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Cuba: solo Para Turistas
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Libro electrónico455 páginas7 horas

Cuba: solo Para Turistas

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En la primera parte el autor presenta con extraordinaria intensidad la implosión familiar en Cuba que convierte en enemigos a hermanos, a padres e hijos que por razones políticas cometen un fratricidio moral y una traición a sus progenitores.
Los pasajes eróticos de los encuentros íntimos de la mujer madura, nacida en Cuba y que vive en Estados Unidos, con el mulato del que se enamora, son de una sensualidad que sorprenderá al lector.

La segunda parte presenta la ignominia y humillación de mujeres y jóvenes que, por la necesidad de sobrevivir, deben prostituirse.

El libro refleja la intensa nostalgia de la protagonista por la tierra que la vio nacer y de la que salió siendo una niña.

El lector hallara pasajes con situaciones cuasi-trágicas que son presentadas con un humor inigualable por Jorge Luis Seco.

En un momento histórico trascendental, en el que por fin EE. UU. y Cuba han vuelto a iniciar sus relaciones diplomáticas, detenidas hace más de cincuenta años, la lectura de este libro es imperativa.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 nov 2015
ISBN9781311447111
Cuba: solo Para Turistas
Autor

Jorge Luis Seco

Nací en La Habana, Cuba un 9 de junio de 1949. De familia media pobre. Mi madre me enseñó a leer e inculcó en mí el amor a los libros.Salí de Cuba en 1979, por no estar de acuerdo con el régimen de mi país y me fui a España, tierra de mis abuelos paternos.Ese mismo año entro en USA y vivo con mi madre y hermana en la ciudad de New York.Años mas tardes me mudo a New Jersey, donde ahora resido.He publicado dos novelas, dos libros de poemas y uno de pensamientos. En estos momentos un nuevo libro de poesía ya está a punto de ver la luz.Mis poemas han aparecido en diferentes revistas y publicaciones. Algunos de mis libros son bilingües y otros han sido traducidos al inglés.Cuando escribo, desnudo mi ser y me muestro sin tapujos ni máscaras. Me gusta la vida y por eso escribo mucho de ella y de todo lo que deriva de la misma.Seguiré escribiendo mientras haya un soplo de vida en mi alma.Con todo mi cariño.Jorge Luis Seco

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    Cuba - Jorge Luis Seco

    ¿Cuál es la naturaleza de Cuba? ¿Cómo son los cubanos realmente? ¿Cuba es: revolución, fantasía, libertad? ¿Cuba es yankee go home? ¿Cuba es salsa, guaracha, saoco y requiebres con tumbao? ¿Cuba es lo que informa EE. UU.? ¿Qué es Cuba?

    La isla, en realidad, no tiene nada que ver con ninguna de las alternativas anteriores. Por Cuba no puede hablar el Otro. Es ella quien nos tiene que hablar, contar su historia, reclamarnos, llevarnos de la mano para que la recorramos intensamente, sin ningún manual de por medio. Solo así, y no visitándola como turista, podremos acaso llegar a aprehender su esencia. Solo viviéndola, sufriéndola, bebiéndola, gozándola, llorándola y perdiéndola podremos acceder a la Verdad Cubana. Aunque, luego, quizá no nos alcancen ni nos sirvan las palabras para contar lo vivido.

    Cuba: solo para turistas, es obra del escritor Jorge Luis Seco (La Habana, 1949). Es además notable autor de la novela Donde tú eres mi sol (1995), del poemario Desde la otra orilla (2002) y del libro de reflexiones Pensamientos para sentirnos mejor (2011).

    Este artista de la palabra tuvo que emigrar de Cuba por discrepar con el régimen castrista, y radica en los EE. UU., desde hace ya varios años.

    En esta singular novela, publicada originalmente en 2002 y hoy reeditada con el mayor cuidado, se narra la experiencia de una madura periodista cubana residente en los Estados Unidos, durante su estancia en La Habana. Luego de treinta años de ausencia ella vuelve a su tierra natal por un corto tiempo, para reencontrarse con su familia, su gente, su raza, su sangre. Se trata de la historia de una mujer que retorna con el afán de volver a sentirse niña, completar sueños, hallar respuestas y sanarse de las heridas de las que solo los cubanos emigrados pueden conocer y sentir.

    La narración es en primera persona, en un tiempo presente, con un buen despliegue de técnicas, imágenes deslumbrantes, acciones y diálogos correctamente dispuestos, usa la estrategia de obviar nombres propios, transmitiendo una dosis de emociones oportunas, con un exquisito poder de seducción de inicio a fin.

