Lesbianas de Pies a Cabeza
Por Kathleen Hope
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Priscila se puso de pie en un salto y caminó de un lado a otro de la habitación, agitada pero silenciosamente, intentando convencerse a ella misma. No soy lesbiana. No soy lesbiana. ¡Esto fue solo una fantasía de una sola vez! Y nunca había hecho nada ante estos deseos. ¡Nunca! No soy lesbiana. No soy lesbiana.
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Lesbianas de Pies a Cabeza - Kathleen Hope
Capítulo Uno: ¿Una Tarde de Lujuria?
La cita de Priscila con Roger estaba siendo divertida. Los dos pasaron una hora enfrascados en una profunda y estimulante conversación. Luego disfrutaron de comida tailandesa y debatieron acerca de las últimas películas extranjeras, actividad que ambos encontraban intelectualmente desafiantes y satisfactorias. Fue una entretenida, animada y adorable tarde.
Pero Priscila no podía estar más aburrida.
No es que ella no apreciara la profunda y estimulante conversación de alta cultura. Ella, como una bien educada y refinada joven de Berkshire, Inglaterra, apreciaba infinitamente estas cosas. Pero después de siete meses saliendo con Roger, ella quería más. Principalmente y sin rodeos, quería que se la cogieran.
Tenía ese antojo de febril urgencia por un americano del cual ella había sido advertida cuando salió del R.U.[1] Solo por una vez, quería sobre ella una lujuriosa mirada de algún hombre fornido cuyos ojos no pudieran detenerse de recorrer su cuerpo. Solo una vez, ella quería abandonar al personaje de bibliotecaria polvorienta que presentaba al mundo. Ella quería ser una ramera salvaje y lasciva.
Roger parecía ser el candidato para liberar a su ramera interna. Este hombre de guapura juvenil parecía estar escondiendo a un indomable salvaje detrás de sus lentes de anchos aros y de dócil comportamiento. Pero después de siete meses, no mostró ninguna huella de ese salvaje.
¿Te gustaría venir a mi departamento por una taza de café o algo?
Claro,
contestó.
Mientras iban del carro al apartamento, Priscila logro echar una mirada a los sexis bíceps de Roger. Ella tuvo que reprimir un gemido. En verdad tuve una adorable tarde, Roger
dijo ella, sentándose en el sofá.
¡Yo también!
dijo él, sentándose junto a ella.
Pero algo faltaba. Se sonrieron mutuamente por algunos inquietantes segundos, fijando los ojos y golpeando con sus dedos con un ritmo tribal frenético.
Quizás debería intentar el acercamiento directo. Priscila se recostó, se estiró a todo lo largo del sofá. Pero el movimiento solo consiguió más miradas incómodas. Así que...
ronroneó.
Roger solo sonrió.
Ella le sonrió en respuesta, buscando dentro de su bolsa de trucos de gatita sensual.
Pero su bolsa era poco profunda y estaba casi vacía. A ver: podría morderme el labio, descruzar mis piernas, acicalar mi cabello...
Hizo una mueca, y luego mordió su labio inferior. Gran mordida. ¡Ouch!
¿Estas bien?
, pregunto Roger mirándola con preocupación.
Estoy bien,
gimió, percibiendo el sabor de un poco de sangre.
Deberías echar un vistazo a esa cortada. Parece un poco grave.
Priscila suspiró y camino hacia el cuarto de baño, sintiéndose como un niño al que le dijeron que se mantuviera lejos de la gaveta del licor. Regreso en un momento.
Una vez en el cuarto de baño, boquiabierta miró al espejo, horrorizada de lo que veía. Su labio lastimado estaba bien, necesitaba solo una pequeño toque de tela desechable- lo que no se veía bien era su aspecto. Blusa blanca abotonada hasta el cuello, lentes enredados en su nariz, su pelo metido en un apretado nudo. Ya veo porque no enciendo el fuego de Roger.
Pero la noche no había terminado aún. Y el aspecto de institutriz que mantenía su lado salvaje oculto podría