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Brigadistas
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Brigadistas

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Un hito en la historia de Nicaragua que marcó al mundo para siempre, y que la UNESCO registró en las Memorias del Mundo en Junio del 2007

*El destino cambió los carriles a toda una columna de brigadistas quienes terminaron en selvas y aldeas desconocidas, donde pestes asesinas diezmaban a sus habitantes; y aprendieron a convivir y enseñar en el seno de familias extrañas, en medio de peligros, acosos, romances e intrigas.
*Ante su llegada, una brigadista descubre a la madre de la familia que le toca alfabetizar, postrada en su cama y vomitando sangre, como resultado de la tuberculosis. Impotente y aterrada llora, cuando la misma le dice que mejor se vaya de ahí antes que también salga contagiada.
*Una escuadra de brigadistas se pierden en la densidad de las selvas, en medio de una persecución de grupos contrarrevolucionarios, a partir de ahí inicia una lucha sin cuartel por la sobrevivencia.
* Y todo un drama que al final demuestra que, aunque eran jóvenes adolescentes dispuestos a servir a una causa justa, eran de carne y hueso.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento7 jul 2011
ISBN9781463304461
Brigadistas
Autor

Carlos Arturo Jiménez

En 1977 se integró a la organización juvenil clandestina sandinista CAP (Comité de Acción Popular), cuando sólo contaba con 16 años de edad. Y en la ofensiva final contra la dictadura de Anastasio Somoza, participó en el Frente Oriental Carlos Roberto Huembes en 1979. Al triunfo político-militar pasó a ser miembro fundador del EPS (Ejército Popular Sandinista). En febrero de 1982 se trasladó a la DSPS (Dirección de la Seguridad Personal Sandinista), posteriormente fue asignado al Estado Mayor de la Seguridad Personal del Comandante Daniel Ortega, como especialista en prevención de atentados dinamiteros en los tiempos más difíciles de la Revolución Sandinista. Tras el revés electoral, el 25 de febrero de 1990 que puso fin a la revolución sandinista, y por su propia voluntad, Carlos Arturo se retiró de la DSPS en abril de 1990. En 1994 realizó estudios de inglés en Londres donde se graduó como profesor internacional del idioma inglés. En el 2005 escribió sus memorias en el libro: “Nosotros no le decíamos presidente”, Conspiraciones al desnudo de la Nicaragua Sandinista, el cual fue publicado en libro electrónico por: www.epigrafe.com, e impreso el 25 de Abril del 2008 por la Editorial Amerrisque: de la Casa del Obrero (CST) 1 cuadra al oeste, Managua. Tel: (505) 22689402.

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    Brigadistas - Carlos Arturo Jiménez

    Foto de Portada: Eveling de la Concepción Echegoyen Vásquez, usando un sombrero de petate (tejido de palma o bambú), a su regreso a Granada el día de la desmovilización.

    Foto de contraportada: Magali Echegoyen Vásquez en la Isla Corre Vientos.

    Brigadistas

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso:   2011933184

    ISBN: Tapa Dura                978-1-4633-0445-4

    ISBN: Tapa Blanda             978-1-4633-0447-8

    ISBN: Libro Electrónico    978-1-4633-0446-1

    Derechos de autor  2011 por Carlos Arturo Jiménez Campos. Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción parcial o total de esta obra en cualquier forma y por cualquier medio impreso, electrónico y en ningún otro sistema similar electrónico existente en la actualidad o que se desarrolle en el futuro, sin el permiso explícito y escrito del autor. Para cualquier información, dirigirse a: Carlos Arturo Jiménez. Tel: (505) 2490648, Bello Horizonte 6ta etapa, casa # 229, Managua, Nicaragua.; jassfund@hotmail.com jassfund83@gmail.com jimenez756@gmail.com, tortuguero.walpa@gmail.com, polita99@live.com, lesliebetania@hotmail.com

     De esta edición en el idioma español y para todo el mundo tanto impreso como en cualquier formato electrónico: Palibrio Inc., una Compañía de Delaware, con sus oficinas principales en 1663 Liberty Drive, Suite 300, Bloomington, Indiana 47403, USA.

    Tel. Gratuito +1 (877) 407-5847 ext. 8221

    Tel. Directo +1 (812) 671-9757 ext. 8221

    Fax. +1 (812) 355-1576

    vzobel@palibrio.com

    Palibrio

    1-877-407-5847

    www.palibrio.com

    ordenes@palibrio.com

    353967

    Este Libro fue impreso en los Estados Unidos de América.

    Índice

    PRÓLOGO

    ASÍ DESCUBRIMOS EL TORTUGUERO

    I   YO REGRESARÉ

    I   YO QUIERO ALFABETIZAR

    II   UN BAÑO EN EL KUKARAWALA

    II   LA ISLA CAPRISCA

    III   MUERTE DE LOS PRIMEROS BRIGADISTAS

    III   EL ASESINATO DE GEORGINO ANDRADE

    IV   PRIMERAS BAJAS

    IV   EL NAUFRAGIO

    V   EL TRAQUETEO DE LAS AMETRALLADORAS

    V   EL DOLOR DE LA DESPEDIDA

    VI   PERDIDOS EN LAS SELVAS

    Como un gigantesco y viejo largo metraje, proyectando a su paso estelas de espectaculares acontecimientos de la alfabetización, con anécdotas trágicas, románticas y divertidas, con risas, gemidos, voces, llantos y gritos de los brigadistas; escuchándose cada vez más lejos y cada vez más indistintos, hasta que se confunden con el silbar del viento. Y con sus rostros cada vez más borrosos, se alejan, como una colosal película rodando y perdiéndose de vista; allá, entre aquellos años cada vez más lejos y cada vez más viejos.

    Así descubrimos El Tortuguero y La Isla perdida

    Crónicas de dos Brigadistas

    En homenaje a los cincuenta y nueve brigadistas que perdieron sus vidas; Alfabetizadores; Alfabetizados y al mundo que siguió los acontecimientos de cerca.

    Prólogo

    Así descubrimos El Tortuguero

    Juana

    Avanzábamos despacio entre ráfagas de vientos enfurecidos que sacudían y arrancaban las ramas menos resistentes de los árboles frondosos. Si bien ya eran las 9:00 a.m., las nubes negras que abrazaban las montañas espesas y sus lluvias incesantes, provocaban una obscuridad casi total. Cuando súbitamente, se originó una carcajada prolongada y aterradora de los matorrales a nuestra derecha: ¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja!

