Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La Promesa Dorada: Novela
La Promesa Dorada: Novela
La Promesa Dorada: Novela
Libro electrónico434 páginas7 horas

La Promesa Dorada: Novela

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Una organizacin internacional secreta tiene en su poder datos precisos para encontrar un inmenso tesoro y una fabulosa mina de oro escondidos por los Incas en un pas sudamericano desde la poca en que los conquistadores espaoles arribaron a Centro Amrica.
La Promesa Dorada relata los intentos de descubrir esa inconmensurable riqueza por parte de los poseedores del secreto a travs del envo de un emisario, a fines de la dcada de 1960, al pas donde se encontraba esta fabulosa fortuna con la intencin de utilizarla para mejorar las condiciones de vida de cientos de miles de sus habitantes ms desposedos; pero la misin del emisario es entorpecida por golpes de estado y por la interferencia de los grandes consorcios internacionales dedicados a la explotacin y comercializacin de oro.
Las intrigas internacionales tejidas por un ambicioso banquero suizo y por las poderosas empresas multinacionales aurferas ocasionan en el pas sudamericano el asesinato de su presidente, hecho que desata una sucesin violentas crisis polticas que producen su cuota de muertes e inseguridad.
La Promesa Dorada es una novela de accin que mantiene el suspenso durante toda su extensin, a la vez que transmite implacables crticas a los vicios polticos que agobian a la mayora de los pases de Amrica Latina y que son el principal motivo de su triste postergacin econmica y social.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento3 ene 2013
ISBN9781463345525
La Promesa Dorada: Novela
Autor

Mario A. Kisen Brieger

Mario A. Kisen Brieger nació en Tarija, Bolivia, en 1943. Se graduó como Ingeniero Mecánico y Electricista de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). En 1974 fue becario de USAID para un posgrado en los Estados Unidos de América. Su participación como gestor e ingeniero en varios emprendimientos estatales en el campo de la energía eléctrica le valió recibir en 1989 la condecoración de El Cóndor de los Andes, en el Grado de Caballero, máxima presea que otorga el Gobierno de Bolivia a sus benefactores. Aparte de haber gestionado y liderado numerosos proyectos de desarrollo e industriales, Mario A. Kisen Brieger ha dirigido actividades en el campo de la educación, el periodismo, el comercio y los seguros. Así mismo, ha sido dirigente de instituciones cívicas, profesionales y empresariales por muchos años. Esta multiplicidad de actividades le prodigó la experiencia y la sensibilidad necesarias para incursionar en el campo de la literatura, específicamente en el género de la novela. A la fecha ha publicado dos novelas, ambas de acción y suspenso; pero que fundamentalmente son obras que incluyen duras críticas a los vicios que afectan a las actividades políticas de los países de América Latina. El autor deja entrever en sus libros que la corrupción política es la causa fundamental del atraso económico y social de los países de esta parte del mundo.

Relacionado con La Promesa Dorada

Libros electrónicos relacionados

Ficción de acción y aventura para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La Promesa Dorada

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La Promesa Dorada - Mario A. Kisen Brieger

    CAPITULO 1

    Eran los últimos años de la década de los sesenta y en esa olvidada región del país conocida como Frontera Sur, reinaba a la hora del crepúsculo un calor agobiante que no tenía misericordia de los atribulados habitantes que tuvieron la estúpida idea, y la irresponsable valentía, de trasladarse a esas soledades que parecían ignoradas por Dios y por el resto del mundo. La pegajosa humedad aumentaba la sensación de ahogo a esas horas de la tarde, de un verano que se negaba a terminar. La noche anterior había llovido en un simulacro de diluvio; los caminos que comunicaban a la zona con el resto del país hacia el norte, estaban cortados por derrumbes de lodo y tierra, el Servicio de Vialidad tardaría semanas en despejarlos. Además, algunos ríos habían hecho de las suyas destruyendo las precarias plataformas de los mal llamados caminos, que para cualquier ciudadano del mundo, no eran sino unas malditas sendas.

    Para Tom Samesima el desastre fue mayúsculo, a duras penas había logrado arribar a San Ramón, ciudad del vecino país del sur situada a cincuenta kilómetros de la frontera. Le resultó imposible seguir hacia el norte, porque los caminos habían sufrido los embates del temporal y, como consecuencia, se había interrumpido el tránsito de vehículos. Tal era la ansiedad de llegar a su destino que decidió seguir a pie, intentando sortear el largo trecho que lo separaba de la frontera.

    Casi anochecía cuando dos técnicos de la fábrica de azúcar de Frontera Sur vieron llegar a una delgada figura en medio del infame lodazal, que había terminado por destrozar sus zapatos. El japonés-americano arrastraba penosamente su humanidad entre los baches que intentaba esquivar y espantaba las nubes de agresivos mosquitos que intentaban saciarse con su sangre de infortunado caminante, que pese al cansancio, aún se movía con cierta agilidad.

