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Tinieblas
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Libro electrónico370 páginas5 horas

Tinieblas

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Max Madsen es un joven abogado neoyorquino: éste, es un prodigio de potencia física y psíquica. Su mente y su cuerpo se fusionan con una capacidad sin parangón.

Asimismo, el valor de la amistad y la justicia serán sus dos principales vías para afrontar y sortear todos los obstáculos que salgan a su paso. Su increíble adaptabilidad para asimilar y digerir todas las dantescas escenas de horror y sufrimiento que le aguardan. Será la que le lleve directamente a mantener una titánica y encarnizada lucha contra el mal.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 oct 2017
ISBN9788417161972
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    Tinieblas - José Antonio García Saa

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    ©

    Edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.

    Diseño de portada: Antonio F. López.

    Fotografía de cubierta: © Fotolia.es

    ISBN: 978-84-17161-97-2

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Este libro colabora con:

    IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA

    CAPÍTULO I

    Era una tarde de otoño: la caída de la noche estaba muy próxima, el aspecto gris y borrascoso de la misma únicamente se atenuaba por los débiles y fragmentados rayos de luz que se vislumbraban en el horizonte.

    Fue en ese preciso momento cuando comenzó a fraguarse la mayor pesadilla que jamás hubiera creído posible. La relevancia de los posteriores acontecimientos que tuve que vivir determinó por completo el curso de mi vida.

    La ciudad que me vio nacer es la más cosmopolita del mundo y una de las más atrayentes que existen, la inmensa y espectacular ciudad de Nueva York; mi lugar de residencia se sitúa a una cierta distancia del centro.

    Concretamente, vivo en un barrio situado en la parte suroeste de Manhattan y la situación exacta es Greenwich Village. Lo cierto es que la tranquilidad y el sosiego es imperante allí. Tener una distancia entre ambos puntos me sirvió para adquirir una nueva perspectiva, los trayectos diarios no me pesan en absoluto al poder contemplar cada día el color y brillantez de mi vecindario.

    Soy abogado y trabajo desde hace muy poco tiempo en un prestigioso bufete situado en el centro de la ciudad; mi trabajo me absorbe notoriamente, pero… aun así me queda tiempo para mucho más. Me llamo Max Madsen y lo que no esperaba de ningún modo es que aquella tranquilidad tan reconciliadora se transformara en una tormenta diabólica.

    Habitualmente sigo una rutina de ejercicios: tengo grandes explanadas para ir a correr y de esta forma poner mi cuerpo a punto, suelo hacer de tres a seis kilómetros diarios y he de decir que mi potencia gana enteros por momentos. La noche me alcanza practicante siempre en mis asiduos y prolongados entrenamientos, en ocasiones llego a sentir un terrible y pavoroso temor. Me parece espeluznante la forma en la que una persona puede llegar a sentirse tan sumamente vulnerable, percibo a cada paso y en cada momento que me observen y que controlan mis pensamientos; es como si alguien quisiera acabar con mi vida.

    Mi amigo Bruce suele venir conmigo a correr puesto que también es un apasionado del deporte, la competitividad entre nosotros es de lo más normal, una vez me dijo:

    —Max, debes ejercitarte con mayor intensidad o de lo contrario nunca podrás conmigo, (risas).

    —Sí, tienes razón —le dije—, pero… piensa que soy más ágil que tú y por lo tanto tengo ventaja.

    La presencia de unos seres extraños y tremendamente llamativos por su apariencia se ha hecho latente estos últimos días por este lugar, la imagen que tengo de ellos es difusa y desconcertante, parecen seres venidos del más allá. Pese a todo, poco a poco fui conociendo a todos los miembros del clan: eran cinco, tres hombres y dos mujeres. Las dos féminas eran rubias, altas y tremendamente atractivas: tenían una mirada cautivadora y penetrante; sus ojos azules desprendían una luz centelleante e hipnótica.