    Seguido de cuchicheos semejantes a mezclas extrañas de gargantas humanas y de faringes de ‘guatusos’, como que si tal se burlaban de nosotros. Y cuando quise hablar mi lengua se entumió y simultáneamente los tres detuvimos la marcha.

    Miré al Dr. Bigote situado a un par de pasos adelante, a quien hasta sus bigotes se le encogieron, pues quedó paralizado como una estatua rígida, mientras David, situado a un par de metros detrás de mí exclamó: Las tres divinas personas.

    Quise decir frases cristianas pero me resistí a creer en brujerías; en cambio, busqué un origen natural.

    Quizás las lluvias ininterrumpidas y los chasquidos de agua; la tormenta eléctrica y sus estruendos intimidantes; el silbido de los vientos al sacudir el follaje y sonidos de animales que se mezclaban con ecos humanos que habían quedado atrapados en ese lugar, causaban aquellas aterradoras risas y cuchicheos con un volumen ensordecedor, que de nuevo estremecieron las montañas: Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, como si éstas provenían de gargantas gigantes.

    Por un instante mi mente se puso en blanco, no supe dónde me encontraba, que hacía, quienes me acompañaban y lo peor: quién era yo.

    Y reaccioné, pues de acuerdo a la psicología eran síntomas de un trance y que estaba por perder la razón. Inhalé aire por la nariz hasta llenar el último rincón de mi cerebro. Giré mi cuerpo hacia mi derecha como en una película en cámara lenta, apunté el cañón hacia donde se originaban las risas, y vi por un instante, con la iluminación de los relámpagos, confusas siluetas entre la maleza. La intensidad que irradiaban el rojo-amarillo de sus ojos grandes encubrían sus rostros o lo que fuera, y vi sus tórax visibles de humanos y desprovistos de pelaje, pero sus partes inferiores eran deformes, peludos y con colas.

    Mi corazón se aceleró y aguanté un poderoso impulso de tirar la subametralladora, correr y gritar sin rumbo como una desquiciada mental, hasta que me tragara un pantano, me devorara un gato salvaje o una mata buey, me matara la contra o me perdiera en las selvas para siempre.

    No obstante, cerré mis ojos y halé el gatillo, disparando una ráfaga larga ta, ta, ta, ta, y después un silencio. Bajo aquel momento de ultratumba y diabólico que me hizo dudar de mi formación científica, y ante la posibilidad de un caso de parasicología, me sumí en recuerdos de aquel primer día, cinco meses atrás cuando me enlisté en la Gran Cruzada Nacional de alfabetización . . .

    Yo regresaré

    Juana

    "Mami, te quiero decir algo, voy a participar en la Cruzada Nacional de Alfabetización y quiero pedirte un favor, ¿puede cuidar a mi bebé?", le solicité aquella noche de un veintiuno de febrero, cuando los vientos soplaban tan fuertes que hacían crujir algunas hojas de zinc del techo de la casa.

    ¿Para cuándo es eso Juani?.

    En un mes.

    ¿Estás segura de lo que estás haciendo?.

    Sí mami, ¿por qué me pregunta eso?.

    Dicen que los Contras van a degollar a los brigadistas.

    Este proyecto social es de gran magnitud y sólo se lleva a cabo una vez en la vida, si me lo pierdo, ya no tendré otra oportunidad.

    Con escepticismo mi mami cortó la conversación y se retiró a continuar los quehaceres de la casa.

    Estaba consciente que no sólo iba a estar ausente por cinco largos meses, y que de acuerdo a la coyuntura política-militar y condiciones de pobreza de aquella época, más las zonas montañosas donde habríamos de alfabetizar, había la probabilidad de morir ya sea en accidente, ahogada, asesinada o devorada por cualquier animal salvaje.

    Dos semanas más tarde estaba junto a ciento cincuenta compañeros de ambos sexos que en grupos desordenados corríamos en los campos universitarios de la UNAN[1] tras un entrenador sin saber adónde nos dirigíamos.

    Síganme y que nadie se quede, ordenó.

    Yo era una de las primeras que marcaba el paso de los compañeros para darme ánimo y no quedarme rezagada. Al inicio pensé que correríamos sólo en terreno plano, pero cuando nos acercamos a las faldas del cerro Mokorón, la carrera se puso difícil, por lo empinado del terreno y su altura de unos cuatrocientos metros. Cuando alcanzamos la panza del mismo, nos encontramos con otros grupos similares de universitarios, ya que nos dividieron así para la conformación de columnas. Y para los mil doscientos jóvenes que contabilicé de las diferentes facultades, los entrenadores les recetaban el Cerro Mokorón, continuando después con más ejercicios, haciendo énfasis en el fortalecimiento de las piernas, abdominales, pechos y brazos.

    Así pasamos en esas correderas y ejercicios infernales durante dos horas diarias de 3:00 a 5:00 p.m., de lunes a viernes durante dos semanas.

    Entre las pujaderas y quejidos de dolor conocí a Mario, que con su serenidad y ojos curiosos, repasaba presuntamente los traseros mejor moldeados y ausentes de grasas de las muchachas así como sus bustos y piernas.

    Una tarde, cuando practicábamos un ejercicio de estiramiento que consiste en alcanzar desde una posición de pie y piernas abiertas, el tobillo izquierdo y derecho con las respectivas manos del lado opuesto de forma indistinta. En una de tantas, al doblar mi espalda para alcanzar mi tobillo izquierdo con mi mano derecha, lancé una mirada hacia atrás y lo sorprendí repasando mi trasero, pues según criterio de los varones de esa época, mi cuerpo y trasero saltaban como uno de los mejores moldeados y sólidos de todas las brigadistas, y de inmediato apartó su mirada.

    No recuerdo que su mirada explorara las caras de las muchachas.

    ¿Qué carrera estudiás vos? ¿Qué pasa? ¿Estás sordo?, le pregunté elevando mi tono, pues me molestó lo que observé.

    Discúlpame, me llamo Mario, respondió evitando mirarme a los ojos.

    Está bien Mario, pero no pregunto tu nombre sino tu carrera.

    Ingeniería, ¿y vos?.

    ¿Y yo qué? Ahhh, estoy estudiando biología.

    No, ¿cuál es tu nombre?.

    Juanita.

    Así fue mi primer encuentro loco con Mario alias el Dr. Bigote, y me enojo se convirtió en risa. Le decían así porque tenía un bigote espeso que sobresalía a su cara y cuerpo delgado. De unos veintiún años, tez blanca, cinco pies diez pulgadas, estudiante de ingeniería, serio y hablaba poco.