    Cuba solo para turistas es una novela que, en primera instancia, se configura como un ataque al sistema político cubano al mostrarnos, en clave de denuncia, una vista de las dos caras del país: una Cuba para turistas, llena de hermosas playas, delicioso tabaco y fiestas sin fin y una Cuba para cubanos, llena de miseria, hambre, muerte y corrupción moral por doquier. En realidad, sus mayores méritos no radican en esa relación maniquea ya hartamente explotada en el cine, el documentalismo y la literatura barata. Los mayores logros del libro se hallan en aquellos momentos epifánicos de erotismo, drama, humor, sabiduría popular, amor, misterio, magia y fe cubana deliciosamente construidos por el autor.

    Cuba solo para turistas se constituye en una oportunidad imperdible para conocer al pueblo cubano, su naturaleza real y sin máscaras, aquella cubanidad actual que tan pocos han logrado plasmar en el papel y que, ahora, Jorge Luis Seco lo consigue magistralmente. En un momento histórico trascendental, en el que por fin EE. UU. y Cuba han vuelto a iniciar sus relaciones, detenidas hace más de cincuenta años, se hace necesaria la lectura de este libro que, desde aquí, recomendamos. El lector, estamos seguros, quedará agradecido.

    Lima, Septiembre 2015

    Jorge Ramos Cabezas

    Crítico literario

    Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú

    Pocos son los que conocen la realidad social de Cuba, una isla paradisíaca si no fuera por su situación política. Se hace difícil para alguien que ha tenido que abandonar su patria, con el único motivo de pensar y sentir diferente a lo que el régimen establece, no escribir, haciendo alusión a los factores políticos y sociales de la tierra que, no sólo le vio nacer, sino que también le meció en sus cálidos brazos, guió sus primeros pasos y descubrió cómo iba creciendo día a día hasta dejar de ser niño y convertirse en un muchacho con ideas propias.

    Lejos de ser una novela autobiográfica, CUBA Sólo Para Turistas nos muestra la gran calidad humana de su autor a través de un lenguaje claro y directo sin que, por eso, deje de ser inspirado, apasionado y poético. Jorge Luis Seco llama a las cosas por su nombre, sobre todo en lo que a sexo se refiere; cuenta con crudeza la realidad del día a día cubano, donde no hay lugar para expresar lo que se piensa sin temor a que haya un delator en cada barrio, en cada esquina o, incluso, en la casa propia, en la propia familia, que pueda denunciarlo a las autoridades (no en vano, el autor elude poner nombres a sus personajes. No existe conmiseración alguna a la hora de hablar de Fidel Castro, al que retrata como un personaje insidioso que sigue detentando el poder en la isla y que es el responsable de la atribulada forma de vivir de sus gentes.

    Así, muchos cubanos se ven obligados a depender del visitante, ya no para aumentar sus ingresos familiares, sino con el indefectible fin de sobrevivir, de ingresar dólares, la moneda que tiene valor en la isla. El turista es quien disfruta de las maravillas que Cuba ofrece. Todos son lujos para quien viene de afuera a dejar sus divisas. El adalid cubano es buen conocedor de las ventajas del turismo, por lo que decidió abrir sus fronteras, al menos unilateralmente, y, mientras critica enardecidamente el sistema capitalista, no tiene reparos para lucrarse y aprovecharse de lo que para él, significa una prebenda. Una de las muchas repercusiones de esta forma de proceder es el surgimiento del jineterismo, reclamo turístico que Castro ha potenciado, eso sí, encubiertamente.

    Pese a lo que pueda inferirse de este preámbulo, CUBA Sólo Para Turistas no es una novela política; es una novela en la que se muestra el sentir de un pueblo, el cubano, donde la mezcla de culturas ha dado lugar a una personalidad característica, que une el misterio de las razas africanas y el temperamento latino, caribeño; un relato de aventuras, amor, sexo y magia que Jorge Luis Seco escribe con maestría, inspiración, ternura y claridad y que pone de manifiesto la imaginación y naturaleza de su autor, un ser humano excepcional conocedor del alma humana.

    Profesor Fran Román

    Universidad Castilla-La Mancha

    Albacete, Castilla-La Mancha, España

    I PARTE

    Salí de Cuba un 17 de septiembre de 1960, en los llamados Vuelos de la Libertad. Nunca he visto nombre mejor puesto. Tenía apenas seis años. De ese viaje recuerdo muy poco; pero hay algo que se ha mantenido en mi memoria por toda mi vida. Cuando cumplí los cuatro años me regalaron un semanario de plata. Un juego de siete pulsos. Fue la primera joya que llamó mi atención. Me sentí mujer con mis pulsos. Movía mi mano para producir el argentino sonido que me deleitaba. Los mayores me reían la gracia.

    De los cuatro a los cinco años di un estirón enorme. En esos doce meses crecí y engordé. Los pulsos ya no se salían. Mi mano se agrandó pasando el diámetro de los aros.

