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Luz de Dragón
Luz de Dragón
Luz de Dragón
Libro electrónico354 páginas4 horas

Luz de Dragón

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Información de este libro electrónico

El amanecer lucha contra la oscuridad, hasta que la luz de la luna se desvanece. El alba prevalecerá, la luz blanca fracasará. Sin embargo, aún queda esperanza…en otra persona. Mientras comienzan los últimos días antes de la confrontación decisiva entre los dragones, se forjarán nuevas alianzas, otras se fortalecerán y el destino de Terradín penderá de un fino hilo sujeto entre las manos de una reina élfica con el poder para crear o destruir un mundo entero. Y, de repente, ocurre lo impensable y Auri descubre un secreto tan devastador que acaba con todo lo que conoce. Con todo lo que supone su ser. Antes de que llegue el fin, antes de que el último olifante anuncie el fin y el fuego de los Dragones Rebeldes descienda, de alguna manera, tendrá que hallar el coraje para ser la Reina Blanca de la leyenda élfica, la fuerza para hacer frente a las sombras más oscuras de Terradín, y los dones para reparar todo aquello que parece total e irremediablemente roto. Por ella misma y por aquella persona sin la que, simplemente, no podría vivir.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 jul 2017
ISBN9781507169049
Luz de Dragón

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    Luz de Dragón - Dusty Lynn Holloway

    Dragon Light

    (Luz de Dragón)

    Book 3

    by

    Also by Dusty Lynn Holloway:

    Dragon Dreams (Sueños de Dragón) Book 1

    Dragon Ties (Lazos de Dragón) Book 2

    Dragon Soul (Alma de Dragón) Book 4

    (Próximamente)

    Capítulo Uno – Fénix

    ––––––––

    —El viento sopla frío, Hien. ¿Puedes sentirlo?

    Hien miró hacia el patio y el despejado cielo nocturno, tras lo cual se giró hacia Auri y estudió su rostro durante un instante antes de murmurar:

    —No, mi señora. Yo no siento como vos sentís.

    Auri se estremeció y se envolvió con los brazos con más fuerza.

    —Está llorando, la tierra está llorando. No puedo dejar de oírlo, el llanto invade mis sueños. Se adentra en mí como espinas clavándose en blanda carne —Finalmente, le miró con sus claros ojos azules llenos de dolor; unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas—. Grita pidiéndome ayuda. ¿Acaso no puedes oírlo?

    Hien, el más anciano de su especie, el dragón cuyos ojos habían visto pasar y desvanecerse un sinfín de siglos, sintió su alma estremecerse ante la mirada que le dirigió la nueva reina. En ella se translucía una inquietud más allá de lo imaginable; una angustia más allá del dolor; y algo que rozaba con una locura más allá de lo que ni siquiera el ser más poderoso podría soportar.

    —No, Majestad —susurró él con voz ronca—, no puedo oírlo.

    Observó cómo sus brazos se estrechaban en torno a su propia cintura con un escalofrío tan fuerte que le inquietó. Con su mente hizo que una manta, doblada sobre la silla junto al fuego, la envolviera. Mientras esta se posaba suavemente alrededor de sus hombros, se arrebujó más en ella, acercándola a su piel, absorbiendo su calidez.

    —No sabía que pudieras hacer eso —murmuró de manera distraída mientras miraba al exterior por la ahora oscura ventana. Sus ojos no la habían visto deslizarse por el suelo, pero no le sorprendía que, aun así, lo supiera y que lo hubiera visto.

    En los últimos tiempos podía verlo todo.

    —Soy el más anciano de todos, hay muchas cosas que los más jóvenes nunca aprendieron, y es muy posible que aquellos dragones de mediana edad lo olvidaran —Puso una mano sobre su hombro para calmarla, su cuerpo se agitaba al igual que si hubiera un temblor de tierra bajo sus pies—. ¿Qué más veis, Alteza? ¿Qué más podéis escuchar?

