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Cita con el príncipe
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Cita con el príncipe
Libro electrónico171 páginas2 horas

Cita con el príncipe

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Información de este libro electrónico

Natasha Telford era una chica australiana, sencilla y trabajadora. Dante Andretti era un guapo y encantador… príncipe.
No podrían ser más diferentes; pero Dante necesitaba la ayuda de Natasha para conseguir ser un hombre normal por algún tiempo, y no un príncipe con interminables privilegios y obligaciones.
Natasha sólo era una chica normal que iba a enseñarle la ciudad… pero quizá pudiera convertirse en una princesa fuera de lo común.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 jul 2018
ISBN9788491886211
Cita con el príncipe
Autor

Nicola Marsh

USA Today bestselling and multi-award winning author Nicola Marsh writes page-turning fiction to keep you up all night. She has published seventy-seven books and sold over eight million copies worldwide. She currently writes rural romance for HarperCollins Australia's Mira imprint, emotional domestic suspense for Hachette UK's Bookouture and contemporary romance for Penguin Random House USA's Berkley imprint. She's a Romantic Book of the Year and National Readers' Choice Award winner. A physiotherapist for thirteen years, she now adores writing full time, raising her two dashing young heroes, sharing fine food with family and friends, barracking loudly for her beloved North Melbourne Kangaroos footy team, and curling up with a good book!

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    Cita con el príncipe - Nicola Marsh

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2007 Nicola Marsh

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Cita con el príncipe, n.º 2143 - julio 2018

    Título original: Princess Australia

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.:978-84-9188-621-1

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Índice

    Dedicatoria

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Si te ha gustado este libro…

    Dedicatoria

    Para las verdaderas princesas de mi vida. Gracias por vuestro apoyo, vuestra amistad y las muchas risas que compartimos.

    Capítulo 1

    Quiero un bidón de soda, un cuenco gigante de patatas fritas y un banana split cubierto de una capa triple de chocolate. ¿Lo has pillado? ¡Y lo quiero ya!

    Natasha Telford dirigió una mirada fulminante a la espalda de la joven estrella del pop australiano que escupía así su orden sin respeto. Sin que nadie se diera cuenta, apretó una de esas bolas antiestrés que tenía oculta bajo el mostrador de entrada deseando poder hacerle unos cuantos rotos más a la camiseta de diseño que llevaba.

    No podía imaginar desde cuándo llevaba el viejo Harvey haciendo ese trabajo.

    Cuando era niña y correteaba por Telford Towers, había tenido siempre la sensación de que el conserje del hotel tenía el trabajo más atractivo del mundo. Hasta el momento actual en que estaba sustituyendo a Harvey, que acababa de someterse a una operación de cadera. Podía ocuparse sin problemas de dar a los turistas, educadamente, indicaciones de los lugares famosos de Melbourne. Era a los famosos exigentes y maleducados, especialmente jóvenes recién salidos de la secundaria, a los que no le importaría estrangular.

    Y hablando de famosos, la llegada del príncipe de Calida estaba prevista de un momento a otro, por lo que echó un rápido vistazo a su alrededor para comprobar que todo estaba en orden en el vestíbulo. Ese pequeño dictador del mundo del pop tendría que esperar. Ella tenía que impresionar a una personalidad mucho más importante, concretamente a Dante Andretti, que en breve sería coronado rey de un pequeño principado de la costa oeste de Italia, si la información recabada de la red era exacta.

    El vestíbulo tenía un aspecto perfecto, desde el suelo de mármol pulido hasta el mostrador de recepción ribeteado de latón bruñido, sus mullidos sofás de color chocolate y las lámparas antiguas, todo decorado con unos impresionantes arreglos florales que llevaban al hotel diariamente y colocados estratégicamente.

    Natasha sonrió, llena del mismo orgullo que experimentaba cada día al entrar en Telford Towers. De verdad amaba aquel lugar. Cada centímetro cuadrado del edificio. Y haría todo lo posible para que permaneciera en la familia. Cualquier cosa.

    –¿Y cuándo llegará su Rígida Alteza?

    La sonrisa de Natasha se amplió nada más girarse y encontrarse con Ella Worchester, su mejor amiga.

