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Caballero: Crónicas Del Olvido
Caballero: Crónicas Del Olvido
Caballero: Crónicas Del Olvido
Libro electrónico453 páginas6 horas

Caballero: Crónicas Del Olvido

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Una historia sobre el perdón y la misericordia inagotable, las batallas de la vida dentro y fuera de nosotros; donde la guerra entre el dolor del pasado y la alegría de vivir en el presente aún siguen latentes a pesar de los siglos.

El mundo ha perdido la mitad de la luz del día, y la humanidad se encuentra en caos al conocer por primera vez la obscuridad. En el pequeño pueblo de Era despierta la esperanza con el nacimiento de Arion, hijo de la leyenda del "Rey de la luz", el único ser capaz de restaurar el orden en un mundo de caballeros, ladrones y desalmados. Una marca en su pecho despertará un viaje que lo cambiará todo.

Arion deberá descubrir su verdadera identidad para comprobar al mundo entero la existencia del rey de quien desciende, y pagar el precio de la realidad de la vida, donde no hay caminos sencillos ni decisiones fáciles.

Tarde o temprano será enfrentado por un llamado más grande que él: cumplir el propósito por el cuál fue llamado a existencia.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento1 abr 2019
ISBN9786079432218
Caballero: Crónicas Del Olvido

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    Caballero - Uziel Espinoza Diaz

    dicta.

    PRIMERA PARTE

    I. El eterno

    Fuera de todas las áreas conocidas de la tierra, en el punto exacto donde el sol nunca se oculta, donde los límites de las aguas fueron trazados y las leyes de la naturaleza escritas; en ese preciso lugar, de donde tomaron sus nombres los ejércitos de los cielos y donde las estrellas reducen su brillo con gran reverencia, se generó el primero y más valioso recuerdo del ser humano; un recuerdo que se iría desvaneciendo sutilmente a través de los años, una innegable realidad que sería cubierta de incredulidad hasta llegar a ser llamada simplemente una leyenda.

    La leyenda contaba que en el principio de los tiempos, cuando todo fue creado, la Tierra era muy diferente a como la conocemos el día de hoy, con fenómenos naturales tan distintos que pareciera ser otra creación, bajo leyes y reinados muy particulares. La luna era una lumbrera así como el sol, capaz de generar luz propia, que giraba alrededor de la Tierra tal como lo hace al día de hoy, que en conjunto con el sol permitían que la humanidad y la naturaleza se encontraran bajo una luz constante, viviendo en un eterno día.

    En aquél entonces el arcoiris no se escondía detrás de la lluvia como ahora, sino que se mostraba con orgullo constante en los cielos, llevando muchos más colores de los que lleva el día de hoy, creando un paisaje inolvidable especialmente en el momento en que la luna sumaba su luz a la del sol, cruzándose en su camino. Las estrellas y los cuerpos luminosos no tenían necesidad de competir entre ellos por la intensidad de sus luces en el cielo, pues no había un contrastante y oscuro firmamento con qué compararse, así que desplegaban radiantes su diversidad de luces y colores adornando los cielos. Durante los primeros días de la creación no existían las sombras en la Tierra, ni había nacido aún la oscuridad en ella. De alguna manera las partículas de la luz tenían cualidades muy diferentes a la actualidad, lo que hacía que ésta se comportara de manera única e inesperada todo el tiempo, pareciendo tener vida propia. Se decía que estaba unida al oxígeno de la Tierra y que podía desplazarse en cualquier dirección a placer, y de esta manera junto al oxígeno alcanzar cualquier espacio existente y cubrir por completo la Tierra.

    Debido a la constante y gran cantidad de luz presente, los ojos de los seres vivos funcionaban de manera muy diferente al día de hoy, diseñados desde su inicio para poder recibir y apreciar tal diversidad de innumerables gamas de colores y ser capaces de captar las interminables intensidades de luces y variantes destellos.

    Desde el día en que todo comenzó, el primer recuerdo hablaba siempre de un lugar como ningún otro en la Tierra, fuera de todas las áreas conocidas, en el punto exacto donde el sol y la brillante luna unían su luz, donde se decía que los límites de los océanos habían sido definidos, donde el camino de los ríos habían sido trazados y las leyes de la naturaleza escritas. Un maravilloso y único lugar de donde precisamente habían tomado sus nombres los ejércitos de los cielos y donde las estrellas mismas reducían su brillo con gran reverencia por una causa única, la innegable razón de existir de todo aquél lugar: un ser majestuoso, imponente, bueno y misterioso a la vez, que gobernaba en medio de toda aquella región a la que llamaba su reino.

