Viajes De Vida
Por Daniela Doig
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Adems de sus vivencias, contiene informacin relevante de cada pas. Conoce lugares como Pars y Nueva York desde otro punto de vista. Vive la India y Tailandia como una catarsis de emociones. Descubre Alaska, lejos de la metropolis cotidiana rodeado de naturaleza y explendor. Djate maravillar! Siente, intuye, respira y recuerda que el viaje ms significativo es vivir.
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Viajes De Vida - Daniela Doig
Copyright © 2012 por Daniela Doig.
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Contents
Agradecimientos
Prólogo
Capítulo I : Inglaterra Y Escocia
Capítulo II : Egipto, Turquía Y Grecia
Capítulo III : Rusia
Capítulo IV : París
Capítulo V : Alaska Y Canadá
Capítulo VI : Tailandia
Capítulo VII : India, Nepal Y Tíbet
Capítulo VIII : Nueva York
Para mis padres,
Luis
María
Para mis hermanos,
Luis Alejandro
Christian
Si das pescado a un hombre hambriento, lo nutres una jornada.
Si le enseñas a pescar, lo nutrirás toda la vida.
Lao Tsé
La vida es fascinante: solo hay que mirarla a través de las gafas correctas.
Alejandro Dumas
Agradecimientos
Le doy gracias principalmente a Dios por todas sus bendiciones. A mis padres, por ser la fuente de mi inspiración, por haberme dado la oportunidad de viajar y dar a conocer mis experiencias en este libro. De igual forma, agradezco el apoyo infinito de todos los que hicieron posible este proyecto: hermanos, compañeros de viaje y amigos. Dedico este libro a aquellas personas con quienes compartí muchos momentos de alegría y de tristeza, con quienes viajé y pude conocer lejanos horizontes, lugares increíbles y grandiosas culturas.
Aún no conozco al que será mi esposo, mucho menos a mis hijos, pero sé que estaré orgullosa de cada uno de ellos. A todos los demás, les agradezco su inmenso amor, su cariño infinito y sobre todo les agradezco que hayan creído siempre en mí.
Prólogo
Era una noche somnolienta de un frío que nos hizo vulnerables al intenso calor de hogar que se disfrutaba en la mesa del antecomedor. El humo que emanaban los Benson & Hedges de papá parecía bailar alegremente al ritmo sonoro de las risas de mamá. Era sin duda un día especial.
No era muy común ver este tipo de escenas tan tarde a la noche, pero había algo mágico que hizo ese momento imborrable en nuestras memorias. Todo parecía indicar que habría más café en la mesa para las próximas horas.
—¿Recuerdas el día que nos dio un ataque de risa en el consultorio del doctor Gómez? —reía mamá tratando de no inclinar mucho las sillas de madera que tanto cuidaba.
—¡Claro, cómo olvidarlo! —contesté—. Fue el día que dijiste que mi hermano estaba enfermo cuando realmente lo único que tenía era gripa.
Mi madre y yo siempre hemos sido muy buenas amigas, tanto que cuando nos enojamos solemos encerrarnos cada una en su cuarto como niñas berrinchudas, pero, cuando reímos, reímos hasta llorar y sentir dolor en el estómago.
—¡Qué pena con el doctor! Seguro pensó que éramos un par de locas en su consultorio.
—Sí, fue muy divertido.
Mi madre no podía disimular tanta alegría. Sus ojos mostraban orgullosamente alguna que otra arruga que la vida le había regalado.
Mi padre solamente abría los ojos, sin expresar palabra alguna, y escuchaba a sus dos muy queridas mujeres mientras fumaba sin cesar.
Mi papá o el señor Poquete —apodado así cuando solía contestar a las preguntas con acento culichi: «poque sí», «poque no», «poque así es»— es un hombre muy auténtico y singular. Su apariencia física en ese entonces era la de un señor alto, robusto y corpulento, una persona muy fuerte debido al ejercicio que hizo alguna vez en su juventud, pero que paulatinamente perdió a lo largo del tiempo. Sus finas y blancas canas le cubrían el cabello negro, pero él las mostraba con ahínco y gran satisfacción. Su piel ya no era sedosa y joven, sus manos cuarteadas y resecas, fruto de los años sin tomar el debido cuidado del sol, resaltaban un sinfín de arroyos secos en la terciopelada blanca piel de antaño.
Mi madre se levantó para menear la cazuela de papas del monte que yo disfrutaba tanto comer. Era un verdadero espectáculo verla preparar sus famosas papitas locas, ya que, al principio, siempre ponía a cocer en aceite un montón de éstas en un traste, pero luego, pensando en que probablemente todos querríamos comer al igual que ella, ponía más, y así se acababan casi dos kilos de exquisitas papitas locas.
—Daniela, platícale a tu papá la historia del toro —dijo sirviéndose apetitosamente un plato lleno de papas con un poco de frijoles de la olla.
—Mamá, pero si ya se la hemos contado más de mil veces —comenté vacilando.
—¡No, no! Cuéntale otra vez, ya sabes que tu papá es sordo y ahora está muy participativo con lo que decimos.
Mi padre no está completamente sordo, más bien a veces prefiere encerrarse en su mundo y hacer caso omiso a cualquier plática fuera de sus propios intereses. Típico en la mayoría de los hombres, ¿no es así? No obstante, sí existe una razón por la cual perdió un porcentaje considerable del sentido del oído.
La historia de la supuesta sordera de papá ocurrió cuando la familia solía pasar las vacaciones de Semana Santa en el rancho «San José de Payán» en San Felipe, Guanajuato. El rancho era una gran explanada con diferentes atracciones, desde la inmensa presa vecina de un hermoso cerro hasta la huerta de frutos y hortalizas que al abuelo Seve le gustaba cosechar. A un costado de la huerta, estaban las caballerizas que visitaba con Socorro, una aldeana de la misma edad que yo en ese entonces, hija de don Goyo, el capataz de mi abuelo. En ese entonces recuerdo