    La habitación estaba en silencio, exceptuando la suave brisa nocturna que acariciaba los cristales ante ellos. Dhurmic estaba dormido, Liran y Lobo con Cerralys, Nachal en la playa; sólo quedaban ellos. Él sabía que quizá le diría algo más que a los otros; a Liran no querría preocuparle ni herirle, a Dhurmic igualmente, pero por diferentes razones. Cerralys aún no se había despertado tras su rescate hacía siete días, pues Obsidian le había tenido preso. No había nadie más con quien pudiera hablar de las cargas que la oprimían. Sólo le tenía a él.

    Sus ojos se cerraron lentamente mientras alzaba una mano temblorosa y apoyaba la palma contra el frío cristal. Éste empezó a vibrar al mismo tiempo que su mano.

    —Veo las entrañas de la tierra y el vacío que asola Terradín como infectadas y retorcidas raíces —Tragó saliva—. Veo cómo la muerte devora las tierras de Eldaria. Veo cómo Bremgar marcha hacia nosotros con miles de hombres. Veo cómo los humanos huyen de noche hacia puntos de luz, brillantemente iluminados en mi mente. Veo a Los Perdidos. Son muchos, muchos más de lo que creíamos. Ahora mismo están desmontando sus colonias y abandonando sus tierras cubiertas de hielo al norte, se dirigen hacia El Gran Salón. Oigo a bebés humanos llorando entre hollín y ceniza. Una columna de humo tras otra se alza procedente de escaramuzas que salpican la tierra. —Sus hombros se encorvaron ante un dolor físico pero invisible.

    Hien sintió la presencia de Liran deteniéndose al principio de la escalera y luego cómo se sentaba pesadamente en ella. Sus ojos se cerraron.

    Por favor— suplicó Hien—, necesita ayuda, no puede con todo esto por sí sola. Sintió cómo Liran empezaba a temblar súbitamente debido al mismo frío que sentía Auri, y luego...

    Sí, ayúdala. Ya no aguanto más. No puedo...

    Mientras las súplicas de Liran y su propia pena se mezclaban, Hien abrazó a Auri con fuerza. Intentó calmar los fuertes y silenciosos sollozos que surgían ahogados y entrecortados de sus pulmones.

    —Tranquila —susurró roncamente—, calmaos.

    Colocó una cálida mano con la palma sobre la coronilla de su cabeza y dejó que se deslizara hasta su cuello. Ahí la dejó un rato, cerró los ojos y exhaló lentamente.

    —Tranquila —murmuró.

    Dejó de temblar de inmediato. Su piel se volvió cálida y su agitada respiración se calmó. Aún con la mano sobre su cuello, sintió cómo inhalaba lenta y regularmente, lo retenía dentro de sí durante unos instantes y lo expulsaba. También sintió la liberación dentro de Liran y la ausencia del frío que sólo momentos antes le había invadido. El rostro del Centinela estaba surcado de lágrimas. Hien le dio algo de intimidad y se concentró en la pequeña elfa entre sus brazos, quien había empezado a hablar otra vez. Su voz era algo más firme y más determinada.

    —Alguien más se acerca.

    —¿Quién?

    —Drashmere.

    Sintió cómo la cabeza de Liran se alzaba de repente con los ojos muy abiertos. En ese preciso instante, sus propios ojos miraron a Auri llenos de desconcertada sorpresa.

    —¿El Dragón Marino?

    Le devolvió la mirada, la enloquecida angustia que sentía hacía sólo unos segundos contenida gracias a sus dones. Esbozó una sonrisa agotada pero llena de gozo.

    —Ya no es el Dragón Marino, ahora tiene piernas.

    Liran fue el primero en entenderlo.

    Marchan hacia la guerra —dijo en tono aturdido—. Los elfos están abandonando El’ness Nahrral y van a la guerra.

    Pero eso nunca se había hecho hasta ahora, en toda la historia de Terradín. Los elfos nunca habían comenzado un éxodo en masa desde la isla élfica. Y, desde luego, nunca por una guerra en la que estuviera implicado el continente.

    Mírala, Hien. ¿Dudas de lo que digo?

