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El temblor del acoso
El temblor del acoso
El temblor del acoso
Libro electrónico67 páginas59 minutos

El temblor del acoso

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Un muchacho de catorce años, al que llamaremos “el muchacho”, se alista como maestro voluntario durante la campaña de alfabetización en Cuba en el año 1961. Es conducido a un intrincado caserío de Esmeralda de la provincia de Camagüey, hasta la humilde vivienda de un matrimonio de mayores cuyo único hijo Alejandro será su alumno hasta que inesperadamente es trasladado. Durante este período y los que restan para el fin de la alfabetización, tendrá experiencias emocionales de carácter homosexual con relaciones eróticas y sexuales que modelarán su personalidad.
Terminada la alfabetización, el muchacho es becado en la capital para continuar sus estudios secundarios. Producto del azar se efectúa un reencuentro con Alejandro, establecen un vínculo amoroso que durará siempre. A partir de entonces tendrá que enfrentar a su familia, será expulsado de la Universidad en la etapa conocida en Cuba como el Quinquenio gris, víctima del totalitarismo machista y homofóbico que lo excluye. Su vida sufre avatares, pero encuentra las fuerzas para enfrentar el acoso y los miedos a su propia naturaleza.
El final revela que la historia tiene una continuidad.
IdiomaEspañol
EditorialGuantanamera
Fecha de lanzamiento13 nov 2017
ISBN9781524304973
El temblor del acoso
Autor

Omar Cerit Beltrán

Omar Cerit Beltrán (Camagüey, Cuba, 1948). Su creación literaria se desarrolla en Isla de Pinos desde 1977. Publica Sobrevivir la arena, (poesía) Ediciones El Abra, Isla de la Juventud, 1991; reeditado por la editorial online: www.lulu.com en 2007; Antología Poetas de la Isla, Ediciones Holguín, 1995. Obtuvo mención en décima en el Concurso Nacional de Talleres Literarios de Cuba (1996); Cuaderno de décimas A los nombres, premio en el Concurso Literario Mangle Rojo, ediciones El Abra, 2001; Revista Literaria Baquiana, EEUU, No. lV, 2002; Antología Nueva poesía Hispanoamericana decimotercera edición, Colección Lord Byron, Lima, 2006; Antología Poética Bukowski Club, Canalla Ediciones, España, 2011; Antología Esta Cárcel de aire puro, (Panorama de la Décima Cubana en el Siglo XX) 1era parte, Editora Abril 2010. El temblor del acoso es su primera novela. Es miembro de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba desde 1992. Reside en Madrid desde 1997.

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    El temblor del acoso - Omar Cerit Beltrán

    Lima.

    I

    Llevado por la euforia contaminante en los inicios del poder de Fidel Castro y su Revolución en Cuba, integrabas un ejército de improvisados maestros, cuya batalla era enseñar a leer y escribir a los analfabetos de todo el país. Los iban distribuyendo en diferentes transportes hacia los lugares más intrincados de las provincias. Para llegar a tu destino final, salieron de la ciudad de Ciego de Ávila. Después de andar una hora sobre ruedas por carreteras secundarias, te bajaron en un pequeño e intrincado batey. Había una sola calle donde confluían trillos y callejones llenos de baches aún con el agua del último aguacero. Desde las casas y chozas de madera aparecieron y desaparecieron mujeres con desconfiadas miradas hacia los extraños:

    ―Buenos días ―dijo tu responsable ―¿Podría darle un poco de agua al muchacho? Apareció una casi niña, embarazada, portando un porrón y un jarro en la mano. Después de llenarlo miró por si hubiera algo extraño en el agua y enseñó una risa sin dientes.

    Colgaba a un poste en la entrada del batey una campana como las utilizadas para llamar al trabajo en los tiempos de la esclavitud, avisaba a los alumnos de la escuela las horas de entrada y salida a las aulas. Las otras casas de mampostería del batey eran la Tienda del Pueblo y el Centro de Distracción: un bar con traganíquel y una mesa de billar, aunque sin bolas de marfil ni tacos. El aguardiente y el ron, los servían en latas de leche condensada y frascos de compota soviética. Al costado había otro salón, donde celebraban guateques los domingos. Un largo terraplén comunicaba el batey con la cooperativa que era el centro económico de la zona.

    Después de almorzar en el comedor de la escuela, arroz blanco, plátano hervido y la socorrida carne rusa en conserva, apareció el jeep que te llevaría hasta un pequeño caserío de carboneros, a diecisiete kilómetros de allí. Recorrido un tramo árido, el vehículo giró hacia la derecha, para incorporarse a un polvoriento terraplén que se perdía en la interminable llanura. Al bajarte pasó un tractor y a los pocos segundos un camión, difuminando tras nubes de polvo, lo que sería tu nuevo hogar. El responsable te dejó a la custodia de la familia Montesinos, integrada por una pareja de mayores y su joven hijo. Fueron los únicos vecinos del caserío que aceptaron asumirte en su vivienda; un espacio cercado, con carneros, gallinas y tres perros, amarrados cerca de una pequeña gallería. Tenían mérito los Montesinos pues su vivienda era de las más humildes, con techo de guano, piso de tierra y tres habitaciones divididas por tabiques de yagua, aun así se echaron la carga del brigadista encima. Se alumbraban en el interior de la choza con mechones, cuya llama al ser movida por el viento se transformaba en sombras que bailaban por las paredes. Su humo manchaba todo de negro y te apestaba, por ello el farol chino que traías fue un lujo que rebasó sus expectativas. No se atrevían ni a tocarlo.

    Al tercer día en la mañana, después de un corto paseo por los alrededores, ataste la hamaca a dos árboles y te pusiste a repasar el manual de impartir clases, apenas habías tenido tiempo de leerlo durante la instrucción preparatoria. Comenzabas a concentrarte en la lectura, cuando se detuvo frente a la casa una carreta tirada por un tractor para que alguien bajara. Al hacerlo, vociferó algo, pero no entendiste bien sus palabras por el ruido del motor al reanudar la marcha. No más verlo, supiste que era el hijo de los Montesinos. Al entrar saludó a sus padres, dejó el bolso sobre la mesa y fue a conocerte. Al acercarse, lo escuchaste exclamar:

    ―¡Maestro, cuidado con las hormigas! Al mirar viste un montón de bibijaguas bajando por el cordel de la hamaca y saltaste con pánico; gracias a su ayuda, no tuviste una dramática caída. Con risa nerviosa, estrechaste su mano y dijiste:

    ―Te debo una, gracias.

    ―No es nada, maestro… Alejandro Montesinos, para servirle. No vuelva a amarrar la hamaca a esas matas, es peligroso ―y sin disimular su asombro por lo joven que eras, continuó ―¿cuántos años tienes?

    ―Catorce ¿y tú?

    ―Dieciocho.

    Alejandro fue el único del caserío que aceptó alfabetizarse. Allí mismo se pusieron de acuerdo en comenzar las clases esa tarde. Lo más importante para él, te dijo, era aprender a escribir su nombre y apellidos; después si aprendía algo más, mucho mejor.

    La mesa de comer, con tablas de palma real, pulidas por el desfile de cacharros recién bajados del fuego a través del tiempo, haría de escritorio. Como inicio de lo que sería un ritual, esa tarde antes de encender el farol, ordenaste los manuales, libros, cuadernos, lápices y libretas. Desde esa primera clase tomaste su mano para guiarlo en los trazos de las letras; método ingenuo y espontáneo, que aparte de su eficacia, te provocó al paso de los días el nacimiento

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