    El Jeep Toyota de los técnicos estaba parado en medio de un barrial difícil de sortear, incluso con la doble tracción del vehículo, en su intento fallido de llegar a la ciudad de San Ramón. Al enterarse, por medio de la radio, que un río había arrasado un puente que estaba en su ruta, decidieron dar media vuelta y volver a su país, cruzando la poco vigilada frontera. Justo en ese momento, se percataron de una silueta de andar cansino que se acercaba, cargando una enorme mochila, más voluminosa que su portador. En el Toyota estaban Marcos Lange y un subalterno suyo, que a la vez oficiaba de conductor. Marcos, compadeciéndose del estado del japonés, le ofreció llevarle hasta el pueblo situado al otro lado de la frontera, en el que se encontraban la fábrica y el campamento que servía de residencia a sus empleados. Si Marcos no le daba el aventón, Tom tendría que haber caminado diez kilómetros más para llegar a la frontera y otros cinco para llegar al pueblo, además de intentar sortear los trámites exigidos por los guardias fronterizos de ambos países, quienes no escatimaban esfuerzos para hacer la vida imposible a los transeúntes, peor aún si eran desconocidos.

    Marcos Lange era un joven ingeniero que había retornado hacía poco tiempo a su país y trabajaba en la fábrica estatal de azúcar, ubicada en ese extremo del territorio nacional. La industria fue erigida más por la presión regional, que por una decisión planificada del Gobierno Nacional. Lange era un hombretón de casi dos metros de estatura y contrastaba con el pequeño físico del japonés, que parecía un enano a su lado. Como compensación, era notoria la agilidad del nipón y aún menos disimulable su fortaleza, logradas con la práctica de las artes marciales.

    En el pequeño poblado fue imposible encontrar alojamiento para Tom. Los dos cuchitriles que fungían como hoteles, estaban colmados con la llegada de empleados de la empresa estatal petrolera que había iniciado la perforación de un nuevo yacimiento en la zona. Nuevamente, la compasión de Marcos salvó al japonés de dormir a la intemperie y lo llevó a su pequeña vivienda del campamento, donde gozaba de una relativa comodidad que, para ese pueblo y en ese momento, eran lujos faraónicos. Contar con agua potable, baño y energía eléctrica permanente eran comodidades rarísimas en esa zona selvática y alejada. En ese sentido, la compañía propietaria de la fábrica de azúcar mantenía muy bien equipado a su campamento, sus directivos sabían que era la única manera de lograr la permanencia de técnicos de calidad en ese infiernillo tropical y salvaje.

    Así comenzó la amistad entre Tom y Marcos, la que se fue fortaleciendo a medida que pasaban los días. Según Tom, su misión en el país era realizar un estudio antropológico para una fundación sin fines de lucro establecida en los Estados Unidos, pero conforme pasaban los días Marcos se dio cuenta que esa misión era una pantalla y una farsa para ocultar la verdadera razón de su permanencia, teniendo en cuenta la alta formación intelectual del visitante. Otro asunto que llamó la atención de Marcos era la insistencia de Tom por conocer detalles geográficos del país y sobre todo de la región del sur. En esa materia, Marcos era de poca ayuda, pues su formación estaba sustentada en otros pilares de la ciencia.

    Tom proseguía con sus supuestas investigaciones. Marcos cada vez era más escéptico en cuanto a la sinceridad de su amigo. Sin embargo, compartían muchas cosas, aparte de la vivienda, como el salir a comer juntos a los bares de mala muerte del pueblucho de reciente formación. Una noche, Marcos notó al japonés inusitadamente nervioso y este, ante la pregunta de Marcos, contestó que debía ser por el calor que hacía en el comedor del hotel donde cenaban. Frente al hotel estacionó un lujoso vehículo, que no pertenecía a ningún conocido del lugar. Nadie bajó del mismo y como tenía los vidrios oscurecidos por un film que usaban los autos del Gobierno, Marcos pensó que era un transporte de personeros de la estatal petrolera. Sin embargo, le intrigaba el hecho de que luego de veinte minutos no había señales de los ocupantes, que seguían metidos dentro, con el motor apagado y soportando el asfixiante calor. Tom se levantó indicando que iría al baño y Marcos se quedó sentado mirando hacia la calle. Pasaron otros veinte minutos y, ante la ausencia prolongada de Tom, el amigo intentó dirigirse hacia los baños, pero a mitad del camino se dio cuenta de que no había nadie allí. El japonés había salido por una puerta trasera que Marcos no sabía de su existencia. Ante el inesperado escape no le quedó más que volver a casa solo en el destartalado Jeep de la empresa.

