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Don Carlos Balmori: El Genio Forjador De Ilusiones
Don Carlos Balmori: El Genio Forjador De Ilusiones
Don Carlos Balmori: El Genio Forjador De Ilusiones
Libro electrónico206 páginas3 horas

Don Carlos Balmori: El Genio Forjador De Ilusiones

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En los anales de la historia oculta mexicana, nunca un personaje ha hecho tantos estragos en la vida poltica, civil y militar, como lo hizo en su momento Conchita Jurado y su compinche el mitico espaol Don Carlos Balmori, personaje que no admite rival en los fastos del ingenio histrinico.
Notable por su inmensa fortuna, se sabia adems, amigo intimo del Presidente Plutarco Elas Calles, quien le procur una de las impunidades ms inverosmiles que ha tenido personaje alguno. Entre otra de sus gracias se le conocia por ser un enamorado a ms no poder, slo cabe mencionar que fue casado legalmente 108 veces.
Hoy en da, un manto obscuro se posa sobre su imponente persona, borrado de las crnicas oficiales, su vida y obras se han cubierto con la patina del tiempo, en el entendido que de no ser as, se veran desenmascarados apellidos famosos que en un momento de ofuscacin, aceptaron amar, servir y humillarse a quien a cambio de sus favores, les ofreca inmensas fortunas.
Atrebamonos pues a conocer otra faseta de los albores del periodo conocido como:Maximato, as como la verdadera y mitica historia, del genio forjador de ilusiones despus del diablo!
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento23 ene 2014
ISBN9781463376857
Don Carlos Balmori: El Genio Forjador De Ilusiones

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    Don Carlos Balmori - Joel López Zepeda

    Copyright © 2014 por Joel López Zepeda.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 12/03/2014

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    522235

    ÍNDICE

    Agradecimiento

    Prefacio

    Muerte de Concepción Jurado

    El Anzuelo y la Carnada

    El Puerquito Mudo

    En la Boca del Lobo

    Nidos Vacios

    El Enamorado Don Carlos

    Boda de Don Carlos con la

    Señora Aurora

    La Cuenta del Abonero

    La Autoviuda

    Ojo de Hormiga

    Muerte del Caudillo

    Un Detallito Más

    Una Sopa de Su Propio Chocolate

    En el Casino Militar

    Un Cheque para el Señor

    La Cruz de los Doctores

    ¿Cuándo, Cómo y Dónde?

    El Adiós

    Dedicado:

    † A la memoria de Lulú.

    A mi hija Jimena.

    Y a mis queridos papás.

    La diferencia entre un aficionado y un profesional, está en el detalle.

    Manuel López L.

    Agradecimiento

    Mi más sincero agradecimiento al Dr. Gustavo Baz Prada, quien a principios de los años setentas manifestó interés en el presente trabajo, además de haber aportado información de primera mano, con sus relatos y experiencias en la cofradía de Don Carlos Balmori. De la misma forma y no menos importante al Maestro Juan José Arreola, porque sus comentarios y aporte de los gráficos utilizados, dieron forma a éste trabajo. Por último, pero no por ello menos importante, mil gracias por su incondicional participación, así como mi eterno cariño, reconocimiento y respeto a la T.S. Patricia Piña.

    Prefacio

    Corría el año de 1926, la ciudad de México con poco menos de un millón de habitantes, era sacudida por los espasmos agónicos de La Revolución, los milicianos surgidos de la revuelta a sangre y fuego, se disputan el poder.

    Grandes fortunas se amasan de la noche a la mañana, en igual forma viejos capitales se pierden. La corrupción, como la bruma, cubre con su manto la conciencia de mucha gente.

    Bajo tal escenario, surge la figura de un millonario español que destacó como: Banquero, industrial y comerciante. Coronel de los Tercios Españoles, compadre del Zar de Rusia, camarada íntimo del Emperador Hirohito y por añadidura amigo y compadre de los Presidentes y Generales Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles.

    Enamorado a más no poder, tuvo en su haber ciento ocho matrimonios, se contaba que fue el más grande amante, después de Don Juan y Casanova.

    El magnate, era capaz de obsequiar grandes cantidades a cambio del más mínimo servicio.

    Chequera en mano compró ideales, conciencias y almas. Y dicen que no compró las estrellas del firmamento, porque no hubo quien se las vendiera.

    Durante los cinco años que actuó en la vida social mexicana, el excéntrico millonario, poco más o menos unas tres mil personas fueron sometidas a los embates de su fortuna.

