La realidad que los sueños quisieron borrar
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Saber conciliar el Pasado con el Presente es fundamental para seguir la órbita que queremos trazar y que continuamente otras personas se empeñan en corregir.
Por eso es necesario a veces alejarse del mundanal ruido para poder escuchar nuestra propia voz. Caer en coma para contar los latidos del corazón y sentir que la importancia de cada instante no la marcan las agujas del reloj ni las hojas del calendario.
Respetando a la Naturaleza y el sentido en el que el Mundo gira podremos vivir en Paz.
Porque ella se encarga de girar para mostrar cada día el Sol y las Estrellas a pesar de la guerra.
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La realidad que los sueños quisieron borrar - Teresa Amalia Martínez Martínez
LEGAL
SINOPSIS
Todos creemos que nuestra vida ha de ser algo perfecto y ordenado. Que tenemos derecho a rebelarnos por los errores cometidos. Pero la Naturaleza siempre nos sorprende gratamente. Y dar la espalda a la luz del Sol significa vivir eternamente en el agujero negro de la ignorancia.
Saber conciliar el Pasado con el Presente es fundamental para seguir la órbita que queremos trazar y que continuamente otras personas se empeñan en corregir.
Por eso es necesario a veces alejarse del mundanal ruido para poder escuchar nuestra propia voz. Caer en coma para contar los latidos del corazón y sentir que la importancia de cada instante no la marcan las agujas del reloj ni las hojas del calendario.
Respetando a la Naturaleza y el sentido en el que el Mundo gira podremos vivir en Paz.
Porque ella se encarga de girar para mostrar cada día el Sol y las Estrellas a pesar de la guerra.
DEDICATORIA
A Nagore.
A mi familia.
Al doctor Ruiz.
Y a quienes nos ayudan a recordar
que el Tiempo es mucho más
que el Ayer, el Hoy, el Siempre,
el Nunca Jamás.
Es el sueño de una estrella
que en el horizonte espera
la sonrisa de la Eternidad.
I
Existen muchas maneras de afrontar los desafíos con que la vida pone a prueba nuestro equilibrio a cada instante. La sensación de intentar avanzar caminando sobre una cuerda floja puede llegar a convertirse en algo rutinario, pero algo más hay en juego cuando otra persona contempla extasiada el fin de tan arriesgada acrobacia.
En nuestra casa nunca existió un rincón donde la mente se encontrase a salvo delfrenético transcurrir de las horas. La obsesión que mi madre tenía por recordárnoslas continuamente sería algo circunstancial si no llevase unidas las sonoras campanadas que el reloj del salón daba cada treinta minutos, entre los cuales su péndulo emitía palpitantes y sonoros latidos que nos recordaban que la vida continúa.
A pesar de ello, y del inagotable corretear de mi hermana, era una delicia contemplar a mi padre allí sentado frente al televisor y, al ver como su estómago se movía rítmicamente arriba y abajo, recordar cuando solía sentarme en sus rodillas y me balanceaba con la cabeza apoyada en su corazón.
Mirando la vida desde el sofá, hacíamos planes para un futuro que parecía infinito. Una joya redonda y silenciosa como el reloj que me regaló mi abuela. Y es que antes de aquella Gran y Violenta Explosión Inicial existió un Gran y Pacifico Silencio del que partió el primer latido, el primer átomo capaz de orbitar por sí mismo en el Universo para crear nuevos mundos.
Crecí en un valle rodeado de montañas. Contemplé escasas veces el sol al salir y ponerse en un lejano horizonte. Sin embargo, siempre supe que la Tierra es redonda y que el Mundo gira.
No sabía aún leer las horas ni conocía su significado cuando mi abuela me regaló aquel reloj. Aquella esfera dorada con dos agujas cuyo movimiento apenas podía percibir, pero cuyo corazón latía con tal fuerza que bastaba acercarlo al oído para sentir el sonido acompasado que lo mantenía en marcha. Llevar aquel pequeño reloj en mi muñeca fue una prueba más de que todo lo que termina, vuelve a comenzar.
Pero su mecanismo, tan perfecto en apariencia, también se agotaba. Cada noche debía darle cuerda para que empezase otra vez a contar con su tic-tac las horas, minutos y segundos que marcarían el latir de nuestros propios corazones.
Aquella perfección, aquel equilibrio inicial, fueron poco a poco convirtiéndose en ilusión. La Tierra ya no era un círculo perfecto, y el Tiempo era algo que debíamos alimentar día a día para que nuestros corazones siguiesen latiendo. Para poder sostener la elipse imaginaria que mantenía la órbita terrestre.
Todo parecía suceder ordenadamente en nuestro pequeño universo. La Gran Explosión Inicial que millones de años atrás dio forma a las primeras estrellas e impulsó en ellas la fuerza para que los planetas girasen eternamente alrededor del Sol, continuaba ejerciendo su poder para mantenernos unidos, persiguiendo una meta imaginaria, en un mundo en el que hace siglos que sabemos que la Tierra no es plana y que si seguimos caminando infinitamente, llegaremos al punto de partida.
La sensación de que aquel orden no se rompería jamás hacia que avanzásemos pensando en que algún día seríamos capaces de orbitar en soledad. Porque aún éramos demasiado jóvenes para saber que tarde o temprano nos absorbería el caos. La búsqueda de nuevos caminos y de otras estrellas que adorar.
Estrellas como las que entonces aparecían y desaparecían ante nosotros sin que pudiésemos percatarnos de que aquel milagro de que éramos testigos, el milagro de la Vida, podría no repetirse jamás.
Cuando el viejo reloj de pulsera se paró, intenté mover las agujas hacia atrás, buscando un camino más corto. Papá dijo que se estropearía. Que debía moverlas siempre hacia adelante.
Él era como el viejo reloj de la Vida. Sin rebelase, avanzando siempre hacia adelante día tras día. Formaba una pareja perfecta con mi madre.
Ella intentaba hacerse dueña del tiempo. Controlaba las horas a las que entrábamos y salíamos, la frecuencia de nuestros pasos y lo que hacíamos, calculando cada detalle con la minuciosidad de modista que le caracterizaba.
Por eso, cuando todo se volvió en contra, cuando se dio cuenta de que las costuras no encajaban, volvió la prenda del revés para hacerse un traje a medida. Y aunque se alterase el ritmo de nuestras vidas, ensordeció con el traqueteo de su máquina de coser el pacifico tic-tac del reloj.
La dictadura franquista tocaba a su final cuando aprendí mis primeras palabras y, a pesar de que no prestaba atención a ello, no podía evitar ser testigo de los grandes cambios que se avecinaban y de que todo el mundo