    A partir de ahí sus ojos acuciosos me mantendrían bajo constancia vigilancia y mostraba una admiración por la belleza de las muchachas, pero su timidez lo dominaba e impedía tomar la iniciativa.

    Una vez lo atrapé con sus ojos puestos nuevamente en mí, me volteé y lo confronté: ¿Por qué me mirás tanto? ¿Te gustó verdad?.

    Sus labios dibujaron una sonrisa, apartó su mirada y continuó haciendo ejercicios. Su rostro no era atractivo y más que su físico, quizás era su timidez lo que me inquietaba.

    A las 9:00 a.m. del día siguiente, recibimos el Taller de Capacitación con duración hasta la 12:00 m. Almorzábamos en el comedor de la UNAN de forma gratuita[2] y continuábamos a las 3:00 p.m. con los ejercicios físicos.

    Los Talleres eran subdivididos en tres direcciones: ideológicos, políticos y pedagógicos:

    En el artículo noveno de una declaración, el General Sandino en 1929 y desde el cuartel general El Chipote", escribió literalmente: Que por iniciativa emita el Congreso Nacional una ley que obligue a los empresarios industriales o agrícolas, nacionales o extranjeros, a que en las empresas en que trabajen más de quince operarios o familias, mantengan por cuenta de los empresarios, escuelas donde se imparta a los trabajadores de uno y otro sexo la instrucción primaria.

    Sandino, además, ordenó a todos sus soldados y oficiales analfabetos que aprendieran a leer y escribir.

    Asimismo, cuando el F.S.L.N. operaba en la clandestinidad, su máximo jefe, Carlos Fonseca, inspirado por el hecho que Francisco Moreno enseñaba a escribir a un campesino durante un receso en los entrenamientos en guerras de guerrillas, instruyó oficialmente: Y también enséñenles a leer.

    Explicaba una profesora especialistas en temas históricos- sociales a los ciento cincuenta estudiantes.

    Un pueblo se mide por su nivel de inteligencia, salud y una práctica deportiva masiva, como verdaderas opciones a la juventud. Sin estos tres elementos no es posible que un pueblo salga de la pobreza, explicaba mientras caminaba y pasaba cerca de cada uno de nosotros entregándonos un folleto alusivo al tema.

    ¿Cómo es posible que más del 50% de la población de Nicaragua, no sepa leer ni escribir, ni realizar operaciones aritméticas elementales?.

    ¿Cómo es posible que de cada diez niños que nacen en la región de Zelaya, mueran seis?.

    Es de nuestro interés hacer algo, pues los alimentos que consumimos vienen de esos lugares marginados, ¿cómo lograrlo?, sólo con un gigantesco programa de alfabetización.

    Después de la participación de algunos compañeros, al final la profesora instruyó: Lean ese folleto y mañana lo discutiremos.

    Al concluir la clase de corte ideológico–político, gritamos la consigna:

    ¡A los que antes fueron explotados, la Revolución Sandinista los dejara alfabetizados!

    La otra dirección era en el dominio de las instrucciones pedagógicas basada en el Cuaderno de Orientaciones del Alfabetizador y El Amanecer del Pueblo.

    Asimismo, el dominio de todas los elementos complementarios tales como: pizarrón de cuerina[3] negro (enrollable) para ser usado con tiza blanca, hamacas, frazadas, lámparas a base de kerosén[4] (queroseno) de marca Coleman, libreta o diario de campo para escribir nuestras actividades, vivencias y otras cosas más.

    La Cruz Roja y el Ministerio de Salud en conjunto nos impartieron cursos de primeros auxilios e higiene elementales, nos vacunaron e inmunizaron contra diversas enfermedades infecto-contagiosas tales como: el tétano, sarampión, varicela y otros.

    Asimismo, nos proveyeron de un botiquín de primeros auxilios que incluyó pastillas de cloroquina tipo preventivas contra la malaria.

    Nuestro destino era Kukra Hill, un poblado caribeño situado entre Bluefields y Laguna de Perlas, que por su misma posición geográfica presenta un tipo de terreno no muy accidentado y ausente de elevaciones de consideración donde se cultivan bananos, cocos, palma africana y abundante caña de azúcar, tanto que hasta había un ingenio de azúcar.

    Fue quizás por eso que los organizadores omitieron o subestimaron la importancia de un curso en técnicas elementales para la sobrevivencia en montañas.

    No obstante, a partir de ahí habríamos de aprender con lecciones duras, que una vez que abordábamos camiones y buses con rumbos a cumplir con proyectos de relevancia de la Revolución Sandinista, teníamos que estar preparados para terminar en cualquier lugar, y a veces donde uno menos lo esperaba.

    image 1.jpg

    Insignia de la Cruzada.

    image 2.jpg

    Carnet de identificación del EPA.

    Ahí me familiaricé con mis nuevos compañeros, con quienes habría de compartir aventuras que habrían de marcar el resto de mi vida.

    Me reencontré con Ligia quien era estudiante de idiomas, de veintiún años, extrovertida por naturaleza, con unos pantalones azulones que les quedaban tan apretados que se les resaltaban sus caderas. No sé como hacía para caminar.

    ¿Por qué utilizás pantalones tan apretados?, le pregunté en un receso, en los patios de la Universidad.

    Lo hombres se fijan primero en las caderas, entre más sólidas y moldeadas más les gusta.

    ¡Qué bárbara sos! Comenté y luego las risas de ambas: Ja, ja, ja, ja.

    ¿Y después de las caderas, qué es lo que sigue para los hombres?.

    Se tocó los bustos como si estuviera masajeándolos:

    Estos que ves aquí, entre más duros y grandes, más les gusta.

    Ja, ja, ja, ja, ja.

    Con Ligia habíamos estudiado juntas en el colegio "Primero de Febrero[5], desde el segundo año de secundaria en 1973, pues era hijastra de un capitán de la extinta Guardia Nacional quien huyó a Nueva York a raíz del triunfo de la Revolución Sandinista, de quién sólo supe se llamaba Oscar. Tez morena, de cuatro pies siete pulgadas de altura, cachetona y con un par de camanances que le ponían sello a su permanente sonrisa, ojos negros achinados y un rostro con toque latino; por lo que en la universidad y en la misma cruzada de alfabetización habría de ser conocida con el alias de China", y habría de consagrarse como un icono de la cruzada por su modo de ser y su cuerpo.

    Desde que la conocí siempre se tiñó el pelo de castaño obscuro, por lo que nunca le conocí su verdadero color. Apasionadamente narcisista con la desnudez de su cuerpo y decía: Quisiera nadar en un río desnuda y sin ningún tabú ni prejuicios.