    –No lo llames así. Puede que sea un buen tipo –dijo Natasha, ordenando una pila de mapas descolocados, una caja con entradas para el teatro y un stand de folletos de información por enésima vez. Tenía los nervios de punta, y si el príncipe no llegaba pronto, iba a tener un ataque.

    Ella puso los ojos en blanco y metió las manos manchadas de tinta en los bolsillos de sus vaqueros de tiro corto.

    –Sí, seguro que va a ser un príncipe de verdad.

    Natasha desoyó el cinismo de Ella como de costumbre. En esos momentos lo que necesitaba era exactamente eso, un príncipe, o más exactamente, era lo que necesitaba Telford Towers.

    –¿Qué sabes de él?

    No lo suficiente. Y eso era lo que le preocupaba.

    Normalmente lo sabía todo de las personalidades importantes que se hospedaban en el hotel. Era su trabajo. Más aún en ese caso. Telford Towers necesitaba la presencia del príncipe desde ayer, como se solía decir.

    Natasha se encogió de hombros.

    –Sólo lo que he leído en la red, que no es mucho. Había información geográfica a patadas referente a Calida, pero apenas nada sobre los miembros de la familia real.

    –¿Es guapo? –preguntó Ella, adoptando una provocativa pose con la esbelta cadera, y Natasha se rió.

    –No te puedo decir mucho por la foto que viene en la web. Era demasiado pequeña.

    –No me estarás ocultando algo, ¿verdad? –el tono bromista de Ella le arrancó una nueva carcajada y Natasha levantó las manos en gesto de rendición.

    –Por lo que pude ver, el tipo iba vestido de uniforme y tenía un aspecto más estirado que un pavo. Llevaba el pelo hacia atrás al estilo del ejército y parecía incapaz de sonreír, ni aunque su vida dependiera de ello. Ahí está. ¿Satisfecha?

    Sin embargo, sí había un rasgo sobresaliente en el rostro del príncipe: sus ojos.

    Unos hermosos ojos de color azul claro que se le habían quedado grabados en el cerebro.

    Siempre le habían atraído los ojos de los hombres, pues creía fielmente eso que se decía sobre que «los ojos eran las ventanas del alma». Era una pena que no hubiera visto las verdaderas intenciones tras los ojos de Clay. Se habría ahorrado mucho sufrimiento y habría evitado poner a su familia en la odiosa situación de perder lo que significaba todo para ellos.

    –Vale, pero no dejes que vaya dándote órdenes, ¿me oyes? Estás sustituyendo a Harvey, pero eso no significa que tengas que aguantar todo lo que te echen, por muy príncipe que sea ese tío.

    Natasha apretó la mano de su amiga.

    –El príncipe es importante para el hotel, y lo trataré como trato a los demás clientes. Con respeto, cuidado, y…

    –Sí, sí. Guárdate la charla para alguien que no la haya oído un millón de veces –la detuvo Ella con un gesto de la mano, aunque su cálida sonrisa evidenciaba la falta de malicia de sus palabras–. Y ahora, si no te importa, tengo que escribir una columna de jardinería y hacer unos cuantos dibujos de plantas antes de comer.

    –¿Te apetece un café en Trevi’s, a la hora de siempre? –preguntó Natasha, segura de que, para entonces, necesitaría una buena inyección de cafeína.

    –Genial. Nos vemos a las cinco.

    Ella se despidió con un gesto descarado y se alejó, su delgada figura cubierta de prendas vaqueras de la cabeza a los pies, al tiempo que su pelo caoba despejado en la nuca se balanceaba en sincronía con sus pasos.

    Su mejor amiga era una mujer despampanante que disfrutaba de la vida y tenía energía a montones, mientras Natasha se sentía como una toallita de cara escurrida. Se debía al estrés, un estrés que la perseguía desde que se despertaba y, lamentablemente, también en sueños. No era de extrañar que pareciera tan sosa en comparación con su vivaz amiga.

    Echó un vistazo a su reloj de oro y plata, regalo de su padre en su vigésimo primer cumpleaños, antes de que el dinero se hubiera convertido en un problema para ellos, y se preguntó por qué el príncipe se estaba retrasando.