    Tom no regresó a casa esa noche ni la siguiente, y al cabo de dos días se presentó visiblemente alterado en la oficina de Marcos, en la fábrica de azúcar, para pedirle —en realidad rogarle— que le ayudara a llegar en forma reservada a la capital regional, situada a doscientos kilómetros al norte; lugar desde el cual seguiría viaje hasta la Sede de Gobierno.

    Marcos, cediendo ante la desesperación demostrada por su amigo, acordó llevarle a la capital San Bernardo en su propio vehículo, un jeep Land Rover, y de este modo evitar el uso de alguno de la empresa. Decidieron viajar a las cinco de la mañana del otro día. Para cerrar el asunto, Marcos le increpó:

    —Espero que esta noche duermas en casa.

    —No lo veo conveniente, Marcos, por razones de seguridad.

    —¡Mierda! ¿Seguridad por qué?

    —No te digo más por el momento, pero prometo contarte todo en el viaje.

    —Bueno, Tom, espero que así sea. Llevaré tus cosas y nos encontraremos a las cinco de la mañana en punto, en la estación de bombeo de la salida al norte.

    Cumpliendo lo prometido, luego de haber indicado a su jefe que debía viajar por dos días, por motivos de salud de su madre que vivía en San Bernardo, Marcos estaba arrancando el motor de su vehículo a las cuatro y media de la mañana y, poco después, salía por la portería del campamento.

    Aún estaba oscuro cuando llegó a la vieja estación de bombeo de petróleo, y de lejos reconoció la famélica figura de Tom, quien se encaramó al vehículo con felina agilidad. Pasaron sin problemas el control de peajes y aduana, pues Marcos era por demás conocido de los guardias. Anduvieron sin problemas treinta kilómetros, en el todavía húmedo camino de tierra y ripio, cuando se dieron cuenta que otro vehículo se acercaba raudamente por detrás. Marcos le cedió el paso para que se adelantara, pero una vez adelante el vehículo se cruzó de golpe en el camino y sólo la pericia y los excelentes reflejos de Marcos evitaron el choque, que podría haber sido muy grave. Marcos reconoció de inmediato el Toyota Land Cruiser con vidrios ahumados que vio días pasados frente del hotel en el que desapareció Tom. Del vehículo se apearon cuatro individuos, con caras de pocos amigos y con las facciones que los delataban como autóctonos del Noroccidente del país. Sin mediar explicaciones, los atracadores intentaron agarrar a Tom y subirlo al Toyota. En ese momento se despertó el felino que tenía en su cuerpo el japonés y, con movimientos que no se podían seguir por su velocidad, empezó a repartir golpes de puño y patadas que hicieron blanco en los dos individuos que se adelantaron y que mordieron el barro de inmediato. Pero los otros dos se lanzaron sobre Tom, quien estuvo a punto de pasarla muy mal. Ahí entró en acción Marcos que, con una acción refleja, propinó una feroz patada a uno de ellos, que fue a chocar con la cabeza en la rueda del Land Rover. La víctima del demoledor golpe no se levantó más, los botines número doce y los cien kilos de peso de Marcos tuvieron un efecto devastador. Tom, mientras tanto, mantenía a raya a tres asaltantes. Marcos intervino nuevamente y descargó un tremendo puñetazo en la boca de uno de ellos, y al cabo de unos minutos, no quedaba en pie ninguno. Cuando los cuatro asaltantes estuvieron inconscientes, Tom subió al Toyota, lo arrancó y lo estrelló en un canal de hormigón, con tanta violencia que saltaron los vidrios de los faroles rotos. Acto seguido, pidió a Marcos que arrancara su Land Rover para seguir viaje, no sin antes sacar las llaves de contacto del Toyota para evitar que los aporreados pudieran seguirlos luego de que se recuperaran de la tremenda zurra con que fueron bendecidos. Una vez alejados del lugar, Tom tiró las llaves del Toyota al caudaloso río que bordeaba el camino y prosiguieron viaje hasta San Bernardo, donde llegaron después de cinco horas de traquetear en el infame camino. Fueron directo a casa de Marcos donde los recibió el padre de este, un extranjero fuerte como un toro de lidia pero desconfiado ante todo lo inesperado. La visita del amigo de Marcos era lo que menos esperaba el dueño de casa. El que Tom fuera invitado a quedarse en casa como huésped hizo que el viejo se pusiera a la defensiva, pues Marcos nunca traía amigos a la casa de su padre. No era su costumbre.

    Durante el viaje de la frontera a San Bernardo, Tom no soltó prenda sobre las razones de lo acontecido con los matones que trataron de secuestrarlo. No quería involucrar más a su amigo en el lío. Sin embargo la insistencia de Marcos fue tal que no tuvo otra opción que decir algo:

    —No quiero meterte más en este asunto, Marcos. Bastante hiciste hasta el momento; por tu propio bien, no deberías saber más.

    —Mira, no sé de qué se trata esta mierda, pero no voy a quedarme sin conocer a fondo este entuerto. Ya estoy en el problema, ¿tú crees que la paliza que propinaste a los tíos de la frontera no tendrá secuelas para mí? No te olvides que yo vivo allí.