    Indagando logré averiguar sus nombres: lo cierto es que mi interés se centraba en la más hermosa y perfecta mujer que había visto jamás, fue entonces cuando supe su nombre; se llamaba Ginebra. A partir de ahí, seguí viéndola todo lo que buenamente podía y por supuesto esperando que fuésemos grandes amigos. Con la esperanza de que algún día se convirtiera en algo más. Vivía con cuatro personas más: tres chicos y una chica, me decía que se llevaban muy bien; una mañana los vi por primera vez, supuestamente iban a hacer deporte; todavía estaba oscuro. Y, al igual que yo, al parecer también les gustaba estar en plena forma. Ginebra me los presentó uno a uno: Iván, Marcus, Stephen y Olimpia. Eran agradables, de buenas formas; diría de buena educación. Pero… sin embargo, tenían una mirada fría y distante, una de esas miradas capaces de derretir el hielo. Sus ojos eran azules, de un transparente que, sin exagerar, podía reflejarme en ellos. Me preguntaron en un tono rudo:

    —¿Practicas algún deporte? ¿Corres?

    A lo que yo contesté:

    —Pues sí, ¿queréis que os lo demuestre?

    —De acuerdo, esta noche de madrugada: a las cuatro de la mañana.

    —Bien, estaré puntual.

    El desafío perpetuo del ser humano es algo que no me deja indiferente y por lo tanto no estaba dispuesto a que nadie me hiciera quedar en mal lugar. Horas después estaba esperando en las cercanías de mi casa, impaciente y expectante, a que diera comienzo el reto. Hacía un frío tremendo, pero me daba igual, quería seguir; estaba ansioso. Era una noche de luna llena, el haz de luz de la misma lo invadía todo y las sombras se entremezclaban con las figuras fantasmagóricas que mi mente creaba. Por un instante se me heló la sangre. De pronto una voz me llamaba: «¿qué… estás listo? ». Claro que sí, ¡por qué no! Adelante.

    Solo vino Iván y Marcus; el primero es un tipo con una gran envergadura, sobre el metro noventa y cinco, y unos cien kilos de peso. Gran complexión y… como pude comprobar una fuerza y resistencia descomunal. Y el segundo, Marcus:, yo diría que un calco del primero: iguales medidas y destreza.

    Empezamos a correr y como pudieron comprobar yo tampoco estaba falto de poder, claro que… la fuerza y resistencia de estos hombres parecía muy lejos de los límites del ser humano. Después de madrugar de una forma casi inusitada y totalmente desquiciada únicamente para ir a hacer ejercicio, fue cuando al término del mismo quedé pensativo intentando aclarar mis dudas y la persistente idea que atormentaba mi mente: de dónde habían salido esos personajes tan tétricos. En los días sucesivos oímos noticias acerca de unos crímenes que se produjeron en las cercanías de la ciudad. Se decía que las víctimas en esta ocasión eran dos, dos hombres jóvenes de los cuales se decía que los primeros incisos sobre el tema aludían al desgarro y destrozo de los miembros de una brutalidad que hacía estremecer; se encontraron en las víctimas desgarros en todo el cuerpo, indicando que podía haber sido hecho por un animal salvaje, pero que dada la magnitud de las heridas aún no se podía determinar de que bestia inmunda se trataba. Unas fuertes y profundas incisiones en el cuello y cabeza de ambas víctimas, aparentemente grandes dentelladas en el cráneo y de gran profundidad. Desgarros múltiples, la piel echa jirones, amputación de miembros y los ojos arrancados, dejando entrever solo las cuencas de los mismos. Las imágenes de esa visión tan tremebunda ocasionada por la idea de que podíamos quizás estar en peligro me hacía palidecer.

    El dato más significativo es que a todas las maltrechas víctimas de un hecho tan escalofriante les faltase el corazón. Hubo momentos de angustia, mi amigo Bruce estaba nervioso por todo lo acontecido, era lógico teniendo en cuenta que normalmente madrugábamos y eso nos perjudicaba si cabe aun más. El pánico se adueñó de la ciudad, todo el mundo temía por su vida y por la de las personas más allegadas, pensando que en cualquier instante podíamos sufrir las infernales ideas de esas bestias inhumanas. Hoy el día parece inestable, hace mucho frío y hay una gran nubosidad; creo que se avecina una tormenta, es el día perfecto para salir a correr y poner a prueba mis nervios. Sé que lo habitual en esos momentos es quedarse en casa, pero a mí particularmente hablando me encanta hacer lo que los demás solo sueñan.