    Ninguna sospechamos que el destino habría de hacernos un inesperado cambio de carriles y que su deseo habría de cumplirse en un río salvaje y en las entrañas de selvas vírgenes, del cual ya estábamos en una cuenta regresiva. Con una cintura delgada, sólidas caderas y ausentes de la más mínima grasa que ningún hombre era capaz de ignorar, pues tenía lo que popularmente la gente dice un cuerpo de modelo y uno de los más sexy de todas las brigadistas. Compitiendo de cerca con otras y que iré mencionando en el desarrollo de este libro; entre las cuales estaban: Ana, quien era de tez blanca, pelo liso, delgada, con un cuerpo nítidamente moldeado, de cinco pies, rostro atractivo, amistosa, alegre y platicona.

    Alicia Hambrina con sus ojos color miel, cuerpo bien delineado, pelo teñido de amarillo, cuatro pie siete pulgadas y se caracterizaba por hacer amistad rápido.

    Zamaria, de unos veintiún años, nariz fina y larga, tez blanca, ojos color miel, pelo castaño, de cinco pies, risueña, con uno de los cuerpos mejor moldeados y rostros más atractivos de todas las muchachas, pero que contrastaba con sus modales ultraconservadores e introvertidos tanto así, que podría afirmar que era el polo opuesto de Ligia.

    Sin embargo, a veces parecía que deseaba insertarse entre las muchachas más liberales pero de repente, y en un claro conflicto con la forma que la educaron o dominada por alguien, daba pie atrás, se apartaba del grupo y nuevamente su modo de ser opacaba su belleza.

    Si se hubiera elegido a una reina[6] de las brigadistas de esa columna, la lucha se hubiera trenzado entre las que acabo de mencionar y otras cuantas, que por cuestiones de orden de este libro mencionaré más adelante, y no porque fueran menos atractivas que las anteriores.

    En una carrera de cien metros planos de velocidad y en parejas de dos de un mismo sexo, arranqué ante la voz de mando del instructor.

    En el primer tercio de la corta carrera, me desesperé cuando mi rival, una muchacha morena y de baja de estatura, me aventajó un par de pulgadas. La eché toda en el cierre y justo antes de cruzar la raya final, la alcancé y terminamos empatadas.

    El Primero de Febrero se caracterizaba por tener un programa deportivo que incluía ejercicios fuertes, lo que me proveyó de buenas condiciones físicas.

    Cansada y falta de aire dibujé varias vueltas caminando al instante que aspiraba y exhalaba aire, luego lancé una mirada con disimulo hacia mi rival quien casi me vence; ésta a su vez también intercambió miradas conmigo mientras hacía lo mismo que yo.

    Se me acercó y mientras aún jadeaba por la carrera, estiró su mano derecha y se presentó: Mi nombre es . . . Nury . . . sos rápida y . . . y fuerte . . ..

    Juana, mi nombre es . . . es Juana, vos . . . vos también sos rápida, le respondí.

    Estrechamos nuestras manos iniciando una amistad basada en el respeto mutuo tanto de nuestras capacidades físicas como intelectuales.

    Así conocí a Nury de veintiún años, si bien su tez no era negra sino morena clara, sus facciones eran de una persona de color[7], pues era oriunda de Bluefields y sus padres la habían enviado a estudiar economía a la UNAN-Managua.

    De pelo crespo, de casi cinco pies, ojos café claros, su frente era ligeramente amplia, delgada y dueña de un cuerpo tipo costeña-africana que pasaban por unas caderas sólidas y bien pronunciadas.

    Sin imaginarnos que más adelante, habríamos de ser primera y segunda jefa respectivamente de una aventura peligrosa sin precedentes en toda la historia de Nicaragua en selvas vírgenes.

    Ahí estaba Gandul quien habría de desempeñarse como asesor técnico, entablando conversación con un grupo de muchachas, como siempre alegre y extrovertido. A cualquiera que conocía, su saludo era: ¿Qué pasó Gandul?.

    Por eso le decían Gandul y nunca supe el significado de esa palabra. Cursaba el cuarto año de ingeniería civil, de tez moreno, pelo liso, bromista, trompudo, feo, de cinco pies una pulgada. Creo que Gandul era un candidato para competir entre los más feos de esa columna.

    Ahí estaban las tres hermanas Vegas con cuerpos delgados, casi de la misma altura y dueñas de un distintivo clásico; dos camanances: Thelma de dieciocho años, de tez clara, pelo liso, ojos café claros, de cuatro pies nueve pulgas; Isabel (diecisiete años), morena, pelo liso, ojos negros; Irma (dieciséis años), de tez blanca y un rostro atractivo que la hacía ser la mejor físicamente de las tres.

    Como siempre las tres se mantenían juntas y se distanciaban del grupo en los recesos, quizás siguiendo consejos de sus padres.

    Algunas veces se sentaban sobre una butaca o zacate, según fuera el caso, vistiendo de azulón o short, y aunque parecían tímidas e introvertidas, sus ojos repasaban con discreción a muchachos de su tipo.

    Dejaron caer sus posaderas sobre el zacate y formando una hilera. Sus miradas y carácter amistoso delataban una ingenuidad juvenil que las dejaba vulnerables ante potenciales ‘depredadores’ que estábamos conociendo, y que habría de incluir hasta a campesinos osados. En ese instante se les acercó un muchacho a ofrecerles gaseosa:

    ¿Quieren muchachas?.

    No gracias, ya tomé agua, no sé mis hermanas, respondió Thelma.

    Ah, ¿son hermanas?, interrogó el muchacho haciéndose el sueco[8].

    Sí, somos hermanas, le respondió Isabel con una sonrisa ingenua.

    Bueno ya que vamos a alfabetizar juntos, permítanme presentarme, soy Orlando, ¿puedo sentarme aquí?.

    Claro, le respondieron casi en coro.

    Así se presentó el tontito de Orlando Blandón de veintidós años, de tez moreno, regordete, dientón, pelo liso, de cinco pies una-dos pulgadas, sin ningún atractivo físico. De haber existido la elección de la reina y el rey feo, éste hubiera sido uno de los candidatos favoritos, compitiendo de cerca con su más cercano rival: Gandul, y otros más de quien podría afirmar que estaban en la misma liga.

    Pero esas desventajas eran amortiguadas por su modo de ser: amistoso, chilero, bromista y atento con las muchachas que lo hacía ser una persona agradable.

    Orlando se tocaba el corazón cuando miraba a las muchachas de short en las clases de ejercicios físicos.

