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Ingrediente secreto: amor
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Libro electrónico131 páginas1 hora

Ingrediente secreto: amor

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Ingrediente secreto: amor
Receta para llegar al corazón de los solteros
1 Alex Marchetti (soltero empedernido)
1 Fran Carlino (belleza reacia al matrimonio)
1 atracción hervida a fuego lento
2 familias casamenteras
1 ingrediente secreto: amor
Combina a la apasionada chef Fran Carlino con el estirado soltero Alex Marchetti. Ve aumentando la atracción mutua. Añade una pizca de tensión, una generosa cucharada de romanticismo y mucha intervención familiar.
Finalmente, mezcla trabajo y placer, sube la temperatura y espera el desarrollo de los acontecimientos…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 feb 2016
ISBN9788468780368
Ingrediente secreto: amor
Autor

Teresa Southwick

Teresa Southwick discovered her love for the written word because she was lazy. In a high school history class she was given a list of possible projects and she chose to do an imaginary diary of Marie Antoinette since it seemed to require the least amount of work. But she soon realized that to come up with any plausible personal entries for poor Marie she needed to know a little something about the woman. Research was required. After all, Teresa sincerely wanted to pass the class. Nowadays, she finds that knowing as much as she can about her characters is more fun than it is work. She is the author of 20 books, four of them historicals for which she had to do research. She s happy to say laziness played no part in the creative process and no brain cells were harmed in the writing of those books. She has no pets as her husband is allergic to anything with fur. Preserving her marriage seemed more expedient to her than having a critter curl up by her desk as she writes. She was conceived in New Jersey, born in Southern California, and got to Texas as quickly as she could, where she s hard at work on a series for Silhouette Romance called Destiny, Texas. Never at a loss for inspiration or access to the male point of view, she s surrounded by men including her heroic, albeit allergy-prone, husband and two handsome sons.

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    Ingrediente secreto - Teresa Southwick

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2001 Teresa Ann Southwick

    © 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Ingrediente secreto: amor, n.º 1248 - febrero 2016

    Título original: Secret Ingredient: Love

    Publicada originalmente por Silhouette® Books.

    Publicada en español en 2001

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N: 978-84-687-8036-8

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo 1

    EL CAMINO para llegar al corazón de un hombre pasa por su estómago».

    Mientras terminaba de limpiar la cocina, Fran Carlino recordó la llamada de su madre la noche anterior y sus irritantes palabras. Ella no estaba buscando el camino para llegar a un hombre. No estaba buscando un hombre. Y punto.

    Agotada, se dejó caer sobre su sillón favorito. De profesión jefe de cocina, estaba a punto de terminar su contrato con una gran empresa dedicada a la elaboración de potitos naturales. Era un buen trabajo, pero tendría que buscar algo más estable porque ser autónomo es algo muy inseguro cuando se tienen muchas facturas que pagar.

    Ese tipo de ocupación era solo algo temporal porque sabía lo difícil que era para las mujeres el trabajo en la hostelería. En la escuela de cocina, se había sentido halagada cuando el chico más guapo se fijó en ella. Pero al final resultó que la había usado para medrar. Colin solo quería saber el ingrediente secreto de una receta suya que había impresionado a los profesores. Después de eso, con el corazón roto, Fran había descubierto que no había lugar para el amor en la cocina. Ni en su vida.

    Su objetivo era tener un restaurante propio, donde ella pudiera tomar las decisiones.

    Tomando el periódico, empezó a pasar las páginas buscando la sección de anuncios y, con un rotulador rojo, marcó los que buscaban jefe de cocina, aunque no había nada demasiado interesante.

    –Ya saldrá algo –se dijo a sí misma.

    El timbre de la puerta sonó en ese momento y Fran se sobresaltó. No esperaba a nadie.

    Cuando miró por la mirilla, vio a un hombre alto y moreno.

    Aparentemente, no llevaba armas. Debía ser un vendedor, pensó. Ella no quería comprar nada, pero decidió abrir porque le parecía una grosería dejarlo en la puerta. Además, y su padre habría usado aquello para insistir en que necesitaba un hombre que la protegiera, el vendedor llevaba gafas.

    ¿Cómo iba a ser peligroso un hombre con gafas?

    Fran abrió la puerta, sin quitar la cadena.

    Por si acaso.

    –¿Sí?

    –¿Fran Carlino?

    –Soy yo.

    –Me gustaría hablar con usted.

    –Eso es lo que dicen todos los psicópatas. O los vendedores. Mire, vamos a abreviar, no estoy interesada en comprar nada, así que no pierda el tiempo conmigo. Adiós.

    Fran intentó cerrar la puerta, pero el hombre se lo impidió poniendo el pie.

    –Espere. No soy un vendedor. Tengo una cosa para usted.

    –Sí, ya, eso dicen todos. Déjeme cerrar la puerta o...

