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Sobre la Cordillera
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Sobre la Cordillera

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“Sobre la Cordillera” es una novela basada en hechos reales, nada de ella pertenece a la ficción, solo los nombres de los personajes son distintos. Las realidades de la gente común y sus circunstancias cotidianas son, desde mi humilde punto de vista, mucho más interesante que aquello imaginado. Las historias como estas dejan para la posteridad; la impresión lingüística de un tiempo, de una época, de un devenir de circunstancias que leídas en el futuro, por los hombres y mujeres de ese futuro; nos avergüenzan o nos enaltecen.

IdiomaEspañol
EditorialJosé Agreda
Fecha de lanzamiento7 abr 2022
ISBN9781005369651
Sobre la Cordillera
Autor

José Agreda

Nací en un lugar muy cerca del mar, debajo del cielo intensamente azul del año 1966. Ese lugar desolado sigue siendo una isla, los viejos y los jóvenes se van cada día lejos de su costa, muchos regresan en el siguiente amanecer, como mis padres, otros se alejan por varios años y un grupo extraño de ellos... se va por toda una vida. En ese grupo de extraños estoy yo, por eso escribo, pues las palabras son la invisible estela que me conecta con ese lugar, las historias son la línea pálida de su costa que jamás pierdo de vista. Mientras la vida sucede, viajando suave pero inexorable al encuentro con la muerte, las palabras que dicen y callan se desparraman sobre la página blanca del tiempo, para formar la existencial estela de mi vida. Tontas pretensiones de una trascendencia mortal que el mar engulle, la brisa arrastra y la lluvia moja. Simple biografía llena de nada, sin importancia, pero que cubre el espacio vacío de un cuadro en blanco...con palabras.

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    Sobre la Cordillera - José Agreda

    Tabla de contenidos

    Presentación

    Capítulo I (De Machiques a Cúcuta).

    Capítulo II (De Cúcuta a Ipiales).

    Capítulo III (De Ipiales a Lima).

    Capítulo IV (Buscando trabajo en Lima).

    Capítulo V (La resurrección de Margarita).

    Capítulo VI (Vivir o sobrevivir).

    Capítulo VII (El final de un viaje).

    Presentación

    Sobre la Cordillera es una novela basada en hechos reales, nada de ella pertenece a la ficción, solo los nombres de los personajes son distintos. Las realidades de la gente común y sus circunstancias cotidianas son, desde mi humilde punto de vista, mucho más interesante que aquello imaginado. Las historias como estas dejan para la posteridad; la impresión lingüística de un tiempo, de una época, de un devenir de circunstancias que leídas en el futuro, por los hombres y mujeres de ese futuro; nos avergüenzan o nos enaltecen.

    América del Sur está atravesada de largo a largo por la majestuosa Cordillera Andina, si se ve la imagen de esta parte del Continente Americano desde la altura de un satélite artificial, puede verse la imponente cicatriz del tiempo geológico atravesar esa sección del Planeta. Allí, en esa imagen, no se ven las estúpidas fronteras inventadas por el ego de los hombres, tampoco se ven sus éxitos y sus fracasos, a la imponente cicatriz del tiempo le importan muy poco nuestra temporalidad o la elevada importancia que le damos a nuestra precaria finitud.

    Venezuela, en el extremo norte de la Cordillera, es un espacio de tierra que se desliza sobre el Océano Atlántico hasta toparse frente a frente con Europa. Lo que pasó y pasa con su gente sencilla y buena en la terrible época del Socialismo del siglo XXI, es una muestra de cuan ingenuos podemos ser unos y cuan hipócritas pueden ser otros. En el mundo de egos enfrentados siempre han sufrido los pobres, los honestos, los olvidados, mientras que los seres superiores suelen discutir cómo repartirse el Mundo.

    Sobre la Cordillera es una historia de gente común, que descubrió a sus espaldas unas imponentes montañas, un frio desolador, unos hermanos regados a todo lo anchuroso de esa gran cicatriz. Gente que jamás pensó en girar sus esperanzas al Sur, porque su horizonte solía llenarse con el azul cristalino del inmenso mar que baña su costa norte. Apreciado lector; Sobre la Cordillera es una historia llena de simplezas, que se levanta a la altura de las grandes montañas para enseñarnos la pequeñez de nuestras vidas, todos entendemos que existe mucha gente que lo pasa peor, otros tienen exceso de comodidades, pero lo que importa al final de cada día es la calidad de nuestros esfuerzos por vivir de la mejor manera posible.

    Leer esta historia, es como leer el escrito de un pedazo de papel abandonado en el oscuro rincón de la existencia, no nos dice nada nuevo, pero lo que nos dice ilumina ese rincón, vierte luz sobre esa existencia.