    Especialmente cuando vestíamos blusas delgadas, que cuando sudábamos y nos echábamos agua sobre nuestras cabezas y cuerpo para contener el calor, se nos repintaban nuestros senos.

    Muchachas, no vengan con ese tipo de blusas por favor que me van a matar, suplicaba, al momento que pasaba a su lado Silvia Linarte, quien vistiendo de short en los ejercicios vespertinos, hacía que la baba se les saliera de la boca a la mayoría de los muchachos con su impresionante y bien moldeado trasero y bustos. Ésta era de tez blanca, labios delgados, pelo crespo suelto y ojos pequeños.

    Con Ligia estábamos en una fila corta esperando turno para tomar agua de uno de los grifos que estaban en los patios de la Universidad, cuando se apareció un muchacho y nos dio agua en unas bolsas plásticas.

    Gracias . . ..

    David, para ustedes lo que gusten, estoy a sus órdenes.

    Así conocimos a David, de cinco pies diez pulgadas, de ojos grandes, le gustaba usar un sombrero un sombrero de petate (tejido de palma o bambú), tez moreno-claro, pelo liso, recio y lampiño. Aunque se caracterizó por ser servicial y atento con el sexo femenino, tenía una tendencia a dirigir y priorizar su atención hacia Ligia.

    Una vez que recibíamos los talleres en el campo de la pedagogía, sentí que alguien me observaba. Y cuando giré mi cabeza, descubrí la figura de un hombre con quien al hacer contacto visual, se limitó a asentir con su cabeza y a sonreír.

    Y durante los días subsiguientes su mirada me mantendría bajo acecho por dondequiera que nos encontráramos, lo cual al inicio me incomodó. Sin embargo, con el pasar de los días que me familiaricé con la misma, me fue gustando.

    Su nombre era José Ortiz, estudiante de ingeniería civil y conocido como Chepe, de cinco pies seis pulgadas de alto, cuerpo delgado, de tez moreno.

    En una ocasión y en receso de los ejercicios físicos, Ligia me susurró al oído: Dicen que a ese Chepe le gustan las mujeres grandes, recias y hermosas, y mucho te mira.

    Bueno a mí también me gustan los hombres delgados y grandes, le respondí.

    Ésta frunció el ceño, sonrió maliciosamente, inclinó su cuerpo hacia mí y susurró: A mí también me gustan ‘grandes’, pero no en la apariencia del cuerpo sino en . . ..

    ¡Te fijás, qué vulgar que sos!

    Ja, ja, ja, ja, soltamos en risas ambas. Pero al momento que desvié mi vista hacia donde estaba Chepe sentado sobre la grama, éste volteó a verme como por instinto y engazamos miradas, la cual duró unos dos, tres o cuatro segundos, y un empujón de mi amiga me sacó del juego. Y cuando desvié la misma hacia la izquierda, me encontré con los ojos intrigantes del Dr. Bigote, con quien escenifiqué una guerra de miradas . . . hasta que Ligia me volvió a sacar de juego.

    Qué barbaridad Juani, si hay dos tigres que andan tras de vos, ¿y qué tenés mujer?.

    ¿Y qué te quejás?, si hay media docena de muchachos que quieren ‘saborear’ ese cuerpazo que tenés.

    ¿Dónde están que no los veo?.

    Y ese que está ahí, ¡miralo! Parece que está estudiando tus movimientos para después atacar.

    A diez metros y sentado sobre la grama estaba Douglas, quien era de tez blanca-chele[9], pelo amarillo, ojos gatos, complexión recia, voz ronca, de cinco pies diez pulgadas de alto, y un rostro atractivo que lo hacían sobresalir y competir entre los brigadistas más apuestos y parecidos.

    Estudiante avanzado de la carrera de economía, serio, adicto a las hembras y apartado de la ‘manada’ que lo hacían un gato casero peligroso, y siempre presto al ataque de su próxima presa.

    Pero su narcicismo exagerado y aires de ‘engreimiento’ por las comodidades económicas de su familia, opacaban las virtudes físicas antes descritas, y causaba, por parte de algunas muchachas, cierto desdeño e indiferencia hacia su persona, especialmente al inicio de la cruzada.

    Mientras masticaba chicle, sus ojos gatos mantenían en constante acecho a Ligia, quien al confrontarlo con sus ojos negros, se limitó a intercambiar sonrisas sin apartar su mirada felina. De pronto, a unos metros a la izquierda del Gato, estaba Edgard quien también la observaba. Éste era atractivo, tez blanca, de complexión delgado y ausente de músculos, cabello crespo suelto negro, de unos cinco pies tres pulgadas de alto, cara delgada, poco amigable y selectivo con sus amistades.

    Edgard se las daba de burguesito y quizás exageraba más de la cuenta las comodidades económicas de su familia.

    Vivía en los Jardines de Veracruz, una zona residencial de clase media de Managua. Y esa vez fui yo quien la empujó sacándola del juego, y ambas soltamos en risas ante nuestros pretendientes: ja, ja, ja, ja, ja.

    En un receso Nury y su acompañante se unieron a nosotras.

    Muchachas, les presento a mi novio, Memo; estudiamos la misma carrera.

    Por mi posición fui la primera en saludarlo, pero cuando estiré mi mano para estrechar la suya al estilo tradicional, éste me sorprendió cuando colocó la suya sobre la mía, (ambos con nuestras respectivas manos derechas) como si tal fuéramos a competir en una tercia[10].

    A partir de ahí, ese tipo de saludo se convirtió en toda una novedad entre los brigadistas a tal punto que prevalece hasta hoy en la actualidad; cada vez que me encuentro con compañeros de esa época, nos saludamos de esa forma.

    Memo era de tez moreno, pelo negro liso, veintidós años, complexión delgado, cinco pies ocho pulgadas, y se convertiría en uno de los más ‘jodedores’ y carismático de la columna.

    Así conocía a mis nuevos potenciales compañeros y que iré mencionando a medida que les cuente estas anécdotas. Potenciales porque hubo algunos que participaron en los entrenamientos y talleres de capacitación, pero a la hora de la hora nunca llegaron al lugar de la partida por diversos motivos; miedo, problemas familiares, presión de sus padres etc. No obstante, escuché de algunos que previa solicitud fueron dejados en zonas urbanas.

    A medida que el tiempo pasaba y la movilización se acercaba, las amenazas de muerte de las primeras bandas contrarrevolucionarias en contra de los brigadistas aumentaron. La misma presión me obligó a contarle a otra gente fuera de mi grupo de compañeros.

