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La señora Ileana
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La señora Ileana
Libro electrónico73 páginas56 minutos

La señora Ileana

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Información de este libro electrónico

Cuentos ilustrados que narran historias de otros tiempos no tan lejanos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 dic 2015
ISBN9788892531697
La señora Ileana

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    La señora Ileana - María Marta Guzzetti

    María Marta Guzzetti

    La señora Ileana

    Acerca de la autora

    María Marta Guzzetti es artista plástica y escritora de poesía y relatos breves. Nació en Buenos Aires en 1945.

    A partir de 1996 ha vivido en diversas ciudades y países: Perugia, Italia; Dublín, Irlanda y Madrid.

    Desde el año 2004 vive en Barcelona, donde ha encontrado su lugar en el mundo.

    En su obra uno de los temas que aborda con mayor frecuencia es el del Universo femenino, siendo la Mujer una protagonista de sus cuadros y de su escritura. Encuentra inspiración a través del diálogo con mujeres de diversas culturas, edades y condiciones.

    Sus grabados y pinturas se encuentran en varias Web de Arte y algunos de los cuentos de este libro también han sido publicados en Internet.

    En el año 2004 uno de sus relatos fue incluido en el libro colectivo Atocha 17:15 publicado por la editorial Libros en Red, que reunió a varios escritores participantes en la Lista de Escritura Creativa de la Escuela de Escritores.com.

    UUID:

    Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com)

    de Simplicissimus Book Farm

    Índice

    La señora Ileana

    La casa

    Tres palabras

    El delirio

    NN

    Los vecinos

    Nuestra basura

    A las 5 de la tarde

    Los ocupantes

    La última vez

    La calle de las jaulas

    Una mañana

    Jorge

    El viaje

    Agradecimientos

    La señora Ileana

    Mujer con espejo

    Recuerdo muy bien ese día. Y también recuerdo, todavía, mis fantasías respecto a ella.

    Porque yo siempre fantaseaba con encontrarla, pero eso sí, fuera de casa. Pensaba que tal vez una mañana eso sería posible; alguna de esas mañanas que ella utilizaba para hacer esas misteriosas compras y regresaba al mediodía, justo para la hora de almorzar. Pero eso hubiera significado escaparme de la mirada de mi madre que me vigilaba, mientras yo fingía estar interesado en los griegos o en el Peñón de Gibraltar.

    Ese viernes, ella pasó a mi lado como siempre sin dirigirme una sola mirada y yo sentí su perfume que inundaba el comedor junto con un tintinear de cadenitas y pulseras. Escuché su voz ronca que saludaba a mi madre:

    -Hasta luego doña Ana, vuelvo a mediodía… para el almuerzo.

    También escuché el rezongo de mamá al mismo tiempo que se cerraba la puerta de calle:

    - Esta que se creerá, hace muchas compras y después no me paga el alquiler en fecha.

    Yo no levanté la vista del libro, esperando que mamá, sentada del otro lado de la mesa, terminara de protestar y de escribir su lista antes de salir, ella también, a comprar las cosas que necesitaba para la comida.

    Finalmente se fue, no sin antes recomendarle a Irma que dejara abierta la puerta de la cocina para escuchar si tocaban el timbre y de paso evitar que yo me escapara hacia la calle abandonando el manual y los odiosos deberes de esas vacaciones.

    Yo ya no soportaba mi impaciencia. Toda la semana había esperado quedarme solo para hacer lo que tenía planeado, pues ya que no podía verla a ella a solas, ni intentar hablarle, por lo menos quería entrar en su cuarto, como si en él habría de encontrar algo que me develara el misterio que para mí rodeaba a la señora Ileana, esa pensionista tan diferente de don Lucas o de Nicolás que siempre me saludaba y hasta me traía caramelos o esos milkibares que no me gustaban, como queriendo congraciarse con mi madre a través de mí.

    -No te quiero ver espiando en el cuarto de los huéspedes. La prohibición de mamá era absoluta, y yo nunca me había animado a transgredirla, hasta ese día.

    Irma, la muchacha, no me preocupaba. Ella solamente se atenía a lo que mi madre le ordenaba antes de salir:

    - Fijáte que Luis no salga a la calle. Tiene que estudiar.

    Entonces yo podía recorrer toda la casa o encerrarme en el dormitorio con una revista, sin que Irma asomase la nariz fuera de la cocina mientras la puerta de calle permaneciera cerrada.

    Yo sabía que mamá guardaba una copia de las llaves de los cuartos ocupados, los que alguna vez recordaba haberla visto registrar a pesar de que a mí me lo tenía vedado. Fui a buscar esas llaves y probé una por una hasta encontrar la que abrió el cuarto de Ileana.

    Al entrar percibí nuevamente su perfume y él se convirtió en una presencia que me recibía y además me incitaba a continuar espiando. Recorrí el cuarto con la mirada. Era el más grande de todos y muy iluminado: aún con las cortinas

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