    —La paliza la dimos juntos, Marcos.

    —Correcto, pero intervine para salvarte el culo.

    —Gracias, pero mis golpes fueron caricias comparados con tu artillería pesada.

    —Tom, cada uno usa las armas que tiene disponibles. Estoy seguro que tus golpes fueron tan contundentes o más que los míos. Pero no viene al caso esta estúpida discusión, el tema es otro: ¡necesito saber qué mierda está pasando!

    —Bien, te propongo un arreglo, esta semana viajaré a la sede de tu Gobierno y a mi retorno sabré si puedo involucrarte más y hasta dónde. Lamento decirte que no puedo ir más allá, por el momento.

    —No me gusta la cosa, pero no me queda otra salida, ¿o sí?

    —Definitivamente no, Marcos.

    Así fue que Tom se ausentó a la Sede de Gobierno y Marcos retornó a la selva donde trabajaba, recorriendo el sinuoso camino que unía a la capital de la provincia con la Frontera Sur. A diferencia de esta, la capital era una antigua ciudad que aún mantenía ese encanto de la colonia, con sus casas señoriales de grandes balcones, ventanas con rejas de hierro forjado, calles angostas cubiertas con adoquines de piedra cortada por donde otrora circulaban los carros tirados por corceles, con el tiempo reemplazados por automóviles y ruidosas motocicletas. Aún con esos degradantes cambios de la modernidad, San Bernardo seguía siendo un lugar excelente para vivir, por lo menos así lo creía Marcos, quien se resistía a renunciar al anhelo de regresar a radicar en el lugar donde nació. Lo más hermoso de esta ciudad era su acariciante clima. Pese a estar la ciudad ubicada en una latitud tropical, su mediana altitud evitaba el agobiante calor de otros lugares cercanos, pero más bajos. Sin embargo, la Frontera Sur no era un lugar tan malo, allí reinaba la belleza agreste de la selva virgen, llena de vida. Su encanto se magnificaba en las noches, cuando los espíritus estaban relajados y la brisa fresca del sur, que venía en contracorriente del caudaloso río, acariciaba los cuerpos sudorosos de los parroquianos que colmaban los pocos boliches del pueblo, donde se reunían para conversar y tomar cerveza nacional, algunas veces no tan fría como les gustaba, por la falta de energía eléctrica.

    En realidad Marcos la pasaba bien en la frontera, su excelente desempeño como técnico en la fábrica le permitió ascender rápidamente en la industria a tal punto que en poco tiempo su prestigio impresionó a los jerarcas que manejaban la Corporación propietaria de la azucarera y de otras industrias del país. Es así que le ofrecieron trasladarlo a otros lugares, con incrementos sustanciales en su sueldo y con mayores responsabilidades. Marcos se negó a aceptar por no alejarse más de San Bernardo y de su escasa familia que vivía allí. Además, quería recuperar el tiempo que había estado fuera del país —por quince años—estudiando y desconectado de sus raíces. Por otra parte, Marcos era soltero y como tal tenía la libertad que le permitía viajar y hacer cosas que los casados no podían. En su mente circulaba la idea que las ataduras del matrimonio, por más deliciosas que fueran, evitaban a los hombres realizar sus proyectos y cristalizar sus sueños; de este modo le hacía fintas a cualquier posibilidad de casorio y evitaba ahondar relaciones con las jóvenes que compartía sus horas de ocio y, a veces, su lecho. De cualquier modo era un hombre sincero con sus amigas a quienes aclaraba, de modo que no queden dudas, que no tenía intenciones de formar una familia.

    Transcurridos unos meses, mientras Tom se encontraba ausente, Marcos concursó en una convocatoria para optar a un importante cargo gerencial en San Bernardo, en una empresa de servicios públicos, también estatal. No tenía muchas esperanzas de ganar el concurso, sin embargo lo hizo pensando en que no podía dejar pasar ninguna oportunidad para retornar a su pueblo.

    En cuanto al incidente con los matones que intentaron secuestrar a Tom, nadie dijo nada. No hubo reclamos en la policía ni en la unidad militar que custodiaba la zona. Aparentemente no se presentó denuncia alguna, con gran desconcierto de Marcos, pues estaba convencido de que los individuos eran policías o militares, venidos probablemente de la Sede de Gobierno. La falta de una denuncia demostró que la acción de los esbirros era a todas luces ilegal y por lo tanto más peligrosa.

    Una tarde de invierno retornó Tom a la Frontera Sur, como si nada hubiera pasado y le contó a su amigo que todo ese tiempo había estado en la sede de Gobierno en tratativas al más alto nivel sobre el asunto que le llevó allí.

    —¡Déjate de huevadas y vamos al tema de fondo! —protestó Marcos.

