Tierras Ocultas
Por Brendan Detzner
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A raíz del atentado fallido del Imperio Dragot en la Montaña Skyport, Amber, de 17 años, pareja del comandante invasor y actualmente traidora al Imperio, está huyendo. Sola y perseguida por asesinos Dragot, busca asilo político en las misteriosas Tierras Ocultas, que se encuentran aisladas de los países de la alianza en un recóndito lugar del Mundo. Llevándola al Distrito de las Embajadas, un refugio de delincuentes políticos, espías olvidados y las almas perdidas de todos los rincones de la Tierra. Todo el mundo tiene un propósito y nadie es quien parece ser. Amber debe averiguar en quién confiar rápidamente, o las sombras de su nuevo hogar se la tragarán.
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Tierras Ocultas - Brendan Detzner
TIERRAS OCULTAS
PARTE
PRIMERA
1
Desde que se había ido de casa y hasta que abandonó a su marido, Amber se sintió libre, exactamente, una sola vez. Fue cuando aún asistía al Internado. Tenía doce años. Habían ido de viaje a la gran ciudad y su profesora habitual y carabina se había sentido indispuesta y decidió quedarse en el hotel, dejando a su joven asistente a cargo de siete niñas. El museo que tenían concertado para visitar, cerró inesperadamente, y la sustituta de la profesora llevó a las niñas a un salón recreativo cercano, les dio un puñado de monedas a cada una, y les dijo que se divirtieran y pasaran la tarde a su gusto.
Se trataba de una grave infracción de la sustituta, que desapareció al descubrirse lo que había hecho. Y tuvo suerte que sólo la despidiesen, pero nada estaba más lejos de la mente de Amber en ese momento, paseando por el Arcade de pasillos oscuros, rodeada por luces, humo, sonido de campanas y gente extraña. Amber sentía que dependiendo de hacia dónde girase el mundo, podría hacerla caer o volar.
La primera máquina a la que se atrevió a acercarse es lo único que aún mantiene claro en su memoria. Se llamaba La Peregrinación de la puta
. El nombre estaba escrito en negro sobre una bandera de tela roja que colgaba encima de la máquina. Puso una moneda en la ranura, giró la manivela una y otra vez hasta que algo hizo clic y retrocedió. La cortina que cubría la caja de cristal se corrió, revelando un conjunto de marionetas de papel superpuestas, con telones de fondo que giraban dentro y fuera de la vista, contando una historia. No era una historia que no hubiese oído antes. Una chica ingenua, desobedece a sus padres, se mete en problemas en una gran ciudad y huye a las Tierras Ocultas, donde demonios con tridentes se apoderan de ella y la arrastran al infierno. Pero durante unos segundos, justo antes de que la historia llegase a su fin con la aparición de los demonios, un conjunto de tres abanicos se desplegó. Tras ellos, se iluminó una luz roja que dio vida a la escena, revelando el Distrito de las Embajadas, o al menos una versión de cuento de hadas, sólo el tiempo necesario para que quedase grabado en su imaginación. La escena desapareció entre el humo químico de una pequeña deflagración, tras la cortina que se arrastraba cerrándose.
Pero en ese pequeño período de tiempo, Amber vio luces en las ventanas de celofán, algunas en el conjunto de edificios en el interior de la pared roja y muchas más en la ciudad. Recordaba haberse quedado pensando, cómo cada pequeña ventana podía albergar una persona dentro de ella, y cada persona tenía un nuevo mundo en sí misma.
2
El viaje a las Tierras Ocultas desde la montaña, constaba de tres etapas. El primer tramo por aire, el segundo, en un carruaje tirado por caballos. Y el último tramo del viaje era desconocido para Amber o cualquier otra persona del mundo civilizado que no hubiese hecho el camino por sí mismo. Todo lo que se sabía, eran rumores contradictorios. Tras haber conocido gente y visitado lugares, ahora, sabría mucho mejor cómo definir al mundo civilizado en el que había estado encerrada.