    Hien estudió a la nueva reina. Unos minutos después, negó con la cabeza.

    No, no lo dudo, vienen hacia ella.

    Vienen porque no hay ningún otro modo —dijo la voz de Liran pausadamente.

    Vienen a por ella, Liran. Sí, pocas razones hay para permanecer en la isla a causa de la decadencia y la muerte, pero vienen hacia ella.

    Hien habló en voz alta a Auri. Sin embargo, sabía que probablemente había oído su silencioso diálogo con Liran:

    —Los elfos se han alzado en armas. Vienen hacia vos.

    Auri apoyó su frente contra el cristal mientras asentía.

    —Sí, ya vienen.

    Silencio. Liran tenía la cabeza contra el frío mármol azul de la pared tras de sí. De sus ojos, que estaban cerrados, brotaban lágrimas que Hien sabía que no podía sentir sobre su rostro.

    —¿Les llamasteis vos, Alteza? —dijo con voz queda.

    El cristal de la ventana repiqueteó con más fuerza.

    —Sí —respondió ella suavemente—. Pero, incluso aunque no lo hubiera hecho, habrían venido. Aun así, todos iban a venir.

    Sintió a Liran retirándose de su mente, como si una puerta se cerrara de un bandazo. Fuera lo que fuera a decir Auri, no sería bueno. Liran no quería que él supiera todos los detalles.

    —¿Todos? —inquirió, aunque no le apetecía mucho conocer la respuesta.

    La voz de Auri se volvió más áspera a medida que la fatiga parecía absorber la energía de sus huesos y alma, literalmente. Sus hombros se encorvaron aún más:

    —Los animales también se están dirigiendo aquí.

    —¿Animales?

    —Los animales de Terradín.

    Hien se tambaleó. Apartando la mano del cuello de ella, la colocó contra la pared para apoyarse.

    —¿También les llamasteis?

    Negó con la cabeza.

    —No, los At’zule les llamaron. Lobo es un At’zule.

    Esta vez, sus rodillas se negaron a sostenerle y se deslizó por la pared hasta acabar en el suelo con un poco elegante ruido sordo.

    —¿Es un At’zule? Lobo... ¿es un At’zule? —Los At’zule eran tan antiguos que ni siquiera él los recordaba. Brumosas leyendas que habían cobrado vida.

    La reina le miró y Hien, quien pensaba que no le temía a nada después de que le hubieran arrebatado a Chelriss, se dio cuenta de repente de que estaba equivocado. Mortalmente equivocado.

    —Es una raza agonizante —repuso Auri suavemente—. Creen que puedo curarles y devolverles a su antiguo ser.

    Su corazón empezó a latir más fuerte, a martillear contra su pecho. Sintió cómo Liran se ponía en pie lentamente y atravesaba la puerta que llevaba al patio exterior como si todos los huesos de su cuerpo estuvieran rotos. Hien centró su mirada en Auri cuando Liran cayó de hinojos, las manos cubriéndole la cara. Estaba más que asustado. De repente, estaba aterrorizado.

    —¿Podéis?

    Su respuesta careció de cualquier tipo de entonación:

    —Sí, puedo. Pero no creo que yo vaya a ser como el fénix, Hien. No creo que yo vaya a renacer de entre mis cenizas.

    Capítulo Dos – Nunca te metas con un dragón

    ––––––––

    —¿Liran?

    Los ojos de Liran se cerraron ante el sonido de su voz. Desde luego que sabía dónde estaba, siempre lo sabía. Pero, ¿qué podía hacer él? ¿Escapar y esconderse? ¿A dónde podría ir y que ella no pudiera verle? ¿Dónde dejaría de sentirle? No, no escaparía. No quería escapar. Permanecería junto a ella, hasta la muerte y más allá.

    Ya se lo había prometido una vez. Volvió a hacerlo:

    Hasta la muerte y más allá  —dijo con un gruñido, dirigiéndose hacia la mente de ella—. No me pidas que te abandone como hiciste con él, porque yo no lo haré.

    Yo tampoco creo que él lo vaya a hacer.