    Aquello me gustó. Formaban parte de mí. Me veía como una viejecita sonando mis esclavas, como también les llaman.

    Mi madre desde que se montó al avión no dejó de llorar, hasta que llegamos a Miami. Ella dejaba atrás muchas cosas. La mitad de su familia, que eran mi padre y mi hermana. Treinta y siete años de su vida.

    Fuimos a abordar el avión, todo estaba en regla, dos milicianos nos revisaron los papeles, revolvieron lo poco que sacamos del país, tres mudas de ropa cada una. Nos iban a dejar pasar cuando uno de ellos fijó sus achinados ojos en mi brazo, al escuchar el ruido de metal de mis pulsos.

    – Un momento, no se pueden sacar joyas del país. -Mi madre miró mis esclavas-.

    – Son unos pulsitos de plata que no valen nada. Los tiene desde chiquita y ahora no le salen.

    El de los ojos chinos cerró aun más la ranuras y sus pupilas se perdieron entre las pestañas disparejas y sucias de legañas.

    – Si no le salen los pulsitos, entonces ella tampoco sale del país. Se va Ud. sola.

    Vi a mi madre cambiar de color, con gran humildad les habló.

    – Por favor señores….

    – Señores no, compañeros.

    – Compañeros, esos pulsitos no valen nada, pero para la niña son un recuerdo. Ella ha crecido con ellos, ahora no se los puede quitar. –La voz de mi madre apenas se oia y evitó decir las palabras no salen.

    Los dos hombres me tomaron por el brazo. Mientras uno me lo sujetaba, el otro halaba un pulso que comenzaba a trozarme la carne. Di un grito que se oyó en todo Varadero, desde donde salian los Vuelos de la Libertad.

    Las personas detrás de nosotras en la cola, empezaban a inquietarse. Algunas emitían opiniones. Todas a favor de los milicianos. Las opiniones eran variadas, desde que nos dejaran en Cuba, hasta que me cortaran la mano. Era como el circo romano. En medio de la discusion apareció una mujer vestida de verde olivo con un alicate. Callaron al verla aparecer, La compañera me tomó del brazo sin brusquedad. Me habló suavemente, tanto que no entendí lo que decía, pero su tono logró calmarme. Uno a uno fue cortando mis pulsitos hasta terminar con el séptimo. Cuando finalizó su labor, le dijo a mi madre:

    – Ahora pueden pasar al avión.

    Detrás, sobre el mostrador, quedaba el regalo que me hicieron a los cuatro años destruido por un sistema que ha avasallado todo lo que encuentra a su paso.

    Hoy vuelo a La Habana, Cuba. Han pasado más de treinta años de mi salida. Conozco algo de mi patria. ¿Es en realidad mi pais? Me eduqué en Estados Unidos. Me casé muy joven, tengo dos hijos. Mi esposo murió a los cinco años de casados. Por suerte para mí. ¿Por qué? Porque era un hombre que sólo pensaba en chichar. Tenía el trozo siempre parado y disfrutaba el sexo más que un pedazo de puerco asado.

    Era italiano, con un buen embutido entre sus piernas. Unas siete pulgadas de carne sin hueso y bastante gruesa. Él fue mi primer novio. Fui al matrimonio virgen por delante, pero con un tremendo hueco en el trasero. Por ahí disfrutamos mientras fuimos novios. Por mucho que trató, nunca me convenció para dejármela gozar por delante.

    Para ser honesta, las ganas no me faltaron porque adoraba aquel tronco rosado oscuro, con un enorme cabezón, siempre listo para mi. Yo sabía que si le daba la chocha no se casaría conmigo. Le di a comer mucho culo y cuando ya no pudo más me pidió que me casara con él.

    Me costó caro el matrimonio porque las primeras cogidas, me parecieron que me metía un telescopio en vez de su instrumento. ¿Por qué? Porque me hizo ver las estrellas unas cuantas veces.

    Los primeros meses de casados, singábamos en todas partes. Era un enfermo para esas cosas. Llegaba del trabajo, me sorprendía cocinando y ahí mismo me subía la bata de casa, me tiraba sobre la mesa del comedor y me echaba el polvo inicial. Disfrutábamos de lo lindo, lo mismo parados, que sentados uno encima del otro que de cualquier forma en cada rincón de la casa.

    Una vez me metió casi a la fuerza en el baño de hombres de la tienda Macy’s, nos encerramos en un toilet. Me hizo subir una pierna sobre el inodoro y corriéndome el panty para un costado, se sacó el miembro, ya goteando y me dio la singada de la vida. Cada vez que me la metía, me tiraba contra la división de metal que se movía como si se cayera. Varios se asomaron por las rendijas de la puerta y disfrutaron a la par de nosotros.