    Me voy a alfabetizar, le conté a don Miguel Torres, un vecino de treinta y cinco años, dueño de un taller de mecánica y padre soltero. Éste me hacía propuestas amorosas que yo rechacé de plano, pero que nunca desistió y aprendí a ignorarlo.

    ¿Qué me aconseja?, le pregunté.

    Nunca caminés por las montañas sola.

    Un día visité a mi papi en la Cárcel Modelo donde cumplía una pena inicial de veinte años, y que después de una apelación se la rebajaron a trece años. Mi papi había sido Teniente de la Guardia Nacional y él mismo se había entregado a la Cruz Roja Internacional, situado en el Hospital Militar que recepcionaba a los Guardias que se rendían, el propio 19 de julio, ante la incursión triunfante de las columnas guerrilleras que entraban victoriosos a Managua.

    Mi padre se desempeñó como Secretario del GN-1[11] en el propio Chipote y nunca participó en combates contra las fuerzas guerrilleras sandinistas.

    Cuando le conté a mi papi que iba a participar en la cruzada de alfabetización me dijo: Si esa es tu decisión yo te la respeto, lo único que te recomiendo es que tengás cuidado, acordate que hay gente que no está de acuerdo con la Revolución.

    Sí papi, lo tendré en cuenta, le respondí. Cuando me despedía, me colocó su mano derecha en uno de mis hombros y dijo: una cosa más.

    De sus ojos brotaron lágrimas y después de unos segundos me aconsejó: "Las montañas son inmensas, allá ustedes se dispersaran y resultaran pocos.

    Me imagino a muchos de ustedes cada cual por su cuenta, no esperés clemencia de nadie y no te rindás ante nada; de lo contrario, a lo mejor nunca regresés para ver a tu bebé. Y mi hijita, que le vaya muy bien, que Dios me la bendiga, me la cuide y proteja".

    En ese momento sonó el timbre, indicando que ya era el momento de la despedida.

    Quise regresar para consolarlo, pero éste se situó en la fila con las provisiones y cosas personales que le llevábamos para pasar revisión e ingresar nuevamente a su celda. Por lo que sólo cruzamos miradas llorosas por un instante.

    Ninguno nos imaginamos que ambos, (mi papi y don Miguel) estaban pronosticando las peligrosas aventuras que habría de vivir junto a mis compañeros.

    Esas palabras me pasaron dando vueltas en mi cabeza y no pude conciliar el sueño esa noche. Al concluir las dos semanas de taller y entrenamientos físicos, en los patios de la UNAN, cuna de una buena cantidad de guerrilleros-universitarios que combatieron contra la dictadura de Somoza, incluido el máximo dirigente del FSLN: Carlos Fonseca Amador[12], estábamos juramentando:

    Ante los Héroes y Mártires de la Liberación de Nicaragua: ser fieles cumplidores de la orden de combate trazada por nuestro gobierno y vanguardia, alfabetizando en cualquier lugar de Nicaragua que se nos asigne, pase lo que pase y hasta las últimas consecuencias. ¡Alfabetización, es liberación!

    Pronunciamiento de la Iglesia Católica de Nicaragua

    Nada está más cerca de nuestra misión evangelizadora que la elevación cultural de nuestro pueblo. Como recuerda el documento de Puebla, La educación humaniza y personaliza al hombre cuando logra que éste desarrolle plenamente su pensamiento y su libertad, haciéndolos fructificar en hábitos de comprensión y de comunión con la total del orden real por los cuales el mismo hombre humaniza su mundo, produce cultura, transforma la sociedad y construye la historia" (n. 1025).

    En nuestra Carta Pastoral del 17 de noviembre pasado, hemos valorado la determinación de lanzarse, desde los primeros días del proceso, a planificar y organizar una Cruzada Nacional de Alfabetización que dignifique el espíritu de nuestro pueblo; lo haga apto para ser mejor autor de su propio destino y participar con mayor responsabilidad y clarividencia en el proceso revolucionario.

    Recordamos que para el cristiano enseñar es continuar la obra de Cristo Maestro y un gesto de caridad hacia el prójimo, por lo tanto: Invitamos a los padres de familia a estimular a sus hijos, que tengan un grado de madurez adecuada, para que presten este servicio a nuestros campesinos y obreros.

    Convencidos que la liberación económica, política y cultural es parte importante, pero no agota la liberación integral del hombre, invitamos a los alfabetizadores a enriquecer a nuestros campesinos y obreros con el testimonio de su vida cristiana. La educación resultará más humanizadora en la medida en que más se abra a la trascendencia, es decir, a la verdad y al Sumo Bien (Puebla, n. 1024).

    Invitamos a los alfabetizadores, mientras enseñan, a hacerse alumnos de los campesinos y obreros, aprendiendo de ellos el sentido de la vida impregnada por la presencia estimuladora de Dios, su espíritu de sacrificio, la fortaleza frente a las dificultades, el amor al trabajo, la hospitalidad y el espíritu comunitario.

    Enviamos un saludo muy cordial a los alfabetizadores y a nuestros campesinos.

    Mons. Miguel Obando Bravo, Arzobispo de Managua y Presidente de la Conferencia Episcopal. Mons. Rubén López A. Obispo de Estelí, Secretario Conferencia Episcopal.

    Pero tuvimos retrasos en la logística y no partimos el veinticuatro de marzo como teníamos planificado, pues algunos países ‘democráticos contribuyeron’ en un boicot y sabotaje a la Cruzada de Alfabetización a quien acusaban de ser ‘portadores del comunismo’.

    Los sindicatos suecos donaron lámparas Coleman que debió cumplir la fábrica Coleman de los Estados Unidos pero a última hora, ésta no lo hizo. El incumplimiento de entrega de pizarras en Colombia; furgones con pantalones azulones que eran parte de los uniformes de los brigadistas fueron detenidos en la frontera con El Salvador; tácticas dilatorias en la entrega de todo tipo de recursos, incluyendo la Cartilla que habría de emplearse en la Cruzada, la cual, como una forma de desacreditarla fue retenida en Costa Rica y su contenido se divulgó y difamó a nivel internacional, señalándose que era una copia de la cartilla de Cuba.

    Sin embargo, países con visiones humanitarias y de futuro entregaron sin tardanzas los utensilios y materiales que hacían falta. Fue hasta la noche del veintiocho de marzo que nos reconcentramos en los patios de la UNAN para partir en la madrugada del día siguiente. Esa noche realizamos una vigilia junto a nuestros familiares y amigos que consistía en pasar despierto, conversatorios, música y el dolor de la despedida. Ahí también aprovecharon para organizarnos en escuadras y columnas, y en tres filas de diez miembros cada una estábamos conformando la escuadra Claudia Chamorro.

