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Esclava del deseo
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Libro electrónico184 páginas2 horas

Esclava del deseo

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Información de este libro electrónico

En otro tiempo ella había sido su esclava entre las sábanas...
Ryan Wolfe era guapo, poderoso y jamás permitía que nada se interpusiera en su camino. Había conquistado a Penny, se lo había dado todo y había tomado el control de su vida. Cuando se enteró de que estaba embarazada, Ryan decidió que se casarían inmediatamente, pero entonces ella desapareció... Un año después, Ryan consiguió localizarla. Quería a su hijo y la quería a ella, no importaba lo que tuviera que hacer para conseguirlos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 feb 2018
ISBN9788491707363
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    Esclava del deseo - Madeleine Ker

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2003 Madeleine Ker

    © 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Esclava del deseo, n.º 1454 - febrero 2018

    Título original: The Alpha Male

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-9170-736-3

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    EL DÍA ya comenzó mal cuando Hippy Dave empotró la parte trasera de su camioneta en la puerta del taller a las cinco de la mañana. Hippy Dave era uno de los distribuidores menos ortodoxos de Penny. Su mujer, Chandra Dawn, y él deambulaban por el país, husmeando en las ferias de los pueblos. También recogían objetos naturales que Penny podía usar en los arreglos florales, como algunas piezas interesantes de madera, cortezas de árboles, musgo seco, juncos y cosas por el estilo.

    Normalmente conseguían objetos inusuales que Penny no podría encontrar en ningún otro sitio; por eso ella agradecía sus visitas, pero también sospechaba que Dave y la etérea Chandra Dawn le daban otros usos a los objetos que recogían. Así que cuando oyó el choque contra la puerta, salió de muy mal humor.

    –¡Dave! ¿Has vuelto a comer esas setas mágicas?

    La cabeza despeinada de Dave apareció por la ventanilla de la camioneta, decorada con un arco iris.

    –Lo siento, Penny –dijo avergonzado–. No estaba prestando atención.

    –Oh, Dave –suspiró mientras examinaba los desperfectos–. ¡Esto es justo lo que necesito!

    Dave saltó fuera del vehículo. Llevaba una túnica y botas amarillas.

    –No me di cuenta de que la puerta estaba abierta, Pen.

    El taller de la floristería de Penny daba a una callejuela que usaban para los repartos, y donde ella aparcaba su pequeña furgoneta roja que lucía el eslogan Penelope Watkins, Flores y Decoración. Dave había chocado contra la puerta abierta mientras maniobraba junto a la furgoneta, intentando acercar su camioneta a la entrada lo máximo posible. Ahora la puerta colgaba fuera de sus goznes.

    –La arreglaré, lo prometo –dijo Dave, agachándose para ver los desperfectos más de cerca.

    –No, gracias –contestó Penny. Ya había podido comprobar las habilidades de Dave y sabía que sería mejor contratar a un carpintero. También sabía que sería inútil pedirle a Hippy Dave que se hiciera cargo de la factura; Chandra Dawn y él siempre estaban en bancarrota.

    Como si le estuviera leyendo los pensamientos, Dave extendió una mano mugrienta.

    –Te diré lo que vamos a hacer. Puedes quedarte gratis todo el material que traigo. Pagará los daños, al menos en parte. ¿De acuerdo?

    –Será mejor que te vayas antes de que llegue Ariadne –dijo Penny–. Te despellejará vivo.

    Los azules ojos acuosos de Dave se abrieron de par en par mientras consideraba el sabio consejo. La socia de Penny, Ariadne Baker, medio griega y con un genio difícil de igualar, no era una de sus mayores admiradoras, y en más de una ocasión había dado su opinión sobre todos los defectos de Dave.

    –Sí, tienes razón. Vamos a sacar las cosas de la camioneta; esta vez te he traído algo verdaderamente especial.

    –No te preocupes, solo vete.

    –Quédatelo, nadie más compraría esta vieja basura. Quiero decir, este maravilloso objeto natural, esculpido por la propia naturaleza. ¡Echa un vistazo, Pen!

    –Vale, veamos lo que has traído –Penny suspiró, demasiado deprimida como para seguir mirando la puerta destrozada.

    Hippy Dave abrió la puerta trasera de la camioneta y asomó lo que parecía un árbol entero, metido en un montón de cajas.

    –¿Qué se supone que voy a hacer con esto?