    CAPÍTULO II

    Respecto a Ginebra, la verdad es que necesitaba verla puesto que era de ese tipo de mujeres que te hacen estar mejor contigo mismo y pensaba en que quizás hubiera la posibilidad de compartir la vida a su lado. La otra chica, Olimpia, era la cara contraria: seria y fría, distante, impulsiva e irreverente; de ese tipo de personas que desearías perder de vista para siempre. Tenía mucho carácter, de una gran fuerza física, pero con maneras y normas muy femeninas. Salían de la casa casi todos los días, prácticamente todos; siempre al oscurecer. Lo sé porque suelo observarlas cada vez que puedo por la intriga a la que me suele llevar su comportamiento extraño y dudablemente habitual en personas corrientes. He decidido que, una noche de estas, saldré a indagar para intentar penetrar en lo más profundo de sus maneras y comportamientos nocturnos. He de admitir que la intriga me corroe en lo más profundo de mí.

    Bruce y algunos compañeros de la zona en la que vivo me comentan que observan comportamientos extraños respecto a los nuevos vecinos. Y yo les respondo:

    —¡Extraños! ¿Como cuáles? ¿Qué hacen? ¿Qué observáis para creer ese tipo de cosas?

    —No estamos seguros, pero realmente son unas maneras ciertamente poco convencionales.

    —Ya —les digo—, pero para vosotros cualquier cosa fuera de lo común es algo no convencional. ¿Qué os parece si esta noche averiguamos algo de todo esto, eh?

    —De acuerdo, esta noche sobre las doce, ¿os parece? A esa hora suelen salir de paseo nocturno.

    —Ok, entonces hasta luego.

    Un poco antes de la hora prevista ya estábamos agazapados, esperando a que salieran de la casa; aquello más que una casa, parecía un cubículo tétrico y espectral sin un solo haz de luz y de una figura fantasmal. Esperamos largo rato y nadie salía del lugar, creímos oportuno dejarlo para una mejor ocasión.

    Al día siguiente, me encontré a Marcus, uno de los tipos más fornidos y potentes que he visto nunca. Nos saludamos y me comentó que le gustaría competir conmigo, que no es solo lo de entrenar, sino también ver hasta dónde podíamos llegar.

    —Bueno, la verdad es que me encantaría, puesto que es una propuesta interesante y un reto que me seduce enormemente dada la naturaleza de mi persona. Muy bien, pero ten en cuenta que estoy en cierta desventaja; no es muy justo que digamos —le dije.

    Se me había nublado la mente y poco después recordé que en el mundo en el que vivía no existía la justicia. Con lo cual la desventaja inicial poco importaba.

    —Ya lo sé, pero no te preocupes por eso, al fin y al cabo solo es para hacer un poco de ejercicio y conocernos mejor —me dijo.

    —Tienes razón, de acuerdo. ¿Y qué has pensado exactamente?

    —Bueno, tengo una motivación especial y ya que estamos en la ciudad de los rascacielos, ¿qué te parece una ascensión? Le dije: sí, claro. Conozco a unas personas con ciertas influencias en la ciudad y me han dicho que no hay problema, y pues eso… ¿qué te parecería una subida al Empire State Building?

    —Genial, ¿de verdad puedes conseguirlo?

    —Sí —me dijo.

    —Es uno de mis sueños, ascender a toda velocidad a uno de los edificios más altos y emblemáticos de Nueva York —le dije.

    Tras una breve pausa acepté el desafío:

    —Por supuesto que sí, será un placer. Entonces quedamos, ¿qué te parece de aquí a siete días?

    —Una semana, vale —le dije, dado que estaba en bastante buena forma.