    Era un Rey excelso, lleno de sabiduría e inteligencia, que irradiaba destellos de vida al caminar, siempre vestido de elegantes ropas tejidas de partículas de luz y una corona adornada con diamantes y piedras preciosas que emitían luz propia para adornar su cabeza.

    Nadie nunca alcanzaba a describir con certeza su aspecto físico, aunque se manifestaba con ciertos rasgos humanos al sentarse en su trono como cualquier hombre, pero se decía que llevaba el universo dentro de él, irradiando una autoridad y poder tan impresionante que nadie podía verlo por completo a causa de su naturaleza.

    Se llegó a pensar que su aspecto era siempre variante, ya que siempre surgía un rasgo nuevo acerca de él, sin embargo, dentro de sus cualidades siempre destacaba un atributo en el que todos coincidían: sus singulares rasgos llenos de luz en toda su persona, en su hablar y en sus destellos al caminar, mismos que finalmente originaron su famoso nombre Rey de la Luz, por el cuál era conocido en toda la tierra.

    El Rey tenía un conocimiento al parecer inigualable sobre la vida, con todos sus patrones, ciclos, tiempos y comportamientos en cada una de sus representaciones que iban desde el más insignificante, invisible y silencioso microorganismo al más inmenso y ensordecedor mamífero, llegando a conocer a un nivel inimaginable la mecánica de cada ser viviente dentro de los diversos ecosistemas.

    Era tal su profundidad de entendimiento sobre la vida que podía permanecer ajeno a sus límites, pues el mismo no envejecía un solo día, lo que originó otro de sus nombres: El Eterno. Y no solamente podía sobrepasar los límites de la vida, afirmaba el primer recuerdo del ser humano, sino que había descubierto incluso cómo generarla.

    Además de conocer los secretos de la vida, entendía la luz de una manera que nadie más lo hacía, de ahí donde tomaba más fuerza su sobrenombre. Sabía cómo la luz tomaba sus decisiones, cómo podía ser generada y transformada, almacenada o emitida en sus diversas intensidades y estados, y era claro que tenía una predilección por ella en la naturaleza, pues era el único que conocía la verdadera riqueza que había en ella.

    Todo aquello que emitía luz o la reflejara le causaba deleite, por lo que en su reino había desde las piedras más preciosas del este hasta los más codiciados diamantes y rubíes del oeste, y su palacio era adornado con los secretos más profundos de los mares y toda clase de metales y piedras capaces de valorar la luz al reflejarla o refractarla.

    Poseía una riqueza impresionante en su reino y vestía a sus sirvientes con túnicas con los colores de los cielos, la lluvia y la nieve, colores olvidados por los seres humanos, que resplandecían constantemente por la eterna luz que cubría los límites de la Tierra.

    Los límites de su sabiduría aún no habían sido conocidos, ni la mente más grande y brillante de la Tierra a través de los tiempos había podido igualar su más sencillo pensamiento, por lo que se decía que todo su reinado no era de este mundo, pero que se había establecido en la tierra para brindarle al ser humano lo que necesitara, traer equilibrio y establecer justicia. No se sabía si el Rey había existido antes de la creación, o si había habitado en algún otro lugar anteriormente, pero desde el principio de los días de la tierra Él siempre estuvo presente.

    La humanidad fue testigo de cómo la naturaleza misma le rendía honores, y venían a Él por consejos y dirección, por lo que se unían a ella al venir al Rey para permanecer bajo su reinado de luz.

    Faltarían palabras para describir las maravillas que se hablaban de él y de su reino, de su sabiduría y su grandeza como Rey. Su nombre, fama y honra no sólo abarcaba los rincones de la Tierra, sino que traspasaban los espacios entre el cielo y el final del universo, donde espectadores celestes aguardaban en silencio con muchas preguntas.

    —¿Por qué la Tierra? –se preguntaban con frecuencia todos los astros– ¿Por qué no escogió el Rey alguna galaxia más sublime que aquella donde habitaban los sí, apreciados, más siempre simples seres humanos? Era incuestionable que la sabiduría que en aquél día poseían los astros era en gran manera superior a los seres humanos, pero sería injusto compararlos, porque el tipo de pensamiento entre los seres vivientes es único de su especie y la mente de un ser humano y un astro no funcionan igual. Esto ellos lo sabían bien, así que como testigos en el firmamento esperaban pacientes con su mirada puesta en la Tierra ¿Qué había en el ser humano que atraía tanto al Rey? Presenciarían generaciones y generaciones hasta encontrar las respuestas a sus preguntas.