    —Bien, descansaré un poco y luego de la cena te largo todo el rollo, pero me temo que no estarás muy feliz de conocer los detalles, aunque como dicen que sarna con gusto no pica, si tú insistes tendrás luego que lidiar con las consecuencias.

    Luego de la cena, tal como prometió, Tom empezó su relato.

    —¡Que quede bien claro que mi deseo es no involucrarte más!

    —De acuerdo, ahora no puedo quedarme con las interrogantes que dan vueltas en mi cabeza.

    De este modo el oriental empieza un largo relato que a medida que avanzaba causaba cada vez más estupor en Marcos.

    Tom confiesa a su amigo que desde hace quince años pertenece a una sociedad secreta, cuyo nombre no le comenta, la misma que existe desde la Edad Media y cuya presencia abarca muchos países del mundo, en especial Europa y los Estados Unidos de Norteamérica. La organización, como decide llamarla, tiene fines estrictamente humanitarios y altruistas. Está conformada por cientos de cofrades de altísimo nivel intelectual y moral que desarrollan sus actividades normales como ciudadanos comunes, pero que ceden a la organización parte de su tiempo y sus recursos personales. Algunos de sus miembros, como en el caso de Tom, son operadores a tiempo completo. En esa última variante, la organización se ocupa íntegramente de la subsistencia de ellos y de sus necesidades, las mismas que son cubiertas con magnanimidad. La principal meta de esa sociedad es intervenir en el mundo para evitar o en su caso minimizar los efectos de los grandes colapsos económicos, desgracias ocurridas por fenómenos naturales y guerras; pues estos eventos siempre afectan, en mayor grado, a los países pobres y dentro de ellos a los sectores desprotegidos. Claro… no siempre se tuvo éxito. Por ejemplo, en la crisis mundial de los años treinta muy poco se pudo hacer por la magnitud de la misma, pero en otros momentos, como en la Segunda Guerra Mundial, su intervención evitó mayores penurias en todo el mundo a través del fortalecimiento de la producción de los países que estaban fuera de la contienda, para permitir que no faltaran los alimentos y las materias primas. En ese caso, también se intervino en facilitar la migración de enormes contingentes de ciudadanos de los países en crisis a otros en estado de desarrollo. ¿Cómo se logra todo esto? Con dinero, con poder, con inteligencia y, sobre todo, con mística. Todas esas facultades la organización las tiene en abundancia. Su ventaja adicional es que las tiene repartidas en todo el orbe. Una de las principales estrategias de la organización es la de contar con información anticipada de cualquier acontecimiento que se esté gestando en alguna parte del planeta, para lo cual hecha mano a sus operadores, como yo y otros capacitados en distintas áreas, con el objeto de reunir datos para los centros de recolección y análisis ubicados en varios países, donde equipos de científicos afiliados trazan las líneas de acción correspondientes con el objetivo de adelantarse, lo más que se pueda, a los problemas.

    —Parece que tu supuesta organización no es diferente a la masonería —replicó Marcos.

    —Reconozco que es difícil de creer lo que te cuento, pero tú insistes en saber qué pasó y yo no tengo cómo explicarte si no te cuento toda la película. Te aclaro que nada tenemos que hacer con los masones, a quienes respetamos; lo nuestro es más secreto y, por lo tanto, menos difundido.

    —¿Cómo se financian? —preguntó Marcos—.Operaciones de esa magnitud no se pagan con chauchas y palitos.

    —La organización es muy antigua y heredó muchos, y valiosos, bienes de otra fraternidad ya extinguida por obra y gracia de la Santa Iglesia. Las rentas heredadas son muy sustanciosas. Además, gracias al conocimiento financiero de algunos de los afiliados se realizan importantes negocios en las bolsas de los países ricos. El hecho de anticiparse en el conocimiento de las turbulencias financieras y de los descubrimientos tecnológicos, permite a la organización realizar operaciones exitosas, y hasta especulaciones, cuyos beneficios los vuelca luego en favor de los más perjudicados por cualquier debacle económica o financiera. Otro aspecto que quiero mencionar es que la gente que la dirige no son precisamente pordioseros. Te imaginarás que el nivel económico de ellos deja fuera de duda cualquier falta de liquidez o malversación. No conozco a los altos directivos, pero te puedo asegurar que entre ellos hay Presidentes de países, líderes mundiales de distintas organizaciones, empresarios de nivel internacional, filántropos, científicos, actores, artistas y políticos destacados. Una fuente importante de ingresos son las donaciones de regalías de inventos, patentes y obras literarias realizadas por cofrades altruistas y hombres de ciencia que han comulgado, o comulgan, con las aspiraciones de la entidad. En resumen, nunca faltarán recursos para acometer las campañas.

    —Sin embargo, me asalta la curiosidad de saber cómo se puede manejar una institución tan compleja y esparcida en el mundo —añadió Marcos, intrigado.