    Durante toda esa semana intensifiqué todos mis ejercicios para, de esta forma, tener alguna garantía de éxito y hacer un digno papel frente al adversario que me había tocado. Inmediatamente se lo comenté a Bruce:

    —Voy a competir con Marcus, ya sabes, uno de los nuevos, nada más y nada menos que en el Empire.

    —¡En el Empire! —me dijo Bruce.

    —Sí, sí, ¿qué te parece?

    —Me parece que estás loco (risas).

    —Bueno, ya sé que parece un tanto descabellado, pero míralo así: es uno de mis sueños y mira por dónde se puede cumplir. Tampoco es para tanto, ¿no crees?

    —Desde luego que lo es, ¿sabes con quién te enfrentas? Ese tío es una masa de músculos. Todos le hemos visto y no puedes hacer nada contra él.

    —Vale, eres único para dar ánimos, ¡eh! Ya sé que tengo pocas posibilidades, pero eso ahora es lo menos importante para mí. Lo realmente verdadero y significativo es que voy a hacerlo sin más.

    —Sí, tienes razón —me dijo—. Por lo menos tú te enfrentas a tus desafíos; debes hacerlo y sé que lo harás muy bien.

    Acudíamos al gimnasio, hacíamos jogging, elasticidad, fuerza y explosión muscular. Todo lo que estaba en nuestra mano para que tuviese una mínima oportunidad. Yo también tengo una buena complexión, fuerza, rapidez y juventud. Supongo que todo lo que a priori se necesita para ser un buen competidor, solamente que en este caso el contrincante no era precisamente un elemento asequible, más bien todo lo contrario. Fornido, espectacular, agresivo, poderoso y también muy inteligente, realmente tenía muy pocas opciones, pero había que hacerlo como fuera y a cualquier precio. Quedaban tan solo dos días para el enfrentamiento, yo seguía con mi programa de ejercicios y también con cierto temor ante la expectativa y la incertidumbre de los acontecimientos futuros.

    Era el último día antes del reto inverosímil pero muy gratificante de la ascensión. Y ciertamente me encontraba en buena forma, pero algo cansado por el esfuerzo al que me había visto sometido. Llegado por fin el día x o la hora h, como se le quiere y puede llamar, estaba tenso, algo angustiado, pero jovial y eufórico. Por fin podría culminar uno de mis objetivos y, además, con un tipo que ciertamente estaba a la altura de lo esperado. Quedamos en el edificio alrededor de las doce de la noche, me pareció una hora apropiada dado que de otra forma nos hubiera sido casi imposible el poder ejecutar el ejercicio en cuestión por la cantidad de tráfico peatonal que existe durante el día. Marcus me dijo que esa persona le había dado un pase especial y el vigilante no supondría ningún problema.

    Llegué al edificio puntual como siempre suelo ser, Marcus apareció en silencio con un sigilo abrumador; estábamos en el vestíbulo: era espectacular, muy grande, sobrio y firme; de esos que te hacen pensar de lo que es capaz el hombre. Sencillamente majestuoso. La ascensión en un ángulo totalmente vertical es muy interesante, parece muy fácil, pero sin embargo es totalmente agotador, y pensar en un bloque que alberga ochenta y seis plantas no era empresa fácil.

