Todo un hombre
Por Kay Thorpe
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Iba a hacer que se enamorase de ella y luego lo dejaría para que viera lo que se sentía al ser tratado como él trataba a las mujeres. Claro que ese plan significaba tener que hacer el amor con él, al menos una vez, pero la venganza tenía su precio…
Kay Thorpe
An avid reader from the time when words on paper began to make sense, Kay developed a lively imagination of her own, making up stories for the entertainment of her young friends. After leaving school, she tried a variety of jobs, including dental nursing, and a spell in the Women's Royal Airforce, from which she emerged knowing a whole lot more about life-if only as an observer. She married in 1960, but didn't begin thinking about trying her hand at writing for a living until she gave up work some four years later to have a baby. Having read Harlequin Mills & Boon novels herself, and having done some market research in the local library asking readers what it was they particularly liked about the books, she decided to aim for a particular market. She was fortunate to have her very first completed manuscript accepted-The Last of the Mallorys, published in 1968. Since then she has written over 70 books, which doesn't begin to compare with the output of some Harlequin Mills & Boon authors, but still leaves her wondering where all those words came from. She now lives on the outskirts of Chesterfield in Derbyshire along with husband, Tony, and a huge tabby cat called Mad Max-her one son having flown the coop. Some day she'll think about retiring, but not yet.
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Todo un hombre - Kay Thorpe
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1997 Kay Thorpe
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Todo un hombre, n.º 1215 - noviembre 2015
Título original: All Male
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español 2001
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-7332-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Si te ha gustado este libro…
Capítulo 1
EL RETRATO de marco plateado que había en la mesa cerca de la silla de Estelle Sullivan, desviaba la mirada de Kelly y le hacía difícil concentrarse en lo que estaba diciendo la mujer mayor. Se trataba de una cara masculina con un toque de sensualidad en su boca. Tenía los ojos grises como el acero, y parecían haber clavado su mirada en ella, aunque no daban ninguna indicación de lo que su dueño podría estar pensando.
Estelle se dio cuenta de su distracción y giró la cabeza para mirar la fotografía.
–Es mi hijo –dijo Estelle, con un tono que traslucía algo de humor–. Siempre intenta llamar la atención de las mujeres.
«Y se aprovecha de ello», habría agregado Kerry con cinismo. Y se preguntó si la prensa habría hecho pública la relación entre madre e hijo. Teniendo en cuenta el interés que ambos despertaban, le parecía extraño que nadie lo hubiese subrayado, aunque las carreras profesionales fueran por distintos senderos.
–Y también mucha atención de los medios de comunicación –dijo Kerry.
–Es una de las cruces que debemos soportar los famosos –contestó Estelle cínicamente–. Con la adecuada propaganda, este libro volverá a poner mi nombre en candelero.
–No lo dudo. Hace solo dos años que se retiró del teatro –Kerry hizo una pausa y luego le preguntó–: ¿Ha pensado alguna vez en hacer una reaparición?
–Si tuviera diez años menos, tal vez lo intentase, pero sesenta años son muchos para volver a iniciar una carrera.
–Pero no sería desde el principio. ¡Usted es una de nuestras mejores actrices!
Estelle sonrió.
–Gracias por usar el tiempo presente, pero dos años de descanso es mucho.
–Yo no llamaría «descanso» a cuidar a un marido enfermo.
–Usted me atribuye demasiado mérito. Yo simplemente estuve allí con él. Fueron otros quienes hicieron todo el trabajo.
–Pero estar allí es lo más importante –insistió Kerry–. Debe de haber significado mucho para él.
–Para mí también fue muy importante. ¡Tuvimos tan poco tiempo para estar juntos! Estos últimos seis meses se me han hecho eternos –su voz hermosamente modulada volvió a tomar un tono brusco–. Una de las razones por las que he decidido escribir mis memorias. He disfrutado de una vida llena de acontecimientos. Ahora que Richard se ha ido, no hago ningún daño revelando algunos de los detalles más picantes de mi pasado –esto último lo dijo con un brillo malicioso en los ojos–. Es el único modo de captar el interés del público en estos tiempos.