    Recuerdo un día que regresábamos de Atlantic City, como a las dos de la madrugada. En medio del camino paramos para recoger a otros pasajeros de una guagua averiada en medio de la nieve. El ómnibus se llenó hasta los topes, venía gente de pie en los pasillos. Era febrero, hacía un frío del carajo. Él se quitó su abrigo largo y lo puso sobre ambos.

    Frente a mí iba un muchacho joven que me miraba a hurtadillas. Mi suéter de orlón dejaba marcar mis pezones perfectamente. Mis tetas grandes y paradas, desafiaban la ley de la gravedad. Al muchacho se le empezó a parar el rabo. Por mucho que intentaba ocultarlo, el bulto se le notaba a través de la tela del pantalón. Cada vez se hacía más grande, se movía como queriendo romper la cárcel que lo aprisionaba. Mi marido estaba al corriente de todo. Bajé la vista para evitar una pelea.

    Vi que mi esposo se bajaba el zíper de la portañuela sacándose su morronga ya saraza, con una naturalidad pasmosa como si estuviera en su casa.

    El otro hombre se quedó helado. Como por arte de magia el bulto, antes notorio, desapareció. No podía despegar los ojos de entre las piernas de mi esposo, que me tomó una mano y me hizo que me agarrara de aquel trozo como náufrago a un tronco que lo puede salvar. El que iba de pie empezó a reaccionar nuevamente al ver que mi mano se movía a lo largo del chorizo de mi compañero. Después de permitirle mirar un rato cómo le hacía la paja, el descarado de mi marido se tapó un poco con el abrigo, mas no me permitió que le soltara el tolete. Seguí llevándole el ritmo de abajo a arriba. En cada movimiento se le iba poniendo más dura y más caliente. El hombre parado frente a mí comenzó a restregarse con el respaldo del asiento delantero. Todo estaba en penumbras que se iluminaban al pasar por algún pueblecito.

    Mi amante se empezó a mover. Sabía que estaba listo para vomitar. Se bajó el abrigo y dejó que el chorro de leche fuera a estrellarse en el respaldo del asiento de adelante. Uno, dos, tres lechazos mancharon el terciopelo que tapizaba la banqueta. Sentí mi mano húmeda del líquido pegajoso de mi italiano. A la vez vi formarse una mancha oscura en la tela del pantalón del joven, donde debía estar la cabeza de su pene. Me limpié en el interior de su abrigo. Me recosté en su hombro fingiendo dormir durante el resto del trayecto.

    Esas cosas al principio me desagradaban un poco. Sin embargo luego me fueron gustando, me excitaban. Había momentos en que me calentaba tanto que de mi vagina brotaba como una miel blanca, espesa, que perfumaba mi entrepierna con olor a sexo. A veces mojaba mi blúmer (1), me humedecía los bembos haciéndome sentir pegajosa. Él adoraba porque cuando me olía, como los animales machos perciben a la hembra en celo, me comía la chocha a besos, a chupones, a mamadas.

    Hay que decir la verdad. Si singaba bueno, a la hora de mamar había que darle un premio. Me sacaba el tuétano de los huesos. En una sesión de mamazón me hacía venir varias veces. Tomaba entre sus dientes mi clítoris y lo succionaba como si me lo quisiera arrancar. Aquello me hacía arañar las paredes. Gemía, me retorcía. Los pelos se me paraban de punta, lloraba, suplicaba. Con mis muslos cerrados fuertemente alrededor de su cabeza, no le permitía el menor movimiento. Lo quería ahogar con mi careta de pelo puesta sobre su rostro.

    Me siento sofocada. Estos recuerdos no me invaden muy a menudo, mas cuando se posesionan de mi mente y mi cuerpo, vuelven a mí las ganas de gozar, que ya hoy tengo perdidas. Sí, desde que él murió no he vuelto a tener ningún tipo de relación. Los pretendientes no me han faltado. Aún poseo un par de tetas que son un sueño, una cinturita de avispa, un par de caderas bien formadas y unas nalgas redondas, duras, que paran el tráfico.

    He tenido muy buenas ofertas. Hasta algunas mujeres me han hecho propuestas. Mas no tengo deseo. Parece ser que el italiano gastó todas las ganas de joder que había en mí. Claro que me gusta mirar un buen ejemplar de macho que pase a mi lado.

    Ya anuncian la salida de mi vuelo. Nos ponemos en la cola. Creo que es una maldición que llevamos los cubanos encima, las colas nos persiguen. A veces ni saben por qué las hacen, pero se mantienen en su sitio para ver qué pueden obtener. La mayoría de las veces no alcanza lo que están dando, ni para la mitad de la cola. Los cubanos de la Isla se entretienen en esas cosas y muchas otras más.