    Incluso estando en buenas condiciones físicas como las mías y por supuesto las del adversario, hicimos un calentamiento previo, bueno, más bien hice, porque él me dijo en un tono casi amenazante: a mí no me hace falta, no lo necesito. Vale, entonces adelante. Nos pusimos en la línea de salida, uno al lado del otro, desafiantes ante aquel edificio mayúsculo. Nos encontrábamos en el vestíbulo, me dijo: a la cuenta de tres. De acuerdo, le espeté. Tenía el crono conectado para así saber el tiempo real, empezó la cuenta y noté como las pulsaciones iban en aumento; acabó la cuenta y dio la salida. La aceleración de ese tío era inmensa, terrorífica. Tuve que emplearme a fondo hasta la extenuación, subía los escalones, los pisos, cada planta de una forma vertiginosa a fin de que no se me escapara, pero... fue inútil, solo a veces podía ver un ligero rastro de que había pasado por allí; era como un fantasma. Yo, por mi parte, seguía subiendo a toda prisa a fin de por lo menos hacer un buen tiempo. Corría a toda máquina, pero ya lo hacía únicamente contra mí mismo de forma que pudiera conseguir una marca razonable puesto que estaba solo, una de las veces que pude siquiera verle un instante observé que corría a grandes saltos. Unas zancadas que destruían, prácticamente volaba. Yo, que también me defiendo y puedo subir con gran rapidez, puedo decir que aquello no era propio de un ser humano. Llegué al piso ochenta y seis, unos trescientos metros de ascensión: me dolían los cuádriceps a pesar del entrenamiento tan poderoso que normalmente hacía, pero estaba eufórico, me encontraba muy bien; logré cubrir todas las plantas en un buen tiempo, yo diría que muy bueno. Lo hice en siete minutos, realmente no podía creérmelo puesto que no es nada fácil conseguirlo. De Marcus no había ni rastro, yo mientras tanto estaba tomando aire y disfrutando de las maravillosas vistas que desde allí se podían contemplar. Fue fantástico, es algo que nunca olvidaré puesto que jamás estuve allí. Ver toda la ciudad iluminada desde lo alto de aquel coloso había sido una de las experiencias más memorables de toda mi vida. Estaba solo, pero a la vez me sentía tranquilo, en calma y bien conmigo mismo. La paz tenue me invadía y ello me hacía sentir vivo al poder ver aquel esplendor desde la cima de ese edificio aún mucho más. Tenía la ciudad de Nueva York a mis pies y lógicamente se lo debía todo a Marcus, ese hombre extraño e indudablemente siniestro que había desaparecido como el humo. La noche era fría, muy gélida y abrumadora: tenía las manos entumecidas y de un color violáceo parecido a cuando sufres una contusión producida por un fuerte golpe y produce un hematoma; pues algo parecido. Uno se puede hacer una idea del frío intenso del que hago mención. Seguía buscando a Marcus: gritaba su nombre, pero no aparecía, ya comenzaba a inquietarme. Si no aparecía pronto, me iría de allí sin mas dilación.

    De pronto una voz ronca y dura gritó mi nombre:

    —Max, aquí, ¿no me ves?

    Al fin pude verle, salía de las sombras para al final dejarse ver.

    —¿Dónde estabas? —le pregunté.

    —Siempre he estado aquí, solo que tú no me veías —me dijo.

    —Ya claro, será eso, pero no hacía más que buscarte y nada. A todo esto, ¿cómo has podido subir tan terroríficamente deprisa, ¿eh?

    —Bueno, es cuestión de entrenarse bien, eso es todo.

    —Sí, claro, pero yo también estoy en muy buen estado de forma y sin embargo, me he tenido que hacer todo el recorrido yo solo.

    —Mira, ahora que estamos solos en lo alto de este edificio, en la cumbre, divisando toda la bahía de Nueva York, viendo la ciudad en una noche fría bañada por la luz de la luna, a ti te lo puedo decir: no soy humano y estoy muerto —me dijo.

    —¿Qué? ¡Cómo que muerto! Será una broma, ¿no?

    —No, no lo es, es cierto, soy un vampiro; la noche es mi refugio. Y tú eres la persona apropiada para ser uno de los nuestros, nunca envejecerás, no tendrás que preocuparte por nada. Tenemos empresas con dirigentes que nos son leales, ¿entiendes?.

    Estaba atónito, no daba crédito y tampoco le creía puesto que la historia de los vampiros me era demasiado conocida, basándome en historias y leyendas.

    —Es cierto, pero hay que pagar un precio: debes comer y para ello el alimento primordial es la sangre. Generalmente humana, puesto que es la que potencia mucho más nuestro organismo.