    –Es maravilloso –dijo Dave sacándolo del vehículo.

    –Soy una florista, no un cirujano de árboles –contestó mirando las enormes ramas–. ¡Esto no me sirve!

    –Mira las formas que tiene –dijo Dave entrecerrando los ojos y haciendo ondular las manos para visualizar mejor el trabajo de la naturaleza–. La corteza plateada es preciosa. ¿Y qué me dices de estos filamentos de musgo? ¡Es mágico!

    –Por favor, Dave, llévatelo. No lo quiero.

    Dave abrió la boca para protestar, pero en ese momento otra voz se unió a la conversación.

    –¿Qué está pasando aquí?

    Era Ariadne Baker, que combatía el frío de la mañana con un abrigo militar. Llevaba un cigarrillo en una mano y, en la otra, un vaso de plástico de café que había comprado en un puesto, mientras se dirigía a la ciudad. Ariadne, que se había casado y divorciado dos veces, era una mujer espectacularmente guapa que rondaba los treinta, siete años mayor que Penny. Tenía el cabello negro azabache y unos brillantes ojos verdes que se endurecieron al llegar a la escena.

    –¿Para qué es ese trozo de árbol muerto? ¿Y qué le ha pasado a la puerta? ¿Dave?

    Hippy Dave no era precisamente rápido, pero los largos años que había pasado evadiendo el brazo de la ley le habían dado un acentuado instinto de protección. Dejó caer las ramas y saltó a la camioneta con agilidad.

    –Ya nos veremos, Pen –gritó asomándose por la ventanilla mientras ponía en marcha el viejo motor.

    Instantes después la camioneta multicolor salía de la callejuela, con la puerta trasera aún abierta.

    –¡Ha destrozado la puerta! –gritó Ariadne.

    –Sí.

    –¡Y ahora tendremos que recoger ese viejo árbol podrido!

    –Es verdad.

    –¡Le voy a sacar las tripas!

    –Primero tendrás que atraparlo –señaló Penny–. Ahora ya estará a medio camino de Londres. Ayúdame a meter el árbol en la tienda.

    –¡No queremos esa horrible cosa vieja en nuestra tienda! –exclamó Ariadne.

    –No –contestó Penny pacientemente–. Pero las furgonetas tienen que llegar hasta la puerta. Y si lo dejamos aquí, todo el mundo se quejará y el ayuntamiento nos multará. Así que échame una mano.

    Mientras metían el árbol en el taller, Ariadne dijo lo que opinaba de Hippy Dave con un lenguaje escogido, con las mismas palabras que podría haber usado su padre, un coronel retirado.

    El taller siempre estaba inmaculado. Había tres bancos de trabajo: uno para Penny, otro para Ariadne y un tercero para Tara, la mujer que las ayudaba tres días a la semana. Había un sitio para cada cosa, y cada cosa tenía su sitio. Los materiales secos se almacenaban en estanterías de madera, había grandes cubos de plástico para los desperdicios y en una esquina tenían el equipo más caro, un armario climatizado para las plantas delicadas, como las orquídeas.

    Había una enorme pila llena de cubos de zinc para las flores cortadas, y un «rincón de control» donde guardaban un libro con todos sus trabajos y una pizarra para apuntar los pedidos. Al lado, una estantería con la tetera y las tazas, que les proporcionaba constantemente las bebidas estimulantes, café para Ariadne y té para Penny, que las ayudaban a trabajar desde antes del alba hasta entrada la tarde.

    La tienda estaba separada del taller por un tabique y daba a High Street. Todavía se veía vacía porque aún tenían que ir al mercado a comprar flores.

    –¡Maldito Hippy Dave! –dijo Ariadne mientras arrastraban las ramas muertas a un rincón–. ¡Es un idiota inútil y loco!

    –Será mejor que nos movamos –Penny consultó su reloj–. Vamos a llegar tarde al mercado. Pero ahora no podemos cerrar la puerta. ¿Por qué no vas sola? Yo me quedaré aquí e intentaré localizar a Miles. También puede que haga algunos arreglos de popurrí.

    –Muy bien –dijo Ariadne sacudiéndose los restos de musgo y corteza del abrigo–. Y busca también a un asesino que se deshaga de Dave, ¿quieres?

    –Marcaré la «A» de «Asesinato» –prometió Penny–. No te olvides de la lista.