    Miro a mi alrededor. Parece que voy para un baile de disfraces. En la parte de atrás hay tres señoras mayores con sombreros puestos que parecen mosquiteros. Han llenado los sombreros de pañuelos de muchos colores. Llevan puestas varias mudas de ropa, se ve a la legua. Todo el mundo hace eso porque te limitan el equipaje a cuarentaicinco libras por persona.

    Yo llevo puesto seis calzoncillos y seis pares de medias de hombre. Unas botas de vaqueros para mi padre, que me quedan grande aún con los seis pares de medias que las llenan. Me da risa mirar alrededor, cuando en realidad debía darme pena. Los cubanos siempre nos hemos reído de todo, hasta de nuestra propia desgracia.

    Me ha tocado sentarme al lado de una anciana. Su pelo blanco, como trozo de nube, me recuerda a mi abuela. La señora parece viajar sola. Tiene mucha ropa puesta. Lo sé porque sus brazos son como hilos y su cuerpo es redondo, voluminoso. Como un globo aerostático. Suda la gota gorda, aún con el aire acondicionado del avión. Se ve nerviosa.

    – ¿Se siente bien señora?

    Trato de ser más dulce que una panetela borracha. Todos tenemos miedo. Vamos a volver al monstruo y puede pasar cualquier cosa. Me mira, pero creo que no me ve muy bien.

    – Si mi hijita, estoy bien. Lo que pasa es que hace mucho calor. –Al oirla abro al máximo las pequeñas salidas del aire.

    – ¿Viaja sola?

    – ¿Y Ud. viaja sola o acompañada? -Me responde con otra pregunta. Trato de darle confianza.

    – Viajo sola. Es la primera vez que vuelvo a Cuba desde que salí. Voy a ver a mi padre, hermana y sobrinos.

    – ¿Son comunistas? -Ya la vieja me parece más del Comité de Defensa de la Revolución que otra cosa.

    – ¿Y por qué me pregunta eso?

    – Porque todos los que no han salido de Cuba en esta fecha, son comunistas. –Su voz suena enérgica.

    – ¿Y Ud. a quién va a visitar?

    – A dos hijos y mis nietos. Mis dos hijos son perros comunistas, pero ahora que ya no somos gusanos sino mariposas, me han vuelto a abrir los brazos. En realidad para coger todo lo que llevo. Aquí donde Ud. me ve tengo mas de sesenta años, aún trabajo en una factoría y limpio oficinas por la noche. El sábado cocino en un hogar de ancianos en la playa y los domingo cuido niños. Así hago mi dinerito para estos viajes. Uno al año. Estoy doce meses trabajando sin parar, ahorrando hasta el último kilo prieto, para en dos semanas gastármelo todo en Cuba. Mis hijos antes ni hablaban conmigo por teléfono cuando llamaba a mis nietos. Ésos sí son buenos. Tengo tres varones y dos hembras. Los cinco están inconformes con el régimen. Unos niños nacidos y criados en la revolución y no les gusta el sistema. Sus padres me tratan de convencer de que la situación se va a arreglar, que es sólo la crisis que están pasando. Que si no fuera por los americanos, que si el bloqueo.

    Al oirla no puedo sino quedarme en silencio. Ella continua.

    – Mis nietos son distintos. Los mayores contradicen a sus padres y les quieren hacer ver todas las mentiras en que ha sido construido el régimen. Mis dos hijos son unos hijos de puta, pero son mis hijos. Así es la vida. Me vine a este país en el 76 con mi esposo, porque lo estaban buscando para fusilarlo. Nos fuimos en una balsa. Llegamos a los cinco días. Yo estaba más muerta que viva. No puedo seguir hablando de eso porque me sube la presión. Además tengo puestas una docena de camisetas, una de calzoncillos y dos pitusas.

    Se subió el vestido y vi su cuerpo como inflado. Casi no se podía mover. Fui tan estúpida que le pregunté:

    – ¿Y si le entran ganas de ir al baño?

    – ¡Ay coño! Ni me mientes el baño, que si me dan ganas me tendré que cagar y mear aquí en el asiento. ¡Ay Jesús mil veces! Y se persignó para espantar las ganas.

    Con la misma me dio la espalda y se puso a mirar por la ventanilla. Ya el avión estaba lleno. Las voces, bajas al principio, habían ido tomando fuerza hasta convertirse en una algarabía tremenda. Dijeron por los altoparlantes que el vuelo estaba retrasado unos cuarentaicinco minutos. El anuncio fue hecho en inglés. Estoy segura que más de las tres cuartas partes de los pasajeros no se enteraron. Le comenté a la señora lo del retraso.