    Cuando repentinamente, se presentaron varios responsables con una muchacha de unos veintiún años, atractiva, de pelo negro azabache, liso, suelto y susceptibles a los vientos, de tez blanca, con unos anteojos de sol prensados en la parte final de su frente sin cubrir sus ojos; cargaba una mochila en su espalda de marca ‘Jeansport’, color negra e impermeable.

    Sus ojos negros irradiaban una mirada femenina dominante, con una nariz fina resaltada, de unos cinco pies seis pulgadas de altura, recia, senos grandes, caderas resaltadas y lo que popularmente se le conoce como ‘culona’ y hermosa; similar a mi cuerpo y altura, que nos hacía a ambas difícil de pasar desapercibidas.

    Ella es Leda, será la jefa de la columna Bernardino Díaz Ochoa", la presentó un decano de la UNAN.

    "Buenas noches a toda las muchachas de esta escuadra, vamos a Kukra Hill y estaremos en contacto a partir de ahorita, cualquier inquietud se avocan a mí, gracias.

    Me retiro porque me tengo que presentar a las otras escuadras", nos abordó con ciertos aires de presunción e indiferencia.

    Seguidamente se retiró, caminaba de la misma forma que hablaba, con un aire de engreimiento. Unas compañeras que estaban formadas y parte de la escuadra murmuraron que Leda era estudiante de idiomas.

    En la madrugada del día siguiente estábamos partiendo con cinco días de retrasos, estrenando una caravana de veinte buses marca DINA recién desempacados y que le decían ‘tiburones’, con capacidad para sesenta pasajeros cada uno con rumbo al extenso y montañoso departamento de Zelaya.

    Setecientos treinta universitarios, más una delegación de veintes técnicos del MED, conscientes de los peligros que nos aguardaban, le decíamos adiós a nuestros padres, novios, novias, familiares e hijos, (como era mi caso), quienes nos habían acompañado en una vigilia de despedida desde la noche anterior.

    Desde la ventana del bus, vi a mi mama chineando a mi bebé de seis meses, a quien le levantaba su manito derecha para ondear adiós; un adiós que esperaba no fuera para siempre. Y a su derecha estaban mis hermanas y hermanos haciendo lo mismo.

    Ahí miré al Dr. Bigote, Memo y otros, de cuyos ojos emanaban lágrimas resbalando por sus rostros y cuellos mientras ondeaban adiós. No obstante, era una mezcla extraña de dolor y júbilo, porque nos embarcábamos a un evento de gran magnitud que sólo se da una vez en la vida, por lo que reíamos y gritábamos: Volveremos.

    Igual como los cien mil brigadistas que en una colosal despedida oficial, habían partido de la Plaza de la Revolución con rumbo a las zonas montañosas de Nicaragua, el propio veinticuatro de marzo. Y para más de medio centenar, esa despedida habría de ser para siempre, pues habrían de perder sus vidas en espectaculares episodios que habrían de marcar Nicaragua para siempre.

    En el viaje cruzábamos miradas que delataban incertidumbre y nerviosismo ante lo desconocido, pues era la primera vez en la historia de Nicaragua que tal evento se llevaba a cabo.

    Además, que ninguno sospechábamos que el destino habría de hacernos un cambio de carriles, en la cual aventuras peligrosas nos aguardaban en selvas vírgenes.

    Después de recorrer trescientos kilómetros equivalentes a cinco horas de viaje, llegamos al Rama, puerto-pueblo marítimo por el cual se puede navegar a través del río Escondido hacia Bluefields y por consiguiente al Mar Caribe.

    El Rama se convierte en punto de convergencia de comerciantes, transeúntes y viajeros tanto nacionales como extranjeros. Nuestro arribo causó atrasos entre los demás pasajeros, provocando que cientos de curiosos y pobladores se aglomeraran para ver a los brigadistas ‘retrasados’ con respecto a los demás.

    ¿Y qué pasó con estos brigadistas? ¿Se rajaron y van de regreso a Managua o van a alfabetizar?.

    Parece que vienen de Managua y van para la Costa.

    ¿Aja, le van a lavar el cerebro a los pobres costeños?.

    No, estos muchachos están haciendo un sacrificio para enseñar a leer y a escribir a la gente que no sabe, comentaban gente de todo tipo, entre muchachas campesinas, especialmente para ver a los varones y los hombres para vernos a las muchachas. Sin embargo, independientemente del recelo, confianza, odio, amor, prejuicios e ilusiones que por razones ideológicas y propias que prevaleció en aquella época, nos constituimos en un respeto y admiración porque éramos los portadores del ‘conocimiento’, hasta ese momento un mito para los campesinos de extracción humilde. Y fue bajo aquella coyuntura difícil que hizo que algunos expertos dudaran de que al final alcanzáramos nuestro objetivo.

    A partir de ahí, nos convertimos en la moda y tema de conversaciones diarias no sólo entre el campesinado y ciudades de toda Nicaragua, sino también que fuimos atrapando las primeras páginas de los diferentes periódicos, espacios televisivos y radiales más importantes del mundo en múltiples idiomas. Y más aún, quizás porque retaba la voluntad de la Casa Blanca.

    Después de varias horas, abordamos el barco Pescanica 10 de tres pisos y navegamos en el río Escondido, el cual nace en ese puerto de la confluencia de sus principales tributarios: los ríos Siquia, Mico y Rama.

    Navegamos en dirección este, noventa kilómetros equivalentes a más de tres horas, hasta que a las 5:00 p.m. llegamos al puerto-ciudad de Bluefields, donde al desembarcar fuimos recibidos por Brooklyn Rivera quien presidía la comitiva de bienvenida. Acto seguido nos dividieron en tres grandes grupos. A una parte los enviaron al colegio Cristóbal Colón (nuevo), que estaba en la primera fase de construcción, a un segundo grupo lo enviaron a la Casa del Brigadista y a un tercero que era precisamente la columna Bernardino Díaz Ochoa, compuesta de ciento cincuenta, nos ordenaron esperar en el puerto.

    Durante la espera y cuando ya la obscuridad caía sobre la zona, una muchacha no resistió la tentación de la belleza del muelle, estiró su cuello para asomarse y observar las bellas aguas cristalinas del río que estaba a una altura de unos diez metros. Y justo cuando lo hizo, un extraño colocó ambas manos en sus espaldas y la empujó, ésta gritó y el mismo hombre la agarró con sus manos para que no se cayera.

    El extraño resultó ser un hombre de color quien obviamente quiso darle un susto pero que casi se le va la mano.