    Las voces del tiempo decían que cada uno de los tesoros que en su palacio se escondían eran regalos del Rey para adornar la humanidad así como adornaba la naturaleza; regalos que embellecieran a su entorno así como la nieve embellece las grandes montañas en el invierno, como las flores resaltan la gloria de las praderas en la primavera o como el arcoiris cuenta la majestad de los cielos, así los tesoros del Rey daban una luz especial a los seres humanos, una combinación perfecta entre simplicidad y complejidad, entre belleza visible y arte casi imperceptible, tal como un perfecto copo de nieve.

    Cualquiera que venía ante el Rey recibía lo que necesitaba ya sea alimento, bienes o tierras, además de toda clase de riquezas, piedras preciosas y todo material que valorara la luz podía ser tomado de su palacio, pues el generoso Rey los regalaba para su disfrute. Cada color había sido diseñado para deleite de su vista, cada aroma pensado para el placer de su olfato; cada textura increíble para sus manos, cada sonido nuevo para sus oídos, todo era inspirado en ellos y en el palpitar de su corazón.

    El Rey se había convertido en el protector de la humanidad, que vivía confiada bajo la eterna claridad de su reinado. Por su vasto conocimiento sobre la luz y la vida, venían a él a pedir salud para sus enfermedades, restauración para sus dolencias e inclusive pedían vida para sus seres queridos. Nada había que el Rey no pudiera tener, nada que no quisiera regalar a quien realmente lo necesitara.

    SOL DE MEDIA NOCHE

    Las puertas del reino se encontraban siempre abiertas, sin restricciones ni limitantes para entrar; no había raza, color de piel, ni lengua prohibida en él, y de todas partes del mundo venían a él por consejos, provisiones y regalos.

    Llegaban en caravanas, a caballo o a pie cruzando ríos y bosques enteros, atravesando largas distancias para llegar al reino que los recibía siempre con sorpresas y grandes recuerdos para compartir en su viaje de regreso a casa.

    Mas el ser humano, en su avaricia pedía sin medida, para su propio bien y sus deleites por encima de los demás, y cuando el Rey, al ser justo, no les concedía alguna petición que les causaría un mal más delante, se comenzaban a llenar de ira contra él porque no comprendían su justicia y no aceptaban un no como respuesta. Muy en su interior el ser humano comenzó a desear su propia justicia, lo que a sus ojos pareciera lo correcto, y a crear las leyes de su propio reinado, donde pudiera pedir sin límites.

    Más y más personas comenzaron a regresar a casa con las manos vacías, porque llevaban peticiones injustas, deseos egocentristas y corazones manchados con malas intenciones.

    Aquellos que sí habían recibido algo veían con orgullo a los que no recibían nada y poco a poco se les olvidó que lo suyo había sido un regalo, llenándose de un sentimiento de superioridad y ego desproporcionado. Esta maldad creció y se expandió tanto en toda la Tierra que perturbó el corazón del propio Rey, el cual se consideraba inquebrantable. Nunca nadie había escuchado al Rey jamás lamentarse, ni que su eterna sonrisa mostrara señal alguna de vulnerabilidad.

    Fue entonces cuando su reino desapareció por completo un día cualquiera, sin explicaciones aparentes; no hubo palabras de despedida, ni un mensaje emotivo, no hubo un adiós ni una palabra de esperanza sobre un regreso.

    Al desaparecer, el Rey se llevó consigo la mitad de la luz del día dejando detrás sólo grandes y tormentosas dudas, pues le quitó a la Luna la capacidad de generar luz propia, quedando tan sólo como una gran roca suspendida en el firmamento, que ni siquiera reflejaba luz como lo hace el día de hoy. Ese fue el día en que nació la noche, donde surgió la oscuridad y la sombra, la gran división entre el día y la noche, cuando por primera vez se observó en los cielos del reino el fenómeno del Sol de medianoche, donde puedes ver al sol bajar hasta el horizonte a la medianoche como cediendo ante la oscuridad, para una vez más levantarse y ganar terreno de nuevo iluminando los cielos al amanecer.