    Empezaba a pensar si aquella historia sería cierta y en lo mucho que me dolería saber que Ginebra, aquella chica tan dulce, pudiera ser uno de ellos. Estaba tembloroso, el pavor se apoderó de mí; no podía articular palabra pensando que un posible chupasangre estaba a mi lado, un tipo cuya envergadura haría palidecer a cualquier jugador de rugby.

    —¿No me crees, verdad? No sé qué pensar. ¿Y por qué esta revelación tuya hacia mí? —le dije.

    —Te lo he dicho, quiero que te unas a nosotros, eres el adecuado; tienes impronta, genio, fuerza, valor, destreza y un sinfín de cualidades que... nosotros valoramos sobremanera. ¿Qué dices?

    —No sé, tendría que pensarlo —le dije.

    Solo quería quitármelo de encima y salir airoso de esa situación, temía que si le contrariaba pudiera ser el fin.

    —De acuerdo —me dijo con voz airosa—, piénsatelo, pero no tardes mucho porque de lo contrario quizás vayamos a por ti, ¿me entiendes?

    —Sí, claro, te entiendo perfectamente.

    No podía más, deseaba que ese ser desapareciera de mi vida por siempre jamás.

    —Vale, lo pensaré, nos vemos uno de estos días.

    —¡De acuerdo! Sí —me dijo.

    —Yo comienzo a bajar que ya es hora —le dije.

    —Y yo también. Te daré una prueba de lo que soy capaz de hacer.

    De pronto se acercó al mirador de la azotea, de un salto pasó por encima de la verja; esperó un momento y me dijo:

    —Mira esto y piensa en lo que te he dicho.

    Después de esto, se precipitó al vacío, un abismo espeluznante que cortaba el aliento. Increíble, pero cierto, no daba crédito a mis ojos: inició una caída libre de nada menos que trescientos metros verticales. Yo continuaba observando y al tiempo admirando aquella facilidad pasmosa y natural de la que aquel tipo hacía gala. Hizo el salto del ángel y desapareció, dejé de verlo y volví a quedarme solo y aturdido, pensando en aquella visión horrible y sobrecogedora, pero a la vez fastuosa y excitante, como si hubiera quedado perplejo. Me apresuré hacia las escaleras como alma que lleva al diablo, queriendo salir de allí cuanto antes. Esta vez creí oportuno coger el ascensor dadas las circunstancias, no soy muy proclive a ello, pero era fuerza mayor.

    Estaba destruido: aquel tipo me había dejado helado, roto, desconcertado y hundido. ¿Qué sería de mí de no hacerle caso? Quizás querrían todos ellos que fuese su esclavo o algo peor, ¡algo aun más terrible que eso! No creo que pueda haberlo. El caso es que estaba frenético. Salí al vestíbulo dirigiéndome a la puerta con toda premura y en el pensamiento una idea: cómo salir de ese problema. Me dirigía a mi casa, hay unos kilómetros, pero no importaba; iría caminando o quizás corriendo. Bueno, ¡tanto no! No tenía ganas de más deporte por el momento, estaba demasiado confuso y atormentado come para poder atisbar otra idea que no fuera la de librarme de esa pesadilla que asolaba mi vida. ¿Cómo?, ¿cuándo?, ¿de qué manera?, ¿de qué forma?, ¿qué podía hacer? Todas estas preguntas están en mi mente siempre. Sigo caminando: la ciudad está verdaderamente lúgubre, claro que son las tres de la mañana, qué podía esperar. Únicamente pensaba en el motivo per el cual me ocurría todo esto. ¿Por qué yo? Sí, claro, me lo dijo y era cierto, pero aun así mis aptitudes y maneras especiales no eran suficiente motivo. Pero supongo que también podrían encontrarlas en otro; al fin y al cabo en esta ciudad hay mucha gente, infinidad de ella. Seguía caminando: ya faltaba menos, unas cuantas manzanas; estaba deseando llegar a mi casa y reflexionar sobre el tema. También quería contárselo a Bruce, claro que... me creería o por el contrario pensaría que me había vuelto loco de repente. Llegué a casa, estaba destrozado no solo por el esfuerzo, sino por todo lo acontecido en la noche. Miré por la ventana; todo parecía tranquilo y en calma. No se apreciaba ninguna anomalía: tenían la luz apagada, estaba asustado, solo y penitente. Y por supuesto no podía conciliar el sueño, temía que en cualquier momento me atacaran e intentaran acabar conmigo.