    La mayoría de las personalidades importantes con los que trataba llevaban una agenda ceñida hasta el último segundo, y tenía la idea de que la realeza sería más pedante que la mayoría. Especialmente un príncipe aparentemente incapaz de sonreír, a juzgar por la pequeña foto de Internet.

    En ese momento, una reluciente Harley de color negro se detuvo delante de la puerta principal, y Natasha se mordió con nerviosismo el labio inferior con la esperanza de que Alan, el portero, hiciera que se llevaran al aparcamiento aquel ruidoso chisme lo antes posible. Las primeras impresiones eran lo que contaban, y necesitaba desesperadamente impresionar al príncipe.

    Tras un nuevo vistazo al reloj y colocar un poco más los folletos de turismo apilados en el mostrador, levantó la vista justo a tiempo de ver que el motero atravesaba las puertas de cristal del vestíbulo.

    Y se le secó la boca.

    Aquel individuo era el típico chico malo: alto, mediría más de un metro ochenta y tres, con unos anchos hombros encerrados en una camiseta de suave algodón de color gris, unas largas y esbeltas piernas embutidas en unos vaqueros gastados y una mata de pelo negro y ondulado revuelto por el casco y la brisa del sur que soplaba en Melbourne, por no hablar de una estructura ósea que parecía esculpida por alguno de los maestros italianos.

    Natasha inspiró profundamente, cerró los ojos y trató de enfocar bien la vista. ¿Qué demonios estaba haciendo? Aquel hombre bien podía ser la fantasía de cualquier mujer hecha realidad, ¿pero desde cuándo se quedaba ella mirando alelada a los hombres, y peor aún, descuidando la atención en su trabajo?

    ¡Especialmente en un momento como aquél!

    Se reprendió mentalmente por haberse dejado llevar por sus hormonas, largo tiempo dormidas, durante un glorioso momento en el que aquel hombre atravesara el vestíbulo, exhaló y abrió los ojos, dispuesta a salir a la calle y recibir al príncipe en cuanto su limusina se detuviera en la entrada.

    La inquietud se estaba apoderando de ella, haciéndola imaginar todo tipo de locuras, como lo mucho que le gustaría acercarse al motero sexy y preguntarle con su mejor y más sensual voz: «¿Qué puedo hacer por ti?».

    Pero el hombre le ahorró las molestias.

    –Necesito su ayuda.

    Natasha se estiró el puño por encima del reloj, para evitar mirarlo cada cinco segundos, y estampó en su rostro su mejor sonrisa de bienvenida. Sin embargo, ésta pareció helarse cuando levantó la vista y sus ojos se encontraron con los del motero.

    Ojos de color azul claro. De un tono cercano al aguamarina, el hipnotizador tono de la Gran Barrera del Coral en un día soleado. Un color que se le había quedado grabado en la memoria, teniendo en cuenta que era el único rasgo sobresaliente que recordaba de la foto borrosa del príncipe.

    –La señorita Telford, ¿verdad?

    El hombre echó un vistazo a la placa que ella llevaba en la solapa y seguidamente la miró de nuevo a la cara. Una cara sonrojada por el súbito calor que le había causado darse cuenta de que debía haber perdido el juicio si de verdad pensaba que aquel tipo desaliñado y con el pelo revuelto podría ser el príncipe de Calida.

    Era evidente que necesitaba tomarse un día libre.

    –Así es. ¿Qué puedo hacer por usted? –«aparte de echarlo de aquí y prepararme para el encuentro más importante de mi vida».

    –Mucho, espero.

    Apoyó los codos en el mostrador y Natasha tuvo que esforzarse para no quedarse mirando la manera en que se le marcaban los bíceps con aquel sencillo movimiento.

    Dios, tal vez fuera hora de ir cambiando su política de no salir con hombres. Había pasado ya un año y medio desde lo ocurrido con Clayton, y no había salido con nadie desde entonces.

    Resistiendo la tentación de echar un vistazo por encima del hombro de él en dirección a la puerta en caso de que el príncipe entrara sin que ella se diera cuenta, dijo:

    –¿Tiene reserva, señor? De no ser así, tal vez podría acompañarme al mostrador de registro. Le tomarán los datos y después me ocuparé de facilitarle lo que pueda necesitar.

    –No, necesito solucionar esto ahora mismo, y usted es la mujer que

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