    Fue el primer fenómeno natural en la faz de la tierra donde la luz perdió su fuerza y fue vencida por la desconocida y nada placentera oscuridad, posible gracias a que la luna no cubría su espacio de luz en esa parte del reino como anteriormente lo hacía. Este fenómeno ocurre normalmente el día de hoy en los polos de la tierra en una estación del año, sin embargo aquél día solo podía verse desde el reino de la luz, ya que todo el resto de la tierra que no estaba frente al sol permanecía en completa oscuridad.

    —¿Lo recuerdas, peregrino de la tierra? ¿Recuerdas la constante luz que el Rey brindaba a tus antepasados? –Decían los astros a los seres humanos, a quienes llamaban peregrinos o viajeros de la tierra, pues lo eran en cierto modo, habitando la tierra solo temporalmente sin poder heredarla por completo. Cada ser humano la hacía su hogar y podía recorrerla solo por el tiempo que le era prestada la vida, pero al llegar al límite de sus días abría paso a las nuevas generaciones quienes la recorrerían de nuevo. No es que los astros vivieran para siempre, pero la vida de un astro le permitía contemplar muchas generaciones en la tierra, viendo viajero tras viajero recorrer la tierra.

    —¿Recuerdas ese día cualquiera en donde todo cambió? –clamaban en su destellar los astros.

    —Hemos visto generaciones surgir y una y otra vez extinguirse junto con muchos de sus recuerdos ¿Lo has olvidado por completo o has decidido acallar la voz del recuerdo? –insistían los astros.

    Desde aquél día el sol, que alguna vez fue eterno, comenzó a morir, apagándose lentamente perdiendo su fuerza y su luz, que aunque duraría miles de tiempos más, finalmente llegaría el día en que sería parte de la noche. Aquél día el arcoiris fue ocultado detrás de la lluvia, mostrándose solamente en el reflejo de las gotas de agua, perdiendo en su camino muchos de sus colores inspirados por el Rey. Fue aquí donde la luz perdió muchas de las cualidades que tenía al principio, y se separó del oxígeno, lo que ocasionó que no pudiera llenar ahora todos los espacios. Así conocieron entonces los seres humanos las sombras, las cuáles les aterrorizaban al inicio, sobre todo sus propias sombras las cuáles los perseguían adonde quiera que anduvieran como si fueran el recuerdo de un error del pasado que querían dejar atrás.

    Así el ser humano quedó a su propia merced: lo que había recibido se fue terminando, sus bienes se desgastaron y sintió mucha hambre y necesitó trabajar duramente. Conocieron el cansancio sin tener el placer de un resultado, la espera sin tener una respuesta, la frustración sin tener una esperanza; experimentaron la escasez en todas las áreas de su vida y por primera vez la incertidumbre de un mañana impreciso.

    Antes, la justicia del Rey permitía que todos tuvieran oportunidad, que hubiera un balance ya que si una cosecha salía dañada venían a él para buscar ese alimento perdido, si un huérfano tenía necesidad de tierras una herencia la recibía de su mano, si había una injusticia venían a él para ser resuelta y restaurar el orden, pero ahora los que tenían poco no tenían opción y comenzaron a robar, luchaban entre ellos por tener aquello que habían perdido, y al no tener juzgados justos, comenzaron a usar sus fuerzas, y su propia inteligencia confundida por tantos cambios los llevó a crear armas y toda clase de instrumentos para destruirse unos a otros.

    Comenzó una era de experiencias y nuevas sensaciones que les eran antes desconocidas: el miedo, la inseguridad, la soledad, el arrepentimiento. La mentira los confundía, el enojo los cegaba, y comenzaron así el génesis de su final, un caos total resultado de sus ideales y la verdad de su condición.

    Huyeron de las áreas conocidas de la tierra, que se volvieron más vulnerables a los ataques, y ocultos en los confines de las regiones casi inhabitables, fueron escapando cada uno con lo poco que tenían. Familias quedaron separadas, y la unidad que había en el principio se terminó.

    En este tiempo fueron creadas las lágrimas por sus mismos ojos ya ahora afectados, aquellos que habían admirado tanta belleza, que se habían deleitado con la constante luz y ahora eran desconcertados por la oscuridad de la noche. Estas lágrimas eran la señal del reino que alguna vez disfrutaron, y ocultaron detrás todos los recuerdos así como el arcoiris quedó oculto detrás de las gotas de agua. Ellas ahora recordarían el orgullo que destruyó al ser humano.