    —Se logra eso por delegación. Hay decenas de Fundaciones que dependen de la organización, que a su vez manejan cientos de proyectos. Cada Fundación está controlada por un miembro nominado de manera vitalicia, por los directivos centrales. Todo ese andamiaje no se podría controlar sin una Central que reúna toda la información de todas las actividades, a los efectos de coordinación y, sobre todo, para evitar interferencias y superposiciones dañinas. Por este motivo existe un Centro Mundial de Control, cuya ubicación ignoro, el mismo que comanda los lineamientos principales de las acciones desplegadas o por desplegarse. Otro aspecto importante de los lineamientos es que la organización es totalmente independiente de cualquier confesión religiosa. Los miembros están absolutamente prohibidos de hacer prevalecer aspectos religiosos en las acciones que encaren. Sin embargo, cada uno puede profesar la fe que le parezca, siempre y cuando esta no interfiera en su labor ni en sus decisiones.

    —Me sigue pareciendo que se trata de una organización masónica —insistió Marcos.

    —Algunas reglas coinciden, no lo dudo; pero como te expliqué antes, nada tenemos que hacer con los masones—aclaró Tom, algo molesto por la insistencia del amigo.

    —Bueno, a veces tanta coincidencia confunde, ¿no te parece?

    —Nuestras metas son distintas, nuestras acciones aún más. Pero lo que más nos diferencia es el bajo perfil de la organización ante el mundo. Este bajo perfil está resguardado por el gran secreto que cubre nuestro accionar y es lo que celosamente cuidamos. Las logias masónicas, actualmente, han dejado de ser secretas para convertirse en reservadas y, en algunos casos, son casi públicas sus intervenciones. Es que ahora ya no son perseguidos como en el pasado, salvo en algunos países totalitarios. Hasta la Iglesia los soporta, aunque a regañadientes. Otro aspecto que nos diferencia es que somos enemigos acérrimos de cualquier fanatismo, ya sea religioso, político o racial. Esta filosofía es innegociable y, aun a costa de nuestra vida. Luchamos contra el fanatismo porque ha sido el causante de las mayores desgracias de la humanidad. Como ejemplos extremos te menciono nuestra permanente controversia con la Iglesia, la lucha a muerte que desplegamos contra el comunismo, el rechazo que practicamos hacia los métodos salvajes del Islamismo y nuestra permanente crítica al capitalismo secante.

    —Coincido con todos esos principios —observó Marcos, impactado por la explicación—. Sin embargo aún no lograste aclarar el embrollo que nos ocupa. Es más, tengo ahora mayor confusión en mi cabeza.

    —Espera a que termine de contarte sobre los principios de la organización y así podrás entender la situación. Otro principio que guía nuestras acciones es el de proteger las ciencias y las artes, pues consideramos que son un patrimonio sagrado de la humanidad. Tu sabes que, ayer como hoy, muchos científicos y artistas han sido, y son, perseguidos por el sólo hecho de difundir sus conocimientos o su arte. Esto ocurre porque esas difusiones perjudican económica o dogmáticamente a distintos grupos de poder. En algunos casos son afectados los políticos, en otros los grandes consorcios y también, algunas veces, los credos religiosos. Todos ellos ejercitan su poder y el mismo debe ser indiscutible para ser efectivo, por lo tanto necesariamente viene el choque y los poderosos tienen siempre las de ganar, anulando nuevos descubrimientos o teorías, evitando la difusión de artes controversiales, desacreditando a quienes hayan osado disentir con los poderes establecidos y, en ocasiones, persiguiéndolos con argumentos falsos y fabricando pruebas de supuestos delitos. Cuando nos enteramos que alguna de estas porquerías está sucediendo, intervenimos para proteger el conocimiento, la ciencia o el arte perseguidos. De esta forma hemos logrado salvar muchas riquezas intelectuales que, de otro modo, se hubieran perdido para siempre; como sucedió en el Medioevo con descubrimientos científicos y tecnológicos que la Iglesia logró enviar a la hoguera junto con los supuestos herejes, que no eran sino innovadores científicos que osaron pensar en forma diferente contraviniendo los dogmas vigentes en la época.

    —¿Cómo logran hacerlo, si son tan poderosos los inquisidores? —preguntó Marcos, cada vez más impresionado por el inesperado relato de Tom.

    —Casi con las mismas armas de ellos, poder y dinero. Pero con algunas otras adicionales, como son la información, la mística y la eficiencia. Estos últimos recursos son los que nos permiten triunfar la mayoría de las veces, tenemos ventaja en el uso de ellos. Contamos con información oportuna, nuestro Centro está alerta día y noche. Tenemos acceso a mucha información porque gozamos de la confianza de innumerables hombres de ciencia en el mundo. Nuestra mística es una férrea ventaja que los enemigos del saber no pueden comprar ni destruir. La eficiencia surge de la diseminación de los operadores en el mundo y de la estricta selección para reclutarlos. Obviamente, como toda labor humana, tenemos fracasos; a veces tan serios que el remedio que intentamos aplicar resultó más dañino que la propia enfermedad

    —Bueno, Tom, luego del revoltijo que has logrado hacer en mi cerebro, quiero que me expliques, si es posible, ¿qué carajo tiene que ver todo esto con lo acontecido en la frontera y qué haces tú en este pobre país que, seguramente, no podrá jamás influir en la economía mundial?