Los sedimentos de su antigua vida brotaban como agua manando por la boca de una manguera apretada con los dedos, que cuanto más fuerte se aprieta a más presión sale. Su manera de andar, su forma de juzgar a las personas a primera vista y el modo en que asume que la juzgan a ella.
El dirigible que los llevó al bosque hizo una sola parada una vez llegó a un claro. Skyport era una colonia y un negocio, del tamaño aproximado de la mitad de la montaña. No era un lugar para asentar un hogar. La gente que trabajaba allí llegaba y se iba cada nueve meses. Era un asentamiento de ideas divididas, lleno de pequeñas tiendas a las que apenas se podía acceder. Cada tienda se unió a una forma de pensar. Una facción trató de fingir que formaba parte de aquello, que era una especie de satélite de la montaña, en cuyas tiendas se podía comprar ropa escandalosamente floja, cuadros de artistas trajeados o un sinfín de baratijas que al caer rebotan por todas partes y parecen acróbatas.
Una de las tiendas más bonitas incluso tenía unas pequeñas cajas de música que supuestamente reproducen canciones del show. Pero Amber había visto el espectáculo, había escuchado las canciones, y nada proveniente de las cajas le sonaba familiar. Había sido criada para ser una snob. Quizá ahora estaba siendo lo contrario a snob. Pero la montaña fue un lugar real. Ella había estado allí. Fue donde comenzó su nueva vida, a la que había llegado a través del miedo. Fue donde reclamó el mundo y significaba algo para ella.
La otra facción de las tiendas había ido en dirección contraria. Esos comercios, eran versiones en miniatura de los lugares en los que Amber había crecido para evolucionar y poder encajar en esa identidad. Vestidos, zapatos, joyas y perfumes. Cuando ella llegó a Skyport aún vestía los harapos que le habían dado en la Montaña, lo único que llevaba era una bolsa gorda de monedas variadas con la que había viajado todo el trayecto. Ella no podría tener este aspecto cuando llegase a su destino, pero no tenía muy claro cómo quería que la viesen al llegar.
Su cicatriz la había liberado de la trampa. En el momento en que ella pisaba cada puesto, vendedores charlatanes de suaves manos, le ofrecían maquillajes, cremas y velos para esconder su terrible deformidad. Y Amber les miraba a los ojos diciéndoles exactamente, quién era ella y que no estaba interesada en comprar nada hoy. Y a regañadientes guardaban las cremas y le enseñaban vestidos y collares. Ahora que era libre del cautiverio al que había sido sometida, Amber se sorprendió gratamente de que le encantaban estas cosas. Enaguas, corpiños de corte imperio, brocados y chiffon. Sólo un experto se percataría de que había escogido su nuevo guardarropa en función de la comodidad. Hablando en general, ella estaba igual ahora que cuando debutó por primera vez en fiestas de sociedad y reuniones para tomar el té.
Exceptuando la media luna creciente que ahora recorría su rostro, desde el ojo hasta la mandíbula, donde el cuchillo había marcado su carne.
Estaba sola, con diecisiete años, y no tenía nada en el mundo aparte de lo que llevaba. Pero nadie intentaría robarle, nadie la amenazaría, nadie intentaría convertirse en su protector. La cicatriz los mantenía alejados. Ella no era una chica sola en este mundo. Era una viuda. Como la araña.
Amber embarcó una hora antes de la salida. Había pagado un suplemento para tener un banco para ella sola bajo las cubiertas, un lugar donde podía correr una cortina y no ser vista. Esperó a estar sola para finalmente permitirse sonreír. Estaba asustada porque no sabía lo que iba a suceder a continuación, aunque mucho había sucedido ya.
Recordaba al joven que amó, sosteniéndola entre sus brazos mientas la miraba a los ojos, y sí, el amor es lo que es. Incluso si sólo fue una noche y aunque nunca lo volviese a ver. Le habían contado muchas cosas sobre el amor a lo largo de su vida, pero no había sacado mucho en claro. El amor era espontáneo excepto cuando es planeado. Es la cosa más importante hasta que te conviertes en esclavo de otra cosa. Era real y un cuento de hadas. Pero Amber