Kerry no podía discutírselo.
–¿Cómo cree que reaccionará su hijo? –preguntó Kerry.
–¿Lee? –Estelle se rio–. ¡Él tampoco es un angelito!
Lee Hartford, de treinta y tres años, era uno de los grandes empresarios de más éxito, y solía ser un Midas que transformaba en oro todo lo que tocaba. Su éxito con las mujeres era legendario también. Cada vez que uno abría un periódico se lo encontraba con una distinta. Sarah no había sido la única a la que había hecho daño, sin lugar a dudas, aunque eso no sería consuelo para ella. Después de un año, todavía no había superado la historia con él.
–¿Cuánto tiempo lleva con la agencia? –preguntó Estelle, volviendo al tema central del encuentro.
–Algo menos de un año. Me gustan los cambios.
–¿Ha hecho este tipo de trabajo antes?
–No, pero me gustará la experiencia.
Los ojos grises de Estelle volvieron a brillar.
–De eso se trata. ¿Cuándo podemos empezar?
–Ahora mismo, si quiere –contestó Kerry y se reprimió una risa.
–El lunes estará bien. Lee vuelve hoy por la mañana. Ha estado fuera del país esta última semana. Con suerte, volverá directamente a casa desde el aeropuerto.
Kerry intentó que no se le notasen sus reacciones en la cara. Hasta aquel momento no se le había pasado por la cabeza que madre e hijo compartiesen la misma casa.
–Él ha insistido en que viniera a vivir con él después de la muerte de Richard –dijo Estelle, como si hubiera adivinado sus pensamientos–. Nos llevamos suficientemente bien como para que funcione el arreglo, aunque naturalmente me mudaré a una casa propia cuando se case. ¡Claro que eso no ocurrirá pronto! Todavía le gusta andar jugando por ahí.
–¿Sabe lo de las memorias? –preguntó Kerry, sin querer entrar en aquel tema.
–Todavía no –Estelle hizo una pausa, y miró con interés la cara que tenía delante. Kerry tenía ojos verdes muy grandes, pelo castaño y una boca expresiva–. Una pregunta solamente. ¿Ha pensado alguna vez en que le hagan fotografías? Su color de pelo y sus ojos son soberbios.
Kerry se rio.
–Seguro que se trata de algo más que del color.
–Tiene una estructura ósea adecuada también. Es una pena malgastarla –el tono de voz de Estelle se hizo más brusco–. He estado tomando notas durante la última semana. Pero son muy fragmentarias. He pensado que si las dejo que fluyan en el orden que las recuerdo, tal vez sea el mejor método. Luego se puede revisar. Eso siempre que usted pueda trabajar de ese modo, por supuesto.
–No hay problema. Sé taquigrafía –dijo Kerry.
–Bien, había pensado usar una grabadora, pero es tan impersonal... Espero que me hagas una crítica constructiva. No te importa que te tutee, ¿verdad? –no esperó su respuesta–. Helen Carrington dijo que tú eras una persona muy culta.
–Leo mucho, si se refiere a eso.
–¿Biografías?
–Entre otras cosas. No puedo decir que sea una crítica cualificada, no obstante.
–Pocos críticos pueden decirlo. Pero eso no les impide hacer críticas. Solo te pido tu comentario sincero –dijo Estelle.
–Lo tendrá –prometió Kerry, confiando en un presentimiento de que el libro sería un ganador.
Aquella mujer había llevado una vida plena y fascinante, con más historias de las que había publicado jamás. No había nada que el público adorase más que la jugosa revelación.
–Vendré el lunes –dijo Kerry.
Un Mercedes azul apareció cuando Kerry se estaba marchando de la casa. Un hombre moreno de cuerpo fuerte y atlético salió del coche. Su cara le era extremadamente familiar. Era más alto de lo que parecía en las fotos, notó Kerry cuando lo vio rodear el coche. Medía cerca de un metro noventa. Se cruzó con ella en los escalones. Y Kerry fue incapaz de marcharse.
Lee Hartford la miró de arriba abajo con interés.