    Esperaba con impaciencia que las horas se fueran sucediendo con avidez. La verdad es que cuanto más se quiere que pasen las horas, más tardan en pasar. Es una sensación de angustia, quiero controlarme y necesito hacerlo. Para ello tomo tranquilizantes, de momento no me hacen efecto. Es pronto todavía, deseo con ansia que amanezca: espero las primeras luces del alba como si se tratara de una batalla a vida o muerte. De hecho, sí que tenía mucho que ver con ello puesto que hasta que no llegaran los primeros rayos de sol, la luz de la mañana, no podría relajarme ni un momento, es una angustia atroz: quiero escapar, huir, desaparecer de esa ciudad que tanto quería y que indirectamente me estaba haciendo enloquecer. El gran surtido de fármacos empezaba a hacer su efecto: deseaba dormir un poco, pero era una empresa demasiado arriesgada como para atreverme a realizarla. Los párpados se me cerraban, la mirada perdida; quería dormir, no pensar y estar tranquilo. Era inútil: no podía conseguirlo todavía; fue como un deseo incumplido. Por fin lo conseguí, los tranquilizantes hacían su labor; quería relajarme de tal manera que temía que si así fuera, no despertaría en horas. Era inaceptable, no podía aún: era demasiado peligroso.

    Las horas pasaban lentamente, es como dar la vuelta a un reloj de arena. Me movía de un sitio para otro, de un lado hacia el otro de la casa. Flexionaba, comprimía, me atormentaba en mi propio pensamiento. ¿Será hoy, mañana, quizás me darán margen? ¡Sí, claro! Eso es lo que me dijo Marcus, pero ¿cuánto tiempo tendré hasta que eso suceda? Seguía esperando amargamente, segundos, minutos, horas. Cada vez con más angustia y temor por si la palabra de ese ser hubiera perdido su sentido. Y quizás su opinión hubiese cambiado y de esta forma quisiera despedazarme vivo o cualquier atrocidad semejante. Según los libros de leyendas sobre vampiros, estos han mutilado, empalado y sangrado a cientos de personas por el solo placer de verlas desgarrarse de dolor y gemir sollozando clemencia. Una piedad que rara vez se da en ellos; después de esto beben tu sangre como si se tratara de un fastuoso festín del cual se enorgullecieran y desearan libidinosamente. Siempre se ha dicho que no solamente atacan al cuello, sino que desprenden sobre sus víctimas unas tremendas dentelladas en la cabeza con una fuerza tan grande que destrozan el cráneo, llegando fácilmente al cerebro y así dando muerte a sus presas con una crueldad fuera de los límites imaginables; por fin llegaron las primeras luces del día. Podía descansar con un aire un poco tranquilizador, pero no demasiado alentador como se puede imaginar.

    Apenas amaneció, me di una ducha, una de esas que te relajan en exceso. Lo necesitaba después de la noche que había pasado. Después de descansar unos minutos y realizar mis tareas matinales, me dirigí a mi lugar de trabajo; no hacía más que pensar en cómo podía resolver el problema y que parecía algo que jamás pudiera ocurrir. Ya me había planteado volver a espiar a esa pandilla macabra; normalmente actúan de noche, aunque según se puede saber dice la leyenda auténtica de los vampiros que están siempre entre nosotros a todas horas, en cualquier lugar y donde menos lo pienses. Si no tienen la misma capacidad sobrenatural durante el día, pero acechan y son un peligro constante para todos es una creencia popular que solo pueden salir de noche y en parte es cierto: la luz solar, la matinal no les va del todo bien que digamos. Lo que realmente les hace poderosos es la noche, las sombras: ahí despliegan todo su potencial, pero yo he de decir que siempre me siento observado.

    Esta noche iré a verificar los maléficos rumores

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