    Una mano temblorosa se posó sobre su hombro, dándole de manera inconsciente algo que no podía darse a sí misma: alivio para su dolor y paz.

    Apartó su mano, airado.

    ¡No hagas eso! —dijo, casi gritando—. No me cures cuando...cuando...— Se estremeció, se puso de pie ágilmente y se giró para enfrentarse a ella, tan rápido que su figura se volvió borrosa.

    —Ni se te ocurra curarme nunca más —gruñó entre los dientes.

    Un atisbo de dolor cruzó su rostro por un segundo, un dolor del que él mismo se protegió. Le contempló en silencio durante varios minutos mientras leía sus pensamientos y sentimientos e intentaba comprenderlos. Esperó hasta que sus ojos se cerraron en señal de comprensión.

    —Aún no sé cómo bloquearlo, Liran —dijo en voz baja—. Además, incluso si pudiera, ¿por qué debería hacerlo? ¿Acaso no es esto lo que debo hacer? ¿Ayudar? ¿Curar? ¿Entonces, no quieres que te toque? Porque solamente con eso bastaría.

    Su mano tembló y, enfadado, se la puso tras la espalda bruscamente.

    —Practica con Hien —volvió a gruñir—, aprende a bloquearlo.

    Sus ojos se volvieron a fijar en él. Unos segundos más tarde, habló en voz baja:

    —No estoy segura de que pueda.

    —Inténtalo.

    Estudió su rostro, luego asintió con pesar y se dio la vuelta para marcharse... hacia Nachal. Intentó reprimir el destello de miedo antes de que ella lo sintiera. Temía haber fracasado cuando ella se detuvo y se dio la vuelta para mirarle, pero las palabras que dijo a continuación no fueron las que esperaba:

    —¿Sabes, Liran? Tú me das más de lo que yo te podría dar a ti jamás. Me ayudas a seguir, a no rendirme, mantienes la locura bajo control. Recuerda eso la próxima vez que te estremezcas cuando te toque.

    Dio un respingo.

    Le observó durante un minuto entero antes de girarse y dirigirse hacia el acantilado.

    ––––––––

    El agua acariciaba sus pies descalzos, atrayéndole hacia sus fríos brazos. Golpeaba una y otra vez, bullía llena de vida y poder. Unos pies pequeños y delicados se detuvieron junto a los suyos, más largos y morenos.

    Permanecieron en silencio durante un largo rato.

    —Hace muchos años —comenzó ella—, en una tierra por la que el tiempo transcurría sin fin, había una elfa que era la segunda en la línea sucesoria al trono.

    Nachal se dio la vuelta, sorprendido, pero ella le ignoró y siguió contemplando el mar mientras reflexionaba.

    —Tenía el pelo negro y olía a pinos y a sol. Era la segunda en la línea sucesoria al trono, pero era la primogénita. Decidió retirarse y permitir que su hermana lo heredara antes que ella misma.

    Las cejas de Nachal se alzaron en señal de asombro.

    —¿Por qué?

    —No se sentía digna de él —susurró Auri.

    Se giró hacia ella del todo, ahora tenía toda su atención.

    —Cuando comenzó la Guerra de los Dragones, quería ir al frente con diez mil elfos y luchar junto a los Dragones de Luz. Quería ayudarles, era la más sabia de sus hermanas, y sabía mejor que nadie sobre la devastación que causaría un cisma entre los dragones.

    —¿Por qué no luchó?

    Le ignoró y prosiguió, como si estuviera en trance. Como si pudiera ver los pensamientos de la mente de la elfa, oír cómo pronunciaban las palabras, ver cómo se desarrollaba la escena nítidamente ante sus ojos en la cima de las olas mientras descendían. A pesar de que el viento no era frío, Nachal se estremeció. Sus habilidades habían crecido más y más desde la muerte de la Reina Alera. Su pesado y frío manto descansaba ahora sobre los hombros de Auri, y era inquietante ver los cambios que se estaban produciendo en ella a medida que pasaba el tiempo.