    Por razones obvias, la mayor parte de esas representaciones se han perdido al paso del tiempo, se antoja imposible que después de casi ocho décadas se encuentren testigos de tan sui generis acontecimiento. No obstante, es importante recalcar que aunque algunos de los nombres son ficticios, ciertos hechos pueden antojarse verdaderos, por lo que cualquier parecido con la realidad, es sólo producto de una mente retorcida.

    Conforme pasó el tiempo, Don Carlos y su compinche Doña Conchita, fueron adquiriendo extraordinaria habilidad para lidiar diez, quince o más víctimas en una sola reunión. Además de que la congregación se manejaba bajo el más estricto secreto. Al paso del tiempo se convirtió en un grupo gigantesco, donde participaban docenas de personalidades políticas y sociales, la cuales imprimían un toque de respetabilidad y seriedad al asunto. Entremos pues a conocer otra faceta de la oculta pero verdadera historia mexicana. Y cómo una cofradía de maquiavélicos y artífices políticos, apoyaron a Concepción Jurado a dar vida al dicotómico: real y mítico, multimillonario Carlos Balmori, el comprador más grande de almas y voluntades, después del diablo.

    Joel López Zepeda.

    Québec, Canadá. 22 de diciembre 2013.

    Muerte de Concepción Jurado

    Cada vez que Conchita tosía, se le iba el resuello y no dejaba de quejarse de los dolores que oprimían su pecho, hacía algún tiempo, que los médicos suponían, que la sesentona señorita padecía una terrible enfermedad, que minaba poco a poco sus pulmones, algunos pensaron evocando a "La Dama de las Camelias" en la mortífera y romántica tuberculosis, otros más suponían la presencia del letal cáncer.

    Con el rostro demudado, en extremo pálida, los labios resecos, sin brillo y con las mejillas hundidas, ojeras pronunciadas mostrando una cadavérica faz, Conchita murmuraba entre ayees y quejidos producto de la enfermedad:

    -Este aire, Doctorcito, se cuela por todas partes -¡ay!-, por todas las rendijitas del cuarto, cof, cof, cof… Me hiela los huesos y se me clava en el pulmón.

    A pesar de las continuas advertencias del Galeno, Doña Conchita no dejaba de hablar, evocando pasajes y anécdotas de Don Carlos Balmori.

    -¿Callarme?, ¿para qué Doctorcito? Ahora que me estoy muriendo, el consuelo que me queda es acordarme de Don Carlos, pocos como él. Mejor dicho, ninguno como él ¿sabe Doctor ? Él retó a duelo a muchos tontos inocentes y hasta otros que no lo eran tanto. -Cof, cof, cof

    Doña Conchita saca de entre las percudidas sábanas, un paliacate y escupe en el, acto seguido, limpia su boca con movimientos visiblemente torpes.

    -¿Recuerda Doctor? Él se casó con muchas bellas mujeres, fue polígamo por excelencia, a todas las besó…

    Él si era todo un hombre, hizo trabajar como auténticos esclavos negros a muchos forjadores de grandes proyectos industriales, -¡ay!..

    Como al pobre de Danielito Vela, cuando andaba tan entusiasmado con poner el negocio aquel de Vela Gas ¿Se acuerda?

    El condenado, pues no fue a burlarse del mero mero de los investigadores, el imponente cuico Valente Quintana, que por cierto, ah que buena nos las hizo, ¿verdad Doctorcito? Conchita ríe y tose, el Médico le vuelve a insistir:

    -Mire Doña, luego nos cuenta, por ahora estese tranquila, se está haciendo más daño en sus pulmones.

    -No Doctorcito, déjeme contarle. ¡Ya me callaré cuando me muera! Balmori con su chequera que rebosaba de Dólares, Pesos, Libras, Pesetas y que se yo que otras tantas divisas. Compró haciendas, lagunas, ríos, selvas, minas, diamantes, aviones, caballos, elefantes, palacios, fábricas, circasianas, títulos, condecoraciones, indulgencias, conciencias y almas…

    Si Doctorcito, muchas conciencias, todo lo que el hombre posee o ha deseado poseer, todo lo que se encuentra en la superficie de la tierra, y no compro el fuego central de los infiernos y los enjambres de estrellas, porque no hubo quien se los vendiera, sino hasta al mismísimo diablo le hubiera comprado las calderas de los infiernos. ¡Ah! Pero lo que si compró, pues eso sí encontró quien se la vendiera, fue la mismísima entrada al cielo. Que ahora espero…

    Tras tomar un momento para pensar, Conchita suspiró profundamente y continuó:

    -Por otra parte, usted lo sabe muy bien Doctor, todo lo dio: regaló riquezas con increíble desprendimiento, pus, que le cuento a usted Doctorcito, si usted bien que se dio cuenta; a todo el que le pidió le colmó sus ambiciones, dándole para que viviera con lujo el resto de su vida, asegurándose además, que a los descendientes de sus protegidos, nunca más les faltaran los frijolitos, de todos y cada uno de los días del resto de su existencia.

