sueño sin huellas. En los apéndices Karpus despierta, después de la segunda Guerra Mundial, en un espacio helado que puede ser la morgue, el tiempo, un hospital. Tras el periplo byroniano, sin duda obvio, el autor supo legarnos un camafeo abierto en cuyo retrato vemos el desagradable vacío de la obra abierta.

    La erudición pedante, los juegos juveniles aristocráticos en un palacete veneciano, la palinodia de un dandi en la podredumbre de los puertos y la perdición ambigua de un destino están plasmados en esa novela. Sucede que García Bergua se adentró muy lejos en el bosque de la literatura y escribió una novela, que pudiendo haberse escrito hace un siglo y en cualquier lengua, es también la muy tardía obra maestra del decandentismo mexicano. (La utopía de la hospitalidad, 1993; reproducido como la entrada de García Bergua, Jordi [1956-1979] en el Diccionario crítico de la literatura mexicana, 1955-2011, FCE, México, 2012.)

    II

    Una noche de enero de 1979, Rafael Castanedo, amigo de la familia, irrumpió teatralmente, como él era, en casa. Lloraba porque se había suicidado un joven discípulo suyo, gente de cine como él. Salió mi papá a recibirlo y lo dejé consolándolo en la biblioteca, en los sillones de mimbre separados por un tablero de ajedrez profesional. Me pidieron un par de brandys y me retiré. Al doctor Domínguez le gustaba que yo sirviese los tragos en ocasiones intempestivamente solemnes. Lo creía, supongo, iniciático.

    Pocos años después até cabos: la persona cuya muerte hacía sollozar a Rafael era Jordi García Bergua, el autor de Karpus Minthej, que el FCE publicara por primera vez, ya en forma póstuma, en 1981, y que hoy se reedita acompañada de estas líneas mías. Oportunamente, sus hermanas, Alicia, poeta, y Ana García Bergua, novelista, ambas muy activas en la vida literaria mexicana, han agregado a esta nueva edición de Karpus Minthej un puñado de poemas poco conocidos o inéditos de aquel suicida de veintitrés años, que son de utilidad para entrever la catadura artística del autor de una novela excepcional.

    A pesar de que sus hermanas han estado presentes en mi vida a lo largo de más de treinta años, apenas si he visto alguna fotografía de Jordi García Bergua, hijo de Alicia Bergua y del crítico de cine hispanomexicano Emilio García Riera. Desconozco, a su vez, los detalles de su vida y de su muerte. Tampoco me ha interesado conocerlos: cuando leí por vez primera, tan pronto apareció, Karpus Minthej, apremiado por José Ramón Enríquez, era la obra póstuma de un adelantado, una especie de joven-viejo que había decidido sumarse al paraíso infernal de quienes desean ser los elegidos de los dioses. Como abismo y como espejo, Karpus Minthej era más que suficiente. Saber más era una indiscreción peligrosa para alguien que tenía diecinueve años en 1981. Me era suficiente asociar su fracaso con su triunfo a través del suicidio, pues como Thomas Chatterton, Heinrich von Kleist o Cario Michelstaedter, dejó García Bergua una esfera que incluye, indivisible, flotante y dorada, a la vida y a la obra. Mucho de ello, de la leyenda del suicida joven y genial, se difuminó a través de aquel primer ensayo mío sobre Karpus Minthej. Y cumplido mi propio medio siglo, cuando los muertos jóvenes quedan en calidad de nuestros menores, muertos casi niños, no creo que una vida cercenada a los veinte años incluya una biografía interesante. Todo lo que él fue, creo, sobrevive en su único libro y en los poemas recuperados.

    La historia del libro ha sido tristona. Al entusiasmo de unos pocos ha seguido el silencio, la indiferencia y, en algunos casos, cierta inverecundia: entre quienes hace más de diez años se paseaban por Madrid o Barcelona, antes de que la crisis económica volviese a darle su justo valor a la cultura española, y se autopromocionaban como los primeros mexicanos en atreverse a abandonar el rancho grande escribiendo sobre nazis, filósofos griegos o franceses, Europa y la cristiandad, etc., abundaban los olvidadizos.