–¿Me buscas a mí, por casualidad? –preguntó él.
La profundidad y timbre de su voz estaba en armonía con su apariencia. Tuvo el efecto de tensar los músculos de su estómago como si fueran una cuerda. Seguramente no era una reacción extraña, pensó Kerry, aunque no le gustaba. Dejando de lado su habilidad para los negocios, aquel personaje era todo lo que se debía despreciar en un hombre.
–Acabo de estar con la señorita Sullivan –dijo ella.
–¡Oh! –se calló, como si esperase que ella dijera algo más–. ¿Eres amiga suya? –agregó él.
–No exactamente –dijo Kerry, insegura–. Creo que será mejor que ella le cuente los detalles.
–No ocurre nada malo, ¿verdad?
–No. Solo un asunto de negocios –agregó Kerry.
–¿Qué tipo de negocios?
–No soy yo quien tiene que contárselo –dijo ella firmemente–. Buenos días, señor Hartford.
Él no hizo ningún intento de detenerla cuando bajó los dos peldaños que quedaban, pero ella sintió su mirada en la espalda hasta que dobló la esquina y salió de su vista.
Aunque había sido un encuentro breve, la había inquietado. Lo habían descrito como un hombre alto y moreno. Pero se habían olvidado de hablar de su arrogancia... de su modo de mirar a las mujeres como si estuvieran allí solo para su deleite.
La antipatía que despertó en ella no fue una sorpresa. Aun sin la experiencia de Sarah para volverla en contra de él, Kerry probablemente habría sentido el mismo desagrado. No podía entender cómo Sarah podía haber confiado alguna vez en él.
El hecho de que él pudiera estar presente en ciertos momentos del trabajo no le gustaba, pero no por ello pensaba rechazar uno de los proyectos más interesantes que le habían ofrecido.
Estelle Lester, que era su nombre profesional, había llegado a tener un gran público. Como personalidad, se la consideraba una mujer inteligente, con una calidez que atraía considerablemente. Era difícil encontrar el parecido en su hijo. Excepto los ojos grises y el pelo negro, no había ninguno.
No sabía cuáles habían sido las circunstancias que habían rodeado su primer matrimonio; Kerry no recordaba haber visto ni oído el nombre de Hartford relacionado con ello. Sí recordaba la boda de hacía cuatro años con un abogado de altos vuelos, Richard Sullivan.
Había encontrado el amor bastante tarde en su vida, pero se lo habían arrebatado muy pronto. Y encima había acabado su carrera. Las memorias eran probablemente un modo de ganar dinero, pensó Kerry. Aunque teniendo a Lee Hartford como hijo, no creía que el dinero fuera problema en su vida.
Era un día típico de aquella época del año, húmedo y frío. Faltaban tres semanas apenas para la Navidad, y aunque tal vez hubiera sido más sensato esperar hasta primeros de año para empezar el proyecto, Kerry había preferido hacerlo enseguida.
Su trabajo en la agencia durante el último año había sido gratificante.
La oferta de trasladarse a la sección de Londres de su empresa, hacía tres años, le había llegado como un regalo del cielo. Pero una oficina era igual a otra, cuando se pasaba allí todo el día. Aunque la vida de la capital evidentemente tenía mucho más que ofrecer que la pequeña ciudad donde ella había crecido, vivir era mucho más caro también. Perfiles no solo ofrecía algo nuevo para ella, sino además un salario mejor que los que había recibido hasta la fecha.
El viaje de vuelta a Battersea le llevó más tiempo que el de ida, debido a un atasco. Su compañera de piso, Jane, que se estaba recuperando de una gripe en casa, estaba deseosa de que le contase cómo habían ido las cosas.
–El tener a su madre viviendo con él lo debe limitar un poco –dijo Jane, cuando Kerry se lo contó–. Aunque si es actriz, debe de tener bastantes menos prejuicios que mi madre. A juzgar por lo que se publica sobre él, es un mujeriego –agregó.
–Dudo que yo le interese más de lo que me interesa él –contestó Kerry–. Afortunadamente, no