    Con el paso del tiempo, y de manera casi imperceptible, se fue olvidando del reino, sus recuerdos se volvieron confusos y su esperanza del regreso se desvanecía. Olvidó la mayoría de los colores, de la seguridad que el Rey brindaba, y una lágrima era derramada cada día como el único recuerdo de lo que alguna vez fue su felicidad.

    EL REGRESO

    El final estaba escrito en el lienzo de la creación, y su historia jamás sería recordada –decían los astros– pues en cuestión de una o dos eras su maldad los destruiría por completo. El universo mismo era testigo de que los días de aquellos tiempos contaban su curso de manera regresiva para el fin del ser humano, cuando en un día cualquiera, como lo llaman aún hasta hoy, la cuenta regresiva se detuvo sin ellos siquiera saberlo, conmocionando a todos los seres creados, generándose un gran silencio a nivel creación.

    Así como en aquel primer día cualquiera en que el Rey había desaparecido de la Tierra, había surgido un segundo día cualquiera, el día en que el Rey había vuelto sus ojos a la humanidad, y habiendo visto su infelicidad sintió piedad, y en su compasión tuvo una idea: volvería a traer su reino a la tierra, para poder brindar así la seguridad y la verdadera felicidad que la humanidad tanto necesitaba, pero sólo lo tendría en un lugar escondido, accesible sólo para aquellos que se arrepintieran de la maldad que habían dejado entrar en su corazón, y que con humildad desearan de nuevo el reinado justo del Rey y no su propia justicia.

    Fue en ese segundo día cualquiera cuando el Rey le permitió a la luna poder reflejar un poco de la luz del sol, quedando tal como se observa al día de hoy, permitiendo que la noche no fuera tan oscura como al principio, siendo una señal para todos de un regreso inminente. El Rey entonces se dispuso en ese día a poner señales por toda la tierra, en todo territorio y en toda lengua, sin acepción de personas ni razas, que mostrarían el camino de vuelta al reino. Y al finalizar el día, esparció su secreto por toda la creación, y los vientos llevaron su mensaje con una sola instrucción: sus señales sólo podrían ser entendidas por aquellos con un corazón arrepentido de sus acciones y malos pensamientos.

    Desde aquél día, aquellos que aún recordaban algo del reino, aún con sus recuerdos poco nublados, dejaron todo lo que tenían al escuchar el mensaje de los vientos, y comenzaron sus viajes. Miles intentaban cada día llegar al reino mas no podían, se decía que debido a las pruebas del camino que sacaban a relucir la maldad de sus corazones, mostrando verdaderamente que sus objetivos eran avaros, egocentristas y malintencionados.

    Pasaron alrededor de sesenta generaciones, y el ser humano simplemente desistió. La ruta hacia el reino se convirtió en leyenda. Nunca existieron las señales, se decía, pues no se conocía quién las haya visto alguna vez, y muchos de los que habían empezado el camino nunca regresaron, morían en el camino al parecer. Una corriente de pensamiento aseguraba que el reino nunca existió, que eran sólo historias que creó el hombre para dar una esperanza en un mundo tan corrupto, una ilusión de una felicidad alcanzable, en donde todo podría cambiar y ser perfecto, y fueron precisamente ellos quien le comenzaron a llamar la primer leyenda conocida de la humanidad. Sin embargo, a pesar de las dudas, los vientos nunca dejaron de enviar el mensaje, y hasta el día de hoy llevan su instrucción fielmente.

    Y fue entonces el tiempo de los caballeros, de grandes valientes de corazones nobles dotados de dones y habilidades asombrosas, forjados por la necesidad de un mundo en caos que clamaba por paz entre los pueblos. Este linaje de seres humanos peleaba por la paz entre las regiones de la tierra, buscando el bien para su gente, protegiéndola de los ataques de ladrones, merodeadores, y de hombres grandemente temidos.

    El caballero era el mayor título que se podría alcanzar en aquellos tiempos, hombres y mujeres admirados por su valentía, fuerza e inteligencia en la batalla, y por su integridad, sencillez y servicio fuera de ella.

    No tenían ellos hogar en ninguna sociedad, sino que toda la tierra misma les brindaba su descanso. Viajaban de pueblo en pueblo protegiendo familias, restaurando el caos que había en su camino, y siempre apareciendo en los momentos cruciales de la historia.