    Capítulo I (De Machiques a Cúcuta)

    ¡Ve er chiste! Fue la primera expresión de esa madrugada, la camioneta Ford bronco que lo recogió a las cuatro de la mañana llevaba como pasajeros a una mujer embarazada, dos niños, un joven muchacho y ahora a él. Machiques es un pueblo grande, algunos se atreven a llamarlo ciudad, pero si alguna vez lo fue o estaba a punto de serlo, en ese momento solo calzaba el título de pueblo grande. El rudo vehículo cruzó la primera esquina, enfilando su poderoso motor hacia la temida frontera, un terrible ruido, seguido de una pequeña explosión, lo detuvo en seco.

    ¡Se rompió la trasmisión! Dijo el chofer y las sombras de la moribunda noche ocultaron los gestos de desagrado de todos los pasajeros. Ciento ochenta mil pesos colombianos pagó cada uno, unos sesenta dólares, que para todos ellos significaba un gran esfuerzo económico, sin embargo, para sorpresa de aquellos escapistas, el conductor presentó una solución rápida. Desde su teléfono llamó a un amigo, seguramente un socio en ese trabajo de cruzar en forma ilegal la frontera entre Venezuela y Colombia.

    Quince minutos después apareció un pequeño camión rojo: Chevrolet Silverado 3500 HD de plataforma, con otro conductor, la orden fue sencilla: ¡Se van en el camión! Y para sorpresa de todos; los choferes ayudaron a subir a la mujer embarazada y a los niños, los dos jóvenes que acompañaban aquella carga subieron también, tomaron las esquinas alejadas de la cabina para emprender el viaje. La recta que los alejaba de Machiques hizo la primera advertencia de frío en el fuerte viento que generaba la velocidad del camión.

    Afortunadamente el frío cesó rápidamente al cruzar en Cerro Alto hacia la derecha, pues la inmediata parada para abastecer de gasolina al vehículo los tomó por sorpresa. Él se bajó de la plataforma del pequeño camión y sostuvo el pico de la manguera que llenaba el tanque de combustible, todos los demás pasajeros se acurrucaron en la plataforma sobre sus propios equipajes. En un país donde echar gasolina era todo un lujo, le llamó la atención la facilidad con la que el chofer logró que lo abastecieran de cien litros del combustible.

    De una camioneta estacionada en lo que algún día fue el restaurante de esa Estación de Servicio, se bajaron varias personas y se acercaron al camión, una señora muy mayor, una adolescente, una mujer, varios niños y dos tipos se subieron a la plataforma, las maletas, bolsos y sacos que llevaban de equipaje cayeron como un barranco en deslave sobre el morral que había escorado cuidadosamente en una esquina.

    A las cinco de la mañana, pese a todos los inconvenientes, el vehículo se detuvo en el primer peaje, el chofer conversó un breve momento con un solitario funcionario policial y luego aceleró hacia la brumosa oscuridad que colgaba de los enormes árboles de Ceiba que llenaban los bordes de la carretera Machiques Colón. La señal del teléfono desapareció apenas dejaron atrás las lánguidas luces de aquel puesto de control, muy pronto descubrió su primer error cuando la brisa fría comenzó a golpearlo con fuerza.

    En principio pensó que iba a viajar sentado en el asiento de un auto, por eso llevaba puesto una simple franela, la chaqueta que le regaló un buen amigo estaba en su morral, hundido bajo el peso de los sacos y maletas de los otros pasajeros. No se imaginó que el primer tramo de aquella aventura lo haría como el ganado que llevan al matadero, la violenta ráfaga de aire y los saltos del camión lo mantenían tenso, pero cruzar hacia Tibú por las trochas le parecía tan temerario que aquella sensación de frío mañanero era su menor preocupación. Estaba ansioso por salir de Venezuela y escapar del socialismo.

    Antes de su partida, llevaba casi los tres años anteriores trabajando en el Gobierno local, familiarizado con esas prácticas del vivaracho popular, que solo busca sacarle provecho a cualquier posición de privilegio en detrimento de todos los demás, decidió escapar; aquella forma de vivir contrastaba con su deseo de labrarse un futuro honestamente. Esperó con paciencia que el viejo reló del tiempo avanzara porque quería hacer las cosas bien, pero en su país natal, por obra y gracia de un grupo de individuos aferrados al poder, los espacios para hacer las cosas bien se habían agotado. Ser honesto fue rebajado a una categoría inferior, bastaba con robar solo un poquito para considerarse santo.

    En el inicio de la tercera década del siglo XXI, los teléfonos móviles, con su pantalla táctil y las redes sociales, habían roto la barrera de la pobreza. Algunos jóvenes de bajísimos ingresos se esforzaban por mantenerse dentro de la tecnología, soslayando incluso los eventuales ardores de estómago. Por eso él abrazaba su Samsung A10 como si fuera lo único valioso que llevaba consigo, sin embargo, la falta de señal en aquella remota carretera lo obligó a guardarlo en el bolsillo. Sentir la llegada de una notificación era tan importante como sentir los latidos del corazón.