    —Sabía lo que iba a ocurrir —continuó en voz baja—. Observó cómo Cerralys volaba hasta El’Ness Nahrral. Observó cómo Liran luchaba para rechazar a Obsidian. Esperó y al final entró en acción. Curó a Cerralys lo suficiente para que este a su vez pudiera ayudar a Liran, y luego esperó a que el rey sanara. A ella esos días se le antojaron infinitos, como si el tiempo no pasara. Mientras tanto, los gritos de los inocentes perturbaban su sueño. La tierra la llamaba...pero sólo a ella. Su hermana no podía oírlo, y la elfa no podía entender por qué era así.

    —Al fin, el rey se despertó. Su cuerpo había sanado, pero su alma estaba hecha añicos. Ignoró los gritos de la tierra y pasó cada momento del día junto con el Rey de los Dragones, intentando reparar su alma rota. Al hacer esto —como ella misma sabía que haría, mucho antes de llegar a la isla de los elfos— se enamoró de él.

    Ahora su voz carecía de toda tonalidad, distante y lejana. Sin embargo, sus ojos siguieron moviéndose rápidamente de un lado a otro, como si pudiera ver algo sobre las olas que había a veinte metros de ellos. Sus manos temblaban a causa de esas imágenes.

    Consideró tomar una de ellas para calmarla. Cuando dudó a causa de Liran, y debido a sus propios miedos, soltó una maldición y agarró con brusquedad la mano que estaba más cerca de él, intentando transmitir algo de calor a sus helados dedos. Ella no reaccionó en ningún momento, ni siquiera pareció darse cuenta. Se limitó a mirar fijamente hacia delante, como si viera escenas que él no podía. Poco después, comenzó a hablar otra vez.

    —Al final, crearon un vínculo —calló un momento ante esto y luego inhaló rápidamente, el blanco de sus ojos aleteando rápidamente hacia todos lados por el agua, buscando algo que sólo ella podía ver.

    Su corazón se contrajo de manera dolorosa mientras cogía su otra mano entre las suyas, intentando calentarlas. De alguna forma, debía de ser capaz de ver lo que había ocurrido en el pasado, aunque desconocía cómo. Ni siguiera había oído hablar de algo así antes. Ignoró un ligero escalofrío de inquietud y volvió a apretar sus manos, quería llevárselas a la boca y calentarlas con su aliento, pero no se atrevía. Sabía a quién pertenecía su corazón, y no era a él.

    Algo hizo que saliera de su ensimismamiento y de sus visiones del pasado, parpadeó una vez y no volvió a hacerlo en un largo rato. Dejó de frotar sus manos y se quedó totalmente inmóvil mientras ella estudiaba su alma. Esta vez, no pudo contener el estremecimiento que comenzó en algún lugar de su interior y que se propagó por su cuerpo como ondas en el agua. ¿Cuándo había aprendido a hacer eso?

    Unos dedos gélidos se soltaron de entre los suyos mientras cerraba los ojos para concentrarse, y luego hizo aparecer de la nada un brumoso cordel.

    Lo contempló, totalmente anonadado.

    Eso no había estado allí hace un segundo.

    —¿Sabes lo que es esto? —preguntó en voz baja.

    Todo lo que pudo hacer fue negar con la cabeza, e incluso eso le resultó complicado. Tragó saliva y luego sintió cómo su mandíbula se abría cuando el cordel empezó a resplandecer.

    —Esta es mi alma —susurró—. O una parte de ella. ¿Quieres que haga visible el resto?

    Ahora sus ojos le miraban con intensidad, casi airados; de repente, estuvo muy, muy asustado. Auri estaba loca, estaba claro que la presión había podido con ella, había hecho que perdiera la razón.

    No pudo responder, apenas podía respirar debido al repentino miedo que se aferraba a su pecho. Desesperado, intentaba averiguar cómo podría devolverle la cordura, cuando apareció el resto del cordel brumoso y comenzó a brillar con un etéreo color blanco. Un radiante y resplandeciente color blanco, como la punta de un relámpago en un cielo negro.