    Cada pueblo tenía tantas historias de sus hazañas, de cómo los habían rescatado de su destrucción, cómo los habían protegido en los momentos difíciles. Sinfin de pueblos recibían de ellos comida cuando estaban al borde de morir de hambre porque sus cosechas habían sido robadas, muchos otros recibían su ayuda para reconstruir sus hogares después de un incendio. Eran tantas las hazañas y su estima tan grande que a su paso se les rendía honores y tributos en agradecimiento.

    Fue en éste tiempo que existió Era, uno de tantos pueblos desprotegidos de la tierra en ese momento, desconocido y tan pequeño que ni siquiera estaba registrado en los mapas de aquellos territorios. La cualidad más grande de Era, es que tenían mucha cultura y ciencia, porque aún siendo tan pocos habitantes habían dedicado sus generaciones al estudio de las artes y ciencias de aquella época, y la formación de su gente era grande, oculta solamente por el olvido del nombre de su pueblo, prácticamente invisible.

    Había en Era una mujer que había perdido sus dos únicos hijos en un ataque sorpresivo a su casa mientras su esposo se encontraba fuera, ya que era común que estos pueblos sufrieran invasiones traumatizantes y llenos de violencia. Desde entonces ella y su esposo no habían podido tener más descendencia.

    Ella era una mujer delgada, de largos cabellos lacios y castaños que se recostaban hasta media espalda, ojos grandes y sinceros, casi negros como el ónice, su mirada mostraba ternura pero firmeza, y parecía descubrir el alma de quien tenía frente a sus ojos. Manos delgadas y llenas de trabajo, mas sus bordes brindaban suaves caricias cual recién nacido; era una mujer sabia, reconocida entre el pueblo por su corazón íntegro. Y su nombre era Liara.

    Liara y su esposo, Erios, eran personas muy diferentes, por lo mismo complementarias. Erios era grande y fuerte, su cabello rubio y largo hasta medio cuello como era utilizado en esa época, de piel blanca pero siempre bronceada por el sol, ya que trabajaba informando a los pueblos de los ataques de los asaltantes viajando de pueblo en pueblo. Se levantaba de madrugada para subir a los montes y divisar en los alrededores en búsqueda de ataques sorpresa o cualquier situación anormal que pudiera encontrar, pues conocía muy bien los terrenos. Reconocido por su gran velocidad y sentidos muy agudos, difícil de igualar. Cuando un pueblo estaba a punto de ser asaltado, Erios corría para dar aviso al pueblo para su resguardo. Era tal su velocidad que pasaba por en medio de las bandas asaltantes, evadiendo cientos de flechas con gran agilidad, para llegar antes al pueblo. Y en caso de que algún asaltante a caballo lo alcanzara, Erios era fuerte para la lucha cuerpo a cuerpo. Era admirado y querido de igual manera por los muchos pueblos de alrededor.

    Y lloraba Liara día y noche porque su corazón anhelaba un hijo, tanto que sus lamentos llegaron hasta el Rey, quien con sus ojos recorría toda la tierra en busca de la bondad perdida de la humanidad, y así fue que envió de nuevo sus vientos con el mensaje del reino a esa casa.

    Los vientos llegaron de madrugada, cuando aún ella dormía, y entre su último sueño y el primer rayo del sol en aquella mañana, el mensaje fue entregado.

    Liara acostumbraba a levantarse antes del primer rayo del sol, pero aquella mañana aquél rayo la sorprendió aún acostada. Abrió sus ojos y casi como si fuera un sueño aún, volteó hacia el exterior de su pequeña ventana y sonrió decididamente, ahí fue el momento en que tomó esa decisión que cambiaría el rumbo de su tierra y de miles de personas en pueblos vecinos: emprendería aquel viaje que nadie más mencionaba, aquel que había dejado tantas familias incompletas, que había causado esperas interminables, lamentos que al parecer nunca fueron oídos. El viaje que podría causar el derramamiento de más lágrimas sin sentido. Pero algo era diferente, muy dentro sentía que la decisión no había sido tomada por ella, o por lo menos no encontraba explicación para aquella sensación que recorría sus venas: un valor que afirmó sus pasos desde el primer día que emprendió el viaje hasta el momento en que sus pasos perdieron fuerza. Ya no había más, era todo o nada; no podría vivir pensando lo que pudo ser pues sería algo que la consumiría, porque sus pensamientos giraban constantes en una sola meta. Y ella creyó.