    La familia numerosa, tenía su núcleo en aquel pueblo grande, le prestaron los pocos dólares que tenían para ayudarlo a irse. La sensación de ayudar al otro para que haga lo que uno mismo no puede hacer es el triste consuelo de los resignados, no obstante, la emoción de la aventura que recién comenzaba era seguida con entusiasmo a través de los teléfonos, en esos tiempos de guasap y de instagram todo se compartía, los buenos augurios, las oraciones, los consejos, las peticiones e incluso los miedos viajaban por las antenas, por los satélites, sin necesitar la angustia de las emociones; el auxilio absoluto de la fe en Dios.

    El zumbido de los neumáticos se mezclaba con el zumbido de la brisa, los pasajeros brincaban sobre la plataforma, el feto de la mujer embarazada debía sentir las brutales vibraciones, aunque ella se cubría la hinchada barriga con dos almohadas, nadie entre ese grupo de pasajeros ilegales se atrevía a charlar, todos estaban tensos y no querían familiaridades, en el fondo, se deseaban mutuamente la misma suerte, llegar a su destino con éxito.

    Desde su altura, el paisaje Perijanero se extendía a ambos lados de la carretera, aquella amplia explanada erizada de jorobas cubiertas de pasto eran el piedemonte de la Sierra de Perijá, grupos de pardas vacas se observaban con los claros del nuevo amanecer, algunos trazos del desaliñado paisaje se veían muy verdes, la mano del hombre o la mano de la naturaleza, proveyendo agua en abundancia, privilegiaban esos rincones del solitario campo. En el oeste, la silueta zigzagueante de la serranía separaba a los dos países.

    Todos esos amplísimos terrenos mostraban curiosamente las cercas de alambre que anunciaban al observador la propiedad privada de la tierra, entonces la pregunta recurrente era ¿Quién puede ser dueño de tanto territorio? Las Materas, como las llaman en Perijá, son terrenos de varias hectáreas donde se cría ganado y esos anchos espacios que forman cada Matera son utilizados como potreros para alimentar el ganado, es fácil suponer que aquella manera de criar las vacas; debe ser lo más primitivo y lo más barato que se puede encontrar en este mundo moderno.

    En la década de los ochenta, este enorme territorio zuliano ostentaba el pretencioso título del Distrito que mayor producción de leche tenía en el país, para entonces, una de las fábricas productora de derivados lácteos, especialmente leche en polvo, ubicada en Machiques, era considerada la segunda más grande de Latinoamérica, allí era muy común ver las filas de gándolas y pequeños camiones esperando para descargar los miles de litros de leche que la región producía, también era muy común ver salir las gándolas cargadas con cientos de cajas de leche en polvo todos los días. Obviamente, los casi mil trabajadores y la economía que tanto movimiento generaba, hacían de Machiques un pueblo próspero. Todo fluía con los problemas normales que estas dinámicas tienen, pero un buen día, llegó el socialismo con sus tontas teorías y ahora la leche de esa hermosa geografía que se abría ante sus ojos, alimentaba con su ausencia un testimonio más de la estupidez humana.

    Los kilómetros sacudían al camión y este sacudía a los pasajeros, el sol ya mostraba claramente los horizontes repletos de arbustos, árboles, matas, también de pasto verde, de alambradas, de vacas, de jagüeyes, de riachuelos sedientos, salpicados por rústicas casitas aisladas a lo largo del camino, a veces, también se veía una carretera de tierra que se adentraba hacia lo desconocido y era fácil suponer que al final de esa muy elaborada carretera, estaba la casa principal de la Matera de un rico ganadero.

    En algún momento del camino se les agregó, formando la cola de una caravana, una lujosa camioneta gris y cuatro motos, algo tenían que ver con el camioncito rojo de plataforma negra, porque no realizaban ninguna maniobra para adelantarlo, solo estaban allí como una rara escolta. El teléfono le avisó a su pierna y la pierna le avisó al cerebro que había llegado un mensaje de guasap, emocionado comprobó que tenía señal de internet en ese solitario lugar, rápidamente pasó fotos, audios y mensajes para informar a toda su expectante familia su situación.

    En el teléfono leyó un mensaje de su tía donde describía al chofer del camión, el canoso individuo había sido el jefe de la policía de Machiques por muchos años, ahora estaba jubilado y al parecer se dedicaba al lucrativo negocio de cruzar por trochas la frontera, amparado seguramente en su red de contactos, pasaba tranquilamente hacia Colombia ganándose en el trabajo buenas sumas de dinero. Terminaba de leer cuando desde la cabina del camión les ordenaron echarse al piso de la plataforma, el vehículo disminuyó la velocidad, subió el primer policía acostao y se detuvo frente al guardia nacional.