    Se tambaleó y se desplomó. El cordel se estiró y cayó junto con él, conectado como estaba a su pecho.

    Se quedó aturdido durante un segundo, y lo siguiente que supo era que Auri estaba haciendo que la niebla saliera de su cerebro a bofetadas.

    —Ni se te ocurra quedarte inconsciente conmigo, Nachal —gruñó.

    Parpadeó y su visión se aclaró.

    Liran no le hacía ningún bien. Le golpeó en el pecho y él gruñó, dándose cuenta de que probablemente se había merecido esa. Se frotó el pecho distraídamente y miró fijamente a la vaporosa y resplandeciente cuerda que sobresalía de su pecho...y se unía al de ella.

    —¿Qué es eso? —preguntó con la voz ronca. O...más bien intentó preguntar. Sonó más bien a algo así como ¿Gueee ezz eho?. Le daba igual sonar como un idiota. ¿Qué era lo que salía de su pecho?

    Debió de preguntarlo en voz muy alta porque ella dio un respingo.

    —Ya te lo he dicho—gruñó entre dientes—. Es parte de mi alma.

    —¿Cómo? —Eso consiguió decirlo claramente y no como si estuviera totalmente ebrio. Se sintió casi orgulloso de sí mismo, aunque aún podía sentir cómo sus ojos estaban a punto de salirse de sus órbitas.

    —Fue forjado en El’dell, y se tornó sólido durante el sueño de dragón que tuviste la noche en la que yo...—No parecía capaz de decirlo, y él tampoco.

    La noche en que murió el padre de él y de ella.

    Su pecho olvidó cómo respirar durante un instante.

    —Pensaba que el vínculo había desaparecido —dijo con aturdimiento.

    Hizo ademán de rechazar sus palabras cortando el aire con la mano.

    —Sólo porque tú no seas capaz de sentir algo no significa que no esté ahí.

    Claro. Sólo era un estúpido humano.

    Ella suspiró.

    —No quería decir eso.

    —¡Sal de mi cabeza! —rugió—. Y haz que esa cuerda...— intentó apartarla de sí de un furioso manotazo...

    ...se despertó mientras ella volvía a abofetearle otra vez.

    —¿Me haces el favor de parar ya? —bufó—. Me duele la cara—gruñó—. Y el pecho. ¿Qué has hecho?

    —¿Que qué te he hecho? —gruñó ella—. ¿Que qué he hecho?

    Volvió a golpear la cuerda con el canto de la mano.

    Se despertó debido a que le estaba dando patadas en el tobillo.

    Con fuerza.

    —¿Podrías dejar de golpearme? —vociferó.

    Se puso de cuclillas y se acercó a su rostro. Se dio cuenta, abatido, de que ahora había dos de ella.

    —Yo no he hecho nada, Nachal —masculló ella en un furioso siseo—. Esto es culpa tuya. Tuya y de Alera. No me di cuenta hasta después de que muriera, no tenía ni idea de que nos había conectado hasta ese día. Pensé que simplemente te había cambiado; y, sí, te cambió, ligando tu alma a la mía—acercó más su rostro al de él. Sus ojos resplandecían igual que el cordel, sólo que de un fuerte y centelleante color azul.

    Vaya.

    —¿Sabes lo que significa eso? —susurró con tono amenazador.

    No sabía si asentir o admitir que no tenía ni la menor idea. Lo que quisiera mientras no le hiciera más daño.

    —Significa —Dejó de hablar para volver a golpear y patear cualquier parte de su cuerpo que estuviera a mano—. Que vas a hacer que te maten, ¡estúpido—Bofetada—, ¡imbécil! —Patada—, ¡descerebrado! —Otra bofetada—, ¡patán!.

    Unos aplausos le salvaron.

    Eso y los vítores.

    Hien y Liran estaban aplaudiendo. Dhurmic vitoreaba.

    Juró que acabaría con todos ellos mientras durmieran aquella noche.