    Caían las primeras hojas de los árboles que rodeaban el pueblo, apenas comenzaba el final del otoño cuando sus seres queridos la perdieron de vista a lo lejos. Las últimas palabras que había escuchado antes de salir habían sido de Erios, quien se acercó tiernamente a su oído y le dijo algo que hasta el día de hoy nadie ha sabido. ¿Cuáles serían las últimas palabras que le dirías a la persona que más amas? ¿Qué dirías si estuvieras a punto de perderla tal vez para siempre?

    Mientras se perdía su silueta en la distancia, no era posible evitar los relampagueantes pensamientos dentro de aquellos que le lloraban: ¿Será lo suficiente justa para encontrar al Rey? ¿Podrá soportar las pruebas del camino? ¿Su objetivo era realmente puro? ¿Por qué no escuchó los consejos de los demás? ¿Valdrá la pena? ¿Existirá realmente el reino? Muchos se despidieron de ella en persona y de su corazón, ya que pensaron jamás volver a verla. Sólo el hombre que más la amaba tenía su mirada firme y segura, en cierta manera como si tuviera un secreto que nadie más conociera, con la seguridad de que ella regresaría.

    Pasaron tres tiempos, y medio tiempo más. Fue en un invierno más caluroso que los demás, cuando el pacífico pueblo que dormía de madrugada fue interrumpido por el precipitante encendido de luces que se iba extendiendo por entre las casas desde el exterior hacia el centro, seguido de un murmullo que crecía cada vez más hasta que una última luz fue encendida. El murmullo pronto se convirtió en sonidos de asombro y la gente salía a la calle sin saber qué había pasado, cuando entre la multitud se abría paso rápidamente una anciana que corría con todas sus fuerzas, a la vez que terminaba de ponerse un abrigo aún húmedo del sereno de la noche. Poco a poco se fue extendiendo la noticia, que no tardó mucho en recorrer un pueblo tan pequeño: unos jóvenes que recogían leña en las orillas encontraron a esta mujer justa, casi desmayando, tratando de llegar a casa.

    La entrada a la ciudad se convirtió en una escena que el pueblo nunca olvidaría, una escena que sería inspiración de pintores y artistas en años porvenires, comentada por todos los pueblos en los alrededores. Fue en ese momento cuando realmente sucedía: podía verse a los dos muchachos en ambos lados de Liara, quien sin el apoyo de ellos no sería capaz de mantenerse en pie. Con sus zapatos desgastados por el camino, y sus ropas sucias y húmedas por la nieve. No cargaba consigo nada; solamente de su puño derecho, apretado aún con fuerza, sobresalía lo que parecía ser una pequeña hoja de papel. Sus cabellos cubrían su rostro por completo, solamente dejaban ver parte de una sonrisa con un destello de satisfacción, de descanso. Había llegado a casa. Y entre la multitud a lo lejos, se abría paso a toda prisa aquella anciana, quien aún tenía una manga del húmedo abrigo ondeando en el aire: su madre.

    Esta escena fue plasmada tiempo después por Argus, uno de los pintores más reconocidos de este tiempo, bajo el título El regreso, y bajo la calidad de sus manos ancianas pero llenas de talento, y los colores y matices del óleo, representaba fielmente el sentimiento y emociones encontradas de una madre con su hija en medio de un pueblo que esperaba en horas de la madrugada.

    No se sabe realmente que camino tomó, ni siquiera las pruebas que encontró en su camino. Nunca nadie preguntó detalle alguno de su viaje, sólo disfrutaban de su bienestar, pues amada era del pueblo.

    Diez meses pasaron, y aún uno más cuando el pueblo presenció un regalo: Liara y Erios habían tenido un hijo, un milagro, a quien llamaron Arion. Las familias se amontonaban en su puerta para ver aquella criatura recién nacida, con una gracia innegable, y un notable favor en él. Sin embargo, diferente a como muchos pensaban por causa del milagroso nacimiento, no había nada fuera de lo común en él, sólo la gracia que podía percibirse. Lejos de todo, era completamente normal, completamente hombre.

    Los tiempos pasaron, y el niño creció. Sus padres lo instruían en todo conocimiento y cultura, sabiduría e inteligencia como acostumbraban las familias sabias de Era. Pero conforme pasaba el tiempo, empezaron a ver algo diferente en él; que por las noches lloraba sin parar y no podía despertar fácilmente, como si fuera atormentado por algo, que no sabían qué. De pronto se levantaba y huía velozmente hacia lo más oscuro del bosque, buscando esconderse de algo. Abría a veces sus ojos en horas de la madrugada contemplando como visiones, perdiendo la noción de la realidad a su alrededor.