    – Siempre pasa así. Nos tratan peor que al ganado, pero ya verás cuando llegues a Cuba. Nos miran con ojos de envidia y de odio. Todos ellos piensan que acá se vive muy bien, que tienes todo sin mucho trabajar. ¡Que equivocados están! Aquí puedes tener de todo, mas hay que romperse muy duro el lomo. Dímelo a mí, que con sesentiocho años no descanso un día.

    Afirmé con la cabeza. Vi su cara llena de arrugas, sus ojos cansados por el trajín diario, con una luz opaca, como de tarde nublada. Sus dedos duros y toscos con nudillos redondos como mamoncillos. La gente empezó a preguntar el por qué de la demora. No habían prestado atención al aviso. Cerré mis ojos. Traté de imaginar la llegada al aeropuerto, la gente, mi familia.

    La película pasó en blanco. No guardaba recuerdos, mi vivencia en Cuba era un conjunto vacío. Tal vez añoranza al saber perdidas mis raíces y no encajar un cien por ciento dentro de la sociedad donde me había desarrollado. Mi inglés, aunque perfecto, estaba adornado con un ligero olor a café, tabaco y caña que revelaba su origen latino. Eso no me amedrentaba, al contrario, me hacía sentir exótica.

    El apellido de casada me salvaba a veces de ciertas discriminaciones. A la hora de buscar trabajo, no era igual un apellido italiano que haber dicho Rodríguez, Pérez o López.

    O sea, que no me sentía cubana y no era nativa norteamericana. ¿Qué carajo era? Los cubanos exiliados éramos los gitanos del Caribe.

    Al cabo de una hora la gente hablaba a grito pelao. Se movían por el estrecho pasillo como si pasearan por la famosa Rampa del Vedado, en La Habana. Al fin anunciaron que el avión obtenía pista para despegar.

    La anciana a mi lado estaba bañada en sudor. Toda su ropa se había manchado con la humedad de su transpiración. Su cara estaba blanca como el papel. Temí que le fuera a dar un infarto. Vi que rezaba un rosario con sus ojos cerrados. Para mis adentros dije. Rece por Ud. y por mí.

    El avión comenzó a moverse y las personas que aún deambulaban por el pasillo corrieron a sus asientos. Una azafata, algo mayor para esos menesteres, anunció en español chapurreado:

    – Por favor, ajustar cinturones, no smoking, no de pie, gracias.

    Desapareció y no la volví a ver nunca más. ¿No sería una aparición? El aparato corrió por la pista caliente. De pronto sentí un vacío en mi estómago. Ya estábamos en el aire. Las cosas abajo se fueron mezclando unas con otras, como masa compacta, hasta que sólo fueron manchas de colores. Las voces habían cesado como por arte de magia. Cuando el miedo es del carajo hace callar al más valiente.

    El trayecto demoraría menos de una hora. Un vuelo corto, algo más de 90 millas. Un saltico como decían algunos, tan cerca y tan distante. Se hubiera podido hacer un puente desde Cayo Hueso hasta La Habana. La gente en vez de venirse en balsa, se vendría caminando. A lo mejor se hubiera derrumbado el puente al no poder resistir todo el peso del pueblo de Cuba.

    Una fuerte sacudida me trajo a la realidad. La vieja nave temblaba como atacada por el mal de San Vito. Los gritos se dejaron oír. Detrás de mí, una señora comenzó a gritar:

    – ¡Ay Virgencita de la Caridad del Cobre, déjame ver a los míos que hace más de veinte años que no los veo y después mátame! ¡Ay Virgencita, por tu madre, protégenos!

    El brusco movimiento no duró más que segundos.

    La misteriosa voz de la mujer volvió a oírse, pero ahora en inglés.

    – Una turbulencia tropical. Vamos a subir a unos 31,000 pies para evitarla. Nadie de pie. Pónganse los cinturones.

    Pensé, ¡Cojollo! ¡31,000 pies eran unos 9,400 metros de altura!

    – ¿Qué coño dijo ésa? ¿No sabe que aquí todos somos cubanos y nos tiene que hablar en español?

    – ¿Qué carajo es lo que está pasando?

    Todos preguntaban a la vez. El pequeño avión empezó a tomar altura. La extraña sensación de vacío se hizo mayor en mi estómago. Era como si tuviera un hueco que se iba agrandando a medida que íbamos subiendo.

    Los señores del coño y del carajo que exigían la comunicación en español, estaban sentados al otro lado del pasillo. Los miré y me atreví a decirles:

    – Es una turbulencia. Van a subir más para tratar de evitarla.

    Abrieron los ojos como platos.

    – ¡Ahora sí que nos jodimos! ¡Este avión debe haber peleado en la Segunda Guerra Mundial! ¡Otro traqueteo como el primero y los tornillos comenzarán a salirse de sus lugares! ¡Nos abriremos como lata de sardinas!

    La mujer que iba a su lado le dio un fuerte golpe con su cartera comando que traía llena de pomos de medicinas, para que no emitiera más comentarios funestos.

