Pasión de vivir
Por Ada Miller
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Ada Miller
Bajo el seudónimo de Ada Miller, Corín Tellado publicó varias novelas eróticas. Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Corín hace de lo cotidiano una gran aventura en busca de la pasión, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
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Pasión de vivir - Ada Miller
Índice
Portada
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Créditos
Ada Miller
PASIÓN DE VIVIR
1
Lita tenía quince años cuando empezó a darse cuenta de lo que pasaba en torno a ella.
Lita Gómez era avispada, lista e inteligente, y no recordaba haber salido de aquella pradera salvo para bajar a la ciudad a vender legumbres al mercado, bien con el amo, bien con un criado o con el mismo David, sobrino del amo.
Para tales menesteres disponía de una camioneta medio derrengada, de color pardo con manchones negros, que al rodar por los caminos vecinales producía un ruido ensordecedor, pero que, sin embargo, servía para llevar al mercado todo tipo de legumbres que dejaban en puestos apropiados, a vendedores ya contratados de palabra desde tiempo inmemorial.
El primero que le hizo comprender a Lita que era mujer y que iba haciéndose muy bonita fue su amo Manuel.
Era un hombre de unos cuarenta años, bien parecido, curtido por el sol y los vientos y tenía unos ojillos negros muy brillantes, amén de un pelo encrespado, una anchura de hombros enorme y una forma de mirar que destapaba.
Jugando por los pajares en días de sol y en los anocheceres, después de terminadas las jornadas, Lita había retozado con David.
Cuando ella tenía quince años David contaba veinte y era el sobrino del amo, protegido, bien querido y no descollaba por su amor al trabajo.
Entre que hacía, decía que hacía y no hacía, se pasaba la vida. Era un tipo rubio, de tez curtida, delgado y nervudo. Con él supo Lita de besuqueos, arrumacos, tocamientos y cosas por el estilo. No es que a ella le riñesen demasiado.
Criada en la granja, hija de una criada muerta al dar a luz, la criaron y la educaron a su manera y mientras fue niña jugaba con los demás niños del contorno sin más, pero al crecer empezaron a encomendarle labores y a los quince años era una criada más, con la única diferencia de que se sentaba a la mesa de sus amos.
Fue al cumplir aquellos quince años cuando Lita se dio cuenta de cómo el amo la miraba.
Como ella ciega ya no lo estaba, se percató de que el amo, cuando pasaba por su lado, la rozaba por «casualidad», cuando iba con él al mercado de la próxima ciudad, le ponía la mano en el muslo por «casualidad» y cuando por las noches salía al porche a tomar el fresco y cruzaba ella por allí, la retenía también por «casualidad».
Tantas casualidades empezaron a preocupar a Lita.
De buena gana se lo hubiera dicho a David pero David seguro que no lo hubiera creído, porque para él el tío Manuel era poco menos que un dios, y Lita era lo bastante lista para ño meterse en hondos compromisos.
En cambio, Josefa, la mujer de Manuel no se enteraba de nada.
Trabajaba duramente en el campo, hacía la comida para un montón de gente, alineaba a los criados de la casa y dirigía el hogar, que ya era mucho hacer.
Lita era una chica muy hermosa. Morena, los ojos negros, el pelo tan negro como sus ojos, un busto esbelto, unas piernas derechas y largas y un talle de brevedad. Le hacía la ropa la costurera de la casa y cualquier trapito que se pusiera lucía en ella una barbaridad.
A los quince años era una mujer completa.
Bien desarrollada, linda y muy femenina pese a que no se vestía con elegancia alguna, pues ni ella, ni sus amos, ni nadie en el entorno usaba de buscadas elegancias.
Los chicos la rodeaban como moscones, pero Lita, si bien no despedía a ninguno con cajas destempladas, se mantenía en su sitio, seguía el juego, pero no se daba con facilidad.
Ni siquiera a David que era al que quería de veras.
No sabía si con amor o sólo porque se crió a su lado. El caso es que David la invitaba a salir por los prados al anochecer y rodaban los dos por entre la hierba, se enlazaban y jugaban «inocentemente», pensaba Lita.
Sin embargo, fueran o no inocentes sus juegos, nunca pasaron a mayores y Lita no se dio cuenta aún de lo que ella suponía ni era, hasta que empezó el amo a llevarla con él al mercado de la ciudad en la camioneta.
Fue un día cualquiera cuando empezó la cosa.
Por la noche dijo Manuel inesperadamente:
—Lita, madruga mañana, que necesito que vengas conmigo a la ciudad a llevar las legumbres.
Lita no se inmutó demasiado.
Ni siquiera miró a David interrogante.
Dijo que sí, que bueno y se fue a la cama.
Josefa dijo a su marido:
—¿Por qué la llevas a ella?
A lo cual Manuel se alzó de hombros farfullando:
—Sabe vender. Discute con los compradores y saca más dinero que nadie. Esa jovencita tiene desparpajo.
Josefa había nacido inocente y moriría del mismo modo, así que aceptó la explicación. David no tomó cuenta del asunto y la cosa quedó así.
A Manuel no le interesaba en absoluto acostarse con su mujer, si bien lo hacía en la misma cama todos los días, pero es que Josefa con el tiempo y la vida que llevaba se había hecho fea, torpona y ya no poseía la lozanía de la juventud, pues tendría los años de