    Dhurmic se metió los dedos en la boca y silbó tan alto que hubiera podido despertar a un muerto. Dio patadas al suelo, y agitó su otro puño en el aire, animando a Auri como si estuviera en una pelea de lucha libre Bremgariana.

    —¡Dale otra vez! —jaleó—. ¡Más fuerte!

    Nachal consiguió incorporarse y evitar los torpes golpes que seguía propinándole Auri, cogió una roca y se la lanzó a Dhurmic, quien estaba en el acantilado. Cayó al suelo varios metros antes de alcanzarle, de una manera bastante patética.

    —¡Cómo te atreves a dirigirme la palabra! —bramó—. ¡Me abandonaste para que muriera en aquel bosque! ¡Me dijiste que ya no éramos hermanos!

    —No —gruñó Dhurmic—. No es verdad, me alejé de ti porque me sentía asqueado, eso es verdad, porque te estabas comportando como un cobarde. —Gesticuló con su mano hacia Auri, quien seguía intentando golpear con sus pies pequeños y desnudos cualquier parte que pudiera alcanzar—. Pero esto ayuda —dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Luego continuó silbando y animando a Auri.

    Menudo idiota.

    —¿Cómo? —inquirió mientras agarraba una de las obstinadas manos de Auri—, ¿puedo ser? —Aferró la otra—, ¿responsable? —Sujetó una de sus piernas entre sus propias rodillas—, ¿de lo que hiciera la loca de tu tía ese día?

    Ella usó la pierna que tenía libre para darle una patada en la boca.

    Gruñó y entrecerró los ojos.

    Ella le lanzó una mirada asesina a su vez.

    Agarró su pierna justo cuando se dirigía a su ojo, la lanzó al suelo propinándole un golpe en las corvas, se sentó encima de ella y sujetó todas sus frenéticas partes del cuerpo.

    —No soy responsable de sus elecciones, Auri. Soy responsable de las mías, no me di cuenta de que había hecho eso. Lo siento si es un problema pero, aun sabiendo lo que sé ahora, hubiera hecho la mismo elección —dijo todo esto a voz en grito porque estaba intentando morderle el brazo y golpearle con la cabeza al mismo tiempo.

    —Hubieras hecho la misma elección —dijo con un furioso siseo—. Hubieras hecho...

    Le gruñó, le gruñó literalmente.

    Y luego...

    En aquel instante era Auri, pero luego...ya no lo era.

    Guau.

    Antes de que su cerebro pudiera poner sus ideas en orden y comprenderlo, le agarró con su garra delantera izquierda y echó a volar con él.

    Aún podía oír los gritos de ánimo de Dhurmic en la cada vez más lejana orilla.

    El muy idiota.

    —Auri —intentó razonar él—. Esto no es culpa mía.

    Un torrente de fuego surgió de uno de sus orificios nasales e hizo que su camisa se prendiera en llamas. Mientras seguía gritando por eso, le dejó caer.

    En el océano.

    En el gélido, paralizadora-mente frío océano.

    El lado bueno era que el fuego de su camisa ya se había extinguido.

    Se apresuró a sumergirse mientras escupía llameantes lenguas de fuego naranja hacia él, y luego salió a la superficie para ver cómo volvía a tierra.

    —¡Esto no ha acabado! —gritó mientras agitaba un puño en su dirección—. ¡No puedes convertirte en dragón así como así y lanzarme al océano cada vez que te enfades conmigo!

    Mientras se dejaba mecer por la corriente en el silencio total que había lejos de la lejana orilla, se dio cuenta de que lo podía hacer.

    Y lo había hecho.

    Suspiró y empezó a nadar de vuelta a casa.

    Capítulo Tres – A la deriva

    ––––––––

    Se posó en el acantilado y se transformó. Luego los tres se rieron mientras veían cómo Nachal nadaba lentamente hacia la orilla, un pequeño punto en el horizonte.

    —Le dejaste caer muy lejos —comentó Dhurmic, muy ufano.

    Auri asintió, secándose las lágrimas de tanto reírse que ahora descendían por su rostro.

    —Quería tirarle más lejos —admitió ella.

    Liran

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