    Una vez que Ariadne se hubo marchado al mercado, Penny se colgó del teléfono y llamó a Miles Clampett. Seguramente les pasaría una factura desorbitada, como siempre. Se habían conocido dos meses atrás, cuando ella había hecho el arreglo floral para la boda de su hermano. Habían estado saliendo unas cuantas semanas después de la boda, pero se había acabado pronto, cuando su sentido del humor le hizo a Penny perder la paciencia. Sin embargo, aún se llevaban bien. Miles era caro, pero era el único carpintero que ella conocía que acudiría enseguida, sin dudarlo. Aunque todavía no eran ni las seis, Penny no tuvo reparos en llamar. Era una emergencia.

    Le contestó un murmullo somnoliento.

    –Miles, soy Penny Watkins. Siento llamarte a estas horas, pero Hippy Dave acaba de destrozarme la puerta y necesito un carpintero desesperadamente.

    –Cualquier cosa que me pidas –dijo bostezando.

    –Estás despierto, ¿verdad?

    –Sí.

    –¿Y me prometes que vendrás esta mañana? Digamos… ¿ahora? Estamos todo el día entrando y saliendo, y si no puedo cerrar con llave…

    –Está bien, está bien –dijo refunfuñando–. Estaré allí enseguida, dame media hora.

    –Gracias.

    Penny se sirvió una taza de té y comenzó a trabajar en los perfumeros. Era un trabajo fácil: solo tenía que colocar las flores secas en unas vasijas y rociarlas con esencias de aromaterapia. Se habían hecho muy populares y se vendían sin parar. Penny tenía mucho ojo para las formas y los colores, y siempre disponía de una gran variedad de bonitos recipientes de porcelana.

    A las siete y media, su sensible olfato ya había tenido bastante aroma floral y esencia de pachulí. Le encantaban las flores y todo lo relacionado con ellas: los aromas, los colores, las texturas. Pero se cansaba fácilmente de las flores artificiales, igual que de los perfumes que no eran naturales.

    Entró en la tienda mientras se quitaba el gorro, dejando el pelo suelto, que cayó en ondas color caoba sobre sus hombros. Penny era delgada y de piel color marfil, con ojos azul oscuro, casi violeta, y labios carnosos ligeramente melancólicos. Tenía veintitrés años, pero a veces parecía tambalearse al borde de la niñez, como una flor a medio abrir que espera que las nubes se aparten para que el sol haga que se muestre en todo su esplendor.

    La verdad era que en su vida también había habido nubes, no todo le había ido bien. Pero había luchado contra la adversidad y la había superado, aunque el precio que había tenido que pagar se reflejaba en sus labios.

    Las persianas todavía estaban echadas, pero podía ver la actividad en High Street a través de ellas. La ciudad se estaba despertando, comenzando a brillar, aunque todavía tenía que derretirse la capa de escarcha.

    Mientras encendía el ordenador, se puso a planear el día, un miércoles de otoño. Iba a ser un día intenso, y no la iba a ayudar tener a Miles martilleando y serrando, pidiendo té cada diez minutos. Había que hacer varios ramos y repartirlos por toda la ciudad. Había un funeral en uno de los cementerios, y algunos asistentes le habían encargado coronas y tributos florales. Aunque Ariadne y ella ya lo habían organizado casi todo, quedaban los últimos toques, y había que llevar a tiempo las flores a la capilla.

    Además, tenía la cena de la alcaldesa. Era la primera vez que Penny lo hacía, y deseaba que todo saliera bien. Tenía mucho trabajo que hacer, y casi todo debía ser en el último minuto. Había que preparar sesenta y cinco jarrones con flores frescas, además de las cuatro mesas y varios arreglos florales que darían la bienvenida a los invitados en la entrada y flanquearían la mesa principal. Había fijado todos los detalles con la secretaria de la alcaldesa hacía tiempo, y tendría que estar en el ayuntamiento a las cuatro como muy tarde, para empezar a trabajar.

    Se preparó la segunda taza de té y esperó impaciente a que Ariadne volviera del mercado de flores, donde había que comprar un montón de cosas. Tal vez debería haber ido con ella. ¿Y dónde estaba Miles?

    Oyó el ronroneo de un coche en High Street y miró por encima de su taza. Un deportivo color gris acero, brillante y evidentemente muy caro se había detenido frente a la tienda. Penny frunció el ceño,

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