    Y como en La Magnífica, le quitó a los ricos y poderosos y les dio a los pobres y necesitados, llenándolos de bienes. Y a los pudientes los dejó sólo con un taparrabo. Demostró a los políticos, que para ellos, no hay fuerza mayor que los inspire y motive que el dinero ¡mentira, que ayudar a su pueblo! ¡El dinero! Sólo los mueve el dinero.

    La ayuda a los campesinos sólo se va en el guiri-guiri, claro allí no hay forma de sacar dinero. Ya ve, los sueldos de hambre de los obreros o el ridículo salario de los que nos dedicamos a la docencia. La verdad es que nada de eso les importa o les interesa. No Doctorcito, a ellos les demostró Balmori que sólo el dinero los mueve o les importa. ¡Cof, cof, cof. Ji, ji, ji, ji! ¡ayy! éste miserere.

    Lo que más recuerdo, es que el condenado, sedujo con inmutable seguridad y rapidez a las más modosas, virtuosas y castas damas. Las que ofrecieron a Don Carlos, la miel y la tersura de sus labios, que ahora me temo que hayan cambiado sus aromas por los miasmas de ésta horrible tos, que se pega como…-Cof, cof, cof…- ¡La virgen me ayude y mi dios me perdone!

    Doña Conchita se limpió la boca con su arrugado paliacate colorado que también enjugaba sus lágrimas.

    -Ya calle y descanse -suplicaba él doctor-, por favor, beba usted un poco de agua.

    -No Doctorcito déjeme contarle, ¡ay! Éste airecito que pasa por el recliz, me cala los huesos.

    Sólo me conforta imaginar a Don Carlos Balmori, en su enorme cama de finas maderas, cubierto de tersas pieles. En su lujosa y cómoda alcoba de cedro de su palacio de Coyoacán.

    Ya vino el padre, ya me confesé…Ya dije todos los pecados de ésta vieja Concha. Los de Don Carlos ¡No!… Esos que los confiese él por separado…

    Mire Doctor Cervantes, a usted le dejo lo que conservo de Don Carlos; el fistol que le diera su compadre el Zar de Rusia, su sombrero, la gabardina, el reloj y desde luego su bigote, símbolo de la hombría del magnate. Consérvelo Doctorcito, haber si algún día se acuerdan de mí.

    Concepción Jurado expiró el 27 de noviembre de 1931 a las cuatro de la tarde, fue sepultada el sábado 28 en el Panteón de Dolores, al humilde sepelio sólo asistieron sus familiares y cuatro de sus más íntimos amigos¹.

    Dicen los que tuvieron ojos para verlo que del sentido derecho de Conchita Jurado salió una blanca paloma y del izquierdo un negro murciélago, los que emparejando el vuelo salieron por la ventana y se perdieron en el infinito azul del cielo…

    Anónimo

    El Anzuelo y la Carnada

    La tarde era calurosa y húmeda y Ernesto Delhumeau a quien todos conocían como "dios -tilde que se había ganado, según se decía, por su negro sentido del humor, así como por sus siempre mordaces comentarios. Dios" pues nadie le podía ver-se encontró en la Alameda Central, frente a la construcción monumental del teatro de las Artes y la esquina de la calle de López, con el Doctor Luis Cervantes Morales, a quien previamente había citado, para hablarle de una excelente oportunidad que deseaba brindarle, dada su estrecha relación con el afamado multimillonario, Don Carlos Balmori.

    -Seguramente pocos ingresos debe usted tener para vivir mi querido discípulo de Hipócrates –inquirió "dios"-, con su "huesito" de diez mugres pesos, que mendiga usted en la comisaría, cinco más, que percibe como mentorcillo de la escuela de medicina, además lo de la enfermería de la placita de toros, claro, más lo que pepena en sus consultas particulares, y perdóneme pero digo pepena, porqué: ¿Cuánto puede usted estar cobrando por consulta, cómo matasanos?

