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Tres Cuentos con Diosas
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Tres Cuentos con Diosas
Libro electrónico50 páginas42 minutos

Tres Cuentos con Diosas

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¡Tres épicas y mágicas historias en un solo paquete! Este volumen incluye tres cuentos previamente publicados.

BAJO LAS LUNAS -- El Día de la Prueba ha comenzado y todos los dioses se enfrentan a muerte a lo largo y ancho del Universo. Al planeta regido por Haiar ha llegado Arcadia, una diosa blanca, pequeña y desnuda. ¿Será tan inofensiva como parece?

EN EL JARDÍN -- Mauricio sabe cómo entretener a sus visitantes. Les muestra las maravillas de su salón: la inmensa geoda, el dibujo de Kafka, el manuscrito sumerio, y finalmente la estatua de la diosa, que domina el jardín, tan realista que parece viva. Pero lo extraordinario ocurre cuando los visitantes se van. Es entonces cuando Mauricio y la diosa realmente se encuentran.

FÁBULA CERO -- Casi todos los dioses del Universo han caído; sólo quedan dos. La batalla final será entre Arcadia y el Arconte, en un planeta desolado. Viejas y nuevas narrativas se entrelazan en este cuento, premiado en 2007 en el certamen "La Revelación", de Ediciones Evohé.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 ene 2017
ISBN9781370218967
Tres Cuentos con Diosas
Autor

Sebastián Lalaurette

Escritor y periodista argentino. Autor de libros infantiles y de notas de parrilla. Ganador de premios literarios en la Argentina y en España. Neurótico, patadura, lobo con piel de durazno. Escribo de noche.

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    Tres Cuentos con Diosas - Sebastián Lalaurette

    Bajo las lunas

    La fortaleza del agresor se mide, en cierta manera, por los adversarios que necesita ... La tarea no consiste en dominar resistencias en general, sino en dominar aquellas frente a las cuales hay que recurrir a toda la fuerza de uno, a toda la agilidad y maestría...

    – Friedrich Nietzsche: Ecce homo

    Hace días que la observo. Su cuerpo grácil, cada tanto un destello fugaz entre las columnas de mi palacio de piedra, no parece el de una diosa aunque es similar al mío. Ha venido de muy lejos, de otro mundo, y ha recorrido buena parte del planeta hasta llegar a la montaña donde la espero. Más pequeña y blanca que yo, ha debido ocultarse escabulléndose entre la vegetación o aplastándose contra el suelo a la vera de algún arroyo; ya en el palacio, una fortaleza natural de piedra que he modificado a mi gusto, se detiene tras alguna columna o permanece quieta durante horas en medio de un salón desierto, procurando pasar inadvertida. Pero es inútil: he estado detrás de ella, junto a ella, sobre ella y frente a ella sin que lo notara. Por algo soy Haiar, por algo este planeta me pertenece.

    Me gusta observarla; hay algo en la blancura de ese cuerpo desnudo que me atrae. Cuantas más lunas la iluminan (dos, tres, a veces hasta cinco), más indefensa la veo. Es extraño verla aparecer brevemente en medio de un salto o contemplarla de espaldas cuando, erguida o agazapada, inerme, me contempla de espaldas. Quiere matarme y yo debería querer matarla.

    Todo a su tiempo.

    Ocho lunas giran en torno de mi planeta. No todas estaban ahí en un principio; seis de ellas me las bajó Tarafell en prueba de amor. Él hace esas cosas. En los muchos años que hemos estado juntos (años del Cosmos, no de este planeta presuroso), ha utilizado sus poderes más de una vez sólo para darme gusto. Una noche escribió mi nombre en el cielo con un cometa: Haiar, leímos él y yo, fugazmente, riendo mientras las estrellas parecían titilar al unísono. Otra vez atrajo a unos asteroides que pasaban por un sistema solar cercano y los hizo llover alrededor de mi palacio: contemplamos el círculo perfecto de columnas incandescentes mientras, uno a uno, se estrellaban contra el suelo, a pocos kilómetros de nosotros, como efímeros barrotes de una jaula celestial.

    Y luego las lunas. Cada una es un buen deseo de Tarafell, un himno inspirado que me dedica a mí sola. Todas giran continuamente a distintos ritmos, haciendo que cada noche sea diferente. Hay algunas muy oscuras, en las que sólo uno o dos satélites surcan la negrura; otras casi brillantes, con cuatro o más esferas navegando en lo alto del cielo. Es extraordinariamente difícil mantenerlas girando todo el tiempo sin que choquen entre sí; no se las puede abandonar a sí mismas, y el hecho de que sigan danzando en armonía se debe a que la fuerza de mi dios sigue guiando su rumbo a la distancia. Esa danza, ese ritmo continuo y elegante, es la prueba de que, aun lejos, Tarafell está vivo y todavía me ama.

    En estos momentos debe de estar preparándose para enfrentarse a Zaw, el más poderoso de los dioses. Temo por él. Aunque debería preocuparme por mí misma, por esta diosa extraña que viene a terminar conmigo para superar la Prueba. Este día cósmico, que ya viene durando varios meses de mi planeta, es el Día: quién sabe cuántos dioses han caído ya en todo el Universo. Estamos

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