    Pero esa broma era imperdonable por las mismas amenazas a la que habíamos sido sometidos por la incipiente contrarrevolución. De inmediato, el grito de la muchacha alertó a todos y llamó la atención de unos miembros de la policía que resguardaban la bienvenida y marcha. Aunque el extraño alegó que fue una broma, fue arrestado y llevado a prisión.

    Dado que ese incidente se propagó entre las columnas, los responsables regionales ordenaron no separarnos del grueso de la columna o caminar en grupos.

    Unos minutos más tarde, iniciamos nuestra marcha hacia el Instituto de Secundaria San José. Una caminata de quince minutos al oeste del muelle, contiguo a la iglesia católica donde escuché una noticia de alivio para mi estómago: Dejen sus mochilas en un lugar seguro y vayan al comedor.

    Como me moría del hambre fui una de las primeras, pues los demás estaban más preocupados en agarrar los mejores lugares para dormir. El comedor improvisado estaba bajo techo en la cancha de baloncesto del colegio donde estaban una diversidad de cazuelas, platos, vasos y cucharas sobre una hilera de mesas tipo buffet.

    Varias mujeres de color estaban situadas detrás de las mismas y sirviendo a la fila. Había unas cuantas mesas y sillas de plásticos para comer para una docena de brigadistas, y los que no alcanzaron se sentaron en el piso de concreto, butacas y otros lugares.

    Al primer bocado sentí que la carne tenía un gusto diferente al de la res, cerdo o pollo con las cuales estaban familiarizados, aún así y por la misma hambre, al inicio no le presté importancia. Pero era dura de masticar y de un color oscuro, de pronto descubrí un pellejo blanco parecido al pene de los monos. En cuanto lo vi me dio asco pues presentí que podía tratarse en verdad de un mono.

    "Mira Ligia, ¿a qué se parece esto?, verdad que se parece al ‘chilindrin[13]’ que se le guinda al mono".

    Hay mujer callate que me estás dando asco, me respondió. Después de esculcar la carne las dos juntas, confirmó: Sí mujer es verdad, esta gente nos dio de comer mono.

    Reprimimos un deseo de vomitar y aguantamos el asco para que las cocineras no se sintieran mal. Entregamos nuestros respectivos platos siguiendo la regla del comedor, pero cuando las cocineras miraron las sobras de carne preguntaron:

    ¿No les gustó la comida muchachas?.

    Según las orientaciones que teníamos: Ni un sólo desprecio se les puede hacer a los campesinos.

    Claro que estaba deliciosa pero despéjeme una duda, esto que nos dieron de comer, ¿es mono?.

    "Claro que sí muchachas, aquí en Bluefields[14] la carne de mono es una de las favoritas".

    No hay como la carne de mono, interrumpió Ligia, al momento que me tocó mi espalda en forma de pellizco, como queriéndome decir: Vámonos ya y no sigás hablando, pues ya tengo el vómito en mi garganta.

    Ambas vomitamos en los baños e inodoros toda la comida y pasé varios días con diarrea y dolor en el estómago. Así nos dio la bienvenida Bluefields, la cabecera del extenso departamento de Zelaya.

    Los pocos pabellones y aulas que tenía el Instituto no eran suficientes para albergar a los ciento cincuenta. Y ante la ausencia de dormitorios, cada cual, para asegurar un lugar colocamos nuestras mochilas y otros accesorios en cualquier lugar del piso dentro de un aula, donde dormimos tipo campaña, con los uniformes puestos, y sólo nos limitamos a quitarnos las botas y ocupando nuestras mochilas como almohadas.

    Ahí las mujeres nos agrupamos en un sector sin divisiones físicas o paredes y los varones en otras aulas, excepto los que no alcanzaron (resto de varones), tuvieron que dormir casi a la intemperie, bajo árboles donde por primera vez hicieron uso de las hamacas, pues los terrenos del instituto abarcaban una manzana.

    Al día siguiente, el primer problema que enfrentamos fueron los baños ya que había una hilera de siete duchas correspondientes para siete personas a la vez, y una puerta de acceso que no tenía llaves. Dado que el tiempo era valioso, los varones nos dieron un ultimátum; daban la opción que nos bañáramos con ellos, ‘juntos y revueltos’ o que esperáramos a que ellos se bañaran primero. Ese ultimátum se los rechazamos de inmediato e hicimos que ellos se bañaran después, y nada de ‘juntos ni revueltos’ les dijimos.

    De todas maneras es cuestión de tiempo para que estas sean nuestras mujeres, sentenció uno de los varones. Como que si hubiera dicho un chiste de buen humor, al momento que arreglaba sus cosas personales en su mochila y le lanzaba una mirada maliciosa a las muchachas que estaban más cerca.

    De inmediato, las risas de todos los demás no se hizo esperar: Ja, ja, ja, ja, que incluyó al Dr. Bigote pero ante la presión de mi mirada, dejó de reírse.

    A las 9:00 a.m. estábamos con las mochilas en nuestras espaldas y listos para continuar el viaje hacia Kukra Hill, pero al parecer las cosas no marchaban como estaba planeado.

    ¿Qué pasa? ¿Qué se hicieron los responsables?.

    Comenzó la preguntadera y murmuradera que se regó entre todos los compañeros, presas del martirio de la incertidumbre y ascuas. Algunos miembros del Estado Mayor regresaban al instituto de las actividades de coordinación, se reunían con los jefes de escuadras y retiraban nuevamente, y así sucesivamente volvían a hacer lo mismo. En sus miradas atribuladas e inquietas se vislumbraban síntomas de un dilema agudo, con un nerviosismo cada vez más visible, más la presión de tener a esa muchedumbre en espera, dio lugar a rumores, bolas y comentarios.

    Dicen que Kukra Hill esta peligroso y parece que nos van a enviar de regreso.

    "No hombre, lo que pasa es que los responsables andan ‘bacanaleando[15]‘, por eso no nos movemos".

    Pasó el primer día, segundo y nosotros en aquel infierno que no podíamos bañarnos, ni dormir ni comer al mismo tiempo, por el excesivo número de personas.

    Aunque la columna estaba conformada por un 50% de varones y 50% de mujeres, el carácter dominante femenino se impuso sobre los varones y dictábamos sus turnos y pautas a seguir.

    Al percibir las cocineras el malestar con la carne de mono, cambiaron el menú por la de cusuco, chancho montés, garrobo, chacalines, pescado, tortuga, gallo pinto, café, queso y agua.

    Para distraernos realizábamos diversas actividades: cantábamos músicas testimoniales ayudados

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