    —Ten calma, Marcos, ya llegaremos ahí —replicó Tom tomándose un respiro y aprovechando para beber un trago de agua—. En cuanto a la influencia que puede tener tu país en la economía mundial, te equivocas de medio a medio. Cuando te relate lo que puede suceder, verás que si no intervenimos existirán muchos afectados. Pero antes quiero resaltar algo importante en cuanto a los principios que rigen a la organización. Se trata de que, por encima de cualquier interés, tratamos de hacer prevalecer la Verdad. Esto te puede parecer un canto a la bandera, pero no es así cuando una falsa información, o una errónea teoría, te pueden llevar a realizar una acción equivocada que podría afectar a cientos de miles de personas.

    Luego de esta conversación, Tom empieza el largo relato a su amigo de las razones de su presencia en el país, no sin antes preguntarle si quería seguir adelante e involucrarse más. Ante la insistencia de Marcos por llegar a conocer profundamente el asunto, Tom siguió adelante.

    El relato se remontó a la época del descubrimiento de América, cuando los españoles llegaron a lo que es ahora América Central y empezaron la salvaje y despiadada invasión, que más tarde se conoció como colonización. De alguna manera, más al sur, el Inca Atahuallpa se enteró del arribo de los señores barbados y de sus intenciones de saquear oro, plata, joyas y cuanta riqueza pudieran encontrar. Advertido de tal calamidad ordenó a sus súbditos reunir la mayor parte de los tesoros imperiales, antes de la llegada de los ibéricos al Perú. El lugar elegido fue el Cusco. Desde allí fueron trasladados, utilizando miles de esclavos aimaras, a otro lugar lejano algo protegido por la selva, en las estribaciones de la Cordillera oriental de los Andes, pero sin adentrarse en los llanos amazónicos, donde el Imperio Incaico nunca tuvo dominio. Toda esa historia fue revelada a un fraile dominico a raíz de la confidencia que le hiciera un converso, descendiente de un importante miembro de la realeza del Imperio, luego de que Pizarro y Almagro sometieran y asesinaran al Emperador nativo. El fraile en cuestión, no reveló su descubrimiento a los conquistadores sino al prior de su orden que se hallaba en España, mediante un escrito que se mantuvo oculto por siglos hasta que llegó a conocimiento de la organización en 1930, a través de los estudios de un antropólogo danés, quien descubrió el antiguo documento en una abadía de Francia. En dicho documento, el religioso describía con mucho detalle las revelaciones del nativo, y narraba el viaje que hiciera en compañía de él, al lugar donde fueron ocultos los tesoros. Es más, había incluido en el documento un derrotero preciso y detallado para encontrar la entrada a una galería que, a su vez, estaba conectada con una gran caverna que sirvió a los incas para esconder sus pertenencias, cuyo valor no era sólo por el metal y las joyas, sino que tenían significaciones míticas y religiosas. Pero lo más asombroso del descubrimiento del fraile no fueron las enormes cantidades de tesoros acumulados en la cueva, sino que la misma era una fabulosa mina de oro explotada por los nativos durante siglos y que proveía del metal precioso a todos los rincones del Imperio. Se cree que el oro encontrado en las joyas indígenas del Perú y México provenía de ese yacimiento; incluso se deduce que los nativos del sur cambiaban oro por turquesas con los indios navajos de Norteamérica. Pero la mayor sorpresa que se llevó el dominico fue cuando encontró en la caverna trozos de oro puro del tamaño de un puño, algunos de los cuales llevó consigo como evidencia de su hallazgo y, por supuesto, tentado por su ambición. En realidad cargó con todo el metal que pudo, sin imaginarse que este sería el motivo de su futura tragedia. El fraile se dio cuenta de que el metal no era lo más importante para los nativos y lo que realmente cuidaban eran las joyas sagradas ocultas en la mina. Tanto era así, que los incas no explotaban la mina con avidez ya que, como no tenían mercado para el mineral, sólo tomaban lo necesario para el trabajo de sus orfebres, a quienes tenían gran veneración porque creían que su inspiración y habilidad eran dones otorgados por sus dioses a los elegidos. De esa creencia surgía el profundo respeto y adoración que prodigaban a las obras de los joyeros, las mismas que estaban destinadas al uso exclusivo de los sacerdotes, que eran parte de la realeza. Por ese motivo, el cura descubridor, no osó tocar ninguna de las miles de joyas que estuvieron a su alcance, hecho que incrementó la confianza depositada en él por el nativo, quien le ayudó con la pesada carga del mineral y lo guío en el difícil retorno a la costa del Pacífico, donde pudo conseguir una nave que lo llevó hasta Centroamérica y desde allí pudo llegar al Viejo Continente.