    – ¡Cállese! ¡Ud. es un pájaro de mal agüero, así que cierre la boca!

    No la veía muy convencida a pesar de sus gritos, asi que traté de reafirmar lo que había dicho.

    – Todo va a salir bien, no se preocupe.

    Los dos hombres no volvieron a abrir la boca. El aparato se mantuvo estable por un corto tiempo, que resultó innarrable. Ya todos nos empezábamos a calmar, a sentirnos confiados. De pronto el viejo avión cayó en un bache de aire.

    Fue como si los motores pararan al unísono y el ave de acero cayera herida por un rayo de Changó. El peso de la nave la hizo descender, como si bajáramos en un elevador al que le han cortado el cable.

    El pánico hizo que algunos se vomitaran, otros se mearan y hubo quien se cagó en el asiento. El descenso duró segundos. Estoy segura, porque si hubiera llegado al minuto, el traste donde volábamos se hubiera partido en dos.

    En esos escasos segundos desfilaron por mi mente imágenes casi borrosas. Me acordé de Dios y de todos los santos. Pedí por mis hijos. La caida libre paró en seco. Por poquito las tetas se me salen por la boca.

    Algunos chocaron sus cabezas con el techo. Varios compartimientos se abrieron y rodaron por el pasillo rollos de papel sanitario, pomos de medicinas, latas de atún, paquetes de frijoles rotos y los granos se esparcieron hacia todos los puntos. Nuevamente el avión retomó su movimiento hacia adelante. El silencio fue roto por una débil voz que exclamó ‘Nos salvamos, gracias Cachita, gracias !’

    Los pasajeros, como enajenados, se pusieron a aplaudir. Miré a mi alrededor. Sentí pena por ellos y por mí. Ya más o menos normalizada la cosa, con todo dando vueltas por el pasillo. Nadie se atrevió a soltarse el cinturón para levantarse a recoger algo. La peste a orina, a vómito y a mierda, se empezó a sentir. El aire acondicionado había dejado de funcionar. El calor dentro de aquella lata gigantesca era horrible. Si a mí el bollo se me había anegado, cómo estaría la señora a mi lado que venía forrada de arriba a abajo?

    La miré. Estaba sin color. Bañada en un sudor espeso. Formando gotas que tapizaban su frente. No se movía. Estaba tan quieta, con las manos apretando fuertemente el rosario, los nudillos blanqueados. La posición como de estatua. No se movía ¡No respiraba! ¡Se murió la vieja! Fue lo que pensé.

    – ¡Señora! ¡Señora!

    La tuve que zarandear. Pensé que le habia dado una parálisis. Al fin vi que se movían los músculos de su rostro. Sin mirarme, porque no abrió los ojos ni soltó el rosario, dijo:

    – Estoy bien hija, ya pasó todo. Ahora el viaje será normal. Llegaremos a La Habana.

    Hablaba como parte metereológico. Se puso a correr las cuentas de su rosario, sin decir otra palabra. Los minutos que faltaban de vuelo transcurrieron en extraña animación.

    La gente decía chiste, echaban malas palabras. Se cagaban literalmente en muchas cosas, mas el común denominador era el Caballo. ¡Pobre hijo de puta! Si hubiera recibido la millonésima parte de toda la mierda que se le ha deseado, hubiera muerto ahogado en heces fecales. Ya ven que el poder de la mente no es tan fuerte como dicen, o ese señor tiene un buen trabajo de brujería hecho. Algunos afirman que en los primeros años de la revolución, viajó a África donde se hizo santo.

    Yo lo creo, porque la religión africana ha calado todas las altas esferas de la sociedad. Un gran porcentaje de políticos, artistas y hasta científicos tienen hechas sus cositas de brujería, santería o espiritismo. Ya es mucha la gente que camina por lo chapeaó.

    La voz anunció que pronto aterrizaríamos en el aeropuerto José Martí de La Habana.

    Cerré mis ojos e imaginé mi regreso. ¿Poseía datos cómo para imaginar algo? ¿Había salido alguna vez? De mi estancia en Cuba recordaba muy poco, por no decir nada absolutamente. Mi madre se encargó de sembrar recuerdos en mi memoria, pero muy pocos habían prendido. Los comentarios de los que regresaban siempre eran deprimentes. Hacían la comparación de La Habana de antes del 59 y la de ahora.

    La actual quedaba muy mal parada, la llamaban La Habana de las Muletas. La mayor parte de sus viviendas están apuntaladas para que no se fueran a derrumbar. La gente temía pararse en los balcones por temor a caer. Ya habían sucedido muchas desgracias de esta clase.