    Entre los libros escritos por mexicanos que no trataban sobre México, lo cual era vendido como una revolución astronómica, y cuya existencia les ocultaban aquellas estrellas fugaces a los cándidos periodistas peninsulares para darse importancia de adanes o colones, estaba Karpus Minthej junto a las obras, nada menos, que de Arreola y Elizondo, entre otros autores capaces de desmontar aquel teatrito. No todos, desde luego, habían leído Karpus Minthej o sabían quién había sido Jordi García Bergua, porque entre los escritores también hay gente muy ignara o que se jacta de no leer a sus contemporáneos, idiotez pertinaz cuando se torna precisamente en eso, en una jactancia. En fin, la reedición de esta novela es una nueva oportunidad para saber si quienes hemos apostado por ella nos dejamos impresionar por la buena prensa literaria que suele acompañar a los suicidas o si la promovimos, como también llegó a decirse, sólo por complicidades de cogulla o conventillo. Otros lectores corroborarán si, en algo o en mucho, teníamos la razón.

    Los reparos a la novela, acaso muy profesionales, tal como los desplegué en mi ensayo de 1989, ya no me parecen decisivos o porque actualmente disfruto de cierta sabiduría o soy un caso perdido de admiración por mi propia adolescencia. Todo en Karpus Minthej lo encuentro bien puesto, a lo largo de una novela presentada como un manuscrito firmado en agosto de 1895 por Joseph K. Maturin, biznieto del autor de Melmoth, el errabundo (1820), novela gótico-romántica frente a la cual García Bergua escribió la suya. El libro finaliza con tres apéndices: uno reporta la muerte del padre de Karpus, personaje importante del libro, en 1905; otro, la del narrador, en París, en 1904, y un tercero, hallado proverbialmente en 1946, tratándose de un manuscrito firmado por un viejo K. Minthej donde entramos, al fin, al infierno personal de este antihéroe byroniano.

    Karpus Minthej, como lo dijo uno de sus pocos lectores comprometidos, Emiliano González, es una biografía espiritual narrada por Joseph K. Maturin, quien, obviamente, representa la unión entre el siglo de lord Byron y el siglo de Kafka. Noble albanés nacido en 1876 y educado en Inglaterra, Karpus viaja a Venecia, primero; después, tras su amada Charlotte, a una Grecia rarísima, según González, donde se revela como un dandi transformado en asesino. Karpus nos habla de las mujeres que amó y de sus volubles maestros particulares, ansiosos de inocularle, primero, el cancionero de Heine; luego, la filosofía idealista alemana.

    El libro expone su filosofía moral, que en 1989 me parecía nietzscheana y ahora leo como una glosa de Schopenhauer. En 1981, González, por cierto, advertía no compartir "la ideología más que pesimista de las meditaciones sepulcrales que hacen de ‘intermedios’ entre cada episodio. Jordi parece haber tomado a la letra la filosofía expuesta por Villiers en Axel, que debe ser entendida en un plano puramente simbólico: en la irrepresentable obra dramática del wagneriano conde, Axel es un emblema —y sólo eso— del rebelde absoluto, del hombre que exige ser ángel en un mundo de hombres-mono".¹

    La hipersensibidad decadentista, la estilización extrema que hacía de Karpus Minthej la única novela verdadera del modernismo mexicano aparecida anacrónicamente un siglo después de las misas negras y de la Revista Azul, y el ajetreo libresco de un lector imberbe que no pudo sino haber leído en vez de haber vivido, son las características esenciales del libro de García Bergua.

    En cuanto a su carácter finisecular decimonónico, Karpus Minthej es la obra de un escritor eminentemente visual, como lo calificó Emiliano González con tino, y está escrita, para empezar, en una de las prosas más claras y seductoras del pasado fin de siglo. Yo no encontré, y la busqué ociosamente, alguna nota falsa, una negligencia. Testamentaria quizá pero no inconclusa, Karpus Minthej es una novela terminada, metódicamente neoclásica, pues ese romántico megatardío que fue García Bergua se propuso imitar a lo gótico y a lo byroniano; pero como tuvo genio, logró singularizarse imitando. Si su Venecia es tópica, su Grecia es salvaje, la de las estatuas coloradas, más parecida a la que conoció lord Byron dándose cuenta que era un lugar para morir, y la verdadera locura de su autor —la que quizá lo mató— va adueñándose, pesadillesca, de la novela.