    Arion era entonces de cuatro años de edad cuando esto sucedía, mas su familia nunca comentaba lo sucedido a éste o el pueblo, por prudencia y cuidando de su bienestar. De pronto estos acontecimientos de noche se detuvieron, por lo que olvidaron el asunto por un buen tiempo.

    Era Arion de tez blanca como su madre, pero tenía los ojos color miel y la mirada de su padre. Su pelo era ondulado y caía hasta debajo de sus oídos, de color castaño claro, que a veces cubría su ojo derecho. Desde pequeño siempre fue callado y muy observador, siempre analizando cada detalle profundamente, y era muy conocido por siempre tener una canción o una tonada en su boca, fuera un buen día o uno malo.

    UN VIEJO CUADRO

    Pasaron dos tiempos más cuando Arion escuchó una conversación a oscuras en un callejón, mientras caminaba a recoger algo de comida para su casa:

    —No creo que Liara haya conocido nunca el Reino de la Luz. Mi papá dice que si hubiera sido Arion un regalo del Rey, tuviera una marca o fuera algo diferente a nosotros, pero es igual a ti y a mí –decía Lía, una pequeña joven del pueblo.

    A lo que Aetos, el joven con quien hablaba, respondió:

    —Yo no sé bien, pero cada leyenda siempre viene de un trasfondo de algo de verdad. Yo sí creo en el Reino de la Luz, y si Liara lo conoció alguna vez no sé, pero si lo hubiera hecho su vida hubiera cambiado.

    A pesar de ser uno de los pueblos olvidados y desprotegidos, Era tenía mucha cultura entre sus habitantes, quienes eran formados por valores y humildad. Los diálogos de sus pequeños superaban en madurez a la media en aquél entonces.

    —Yo creo también en el reino, pero ¿Crees que alguien que haya conocido el reino haya decidido regresar a esta tierra de sufrimiento? –mencionó Lía.

    —Yo sé que yo no hubiera regresado, pero ella cambió desde aquel día que se desvaneció entre la oscuridad, dicen mis papás. Su forma de vivir fue radicalmente diferente. El pueblo siempre la ha querido mucho desde antes que se fuera, pero al regresar la admiración por ella ha crecido entre todos. Las enseñanzas que está dando a su hijo son muy reconocidas y se han repartido por todo el pueblo. De ahí toman muchas veces nuestros papás consejos para enseñarnos a ti y a mí.

    —Sí entiendo lo que me dices Aetos, y tienes razón, pero lo que me extraña mucho es Arion, que es como tú y yo, no se diferencia en nada y a eso me refiero. No tiene nada mágico en él, nada que demuestre que viene de la descendencia del antiguo Rey.

    —Es verdad, dicen los ancianos que algunos hombres son escogidos desde su nacimiento para ser grandes caballeros. Yo me imaginaba que Arion podría ser uno de ellos, pero ahora que lo pienso, no tiene habilidades de un caballero. Soy más fuerte y más rápido que él y su destreza mental no es mucha. No creo que sus debilidades le permitieran sobrevivir fuera de este pueblo ni un solo día. Cuando terminó esta conversación, Arion empezó a cuestionarse mucho de su pasado desconocido. Abrió sus ojos ante un mundo de dudas y secretos que de cierta manera había sospechado existían.

    —¿Existe un Reino de la Luz? ¿Mi madre lo visitó? ¿Qué tengo que ver yo en esto? –Estas preguntas iniciaron un bombardeo de ideas que golpeaban su mente.

    De pronto todo podría cobrar sentido, o tal vez carecer de él.

    —Si yo tengo descendencia de un reino mejor ¿Por qué seguimos aquí? ¿Por qué no soy yo mejor que los demás?

    Caminó tan sumergido en sus pensamientos hacía su casa que pasó por en medio de donde jugaban unos pequeños, quienes al verlo con los ojos perdidos en el cielo, rieron de la escena, pues hacía muchos gestos tratando de poner un sentido a lo que había escuchado.

    Ni el camino entre las casas ni los ruidosos callejones podían silenciar sus pensamientos, hasta que finalmente encuentra a su madre, quien silenciosamente recorría las hojas de un libro en su recamara.

    —Mamá –decía mientras se acostaba junto a ella en la cama.

    —Siempre me he sentido diferente –y

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