    Para mí La Habana era una ciudad desconocida. En algunos de mis viajes, a veces acompañada por mi madre, ésta siempre tenía un comentario que me daba una pequeña pincelada de la capital donde había nacido. Decía que el viejo San Juan, en Puerto Rico, se daba un aire a La Habana Vieja. Lo mismo sucedió con Santo Domingo, especialmente la parte antigua de la ciudad.

    Todos esos lugares tenían algo en común. Habían sido fundados tratando de imitar las ciudades de España. Por eso, las capitales de cualquier país del Caribe o Latinoamérica estan hermanadas por sus construcciones.

    El avión empezó el descenso lentamente. En minutos las ruedas tocaban pista. Después de dos o tres salticos como canguro, pisó tierra rodando por ella suavemente. Como si se hubieran puesto de acuerdo, todos rompieron en aplausos y vítores.

    Sin haberse detenido el avión, la gente empezó a ponerse de pie. Siempre, en todos los vuelos hay desesperados. Permanecí sentada. Mi mente era un torbellino de ideas, de nubes blancas, grises y rosas. Los pensamientos me atacaban tan de prisa que no lograban materializarse por completo. Respiré profundamente y pedí paz.

    – Hija ahora eres tú la que rezas. -La voz de mi compañera de viaje me hizo abrir los ojos.

    – No rezaba precisamente. Pensaba en muchas cosas y en ninguna a la vez. No puede entenderme.

    – Claro que puedo. Nos sucede a todos cuando regresamos por primera vez. Sobre todo aquellos que dejaron parte de su vida en esta Isla. Es algo así como traer una planta ya grande a sembrarla nuevamente en el suelo donde germinó su semilla y de donde fue arrancada antes que su tronco estuviese bien desarrollado. Es el desarraigo. Creo que sólo lo hemos experimentado nosotros y los judíos. Por eso a veces digo que los cubanos somos los hebreos del Caribe.

    Vi tanto amor en sus ojos gastados, que ahora tenían una luz interna que me deslumbraba.

    – Estoy contenta porque voy a ver a los míos, pero mucho más contenta de volver a verla a ella.

    – ¿A quién?

    – A Juana.

    – ¿Es su hija?

    – No, es mi madre. -No, no era posible que la anciana tuviera madre-.

    – ¿Su madre?

    – Si hija, mi madre, Cuba. Tú no sabes que Cristóbal Colón al descubrir la Isla, le puso Juana en honor a la hija de los Reyes Católicos. Luego fue que se llamó Cuba, como la llamaban los nativos. Por eso digo que siento un dulce dolor. Algo que sólo sienten los desterrados al volver a su tierra.

    ¡Cuanto cariño a una tierra en esas sencillas palabras, porque al perder lo querido parecía haberse duplicado. Nosotros, los de afuera, ya no pertenecemos a la tierra que nos vio nacer y lo más seguro es que no albergará nuestros cuerpos al despedirnos de esta vida.

    Yo, que no era planta que hubiera echado raíces en Cuba, ya sentía una pequeña presión en medio del pecho. Mi corazón había empezado a latir más rápido de lo normal y mis ojos, al ver solamente la construcción del edificio del aeropuerto José Martí, se llenaban de humedad. Traté de razonar ese encontronazo con mis sentimientos. No tenía porque sentir así. Cuba había sido mi patria por los primeros años de mi vida. Mi memoria era una gran laguna acumulada con el tiempo con algunas imágenes que, como ráfagas, atacaban mis recuerdos y me hacían a pensar en qué momento pudieron haber sucedido.

    Yo amaba a los Estados Unidos de Norteamérica. Mas todos mis antepasados, mis muertos, me tomaban entre sus brazos y me amamantaban con leche de mi suelo, de mi Isla, de mi patria. Sentí un sinfín de emociones: dolorosas, amargas, fuertes, alegres, dulces, encontradas, disparatadas e inexplicables.

    La energía interna de mi tierra, sin aún pisarla, llegaba explotando dentro de mi alma. Cubriendo mi ser con versos de Bonifacio Byrne. Recordé ese verso tantas veces recitado por mi madre:

    "... al volver de distantes riberas

    con el alma enlutada y sombría

    afanoso busqué mi bandera

    y otra he visto en lugar de la mía."

    Mis antepasados españoles y negros me reclamaban. Me daban la bienvenida con sus huesos blanqueados por un sol caribeño y cubano.

    Fuimos las últimas en salir. Ayudé a mi compañera de viaje. Ella me dijo que era mejor ser de los últimos, así los que revisaban las maletas, ya estaban cansados y jodían menos. Salimos a la pista y tuvimos que caminar hasta el edificio. El asfalto echaba candela, el calor era como un abrigo de visón que te envuelve y te pone a sudar la gota gorda. Recorrimos un largo tramo antes de entrar al edificio.

    La señora fatigada, se recostó

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