    De acuerdo a investigaciones posteriores, se logró determinar que —siguió relatando Tom— en la antigua mina existían miles de toneladas de oro, pues este filón era un fenómeno geológico único en el mundo. No eran necesarios trabajos extenuantes ni herramientas especiales para explotarlo, sólo se necesitaba acceder a la caverna y recoger el mineral que se encontraba en forma de pepitas; algunas del tamaño de huevos de gallina y otras aún mayores. Pero había una particularidad aun más asombrosa, en relación a la calidad del oro, y era su extraordinaria pureza. Esta rareza desconcertó a los científicos de la Edad Media, cuando analizaron las muestras llevadas por el dominico, y atribuyeron la misma a los logros de los alquimistas, muy conocidos a la sazón, y consecuentemente, perseguidos por la Iglesia en toda Europa. Esa confusión fue la desgracia del monje dominico, pues un colega suyo a quien había confiado su hallazgo, tuvo la imprudencia de comentarlo con un cura servil de La Santa Inquisición. A través de esa delación, el asunto llegó a oídos de un alto funcionario del Santo Oficio de Génova, famoso por su crueldad y ambición. La larga zarpa de la Inquisición no tardó mucho en apresar al clérigo descubridor, quien que fue acusado de hereje, torturado, despojado de las tres arrobas de oro que tenía en su poder y, lo que fue peor, obligado a confesar la ubicación de la cueva del Nuevo Mundo. Esta confesión incluyó la entrega de los mapas y derroteros que el infortunado fraile tenía ocultos. La infame tortura logró descubrir todo, en forma rápida, para conocimiento del cruel Inquisidor genovés, quien una vez logrado su cometido no tuvo reparo en mandar a matar al monje dominico, que le había revelado tanto en el potro de tortura. Sin embargo, unos curas capuchinos, pertenecientes a una logia interna de la Iglesia, estuvieron todo el tiempo enterados de las andanzas del Inquisidor a través de un agente que mantenían en el seno mismo del convento que funcionaba como cárcel de la Inquisición. Esa logia secreta surgió a causa de los excesos cometidos por la tenebrosa Inquisición y a causa del apoyo del Papa a esas inhumanas acciones, en su locura de perseguir a los enemigos del poder de Roma. Ese delirio hizo que se arremetiera en forma inmisericorde contra muchos científicos y artistas de la época. Los monjes capuchinos de la logia no andaban con muchos miramientos cuando tenían que actuar y, en una acción temeraria, atacaron al Inquisidor y a su séquito, cuando se aprestaban a abordar un galeón español en el puerto de Génova con intenciones de viajar a América. Los atacantes eran asesinos moldavos a sueldo, a quienes no les importó degollar a toda la delegación, sin dejar ningún testigo para contar el suceso. De ese modo, los doce cofres de madera y cuero que estaban a punto de ser embarcados fueron a parar a manos de los capuchinos y de su logia. En ese equipaje se encontraba el metal, por entonces bautizado como Oro de Alquimia, los mapas y una amplia descripción de la mina y del derrotero para acceder a ella. Todo ese bagaje fue trasladado a Irlanda, donde la logia clerical tenía su sede y se mantuvo oculto durante siglos, como otros tantos secretos mantenidos allí a salvo de la intervención papal.

    Luego de escuchar toda esa historia, Marcos intervino:

    —Muy interesante todo este relato, aunque es difícil de digerir, pero aun suponiendo que todo sea verdad, ¿qué tiene que ver con tu presencia en este país perdido del mundo?

    —Ya llegaremos donde tú quieres —replicó Tom, un tanto cansado por su largo monólogo—. Déjame terminar la historia diciéndote que, cuando el Inquisidor de Génova fue asesinado, Roma no se quedó pasiva porque estaba enterada de gran parte de los sucesos, a raíz de que también mantenía vigilado al agente del Santo Oficio. De este modo Clemente VIII desató una feroz persecución en contra de la logia de los monjes, ayudado por el rey de España Felipe II, en un intento de acabar con ella; no sólo por el tema del oro, sino porque era inadmisible que alguien dentro de la Iglesia oculte información a la jerarquía. Esa persecución fue similar a la que organizó su antecesor, Clemente V, cuando se ensañó con la más egregia Orden de la Iglesia, la de los Caballeros Templarios; en esa ocasión, cooperado fielmente por el rey de Francia Felipe IV. A raíz de la persecución de la logia capuchina, se cree que los documentos que estaban en Irlanda fueron trasladados, por algunos monjes

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1