    ¡Oiga! –continuó diciendo Don Ernesto- ¿No le convendría reforzar sus rentas, tomando a su cargo, el servicio médico de la fabrica de San Antonio Abad, de mi señor Don Carlos Balmori?

    -¿Yo? Bueno, mire usted –contestó el Doctor Cervantes en forma reflexiva-, el problema es el poco tiempo con que cuento, como para tomar otra actividad, pues como ya está usted enterado, trabajo de domingo a domingo y no cuento con un solo día de descanso.

    -Creo yo, mi dilecto médico –continuó diciendo "dios"-, que a usted le convendría estar bajo la caridad de Don Carlos Balmori, que el verdadero Dios guarde y haga vivir por muchos, pero muchos años, para bien de todos nosotros sus protegidos.

    -Bueno pero yo… ¿No se?… -Musitó el galeno.

    -El señor amo, acostumbra visitar a sus empleados y se de muy buena fuente, que mañana por la noche irá a la vivienda de su viejo conserje, Don Nachito Jurado, a quien le aqueja una fuerte gripe, podemos aprovechar la enfermedad del pepenche para que el amo le conozca. Aunque yo he abogado mucho por usted –le afirmo "dios"- y quiero que esté al corriente que Don Carlos tiene ya curiosidad de conocerle, además sépase usted que me ha ofrecido invitarlo a colaborar en el monopolio industrial Balmori, que como ya sabe usted, es el más grande y complicado de América, encierra: Fábricas, ferrocarriles, bosques, minas, flotas mercantes, petróleo, café de Brasil, maderas de Canadá y Yucatán. Tantas y variadas cosa que el señor Balmori fabrica y comercializa en los confines del mundo, que ni yo, que soy su mejor empleado de confianza podría contar, –continuó diciendo "dios" mirando que su presa estaba ya interesada en la carnada- Y bueno, ahora necesita aquí en México, los servicios de un médico social, y ya le digo mi querido médico, ha pensado en usted y se que pretende hacerle una propuesta, no sé exactamente que, pero tenga la seguridad que cualquier cosa será, por mucho mejor de lo que actualmente tiene, claro está que el interés que tiene en conocerle es por mediación mía.

    -Gracias, Don ErnesMusitó nervioso el médico, pensando que esa era la gran oportunidad de su vida, aunque no quería demostrar mucho entusiasmo pues la experiencia le indicaba mesura y prudencia.

    -Don Carlos Balmori, comienza a infiltrar una inmensa fortuna a nuestro país y quiere ser bueno con los mexicanos, reviviendo las fundaciones altruistas, hospitalarias y sociales que los antiguos españoles, paisanos de mi magnánimo protector, hicieron en la Nueva España. ¿Le interesa mi buen amigo? ¿Sí?

    Don Ernesto Delhumeau, detecta un dejo de esperanza e ilusión en su interlocutor.

    Je, je, je, je…. Conque sí, mi estimado amigo –confirmó "dios" para sus adentros que el anzuelo y la carnada estaban ya listos- veo con agrado que no me equivoqué con usted, es ambicioso y se interesa por mi ofrecimiento, que en su momento le permitirá abandonar sus ridículos ingresos, poniéndose bajo la protección de Don Carlos Balmori. Sólo quiero pedirle, pero que digo pedirle, debo exigirle que para que el favor no sea de oquis, con las primeras dádivas del señor amo, usted recuerde quien le consiguió el trabajo, -esto último matizado con un frote de dedos pulgar e índice- ¿Acepta?

    -¡Acepto, que caray! –Contestó claramente entusiasmado el Doctor Cervantes.

    ¡Éste ya la mordió! Pensó "dios" mientras miraba el manifiesto entusiasmo del galeno.

    -Bueno, mire usted, tenga paciencia y fe en mí, usted y yo ya hemos quedado de acuerdo, lo espero mañana martes en está dirección. "dios" saca del bolso interior de su saco de fino casimir, una tarjeta con la dirección previamente escrita.

    Sólo un favor le ruego a usted: mucha puntualidad, pues el Señor Balmori es muy delicado y ya sabe usted…

    Al anochecer de veintitrés de junio de 1926 el Doctor Cervantes se encontraba físicamente trabajando en su consultorio de la céntrica avenida de San Juan de Letrán número seis, más su pensamiento estaba lejos, rondando con las alas de la fantasía

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