    –Soy Alex Marchetti.

    –Pues me alegro mucho.

    El nombre le sonaba, pero no sabía de qué.

    –Mi hermana, Rosie Schafer, me pidió que le devolviera esto –dijo el hombre entonces, mostrándole dos tazas que llevaba en una bolsa.

    Rosie era su amiga, la propietaria de una librería cuya hija, Stephanie, estaba probando los potitos naturales que ella elaboraba. Rosie había mencionado alguna vez que tenía hermanos, pero nunca le había dicho que tuviera uno tan guapo. Fran estaba a punto de quitar la cadena, pero se lo pensó mejor al recordar el caballo de Troya. No sabía qué tenía eso que ver con el hermano de Rosie, pero le daba igual.

    –No tenía que traérmelas. Le dije a Rosie que me pasaría por la librería.

    –Si me abre la puerta...

    –Mejor deje la bolsa en el suelo.

    Fran no sabía si maldecir o bendecir a su padre por haberla hecho tan desconfiada.

    –No tendrá miedo de mí, ¿verdad?

    –¿Cómo voy a saber que es usted quien dice ser? –preguntó ella, sin disimular sus recelos.

    –Mire, voy a enseñarle mi documento de identidad –dijo el hombre, sacando la cartera.

    La fotografía le hacía justicia. Pero era difícil fallar con tan buen material. La descripción decía que el hermano de Rosie medía un metro ochenta y siete, pesaba ochenta kilos, tenía el pelo moreno y ojos marrones.

    –Muy bien. Eres Alex Marchetti –dijo Fran, tuteándolo.

    –¿Vas a abrirme la puerta? Si esto no es suficiente para ti, tengo una propuesta que hacerte.

    –Mi padre me ha advertido sobre ese tipo de «propuestas».

    Un millón de veces. Y cuando Leonardo Carlino se callaba, seguían sus cuatro hermanos.

    –Me refería a un trabajo.

    Eso despertó su interés. La familia de Rosie era propietaria de una cadena de restaurantes y como estaba a punto de quedarse sin trabajo, no tenía nada que perder escuchándolo.

    –Muy bien. Entra.

    –Gracias.

    –Díme –dijo Fran, cerrando la puerta tras ella.

    –Mi hermana me ha dicho que eres jefe de cocina y que tienes un talento especial para encontrar ingredientes que mejoran cualquier receta –empezó a decir Alex, dejando la bolsa al lado de la puerta–. Incluso dice que puedes hacer que las coles de Bruselas sepan deliciosas.

    –Estoy orgullosa de decir que aún no he tenido ninguna queja.

    Él sonrió y Fran estuvo a punto de perder el equilibrio. Los vatios de aquella sonrisa podrían iluminar el corazón de una chica las veinticuatro horas del día. Quizá incluso cuarenta y ocho. Corrección: cualquier chica, excepto ella.

    Pero incluso Fran tenía que admitir que Alex Marchetti parecía un modelo.

    Las gafas le daban un aire muy atractivo. Y los pantalones y la camisa blanca le quedaban como si estuvieran hechos a medida. Sobre todo, porque llevaba las mangas subidas hasta el codo, mostrando unos fuertes antebrazos cubiertos de vello oscuro.

    Alex Marchetti era precisamente el tipo de hombre al que Fran era especialmente vulnerable.

    Y precisamente por eso, estaba a punto de darle las gracias por llevar las tazas y pedirle que se fuera. Pero aún no le había contado lo del trabajo.

    –Iba a tomar una taza de té. ¿Te apetece?

    –No, gracias.

    Alex se quedó del lado de la cocina que daba al salón, mientras ella ponía la tetera al fuego.

    –¿Seguro que no quieres un té?

    –Seguro –contestó Alex, apoyando los codos en la repisa–. Mi hermana me ha dicho que estás trabajando en la elaboración de potitos naturales y que son buenísimos. A mi sobrina le encantan.

    –Espero que sea verdad. Desgraciadamente, no puedo recibir una respuesta directa de mis pequeños consumidores –dijo Fran. Alex sonrió. Estupendo. También tenía sentido del humor–. ¿Qué más cosas te ha contado Rosie?

    –Que tienes muy buen gusto.

    –Tu hermana es muy simpática.

    Al volverse, comprobó que él la estaba mirando de arriba abajo. La mirada de admiración masculina hizo que se preguntara si los hermanos Marchetti realmente habían estado hablando de sus recetas. Y también hizo que su corazón se acelerase un poco.

    –Yo creo que es verdad. Aún no he probado tu comida, pero me gusta mucho tu apartamento.

    –Gracias –sonrió Fran, tontamente emocionada–. Pero tengo la impresión de que Rosie no estaba hablando de mis recetas ni de mis muebles cuando te dijo que tenía

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