    Karpus, como capitán de corsarios, nos lleva a un mundo (atroz, por cierto) distinto al de las primeras páginas: el tono es el de Poe en The Narrative of Arthur Gordon Pym. Pasa, para decirlo en cine, de James Ivory a Raoul Ruiz: el mismo periplo encontrará, en sus poemas, el lector. Van de la calculada inocencia modernista o prerrafaelita a la degeneración, al estilo de Max Nordau, pasando por un lado cómico que también se asoma, con una timidez encantadora, en Karpus Minthej. También en los versos de García Bergua sonríen —con la falsa sonrisa del gato de Cheshire— algunos gatos eliotianos. Y no olvido, entre los poemas rescatados, una versión mexicanísima de El desdichado, de Nerval.

    Pero eso no es todo: en el apéndice III, cuyas páginas están entre las más genuinamente sádicas de nuestra literatura, la atmósfera viciada de manicomio, hospital y tortura, huele a Sade, desde luego, pero también deja distinguir el tufo del conde de Lautréamont y de Artaud. Sin ese apéndice, titulado Sweet Charlotte, refiriéndose a la amada de Karpus, quien acaso persiste en este mundo como muerta viva, la novela podría calificarse (o descalificarse) como un pastiche, es decir, como una reconstrucción artificial de una manera artística anacrónica. Pero ese apéndice fija a la novela en los albores de otro fin de siglo, el del siglo XX, porque García Bergua ejerció la innovación retrógrada.

    El ajetreo libresco del que he hablado, fuente de reticencia frente a Karpus Minthej, en nada conspira para hacer de la novela una banalidad alcanzada gracias a una intoxicación de escritura artística. La prosa, insisto, nunca es recargada o preciosista, y quisiera ejemplificar con algunas citas. Leáse la llegada de Karpus a Venecia:

    El vaporino, cerca ya de su destino, permitió a Karpus darse cuenta, desde la borda, de lo que era San Michele: una isla que estaba ocupada, en toda su extensión, por los muertos de todos los tiempos de Venecia; un inmenso cementerio coronado en un extremo por una iglesia a cuyos pies se hallaba el puente del desembarcadero. Mientras bordeaban, contemplaba en silencio la inmensidad de cruces blancas que, desfilando frente a sus ojos, se erguían firmes e inamovibles de cara a un cielo que, no compartiendo una extraña impresión que él había tenido siempre, era forzosamente para todos.

    O apréciese el tono y la sintaxis de la carta de Charlotte a Karpus:

    En cuanto al amor no puedo decir nada. Si acaso únicamente aconsejar, en base a nuestra propia experiencia, que aceptemos nuestra incapacidad para retenerlo. Quiéreme cada vez que me veas, pero no me recuerdes ni trates de asegurar nuestro porvenir nunca. Eso nos llevaría al intento de comprensión y el intento de comprensión conduce directamente al odio. Estoy en Atenas.

    Finalmente, copio una escena del Karpus ya maldito y maldecido, en Grecia, cuando asesina a su fiel Mullingar:

    —Yo soy esta mujer —se dijo Karpus—. Así me siento. De cualquier modo, querido Mullingar, nunca hubieras podido seguirme; menos aún regresar a Inglaterra... Era mejor así.

    Habiendo dicho esto, se llevó las manos al cuello y se despojó de la rosa de piedra que Ebrach le había obsequiado. Entonces, abriéndole los dedos al cadáver de su joven amigo, depositó la piedra en la palma picoteada y volvió a cerrarle la mano suavemente. Después dobló el grabado y se alejó, apresuradamente, dejando atrás el buharro que había caído, convertido en cenizas, sobre las brasas de la humilde fogata. Cuando llevó más de dos horas caminando y pudo ya divisar Pirgos a lo lejos, pensó que debió haber sepultado al desdichado Mullingar. No había dado más de dos pasos emprendiendo el regreso cuando decidió que, después de todo, no valía la pena. El día despuntaba.

    —Te dejo frente al mar, querido amigo —exclamó levantando la voz, y descendió corriendo por una colina cubierta de olivos.

    Hice la relectura de Karpus Minthej con el temor natural de que se derrumbara el mito que yo mismo había contribuido a crear con un par de artículos e incluyendo a Jordi García Bergua en mis antologías y diccionarios. Pero la novela me pareció aun mejor que la primera vez y la segunda vez que la leí. Algún día la volveré a leer para despedirme de ella para siempre, pues ha estado estrechamente ligada, apenas histórica, a una vida anterior a mi trabajo de escritor y de crítico. Me repito y concluyo: un joven contemporáneo que se mata y deja una novela ejemplar

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