    La conversación duró poco, el rústico vehículo siguió avanzando, ni la camioneta gris, ni las motos, fueron detenidas, todos entraban en los acuerdos de aquella charla con el militar. Entonces comprendió que su accidental presencia en aquella plataforma, era solo una especie de favor secundario que el chofer hacía, porque su verdadera carga estaba en aquella lujosa camioneta gris que le seguía. Luego de tres horas de viaje, la brisa y el paisaje comenzaban a cambiar, en todo parecía haber más humedad, más frío, más agua y más verdor.

    Las siguientes dos alcabalas se pasaron de la misma manera, saber que el chofer tenía experiencia en esos menesteres lo tranquilizó, justamente por eso había pagado tanto dinero. Al llegar a un puesto de control, que tenía los conocidos conos de un rojo brillante alineados en el medio de la carretera, un solitario guardia nacional levantó su mano para detener el camión, la disminución repentina de la velocidad puso a todos en alerta, el vehículo intentó cruzar a la izquierda, pero el militar comenzó a gritar ¡No, no, no! ¡Dale por aquí de una vez! El camión giró lo más rápido que pudo hacia la derecha y se metió en los terrenos planos de una matera, el mismo militar se tomó la molestia de apartar la improvisada cerca de alambre, los dos vehículos y las cuatro motos cruzaron la cerca a toda velocidad, dejando tras de sí, una polvareda.

    Era evidente que la comodidad de los que iban en la plataforma del camión no era lo más importante, durante casi una hora, los saltos del vehículo rojo lo levantaban hasta el cielo y luego lo bajaban a tierra, la mascarilla diseñada para protegerlo del covid-19 no era suficiente para contener el polvo que generaban las ruedas, fue el más largo agitar de su cuerpo en el que hubiere participado, así continuó el viaje hasta que se detuvieron frente a un enorme portón negro.

    El chofer le pagó al trabajador que manipulaba el portón, cruzaron y a partir de allí el paisaje se tornó más ordenado, hasta donde alcanzaban los ojos solo se veían las famosas matas de palma aceitera, ya las materas no se dedicaban a la ganadería, sino al cultivo de esta rentable planta que alimentaba una próspera industria. Los saltos continuaron, pero disminuyeron en intensidad, cruzaron tres portones más, cierta humedad en el ambiente hizo más agradable el viaje porque ya no se levantaba tanto polvo, eso le sirvió para mirar a todos lados con soltura, e incluso tomar algunas fotos. Aquella camioneta gris y las cuatro motos desaparecieron sin que ninguno de ellos pudiera darse cuenta del cómo o cuándo lo hicieron.

    En la recta más o menos suave que se abría hacia el horizonte, pudo detallar con más cuidado a sus compañeros de viaje, todos los pasajeros tenían rasgos indígenas, seguramente venezolanos tan colombianos como los propios colombianos, en realidad, la gran mayoría de la gente de estos lugares fronterizos debería tener libre acceso a los dos países sin ningún problema, sin necesidad de pagar tanto dinero y, por supuesto, sin arriesgar sus vidas, pero la burocracia de algunos y la corrupción de otros hacían de la libertad natural de moverse un delito.

    Parados sobre la plataforma, mirando de frente el camino mientras se sujetaban firmemente como dos marineros en medio de un mar tempestuoso, estaban dos jóvenes guajiros vestidos de bluyín y franelas. Parecían trabajadores de alguna matera cercana, o comerciantes de algún tipo, porque conversaban en wayunaiki constantemente. Las mujeres y los niños formaban el resto del grupo, la mujer yucpa estaba embarazada y cargaba un bebé de meses en brazos, lo cubría con una toalla blanca para protegerlo del polvo del camino, el niño de unos seis años parecía ser también su hijo porque dormitaba escorado de su costado.

    Todas las mujeres y niños iban sentados en los dos cojines traseros de automóviles que habían dispuesto sobre la plataforma del camión. En la esquina pegada a la cabina, detrás del chofer, una anciana de rasgos guajiros viajaba con una adolescente de unos trece años, de las escasas palabras que lograba escuchar en la conversación con la mujer yucpa, pudo entender que la abuela le llevaba la niña a su esposo que ya la había comprado. La otra mujer tenía una niña como de cuatro años dormida en sus piernas, esta mujer de rasgos indígenas estaba muy bien vestida y por momentos conversaba con la embarazada. El cuadro de estos viajeros ilegales lo completaba el joven, que grababa con su Samsung A10s las peripecias

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