Seguimos casados
Por Corín Tellado
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Corín Tellado
Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Además, bajo el seudónimo de Ada Miller, cuenta con varias novelas eróticas. Es la dama de la novela romántica por excelencia, hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
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Seguimos casados - Corín Tellado
CAPITULO PRIMERO
…Así que me siento como si fuera fofo. ¿Seré Fofo? Vosotros sabéis de eso, ¿no? ¿O no sabéis? Tenéis que saber. Yo recuerdo la primera vez que salí de mi casa dispuesto a conocer el sexo. Cielos, qué decepción… Pero hoy, soy un tío de vuelta de todo. ¿Y qué? Pues miro en torno a mí y me considero un payaso, un ente, un títere… Las cosas son así y no tienen vuelta de hoja.
Mitsy miró a su amiga.
Pues vaya problema que se les planteaba a ellas.
¿En qué estaría pensando la jefa que les envió aquello?
Claro que mil veces tenían casos como aquél.
O el padre defraudado, o el marido burlado o el esposo divorciado sin desear el divorcio.
Una podía vivir en un prostíbulo, pero no estar sometida a tales tensiones.
Aquel pobre hombre estaba, dicho en verdad, como un flan.
Y encima casi borracho.
Por lo menos no hilvanaba bien sus propias ideas.
Y una cosa era ganar el dinero con rapidez y otra tener
que soportar aquellos tostones.
—Peggy me dijo: «Mira, Nick, me quiero ir a Nueva York». Y yo dejé el almacén de pienso al por mayor y me fui con ella. ¡Si ella lo quería! ¿Por qué tengo que meter dos mantas en mi cama si me sobra una? Pues, hala, ella erre que erre con dos. ¡Maldita sea!
—Oye, majo, ¿no quieres beber otro whisky y olvidarte en esta bendita casa de tus problemas íntimos?
—Oh, sí —las miró con expresión ida—. Claro. Claro. Yo vengo aquí a buscar sexo. Peggy siempre me dice que yo soy un obseso… Es posible. ¿Lo seré?
Para ellas no.
Estaba allí hablando desde que llegó.
Ni muestras dio de querer poseerlas.
Y ellas vivían de eso.
—Le tiramos fuera —refunfuñó Mitsy.
Beba sonrió indulgente.
—Somos unas sentimentales —siseó—. Déjale que hable. Hay hombres que vienen aquí sólo a que se les escuche.
—Que tengo tres clientes esperando, chica.
—La jefa dijo que pagaba bien.
—Y es aburrido.
—¿Qué habláis? —preguntaba Nick parpadeante.
—Nada, chico, nada, que sigas contando tu vida.
—Mi vida —se lamentaba Nick—. Oh, mi vida.
—Estás divorciado, eso ya nos lo has dicho —reía Mitsy divertida—. Y que no quieres estarlo es también un hecho.
—¿Quién me iba a decir a mí que por llevarla a Nueva York se destruyera todo?
—Pero tú vives en San Diego, ¿no?
—Claro.
—¿Y por qué la llevaste a Nueva York?
—Porque ella quiso y yo nunca la contrarié…
—Tendrás hijos —dijo Beba, al tiempo de apurarle para que bebiera otra copa y las dejara al fin en paz.
Nick hipó.
Se puso a parpadear y después se menguó en el sofá donde estaba tendido.
—No los tengo.
—¿No? Es raro, si quieres a tu mujer.
—¿No os digo que estamos divorciados?
—Sí, eso sí. Y además que te divorciaste a todo correr en Nueva York, en un viaje que hicisteis los dos de placer y que resultó todo lo contrario.
—Es que Peggy es temperamental.
—¿Y tú qué eres?
—¿Yo? Oh… ¿No será que me duele la cabeza?
Impacientándose otra vez, Beba miró a Mitsy.
—¿Lo echamos fuera del cuarto?
—Cállate.
—¿Decíais algo?
—Nada, hijo, nada, que sigas con tu historial. Decías que te fuiste a Nueva York de viaje de placer con tu esposa y que allí os peleasteis por unas mantas…
—Yo sudo mucho.
—Y ella necesita ropa para guarecerse del frío.
—Sí, sí. ¿Veis cómo entendéis?
Nada.
Pero el tipo pagaba y aquello era un prostíbulo.
Y la jefa decía que era un buen cliente.
* * *
Molly hacía las maletas.
Nada le gustaba tanto como viajar.
De modo que el hacer las maletas, para ella era una gozada.
—Mamá…
—Te estoy oyendo, Peggy. Continúa.
—Ya te expliqué la cosa.
—Y bien.
—Pues eso.
—No entenderé nunca a la juventud. No sabéis vivir.
—¿Cómo que no, mamá? Además no soy tan joven. Tengo veintisiete años.
—Y divorciada.
—Cuando dos personas no se entienden, el divorcio es una solución.
—Según. Cuando una se divorcia es que todo ha terminado, pero tú sigues en tus trece.
—Y te estoy contando.
—Por supuesto, pues hazlo mejor.
Peggy encendió un cigarrillo.
Tenía el pelo castaño lacio, bastante largo y en aquel instante lo anudaba como si fuera un cordel, de modo que le colgaba por la nuca.
Iba detrás de su madre.
Pero su madre, como casi siempre, o regresaba de un viaje o se marchaba.
Y cuando a su madre le hablaban de viajar, no entendía nada más que de hacer maletas.
Un montón de ellas.
Así vivía ella.
El día que se casó con el millonario Teddy Harris, ella lloró.
Pero, claro, nadie se imaginaba a Peggy llorando.
Pues lloraba.
Y mucho.
Desde el momento en que su madre se casó con Teddy, el asunto se convirtió en una rutina.
Su casa no era un hogar.
Era una fiesta continua.
¿Por qué tendría que dar tanto dinero el petróleo?
—Mamá…
—Ah, pero aún estás ahí… Mira, Peggy, lo mejor que puedes hacer es visitar a mis abogados. Que ellos te hagan las cosas como Dios manda.
Así se terminaba la cuestión.
Para su madre, claro.
Para ella, no.
—¿Dónde habré puesto mi vestido rojo? Porque sin él no me voy. Será un crucero maravilloso, Peggy. Oye —se detenía al